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España España · MADRID
Críticas de ELZIETE
Críticas 3,351
Críticas ordenadas por utilidad
6
11 de enero de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de que su “G” de Goldwyn mezcla de su apellido “británico” Goldfish, que tampoco era con el que nació sino Gelbsfiz, y la del productor Archibald Selwyn con el que se asoció, se encontraba en mitad de la siglas míticas MGM (Metro Goldwyn Mayer), Samuel Goldwyn, judío polaco-estadounidense nunca gestionó ni produjo nada para la Metro. Sus propias producciones eran habitualmente distribuidas por la United Artists y la RKO, excepto una única excepción: “Guys and Dolls”.

El senador McCarthy y la censura seguían haciendo aún estragos en el cine y sus grandes estudios. El cine “inteligente” quedaba en manos de unos pocos directores, entre los que se encontraba Mankiewick en un momento álgido de su carrera. Buscando mayor independencia dejó la Fox y se fue a la Metro. A pesar de empezar con buen pie con “Julio Cesar” (1953) su siguiente y personal proyecto “La condesa descalza” (1954) fue un fracaso y tuvo que claudicar cuando Goldwyn le ofreció dirigir un género ajeno a su trayectoria: un musical. Goldwyn había tenido éxito y hecho caja con otro musical (“Hans Christiam Andersen” / 1952) protagonizado por Danny Kaye y decidió seguir por la misma senda con esta adaptación del exitoso musical de Broadway de 1950 basado a su vez en dos cuentos cortos del periodista y escritor estadounidense Damon Runyon (1880-1946). Goldwyn volvió a acertar y eso le envalentonó para la que sería su última y fallida producción, llevar a la pantalla la famosa opera de Gershwim “Porgy and Bess”. Fue un fracaso de crítica y taquilla a pesar de su tres nominaciones y su Oscar a la mejor banda sonora.
“Ellos y ellas” era un divertimento de aires “caprianos”, con gansters entrañables redimidos por “buenas chicas” ya sean artistas de music hall o sargentos del ejercito de salvación. Mankiewick intentó ponerle su sello con desigual acierto escribiendo el guión y al final quedó una comedia con canciones que a pesar de figurar en el puesto 23 de mejores musicales de la AFI no permanece en el recuerdo precisamente por su faceta musical o coreográfica. Al libreto original se le cayeron algunas canciones y al propio compositor Frank Loesser se le encargaron tres nuevas para la película. Esta vez Michael Kidd y sus vanguardistas y notables coreografías no dejaron la huella de otras ocasiones como en “Siete novias para siete hermanos”. Por contra la dirección artística y el tratamiento del color es brillante con una puesta en escena que aboga decididamente por un espacio escenográfico que enmarca la propuesta en un ambiente teatral e irreal.

Como en casi todas las películas el casting inicial dio paso a otro. Se apostó acertadamente por que los buenos secundarios que habían participado en la obra de Broadway siguieran al frente de sus roles y para el elenco principal hicieron debutar a Brando en un género en el que entró con calzador ( tuvieron que hacer encaje de bolillos en edición de sonido para que sus canciones sonasen bien minimamente), se atrevió con unos pasos de baile y suplió su bisoñez en ese tipo de personajes con su don para la interpretación. Sinatra pasó del asunto, estaba cabreado y celoso porque quería el papel de Brando y ni siquiera se hablaba con él durante el rodaje. Vivian Blaine mantuvo a duras penas y con dignidad el estatus de su personaje que ya había interpretado en Broadway y la única que pareció disfrutar con el asunto fue Jeann Simmons que está estupenda y con la que director y productor acabaron encantados, incluso el primero algo enamorado.

Divertida a ratos, en otros algo tediosa, con un cierto machismo añejo de los 50 y pasada de metraje “Guys and dolls”, sigue dando juego 64 años después.

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7
9 de enero de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comedia, drama, intriga y ahora una aventura espacial basada en hechos reales. Shipenko, del que poco o nada sabemos de sus cinco películas anteriores desde hace una década parece encuadrarse en un cine básicamente de entretenimiento que también guioniza  y a tenor de los visto en esta entrega, con una buena factura sobre todo visual y sin nada que envidiar o incluso mejorando algunos aspectos ya muy sobados del subgénero.

La estación espacial Salyut-7 fue la última del programa soviético civil y militar con el mismo nombre (Saludo) sustituidas en el 86 por la MIR. Estuvo orbitando acogiendo a varias tripulaciones desde el 82 al 91 año en que acabó su vida operativa estrellándose en Argentina de forma poco controlada. Control que también se perdió en el 85 y cuya arriesgada y exitosa misión de rescate narra la película tomándose las licencias dramáticas oportunas para añadir mas tensión y épica que la que ya tenía de suyo el asunto. A pesar del hito, el secretismo imperante en la Unión Soviética hizo que su difusión fuera escasa. Todo funciona con corrección en un guión escrito a cuatro manos en el que participa el propio Shipenko que consigue trasladarnos visualmente y sin grandes efectos especiales al espacio orbital de manera bella y efectiva. Hay tensión, emoción, el elenco cumple con sus roles y una tenue crítica y recuerdo para aquellos cosmonautas que perdieron la vida en los distintos accidente que la URRS ocultó. Recomendable.

cineziete
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7
4 de enero de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un cuarto de siglo ya desde que el maestro Spielberg en su faceta de midas convirtió por arte de magia digital la novela esencialmente de terror de Michael Crichton en un parque temático para mayor gloria del merchandaising saurio a nivel mundial. Después vendrían más, una cada cuatro años. Spielberg pasó a la producción en la tercera y después de un parón de 14 años volvieron a la pantalla en una desafortunada propuesta al mando de Colin Trevorrow que por mucho que recaudara en taquilla dio la sensación que la franquicia estaba al borde la extinción. Ha tenido que ser un chico del barrio barcelonés de la Trinitat Vella quien a los 18 asistió alucinado al estreno del inicio de la saga, sacando la conclusión de que ya todo era posible en la gran pantalla, quien ha venido a salvar de la extinción creativa a estos dinosaurios, la mayoría del Cretácico por cierto.

Apadrinado por Guillermo del Toro, Bayona se ha ganado a pulso este ascenso mundial y ha aprobado con nota la inmensa responsabilidad, sobre todo económica del asunto. El guión del anterior director Trevorrow y Derek Conolly que repiten en la escritura, aún siendo disparatado, ofrece los suficientes cambios de registro sobre todo en su segunda parte para ofrecer algo diferente y estirar la franquicia y en esas diferencias es donde Bayona hace parte de la película suya en cuanto al cuento gótico con referencias a los monstruos clásicos sin defraudar en la primera parte a los fans del Parque tradicional en un cierre por derribo electrizante y con momentos emotivos.

La película ahora si que es un auténtico parque temático donde pasamos de las vertiginosas montañas rusas, al tren de la bruja para goce de todos los públicos. Plagada de escenas referenciales a la saga y un barniz animalista que se agradece, la espectacularidad y el terror más atávico van de la mano. No hay comparación con la anterior entrega. Bayona se impone. Acierta dando más juego a la animatrónica que al CGI para beneficio de los actores, la IL&M hace lo suyo con el volcán y el reparto cumple con sus roles. La puerta queda abierta para que los saurios tomen el relevo a otra saga famosa. Si el Coronel Taylor/Heston regresara otra vez a la tierra puede que no fuera simios precisamente lo que encontrara.

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7
2 de enero de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Año de Mundial. Año de películas de fútbol. Y no es que el "deporte rey" no haya sido llevado a la pantalla con desiguales aciertos. Tres ejemplos paradigmáticos: " Saeta rubia" (1956), "Evasión o Victoria" (1981), "Cavernícola" (2018). Ahora nos llega "Mi Mundial" desde Uruguay, coproducida con Argentina y Brasil, tres países futboleros donde los haya con varias copas del mundo. La novela del mismo título de otro futbolista, Daniel Baldi, publicada en el 2011 da el salto a la pantalla con acierto de la mano debutante de Morelli, uruguayo afincado en Alemania.

La película que a priori podría parecer un divertimento lúdico a mayor gloria del deporte del balompie, es sin embargo un toque de atención a los aspectos menos deseables del mismo. La captación sin escrúpulos por parte de avispados representantes que se encargan de nutrir las canteras de los equipos, en busca de potenciales estrellas a las que sacar un rendimiento económico, abusando de la precariedad de las familias que ven en sus hijos la posibilidad de una vida inalcanzable por otros medios. La fragilidad psicológica de los chavales y la dedicación plena en una lucha en un ambiente de gran competitividad les hace descuidar su formación educacional y personal, quedando la mayoría abandonados a sus suerte convertidos en juguetes rotos después de pasar por el tamiz de sus habilidades con la pelota. El problema ya fue abordado desde otra óptica en la interesante "Diamantes negros"  (2013) de Miguel Alcantud.

Así pues la película de Morelli es más adulta y más seria de lo que aparenta, dejando ver las espinas en el aparente camino de rosas que conlleva alcanzar la fama en cualquier faceta de la vida. Aunque eso sí Morelli, que rueda con ritmo y eficacia, lo hace sin hacer demasiada sangre, sin profundizar demasiado, sobre todo en la familia y con el añadido de una historia de amor adolescente que hace que "la medicina" pase mejor. No acaba de funcionar con credibilidad, sobre todo por la imagen muy jovencita de Facundo Campello, el  paso de su personaje al estrellato deportivo en tan corto espacio de tiempo. Facundo se maneja bien con el balón en las escenas de juego, siempre difíciles que Morelli consigue sacar adelante con aprobado y a pesar de ser su debut como actor aguanta el tipo, rodeado eso si por un elenco granado de actores adultos que apuntalan el asunto y una prometedora (no hay que perderle la pista) Candelaria Rienzi que lleva la interpretación en el adn y cuyo bello rostro no deja de evocarme a La Bacall.

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7
27 de diciembre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Warwick Thornton es un cineasta australiano perteneciente a la etnia aborigen de los Kaytetye. Dirige, guioniza y se encarga de la fotografía y hasta la fecha sus películas de ficción (2) y sus documentales son militantes a favor de los nativos australianos que como en toda colonización que se precie fueron explotados y masacrados por el hombre blanco. "Australia fue construida por ladrones, asesinos y catetos", palabras del director. Ya sabemos que aunque no podemos juzgar con los mismos parámetros de hoy día lo que pasaba por las cabezas de nuestros antepasados, aquellos que dejaron sus tierras natales para buscarse la vida en otros mundos no eran lo más selecto y granado de su momento. La distancia y la ausencia de leyes o la capacidad para hacer cumplir las que hubiere dieron lugar a todo tipo de excesos a los que es proclive el ser humano cuando las riendas de la moral y la ética están sueltas y se desbocan las frustraciones y las pasiones. La codicia ayudada por la superioridad tecnológica (armas) de los colonos acabó por extinguir 40.000 años de cultura aborigen.

El western, género cinematográfico por excelencia, que tanto contribuyó a demonizar al "indio malo, cruel y salvaje" tiene capacidad sobrada para ir pagando su deuda y ofrecernos la otra cara de la moneda. Las tierras australianas se prestan para ello aportando el indispensable entorno natural donde enmarcar las historias. Como esta, una historia de racismo, basada en un hecho real, donde Warwick se toma su tiempo y prescinde de la música para centrarse en el fondo de la cuestión. Personajes reciclados de la Gran Guerra que acaban desfogando sus traumas en los más débiles, en los diferentes que al final siempre pagan los platos rotos de tanta desmesura y barbarie.

Entremezcla el director planos estáticos con escenas que producen un cierto "déjá vu" y un uso de los flashback y los flashforward  que rompen la linea temporal con desigual acierto. Mimada fotografía y acertadas y creíbles interpretaciones para una cata de la lucha titánica que aún persiste entre quienes creen en el imperio de una ley justa e igualitaria para todos los seres vivos y aquellos que se consideran jueces, jurados y verdugos para sus propios intereses.

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