Una poderosa sombra planea sobre esta película: el carisma del referente al que pretende emular, a la que de antemano ya digo no supera en cuanto trascendencia cinematográfica. Pero no creo que sea esa la intención de José Padilha.

Traspasa las barreras del mero entretenimiento para convertirse en una película casi y exclusivamente política, dura y cruel con el colectivo al que golpea tal como se corrobora en su abrasivo discurso final.

Es pues poderosa en lo dialéctico y también en lo físico, siendo las escenas de acción y las escenas cuerpo a cuerpo vertiginosas, crudas y directas, huyendo del efectismo al que nos tiene acostumbrado Hollywood para convertirse en algo más realista y artesanal. Los efectos especiales beben de la misma fuente y huyen del exhibicionismo para integrase en la película y resultar sutilmente espectaculares y maravillosos.

Muy bien Samuel L. Jackson y su protagonista Joel Kinnaman, carismático, serio y riguroso en su papel.

Esta película echará para atrás a más de uno pues lo dirigido por Verhoeven simplemente lo toma como referente para intentar hacer algo más personal e intelectualmente estimulante. En este sentido, la película carece de cierta alma y verdadera emoción convirtiéndose en algo muy mecánico pero a la vez atractivo y que despierta la curiosidad y más importante, el debate.

Descuadra y mucho, pues para nada es lo que el 90% de los espectadores se esperan ver. Azote contra el sistema y una película que cobraría más valor si se concibiese como cine de autor que como cine comercial, que es para lo que a priori estaba hecha.

Lo peor pues es eso: no tomársela en serio por su formato y por venir de donde viene. Pero lo cierto es que Padilha quiere y pretende que nos la tomemos en serio. Allá cada uno lo que haga.