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Críticas de ESPILBERDO
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Críticas 65
Críticas ordenadas por utilidad
4
20 de diciembre de 2014
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para bien o para mal, todo terminó. Jackson ha cerrado la saga de la Tierra Media de una forma tan circular (amén de fácil y previsible) que resulta poco reutilizable. Todo culmina justo donde empezó, en ese agujero de hobbit acogedor y pacífico. ¿Por qué entonces no me siento tranquilo? ¿Por qué tengo la sensación de que falta algo, de que aquí hay cosas que se han escapado?

Y es que a pesar de la costumbre de dilatar las historias con finales interminables, en este último y concluyente episodio el director se ha dejado por el camino aquello que hacía grande, épico y emocionante a "El señor de los anillos": la carga dramática. En la trilogía del anillo había tiempo para incrustar una historia, un romance. Había momentos para el diálogo y la filosofía, para desnudarnos el alma de los personajes. Esos paréntesis de sensibilidad se han esfumado en "La batalla de los cinco ejércitos". Si en la anterior y magnífica "La desolación de Smaug" Jackson usaba su talento para destriparnos en un diálogo brillante los tormentos y ansias de un dragón, aquí lo único que importa es desenmarañar la aventura, enlazando batallas y luchas cuerpo a cuerpo sin contención, sin mesura y, en ocasiones, sin control. ¿Cómo van a expresarnos sus inquietudes los seres inmersos en semejante caos? Sólo tienen tiempo de correr y atizar mandobles. Y todo esto estaría muy bien si el argumento acompañase racionalmente las consecutivas acrobacias y piruetas interminables en las luchas de orcos, elfos, enanos, hombres y magos. Pero desde luego y por mi parte, todo hubiese terminado en el estupendo prólogo.

Bueno, miento. Es cierto que existe un leit motiv para que cinco ejércitos se líen a ostia limpia: el oro. No debemos olvidar que, del mismo modo que la trilogía del anillo nos hablaba del poder y sus consecuencias, en El hobbit lo que mueve a la mayoría de sus personajes es la avaricia. Es por ello que, en una de las pocas escenas esclarecedoras y poseedoras de cierto hilo argumental, el rey Thorin es poseído por una especie de ardor y locura que recuperan el arte de Jackson para componer escenas íntimas con aire de serie B: cual Naomi Watts mecida en la manaza del rey Kong, cual Charlize Theron iluminada por el oro de su perfume favorito, Thorin descubre que el poder de los dineros, el brillo de las alhajas, sólo puede conducirle a la perdición. Y ya está. No esperen encontrar mayor trascendencia a este broche final. ¿El romance entre Tauriel y Filly? Sería más creíble y expresivo el de dos ñús. ¿La apasionada entrega de Bardo a su familia y su pueblo? Queda fatalmente resuelto. ¿La amenaza de "El Nigromante"? Bueno, quizá sea la única escena válida de la película, con apariciones estelares incluidas (grandioso Christopher Lee). ¿Qué nos queda? Una parábola sobre el egoísmo, sobre el capitalismo si se quiere, a base de peleas entre cinco razas variopintas y a cada cual más estrafalaria.

"La batalla de los cinco ejércitos" no podía ser mejor título para resumir la trama de la película, ya que sólo van a ver eso. A Peter Jackson, acuciado en su necesidad de concluir un argumento innecesariamente estirado, se le han agotado las ideas, se ha extinguido por completo su creatividad. Del mismo modo que a Legolas, curiosamente y por primera vez en toda la saga, se le agotan las flechas en su arcaj.
ESPILBERDO
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7
7 de julio de 2011
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya le podéis ir dando al "no" para valorar la utilidad de esta crítica, ya que yo mismo reconozco que vi "Insidious" a medias, gracias a las ligeras líneas de visión que dejaban mis dedos frente a mi cara y a los comentarios que iba desgajando mi novio en la butaca de al lado. El ambiente creado por James Wan y su equipo de dirección artística es tan sobresaliente que desde primeros minutos quedamos apretando el culo como un torero. Y yo ya no podía más que mirar de reojo de vez en cuando.

Pero !qué maravilloso hubiera sido continuar así hasta el final¡ Porque eso hubiese significado estar ante una las películas de terror más efectivas de todos los tiempos. Y aunque yo sea un poco gilipollas y contradictorio (voy a ver una película para no verla y encima me quejo) he de decir varias cosas: ciertos usuarios la han comparado con "Suspense" por ese rollo de la casa encantada con niños y tal, pero sinceramente creo que Amenábar y Kidman ya le hicieron mejor homenaje. Tiene un comienzo y desarrollo espeluznantes y hay imágenes y sonidos que se te meten en la cabeza y ya no pueden salir de ella, las apariciones son realmente sobrecogedoras e inesperadas y sus golpes sonoros a base de instrumentos de cuerda le dan un aire clásico muy elegante (los créditos del comienzo y del final me retraen orgásmicamente a "El exorcista"). Pero a partir de la sesión de espiritismo presidida por esa médium tan simpática (aunque no tan maravillosa y friki como la inolvidable enana de "Poltergeist") todo va decayendo un poco. Wan debería haberse guardado ese estilismo de muñeco Saw para otra película porque sinceramente aquí no pegaba nada, y todo iba muy bien hasta ese momento lleno de niebla y de drag queens. La verdad es que terminas por no creerte ni lo que te están contando ni al propio niño protagonista.

Hay que aplaudir sin embargo sus innovaciones dentro del respeto que le tiene a los clásicos del género. Se nota que el director ha intentado hacer algo diferente y arriesgado sin ocultar sus referencias y consigue mantener nuestra tensión alta. Resulta desagradablemente atractiva, y aunque es la típica peli donde encuentras un punto de todo lo visto (casa encantada, posesión, fantasmas a la japonesa, etc.) todo está unido de forma innovadora. Lo pasarás mal, y cuando vuelvas a casa encenderás todas las luces.
ESPILBERDO
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8
1 de agosto de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nueva Orleans. Bienvenidos a la cuna del vudú y de la magia negra. Una tierra que se extiende siempre húmeda y hundiéndose sobre sí misma en un fango seminal salpicado de vegetación pútrida. Laberínticos canales la seccionan como arañas vasculares mordiendo la piel abrasada por el trópico, donde la única vía de oxigenación posible son los pantanos que se abren entre cañaverales repletos de colmenas de chicharras. Vista desde arriba, una geografía apta para el consumo y el deleite de las peores y más bajas virtudes. Un terreno abonado con mierda donde sólo crece la mierda. Insectos por doquier. Dominada por un demonio amarillo al que no hay más remedio que aplacar con el sacrificio.

Este es el escenario que desde los primeros planos aéreos nos enseñan los artífices de una serie que va más allá de las pesquisas necesarias que dos hombres desarrollan para resolver un extraño y perturbador asesinato. Su trama se desarrolla en tres tiempos, diferenciados ingeniosa y sutilmente gracias al cambio de filtro en las cámaras. Abundan los instantes reposados y reflexivos (quizá demasiados para lo que promete en un principio ser una trama de acción) pero también encontrarán prodigios técnicos dignos de cualquier notable obra cinematográfica. Y, por supuesto, habrá tiempo para el nervio, el sobresalto, y el horror.

Pizzolato se revela como un soberbio mitómano del género negro. Las claves que se descubren en su trama tienen mucho de clásico, un toque vintage que desde luego queda de puta madre y otorga bastante clase al conjunto. Ambos personajes forman un dúo evidentemente antagónico (como no podía ser de otra manera) pero al mismo tiempo descubrirán que su forma de entender la vida y su dolorosa y opresiva soledad hacen que sus vidas se complementen y se necesiten. Esto, que podría ser uno de tantos factores machacados ya en multitud de películas y series detectivescas, se nos expone de forma progresiva y muy interesante, alargando su relación en 17 años y dando tiempo al espectador de disfrutar y sufrir y reconocer con ellos sus propios traumas, sus propias vivencias y gracias a eso comprender mejor sus motivos y sus reacciones en el punto final. Rust es ese ser dotado de una perspicacia sobrenatural, hundido en el dolor del pasado que odia a todo y a todos (y mucho más a sí mismo), pesimista y drogadicto, adicto a compadecer a la humanidad. Marty, el hombre anodino, de matrimonio y familia ejemplar, un modelo acomodado del que necesita desesperadamente escapar para ensuciarse un poco en el divertido lodazal del disfrute de la vida que las tradiciones, la costumbre y el saber estar le niegan constantemente.

Ambos inmiscuidos en un crimen de tintes satánicos que les llevará por caminos insospechados, donde descubrirán la miserable maldad que reina en los corazones del ser humano, es decir, de ellos mismos y los que los rodean. Religión y familia, pilares básicos del orgullo USA, serán cuestionados en esa maraña laberíntica de raíces puntiagudas que es Lousiana, un lugar idílico para el regocijo de la náusea. El espectador español se sentirá, además, arrastrado al lodo como uno más. El río, los pantanos, bien pudieran ser un Guadalquivir cualquiera donde arrojar y esconder los restos de un acto atroz. Y aquellos años 90 aún nos despiertan antiguos demonios de un lugar envenenado llamado Alcasser. Pasen y vean si se atreven lo que el hombre y el demonio amarillo son capaces de hacer cuando pactan un acuerdo inevitable.
ESPILBERDO
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7
11 de noviembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En "El truco final", una de las obras más olvidadas pero más notables de Christopher Nolan, cada una de las escenas que enlazaban sus secuencias era un reto a la mente del espectador, como debe ser cualquier estratagema de prestidigitador que pretenda embobar y entretener al público, con el fin de que la conclusión del número (o de la película) fuera todavía más impresionante. En aquel film el director se empeñaba en despertar nuestro interés sobre ese lugar desconocido del que procedía el conejo blanco: el doble fondo de la chistera de esos tramposos que son los magos. En Interestellar, su ambición va más allá: descubrirnos qué se oculta allende las estrellas. Y Nolan vuelve a hacer trampas.

De la misma manera que la magia se desarrolla delante de nuestros ojos sin que podamos percibir el truco (que lo hay), la nueva película de Nolan nos va llevando por un viaje repleto de imágenes bellísimas, encuadres perfectos de lo íntimo y lo infinito, aderezados de una música casi omnipresente y esplendorosa de Hans Zimmer, con el trasfondo emocional de una despedida paterno filial que vulnera las leyes del espacio/tiempo. En resumen, una odisea espacial en busca de un hogar para unos terrestres que ya no tienen futuro, entre los que se encuentran nuestras familias y nuestros seres más queridos. ¿Dónde está la trampa del señor Nolan? En querer dar trascendencia exagerada a una historia que ya nos habían contado antes mucho mejor, usando la distracción de una estética disciplinada, con momentos visuales magistrales y verborreas físico cuánticas espontáneas en un marco de convivencia espacial insoportable.No es sincera con el espectador. Su historia humana es tan floja como la de cualquier melodrama, y es maquillada constantemente por los fondos cromáticos, los golpes de efecto de la música, los bailes de esferas y las lágrimas que siempre caen hacia abajo, víctimas de la gravedad. Da la sensación de que toda la grandilocuencia espacial sólo está desplegada al uso del corazón, de los sentimientos que además el propio protagonista traiciona al final de la función. Y, por supuesto, no es ilícito engañar a las mentes perezosas de los pobres intelectos sentados en las butacas. Pero es que el film queda a medio camino de todo. Por una parte, la celeridad de su planteamiento no te proporciona la emoción suficiente para empatizar con los sentimientos de los protagonistas. Da la sensación de que Nolan quiere poner en órbita a Cooper lo antes posible, y con la mínima explicación. Y en el desarrollo de la historia, el montaje es falaz y desordenado, alternando los momentos más recreativos de la intriga con imágenes de la Tierra, superponiendo las dos dimensiones pero sin dejarte tiempo de disfrutar con deleite, por ejemplo, el viaje al interior de un agujero de gusano o un agujero negro. Por otra parte, las explicaciones científicas son tan técnicas, enrevesadas y aceleradas que queda patente su intención de vestir el argumento de tecnicismos para otorgar prestigio (más que soporte).

Sin embargo, está claro que Nolan ha alcanzado una madurez creativa intachable. Conoce ya más que de sobra la magia del cine, y, aunque es evidente la imposibilidad de abrazar los misterios del infinito, su valor de intentarlo es apreciado y agradecido. No deja de ser una película interesante, a su modo emocionante, actual y algo imaginativa (que no original). Una excusa maravillosa para dejar que la mente abandone durante tres horas esta dimensión, y por unos momentos se pregunte qué hay más allá de nuestro cielo, o más adentro de nuestras paredes.
ESPILBERDO
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9
24 de agosto de 2009
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuánta verdad hay en aquello que se dice de la simpleza: a veces encontramos la misma belleza en el corazón de una amapola que en las constelaciones de una galaxia. Y empiezo la crítica con esta cursilada porque después de ver "Enemigos públicos" esa faceta ruda, zafia y gañana de mi a veces descontrolable temperamento ha sido arrasada por una ola de ternura. Y puede resultar sorprendente cuando ha sido provocada por una película donde restallan los relámpagos de las metralletas unas cuantas veces. Pero he encontrado humanidad en todo esto. Y ha sido precisamente el contraste lo que me ha impactado.

El retrato de Dillinger que hace Michael Mann (y, por extensión, Johnny Depp) transmite tanto con una inmensa sencillez que no se puede evitar la sorpresa. Todo está medido milimétricamente y con, hasta diría, cierta obsesión. Abundan los primeros planos y la cámara al hombro constante parece querer meterse por la nariz de los actores y desnudarles el alma. Todo esto añadido a la diáfana nitidez que nos obsequia el formato digital en que ha sido rodada (con toda la premeditación del mundo) hace que nos quedemos petrificados por la manera en que se pueden palpar los sentimientos. Los rostros pétreos de Depp y Bale (el primero está especialmente inquietante por su contención) y el desgarrador y extraño atractivo de Cotillard influyen a configurar una atmósfera que, más allá de su exquisita recreación de una época de crisis (aquélla sí), nos introducen en ese universo interior de las emociones, haciéndolo fascinante.

Quizá se haga algo larga por su falta de acción en algunos tramos y su excesiva duración pero el guión está trenzado con un cariño exquisito. Ya no estamos ante aquellos gamberretes malhablados de las pelis de De Palma o Scorsese: no sé si John Dillinger fue así en vida, pero su humanidad le resulta al espectador tan destructiva como entrañable. Y esto es un logro que sólo se consigue con el buen cine.
ESPILBERDO
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