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Críticas de Fco Javier Rodríguez Barranco
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Críticas 149
Críticas ordenadas por utilidad
8
21 de enero de 2015
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya es oficial: más allá de Lars von Triars existe vida cinematográfica en Dinamarca. Podría argumentarse que la magnífica película En un mundo mejor, de Susanne Bier Oscar a la mejor película extranjera en 2010, no es de Triars, sin embargo, gran parte de la crítica coincide en que Bier sí pertenece a la escuela cinematográfica que el director de Melancolía representa en su país.

La historia de Secuestro (2012), de Tobias Lindholm, como su propio nombre indica, es la historia de un secuestro, concretamente en el Océano Índico de un barco danés por piratas somalíes, lo cual es un fenómeno relativamente reciente y que hasta ahora no ha dejado mucha huella en el cine. De hecho, he buscado títulos en internet sobre ese tema y tan sólo he encontrado la norteamericana Capitán Phillips (2013), de Paul Greengrass, que es un año posterior a de Lindholm, lo que permite a Secuestro la frescura de una opción nueva.

Antes de esta película, Lindholm había rodado R, que se trata de un drama carcelario, de donde cabe inferir su predilección por las situaciones límite.

Con todo, la acción de Secuestro es bastante limitada: ni siquiera se ofrecen imágenes del abordaje del barco capturado. Básicamente toda la película consiste en la negociación que se establece para liberar a los rehenes y barco, porque hacia donde el director dirige su cámara es a los perfiles psicológicos de los dos principales protagonistas: Mikkel, el cocinero del barco, y Peter, el director ejecutivo de Orion Seaways, la empresa a la que pertenece la embarcación.
Pero particularmente interesante me parece la dinámica de contrarios, de la que ya hemos mencionado la primera: Mikkel y Peter. Pero hay otras muchas oposiciones, como la básica de los mundos a los que pertenece cada una de las partes actuantes: la opulencia burguesa en Copenhague y la miseria absoluta de los secuestradores; el calor del matrimonio en el caso de Mikkel frente a la frialdad del de Peter; los secuestradores y los secuestrados; el negociador danés, Peter, y el somalí, Omar; la diferencia entre los secuestradores, en sentido estricto, y su negociador, que nunca se considera un pirata más, sino un traductor; el negociador danés y el experto en este tipo de negociaciones, que le asesora; la negociación con unos empresarios japoneses y la negociación con los secuestradores africanos; los sentimientos humanitarios frente a la voracidad mercantilista; la libertad y el secuestro; la esperanza y la desesperación, la cordura y la insania; la serenidad del mar y la angustia de los capturados; el colegueo ocasional, sí, sí he dicho colegueo, de los secuestradores con los secuestrados; la tierra firme y el mar; etc.

Toda la película, pues, se construye sobre un entramado de dualidades, que es lo que verdaderamente le interesas destacar a Lindholm, intensificado todo ello por la elocuencia de unas escenas que te cuentan muchas cosas en imágenes. El final, por ejemplo, que no voy yo a desvelar aquí ahora, es todo un ejemplo de narración fotográfica.

Y quiero destacar, por último que acostumbrados como estamos a los hombres excepcionales que resuelven las situaciones más imposibles por sí solos en el cine más comercial anglosajón, la película de Lindholm se desarrolla en las márgenes de lo creíble, lo cual se agradece bastante, y sin hacer concesiones a las emociones de escaparate. Hondura en los sentimientos, más bien.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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7
24 de marzo de 2017
5 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno recuerda La colmena (1982), de Mario Camus, sobre todo las escenas en el café donde las mesas de mármol son lápidas camufladas, basada en la celebérrima novela de Camilo José Cela, ambientada a principios de la década de los cuarenta en Madrid, también una obra coral, y luego ese mismo uno ve Smoking Club (129 normas) (2017), de Alberto Utrera, ambientada también en Madrid y piensa: “¡Algo ha cambiado en este país!”.

Dentro del género de la comedia e incluida dentro de la sección Estrenos Especiales del Festival de Málaga, edición de 2017, esta película cuenta las vicisitudes de los propietarios y los clientes de un club de cannabis, donde se han impuesto 129 normas, porque esto no es Ámsterdam. Y podríamos comentar aquí que alguien dijo que si se había puesto la Estatua de la Libertad en Nueva York, debería colocarse la Estatua de la Responsabilidad en San Francisco para mantener el equilibrio esencial de la persona, pero prefiero dirigir mi análisis por otros derroteros. Nos quedamos con la idea de que el club se plantea como un espacio de libertad y a partir de ahí arrancamos nuestras reflexiones.

La primera de ellas se refiere a la propia gestación del filme, que tuvo lugar en nueve días, y que es el primer largometraje de Alberto Utrera, dos circunstancias que, sin dura, redundan en una de las características principales de este largometraje: la frescura y la naturalidad con la que se afrontan los diferentes personajes y las situaciones diversas, todas ellas dentro del club de fumadores de hierbas.

En la presentación del filme, Utrera destacó que éste tenía algo de Tarantino y de los Coen, pero a la española. Para ser del todo sincero, esta última referencia no terminé de pillarla, entre otras cosas porque el cine de los geniales hermanos abarca registros muy diferentes y no es fácil enlazar con alguno de ellos en concreto. Sí que es más fácil vincular Smoking Club con el cine de Tarantino, sobre todo en cuanto al montaje se refiere, muy en concreto la archiaclamada Pulp Fiction (1994), pues la película de Utrera podríamos decir que tiene un desarrollo sincrónico, es decir, que se cambia el foco argumental de unos mismos momentos en cada uno de los grupos de contertulios en el club. De esa manera, sin duda, las imágenes adquieren volumen, porque son algo más que un hilo narrativo, sino que unos mismos minutos vividos en un mismo espacio se ofrecen al espectador desde todos los ángulos posibles configurando así un prisma de muchos costados.

Utrera habló de Tarantino y los Coen a la española, y ya hemos aludido, aunque sea someramente a lo que de Tarantino hay en su película, aunque no captemos el momento Coen, pero eso sólo demuestra las limitaciones de este cronista cinematográfico. Me parece justo, por lo tanto, referirme ahora a lo que de español hay en este largometraje, que no es poco y de la mejor tradición, puesto que observo en él toques ochenteros, sobre todo en esa frescura de la comedia de los ochenta, que luego, lamentablemente se perdió. Películas como Sal gorda (1983), de Fernando Trueba, Entre tinieblas (1983), de Pedro Almodóvar u Ópera prima (1980), también de Fernando Trueba, serían hoy día inimaginables: el propio Almodóvar actualmente hace otras cosas. Y comentaba en cierta ocasión el mismo Trueba, con motivo de la inauguración Festival la Edad de Oro del Cine, que se celebra desde el año 2013 en el cine Albéniz de Málaga, que la comedia desapareció el día que nos hicimos políticamente correctos y entonces hiciéramos el chiste que hiciéramos, estaríamos ofendiendo a algún colectivo.

No voy a ser yo, desde luego, quien abogue por un humor cruel, pero yo creo que una actitud distendida en cuestiones de humor es la más saludable de las situaciones y cuando se crea un gag que alude al colectivo que sea, es fácilmente distinguible cuándo esa secuencia ha sido concebida con ánimo hiriente y cuándo ha sido pensada como una manera simpática de crear situaciones cómicas.

Bienvenido sea, pues, el humor cuya principal finalidad es hacer reír, porque aparte de que Nietzsche lo consideraba como la más excelsa muestra de inteligencia, la persona que se vive instalada en el humor es muy difícil que desarrolle actitudes intolerantes, según defiende mi buen amigo Enrique Gallud Jardiel.

Y eso es lo que hacen Alberto Utrera y el resto del equipo de Smoking Club: una comedia sin fisuras, una comedia magníficamente construida, una comedia inteligente, una comedia innovadora en el fondo y en la forma, puesto que las imágenes se recrean en numerosas ocasiones con recursos propios del comic o del pop-art, una comedia cuyo protagonismo habría aceptado en su día un jovencísimo Antonio Resines en su momento. En esta ocasión, entre un extenso elenco, el papel principal corresponde a Rodrigo Poisón.

Muy fresco me parece también los logotipos repetidos que vemos de la birra La Virgen, “cerveza pura” dice la propaganda, que si bien es cierto que se hace en Madrid y, por lo tanto, tiene existencia real, quiero ver en ello un guiño a las mojas yonquis de Almodóvar en Entre tinieblas. Como muy almodovariana es el personaje de doña Dolores en el filme de Utrera, una señora bien cumplidos los setenta, fascista hasta la náusea, pero que acude al club de cannabis para fumar sus hierbas, que son lo único que le calma los dolores: nombre alusivo de este personaje, por lo tanto.

También en la presentación del filme, Alberto comentó que esta película nació dentro del curso de tres disciplinas (guionistas, directores y actores) desarrollado en la Central del Cine de Madrid: aceptemos, pues, este chorro vigoroso de creatividad y busquemos romper, aunque sea con momentos que recuerdan lo mejor de la comedia de los ochenta en nuestro país, el acartonado panorama actual: no es cuestión de dinero ni de tiempo, puesto que ya mencioné que la película se rodó en nueve días en un solo escenario y dudo mucho que el presupuesto fuera elevado. Es cuestión de creatividad.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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7
31 de julio de 2016
2 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando inicié mis textos sobr cine, me propuse dotarle de una dimensión de la que se le está privando por razones obvias de inmediatez. Lo normal es que la crítica cinematográfica se oriente hacia cuestiones meramente cinematográficas, lo que obviamente está muy bien, pero me parece insuficiente. Se habla de la actuación, del guion, de la dirección, etc. Todo un glosarios de conceptos relacionados con el cine en sentido estricto, pero creo que se está privando a este arte, nada menos que el Séptimo Arte, de su vinculación con la historia del pensamiento humano o la relación con otras posibilidades artísticas. Es hacia ahí donde quiero dirigir mis palabras, con mayor o menor fortuna.
Así, una película como Miles Ahead (2015), protagonizada y dirigida por Don Cheadle, inspirada en la figura de Miles Davis, me lo pone muy fácil, puesto que se inicia con una cita del músico, que no pude anotar en la oscuridad de la sala, más que nada porque no llevaba encina nada para escribir, por lo que no tengo más remedio que ofrecerla de memoria, al menos la idea que quiere transmitir: Cuando interpreto, creo que llego al infinito, afirmó Miles Davis; y eso constituye exactamente la verdadera naturaleza del amor a la sabiduría, del espíritu creador. Un afán de trascender la contingencia para llegar a regiones donde ya la razón es apenas una referencia remota. Contemplación pura de la Belleza, que abarca a todos los grandes nombres de todos los tiempos.
Es la tentación de la suprema sabiduría, la mordedura de la manzana del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal lo que desencadena el primer drama de que tiene noticia nuestra cultura.
Podemos recordar, por ejemplo, un breve pasaje en que Próspero en La tempestad, de Shakespeare, es víctima de una colérica ofuscación, según observan Ferdinand y Miranda: “FERDINAND.- ¡Extraño! vuestro padre es presa de un sentimiento/ que en gran manera le agita; MIRANDA.- Nunca hasta hoy / lo vi destemplado por la cólera”; siendo así que la filiación melancólica de Próspero se infiere de su inagotable necesidad de libros: “tal era el éxtasis/ que sentía por las ciencias de lo oculto”; hasta el punto de dejar el gobierno del Ducado de Milán en manos de su hermano Antonio, que sería quien luego le obligaría a huir para salvar la vida. Angustia fáustica, que no cesa ni una vez recluido en los confines de la isla: “Vuelvo a mis libros,/ que aún he de ocuparme, antes de la cena,/ en muchos asuntos de interés”.
Ni que decir tiene, que lo mismo sucedió a Goethe, en cuyo máxima creación, el doctor Fausto no le pide a Mefistófeles la inmortalidad, sino treinta años más de vida y plenos poderes para llegar a la total sabiduría. Mi alma por la ciencia, es el pacto firmado, según comprobamos al inicio de Fausto, pero el mismo espíritu se percibe en el Fausto II, en palabras que ahora pertenecen a Mefistófeles: “A su resplandor verás las Madres; unas están sentadas, otras en pie y andan vagando al azar. Formación, transformación, eterno juego del Pensamiento eterno”; “Ha de aplicarse a ello con un esmero muy especial, pues quien pretenda desenterrar tal tesoro, lo Bello, ha menester del supremo arte, la Magia de los sabios”. Las Madres de la primera cita son los principios o ideas platónicas; la segunda cita, por su lado, destaca la sublimidad de la sabiduría, por lo que no resulta difícil colegir que nos estamos moviendo en el contexto de la Eternidad del saber.
En esta enumeración de urgencia llegamos a Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo, donde el famoso archidiácono, Claude Frollo, trágicamente cautivado por Esmeralda comparte con el doctor Fausto la búsqueda desesperada de la esencia final, y no duda en separarse de la investigación ortodoxa para internarse en el seno de las ciencias ocultas: “Hay que decir sin embargo que las ciencias de Egipto, la nigromancia, la magia, incluso la más blanca y la más inocente, tenían en él al enemigo más encarnizado y al acusador más implacable ante los tribunales oficiales de Nuestra Señora; ahora bien, que todo ello fuera una aversión sincera o una astucia de ladrón, como esos que gritan: ¡socorro!, ¡ladrones! no era óbice para que las más doctas cabezas del capítulo consideraran al archidiácono como un alma aventurada hasta los vestíbulos del infierno y perdida en los antros de la cábala; que andaba a tientas por entre las tinieblas de las ciencias ocultas.”; “Por eso el archidiácono no fue inhumado en tierra sagrada”.
Y, por supuesto, hemos de mencionar a Borges, quien concibe una biblioteca donde “los libros nada significan en sí”. Ese otro valor de las bibliotecas radica en que encierran en ellas el significado del espacio interior, un espacio para la búsqueda, para la inquisición en el sentido literal del verbo "inquirir": "Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales, inquisidores. [...]. Visiblemente, nadie espera encontrar nada". Si los libros en sí no significan nada, nos esforzamos en la búsqueda de lo oculto y fracasamos en nuestra neurosis, acabamos entonces dándonos de bruces con nuestras limitaciones. Por ello, la Biblioteca es mucho más de lo que significa esa palabra buscada en el diccionario: es el universo, según declara Borges al inicio del relato: "El universo (que otros llaman Biblioteca)"; es el espacio que asegura la perpetuación de la memoria, y es, por lo tanto, el espacio que permite la eternidad: “La Biblioteca es ilimitada y periódica”.
Es la Verdad más allá de la verdad. Es la Razón más allá de la razón. Es la Ciencia más allá de la ciencia. Es la Belleza más allá de la belleza. Es el infinito que Miles Davis alcanzaba cuando tocaba su trompeta: lo que está más allá, lo que trasciende.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Fco Javier Rodríguez Barranco
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9
19 de septiembre de 2015
0 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Recordamos las canciones en la llave de la vida, Songs in the Key of Life, del inmortal Stevie Wonder? Algo así podría decirse de la última película de Noah Baumbach, Mientras seamos jóvenes (2014), que figuró en la Sección Oficial del Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF) y cuyo título, curiosamente, ha sido bien traducido del inglés, While We’re Young. Incluso podríamos mencionar el tema “Isn’t She Lovely”, puesto que el filme se inicia con el primer plano de un recién nacido y ese primer plano se mantiene un número suficiente de segundos como para hacernos pensar que no todo el cine made in USA consiste en carreras frenéticas y guerras en los lugares más recónditos de las galaxias. Curioso también me resulta que un largometraje con tan enorme soporte musical, que va desde Vivaldi hasta “Eye of the Tiger”, de Survivor, utilizada en una de las infinitas secuelas de Rocky, uno de cuyos carteles, precisamente el de Rocky III aparece en esta obra de Baumbach, además de la propia banda sonora que corre a cargo de James Murphy.

Creo, sin embargo, que debemos matizar lo anterior, pues Mientras seamos jóvenes consiste esencialmente en conversaciones en el medio de la vida. “A mitad del camino de la vida” (“Nel mezzo del cammin di nostra vita”) comienza Dante su descomunal obra, una cita que, por cierto también abre y con toda la intención del mundo la película Marie-Jo y sus dos amores (2001), de Robert Guédiguian, cuando el cine francés era francés, pero sobre todo cine, algo que hoy día no es tan fácil de encontrar pues, a mi entender, las producciones del país vecino se han convertido en burdos plagios de sí mismas. Mas no nos detengamos ahora en eso, puesto que lo que importa es comprender cómo este filme de Baumbach nos ofrece esa reflexión sobre el humano devenir, no sobre el sentido de la existencia, como en la famosa trilogía de Roy Andersson, sino sobre la realidad de la existencia.

Y es que la vida es, en efecto, como un fin de semana del que esperamos tanto el viernes al medio día, pero que se nos ha escurrido de manera irremediable el domingo por la tarde. La vida es, pues, tan decepcionante como un fin de semana, o como un tinto de verano, cuya proporción exacta nunca se alcanza, o bien el vino está medio picado, el hielo es de agua del grifo o la gaseosa lleva más tiempo abierta del aconsejable, por lo que no se consigue el punto adecuado de fuerza carbonatada.

No observamos en este filme de Baumbach un lamento por el tiempo perdido, o las ganas renovadas de hacer cosas en el medio de la vida, o un asco personal por la pérdida de las ilusiones de la juventud, o un contraste entre nuestro modus vivendi, lo que ha quedado de nosotros, y la plenitud de quienes empiezan. No se trata tampoco de una exégesis de la edad madura como fuente de sabiduría. Algo de todo hay en la película, qué duda cabe, pero en mi opinión lo fundamental es situar a los protagonistas para debatir sobre su mundo en el punto de la existencia al que han llegado a los cuarenta y tantos años y observas impotentes que lo que es lo que es. Asimilar serenamente cuál es la posición actual, sin placer, pero sin amargura. Algo tan sencillo y tan complejo como dar respuesta a uno de los grandes interrogantes de la Humanidad: ¿Dónde estamos? No desde el punto de vista del contexto social, sino de nuestras vivencias personales. Hechos consumados. Hechos inevitablemente consumados.

Naomi Watts desarrolla su personaje con pulcritud, pero considero que es Ben Stiller, un actor al que sigo con regularidad, quien realiza el papel de su carrera, o al menos lo mejor que he visto de él hasta la fecha, puesto que pocas tan difíciles como encarnar de manera creíble esa sutil complejidad de la propia existencia. Es también el personaje de Ben Stiller, Josh, quien nos ofrece de manera casi simultánea las coordenadas esenciales de Mientras seamos jóvenes: la primera viene en forma de cita de Jean-Luc Godard, que yo reproduzco según me permite la memoria: “Los documentales hablan de otras personas. En la ficción soy yo mismo”. El otro eje cartesiano es un comentario sobre Sergei Eisenstein, quien durante toda su vida persiguió una película donde la realidad fuera ficción, o la ficción fuera realidad.

Es obvio que el director de Mientras seamos jóvenes busca fundir ambas posibilidades, realidad y ficción en su obra y para mayor verosimilitud, o para mejor perfilar los parámetros básicos, Josh es realizador de documentales en este largometraje, donde se escarnecen someramente dos de las grandes burlas de las sociedades occidentales actuales: el chamanismo y el movimiento hipster, o new beautiful people, uno por inmoral y el otro por arribista.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Fco Javier Rodríguez Barranco
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