Charles Bronson protagoniza este western de argumento similar al de Moby Dick, en el que un buscador de oro y antiguo pistolero, sufre terribles pesadillas en las que es atacado por un búfalo gigantesco. Como si de una venganza se tratara, el animal ataca a todos aquellos que han exterminado a los de su especie cual la célebre ballena contra los arponeros y marineros que mataron a los de la suya.

Con la ayuda de otro veterano y gruñón buscador de oro tratará de dar caza al peligroso animal. A ellos también se les une un poderoso jefe indio que ha perdido a su hija pequeña por el ataque del búfalo. A pesar de los recelos que los tres hombres tienen entre sí, finalmente logran entenderse y unir sus fuerzas para enfrentarse mejor juntos a las distintas amenazas que les acechan.

Aunque se note mucho que el animal en cuestión es de pega, Bronson convence sufriendo de lo lindo al tratar de cazarlo. Cada vez que la bestia aparece en pantalla es como si se aproximara un tren de mercancías a toda velocidad.

La buena química entre los tres protagonistas y el ritmo que imprime su director hacen que la historia no decaiga. Además la banda sonora es de John Barry.

Casi toda la filmografía de John Boorman me parece interesante. Al menos la que va desde sus inicios a finales de los sesenta con A quemarropa, hasta digamos El general a finales de los noventa. Sin embargo, durante esos treinta años también hay un par de borrones en su carrera, como la secuela de El exorcista o éste Zardoz.

Se trata de una ficción distópica futurista protagonizada por Sean Connery, que luce un atuendo inclasificable, en la que Boorman plantea temas interesantes como la inmortalidad, la evolución humana o la diferencia de claese, pero se enreda demasiado en una trama por momentos inteligible combinada con reflexiones filosóficas que le dejan a uno el ojo triqui.

Espoleado por el éxito de 2001: odisea espacial, Boorman quiso ofrecer su propio punto de vista sobre cómo creía él que sería el futuro, y ciertamente por momentos convence pero como ya he dicho todo acaba degenerando en una diarrea metafísica infumable.

Yo creo que fue con esta película con la que Brian De Palma empezó a consagrarse como uno de los directores más prometedores de su generación junto a esa extraordinaria camada compuesta también por Steven Spielberg, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola y George Lucas, entre otros.

No solo destaca su dominio de la puesta en escena, sino que además dirigió muchos de sus propios guiones, y aunque su carrera tiene varios altibajos, ésta que nos ocupa no está nada mal. Le habría dado más nota pero la segunda parte de la historia, cuando la acción se traslada al sanatorio, resulta un tanto confusa y el final no termina de convencerme.

Lo que en principio parece una película de acción y aventuras con aires románticos acaba en una empanda de géneros carente de sentido y forma.

Pasan los minutos y la trama no termina por definirse, apenas hay acción y el romanticismo brilla por su ausencia. La exquisita belleza de la actriz y modelo francesa, Dominique Sanda, no compensa una historia anodina y por momentos ridícula que en el colmo de su desvarío trata de asemejarse a Casablanca.

Prescindible.

En la vida no todo es blanco o negro, hay una zona gris en la que debes saber moverte y mojarte según tus principios, si tienes eso claro podrás ser ayudante del fiscal sin que te remuerda demasiado la conciencia.

Esa es la moraleja principal de este espléndido policíaco, en el que una vez más el veterano Sidney Lumet demuestra estar en plena forma al dirigir y adaptar el guion de esta historia sobre la corrupción policial y los dilemas morales de quienes la investigan cuando el caso tiene implicaciones personales.

Excelente trabajo de los actores, con un gran Andy García a la cabeza, y unos secundarios de lujo, entre los que destacan, la atractiva Lena Olin y un joven James Gandolfini.

La banda sonora de Mark Isham también es digna de mención.