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Críticas de GUSTAVO
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Críticas 122
Críticas ordenadas por utilidad
5
29 de enero de 2015
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Con tantas licencias que se puede tomar Disney para autorizar la re-escritura y mezcla de los cuentos de hadas de los hermanos Grimm, esperaba que el director Rob Marshall la achuntara pero no es así. No creía, por supuesto, en una historia que incluya dramatismo exacerbado, violencia y sexo pero sí más coherencia, concreción, luminosidad y mucha más sutileza. Porque, vamos, la película pretende ser turbia desde la fotografía, tiene un tono tragicómico y no contenta con ser ecléctica quiere ser original añadiendo giros inesperados que dilatan el metraje en demasía y llega incluso a aburrir. El problema está en que Marshall inutiliza los cambios y toda la parafernalia fantástica y lúdica que en mayor o menor medida nos presenta para intercambiarla por discursos llenos de moralejas y mensajes “urbi et orbi”. Es decir, de nada vale que nuestros héroes tengan un destino diferente del que imaginábamos o que en el plano fantástico el lobo, trastocando las leyes biológicas o de su propia naturaleza, se coma enteras a la Caperucita y a su abuelita o que la vaca muera pero resucite con un hechizo de la bruja o que la esposa de la panadera quede embarazada milagrosamente y luego desaparezca de la escena para que después vengan el narrador o Meryl Streep a recitarnos o cantarnos monsergas, lecciones y consejos de auto ayuda al respecto. No tengo ninguna predisposición contra el género de cine que nos ocupa pero los defectos de la película pesan más que las virtudes que son sobre todo técnicas y de actuación. Pero, incluso, la puesta en escena como musical no tiene nada de novedosa porque se parece a la de Tim Burton en “Sweeney Todd” pero sin el Grand Guignol.
Mención aparte es hacer notar la intención del filme como instrumento de lucimiento para Meryl Streep, quien vive buscando nominaciones a los premios Oscar. No es difícil ver también un ejercicio de emulación o al menos una analogía con el protagonismo de Angelina Jolie en “Maléfica” que con toda su sencillez, resultó mejor película que esta.
GUSTAVO
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7
7 de diciembre de 2013
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“Gravity” inicialmente es un plano secuencia de acción casi detenida que muestra a tres astronautas trabajando en las afueras de una estación espacial norteamericana teniendo como fondo el planeta azulado. Pero la quietud se rompe por el impacto de un misil sobre un satélite ruso cuyos restos se dirigen rápida e inexorablemente hacia ellos. Entonces la dinámica se apodera de la película y da lugar a un, aparentemente, convencional relato de supervivencia. Pero lo que sucede con la cámara, que alterna el punto de vista del astronauta y el del espectador anula en buena parte dicha percepción pues aporta en forma decisiva para crear una sensación alterna llena de vacío producido por el caos que dará lugar a un nuevo orden y acomodo: aparecen seguidamente en su campo de visión otros elementos espaciales juntados como por capricho y todo se convierte de pronto en un proceso que comenzará una virtual cuenta regresiva para el desenlace. En el ínterin la Dra. Stone (Sandra Bullock) afronta la aventura dramática con una mezcla de sentimientos que van desde la angustia hasta la esperanza y la revelación catártica llenándose la pantalla de metáforas sobre el nacimiento o el renacimiento de la vida misma, incluidos el cordón umbilical, la posición fetal, el útero y el líquido amniótico.
Pero la fuerza de las imágenes, acrecentada con la magnífica fotografía de Emmmanuel Lubezki, es tal que también se puede evocar, dentro de ellas, una muy gruesa y elíptica alegoría evolutiva/involutiva humana con alguna influencia de Kubrick. Si “2001: Odisea del Espacio” hace un forward futurístico sobre la evolución de la inteligencia, “Gravity” lo hace en sentido contrario pero sin militar en la ciencia ficción ni emular la danza cósmica o suscribir los apuntes filosóficos que hace la primera: desde el espacio hacia el lecho terrestre en escenas llenas de un simbolismo muy logrado que nos hace recordar la famosa sentencia del gran astrónomo estadounidense Carl Sagan: somos materia cósmica.
A propósito, es en esa fuerza donde radica la magia del buen cine en general y los grandes aciertos de esta película en particular: su arte no consiste en imitar necesariamente la vida real sino interpretarla. Esto es aplicable a la ficción, claro está, pero también al trabajo documental y a la no ficción pues el director siempre tendrá un punto de vista particular sobre la realidad.
Por eso resultan inútiles y desubicadas las observaciones “tecno científicas” sobre la película que hablan sobre la imposibilidad de la ubicación de las Estaciones espaciales en un solo plano, el uso anacrónico de las mochilas propulsoras, el hecho de que el pelo de la protagonista no flote en la ingravidez o la poca credibilidad que las comunicaciones se vean cortadas de improviso y sin remedio. Si aceptamos dichas observaciones de base realista como cinematográficas, tendríamos que hacer lo mismo con un sinnúmero de cintas de ficción a lo largo de la historia, tantas que ni siquiera “Vértigo” de Hitchcock se salvaría.
Al respecto, Alfonso Cuarón es consciente de lo que hace, tiene una propuesta que mostrar y la plasma en una puesta en escena que visualmente enriquece una historia pasible, ella sí, de críticas justificadas por su componente simplón y transigido pero que se profundiza en sus propias limitaciones y supera su condición de deudora, en cuanto a su clima de tensión, de otros filmes como “Alien” de Ridley Scott, incluyendo cierta semejanza entre el personaje de la Dra. Stone, cuando se desenvuelve sola, con la Teniente Ripley interpretada por Sigourney Weaver.
Así pues, “Gravity” no es una obra maestra pero sí es una película que muestra un notable avance técnico en cuanto a rodaje, diseño de producción y post producción que produce imágenes muy creíbles y, a la vez, muy sugerentes que le dan un vuelo diferente después de haber sido combinadas en un montaje muy preciso. Se trata de una gran experiencia sin lugar a dudas.
GUSTAVO
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6
28 de abril de 2013
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Lo primero que salta a los sentidos al ver la película es que desde el comienzo quiere conectar el contexto de la crisis económica en EEUU en el 2008 y sus secuelas de desempleo e indigencia con el aumento de la violencia y muerte en las calles pero de una manera un poco forzada, más arbitraria y mucho menos sutil. Forzada y arbitraria porque, desde el punto de vista de la realidad objetiva a la que la misma película hace alusión, se sabe que la violencia norteamericana es cotidiana y trasciende cualquier causa coyuntural y demasiado obvia porque, hablando estrictamente del plano fílmico, se nota la intención de discursear sobre el tema sobre exponiendo la cantidad de voces de estaciones radiales e imágenes televisivas sobre la situación financiera.
Sin embargo más adelante hay una saludable corrección narrativa que mantiene el tono del discurso pero con menos decibeles, coincidente, además, con el cambio de Gobierno de Bush a Obama y la película recula un tanto sobre la denuncia adoptando la sugerencia y he aquí que tomamos nota sin mayores manipulaciones que las verdaderas causas de la violencia imperante son estructurales y que, en nuestro caso, el hilo de la madeja es suficientemente largo y anudado como para llegar a la entraña mafiosa que la mueve.
En general, las mejores escenas son aquellas que están liberadas del contexto explícito como la secuencia del asalto al garito y aquellas con diálogos soeces pero limpios entre personajes, excepción hecha de la lograda secuencia final donde su utilización es necesaria. Hay otra, como la de la brutal y repulsiva golpiza al administrador de juego Trattman (Ray Liotta), que evoca bien el estilo de Martin Scorsese pero que no conjuga con la propuesta. Por otro lado, la fotografía opaca también aporta en expresar la sordidez de los escenarios pero en el caso de los efectos especiales y los ralentíes habría que hacer una diferenciación: sirven en la medida que tienen relación con el título del filme, incluida la escena discutible, pero necesaria para el desarrollo de la trama, del personaje heroinómano, que se entienden como una forma de subrayar y alargar la acción aportándole drama encima del drama. Y no se justifican otros que solo están como relleno y “slapstick” humorístico como la voladura del auto.
El director Andrew Dominick es el mismo de “El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford” y en cierta forma repite la performance en el sentido de darle más importancia al cómo se pone en escena una historia que cuenta de antemano con un spoiler desde el título. Y esto pasa por el ritmo narrativo pausado, por los diálogos esmerados y por la dirección de actores que interpretan a menudo personajes que parecen venir del fin del mundo. Es en este último aspecto en donde el director se está haciendo un espacio dentro de la élite de los realizadores porque es notorio el pulimiento y el compromiso de los actores bajo su cargo aunque en esta oportunidad haya tenido la suerte de contar con los notables Richard Jenkins y James Gandolfini.
En cuanto a la actuación de Brad Pitt, quien es además productor de la cinta, está dentro de lo descrito y esperado pero está claro que su papel de sicario ajustador de cuentas no alcanza los ribetes del suceso protagónico de Jesse James y Robert Ford. Tampoco la cinta por supuesto.
GUSTAVO
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8
31 de marzo de 2013
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“The Master” no está lejos de “Magnolia” y “Pozos de ambición” dos cintas de la filmografía de Paul T. Anderson pues es una híbrida desde el fondo de las dos pero más compleja, enigmática e incluso retorcida. De "Magnolia" se perciben los destinos cruzados que se producen tanto de forma casual como causal porque Freddy Quell ( representado por un Joaquín Phoenix trabajado a partir de regímenes dietéticos y de su rebeldía natural frente a Hollywood), el ex marine que combatió en la Segunda Guerra Mundial, en su huida permanente, busca el puerto y el primer barco a punto de zarpar encontrándose justo con Lancaster Dodd (Phillip Seymour Hoffman, muy convincente) el líder de una secta existencial cuyos postulados siempre se encuentran en estado gaseoso o bien escondidos bajo tierra dentro de un baúl en algún lugar de un paraje desolado como si se tratara de un tesoro. Y también tenemos la presentación de dos hombres como seres afectados psicológicamente por su búsqueda fallida de la felicidad adoptando poses y ejerciendo actividades que son mascaradas de su propia realidad y de sus verdaderos sentimientos. Y si en "Petróleo sangriento" teníamos el enfrentamiento entre dos hombres de extracción e intereses muy distintos pero igualmente marcados por la codicia que, a pesar de todo, pactaban su destino; en "The Master" tenemos al etiquetado Maestro y a un seguidor advenedizo, muy diferentes en sus respectivos cuadros clínicos psiquiátricos, pero que comparten la rebeldía frente a la autoridad formal. Este rasgo es muy visible físicamente en el lado de Freddy, quien además está dominado por sus pulsiones sexuales, y muy retórico pero no menos descomunal por parte de Lancaster quien con su sectarismo pretende cuestionar incluso el método científico. Por esa identificación en lo contestatario, Freddy Quell y Lancaster se unen, aprenden uno del otro aunque no cambian su perfil en absoluto.
Pero la película que no es, por cierto, un mero ejercicio de estilo, adquiere personalidad cuando en el modus operandi de la organización aparecen los métodos empíricos y seudocientíficos para, supuestamente, desentrañar el pasado de las personas y lograr una cura de sus males congénitos o adquiridos. Primero constatamos el grado de resistencia que tienen estos en la sociedad culta cuando un extraño se cuela en una reunión de la secta y quiere expresar su desacuerdo siendo rechazado con insultos y agresiones físicas; lo que nos hace comparar la situación con los actuales debates en las redes sociales de internet donde las agresiones son múltiples pero solo verbales. Y por otro lado, es por ahí que la figura de Peggy (Amy Adams), la esposa de Lancaster Dodd, toma importancia como eminencia gris y factor dinamizador de la acción que obliga a Lancaster a seguir adelante en la empresa a pesar de todos los factores en contra. Pero también representa la base que da pie al enigma, a la duda y a la ambigüedad. Por ejemplo, solo podemos especular sobre las causas de su poderosa influencia que determina el comportamiento de Lancaster y que ocasionará, más de una vez, el término de la relación con Freddy. Hay algo grande y oculto en la situación que no terminamos de comprender porque esta vez, como nunca lo había hecho antes, Paul T. Anderson no quiere que lo hagamos. Aparte de escondernos información, nos aturde visualmente: en un solo plano mezcla la realidad con la imaginación como en la escena de canto y baile donde la discusión está en quién tiene el punto de vista alucinatorio o si todo es real y, en otras escenas, tanto los recuerdos como los sueños se desplazan casi siempre sin ninguna diferenciación artificial, cromática o narrativa. El director haciendo esto parece proponernos un experimento cinematográfico que sea análogo a los tres que, en simultáneo o consecutivamente, se somete Freddy Quell para intentar sanar de sus males: el de ver la película repetidamente para que el espectador saque sus propias conclusiones, que en un principio son abiertas, a partir de diversas interpretaciones o hacer de ella, en todo caso, una catarsis personal. O quitando las pretensiones, al menos que la visión de la cinta no se nos agote en una sola mirada y eso ya es decir bastante en medio de una cartelera dominada por la gran industria masificadora del cine.
GUSTAVO
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7
26 de enero de 2011
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Si la idea de esta película se hubiera entregado a algún otro director al uso, el resultado hubiera sido un “thriller” político mucho más convencional. Pero en manos de Roman Polansky se convierte en un ejercicio de estilo reconocible en los siguientes elementos de la puesta en escena: la ubicación y el uso de las locaciones, la ambientación, la fotografía y también el ritmo narrativo. Si nos referimos a las locaciones, éstas aportan un clima de misterio y acondicionamiento a la situación del personaje del Primer Ministro Británico, responsable y cómplice de violaciones de los Derechos Humanos, como un ser acosado pero aislado y a la vez protegido en un casa rodeada de máxima seguridad dentro de una isla inhóspita, desolada y siniestra, de la costa este de EEUU que se comunica con el continente solamente a través de un ferry donde se han producido hechos extraños que han derivado en el supuesto suicidio del anterior escritor “negro” al servicio del Sr. Adam Lang (Pierce Brosnan). La ambientación, por su lado, es muy importante por la explícita utilización de celulares, ordenadores, archivadores, fotos, ropa, mobiliario y el mismo manuscrito sobre las memorias de Lang porque es una cinta que literalmente se ve y se lee entre líneas a través de esos artículos y enseres que le van a servir al nuevo recluta a descifrar los enigmas. La fotografía de tintes oscuros le da a los interiores un ambiente opresivo y pesimista y el parejo ritmo narrativo trata de mantener el suspenso y la tensión hasta el último momento como ya hemos visto muchas veces antes en la filmografía del polaco. Las mejores escenas se producen por la mezcla correcta de estos factores, por ejemplo, en la oficina con el escritorio al lado de grandes ventanas que descubren la playa y el mar, en la nueva habitación donde el escritor es instalado, en los recorridos con el auto y también en el paseo en bicicleta o en el lobby del hotel.
No obstante, Polansky no consigue, estrictamente, el suspenso y la tensión análogos al de sus cintas anteriores, porque hace aparecer, adrede, a los villanos, aparentes o encubiertos, incluyendo la naturaleza de sus delitos, banalizados por una historia muy cercana a la realidad, demasiado corriente en el quehacer político de hoy en día y carente de una tradicional definición del carácter malévolo a cambio de sorprender en el fotograma final, como una forma polémica de convencer a los escépticos acostumbrados, como el fantasmal personaje interpretado por Ewan Mc Gregor, que el mundo occidental está gobernado por criminales poderosos, protegidos y ocultos que ya no se detienen en ninguna circunstancia.
Este, además, es un ejemplo de cine como marca registrada exitosa y posicionada en el mercado que tiene el nombre del director Roman Polansky y todos sus problemas judiciales. Y eso aumenta, innegablemente, su interés.
GUSTAVO
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