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España España · Calahorra
Críticas de Cangurito
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Críticas 65
Críticas ordenadas por utilidad
6
19 de febrero de 2017
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Queramos admitirlo o no, el ser humano forma parte de la naturaleza, y es por ello que sus principales preocupaciones deben ser respetarla, mantenerla y cuidarla. Aquí se nos presenta un ejemplo de la maravillosa fuerza que posee la naturaleza y la conexión y magia que tiene con las personas.

Lola (Maribel Verdú) a la desesperada viaja al fin del mundo, la lejana Patagonia, con su hijo autista Tristán (Joaquín Rapalini), para encontrarse con Beto (Joaquín Furriel), un hierático guardafauna que tiene una relación especial con las orcas, con las que llega a nadar y comunicarse. Ya que parece que el pequeño mostraba empatía y respondía con estímulos al ver esos animales en un documental sobre Beto.

De vez en cuando se agradece encontrarse en la cartelera con una película en la que no hay disparos ni violencia forzada. Lo que nos presenta el director Gerardo Olivares es una conmovedora historia basada en el libro autobiográfico de Roberto Bubas, el guardafaunas de la película. Quiero destacar el trabajo de mi paisana Shallua Sehk como una de las responsables del guion, que entremezcla el cine documental con el dramático a la perfección.

Llevándonos hasta la árida Patagonia, donde todo es grandioso y salvaje, donde ni siquiera llega el teléfono, donde uno se despoja de su vida anterior para empezar de nuevo en contacto pleno con la naturaleza, se nos regala una emotiva película en la que el amor que una madre siente por su hijo la lleva a hacer un acto de desesperación.

Una cinta que nos aporta mucha calma a partir de las imágenes que se nos ofrece de un lugar especial donde sus personajes podrán desquitarse de las pesadas mochilas que arrastran sus vidas pasadas. Una buena excusa para ver y apoyar nuestro querido y precario cine español.


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Cangurito
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6
19 de febrero de 2017
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El talento se tiene o no se tiene, no es algo que se puede comprar. Sí puede comprarse, en cambio, gente que baile el agua alrededor de quien no lo posee. Florence Foster Jenkins personificó el caso real de alguien que, a base de mucho dinero y poco pudor, se empeñó en que todo el mundo la conociera por sus inexistentes virtudes para el canto.

Florence (Meryl Streep), una rica heredera apasionada por la ópera, decide, apoyada por su esposo St. Clair Bayfield (Hugh Grant) y el pianista Cosmé McMoon (Simon Helberg), comenzar carrera como soprano pasados los sesenta. A pesar de su evidente carencia de oído y ritmo, la convencida Florence, con la complicidad de quienes la rodean, empieza a dar recitales con los que sorprendentemente siempre agota el papel y que la llevan a actuar incluso en el prestigioso Carnegie Hall de Nueva York.

El director británico Stephen Frears nos acerca aquí la última etapa de esta estrambótica criatura; pero lo hace de una manera dulcificada, mostrando la faceta más humana y sentimental del personaje.

“La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir nunca que no canté”

Hay que destacar los papeles interpretativos de Meryl Streep, que, sin caer en la caricaturización, te hace ver desde el primer momento a la verdadera Florence, y del a veces muy encasillado Hugh Grant, que borda el papel de marido protector de su delicada mujer ante la cruda evidencia. También muy reseñable es la banda sonora, de la que es responsable nuestro admirado Alexandre Desplat.

Una película liviana, pero muy entretenida que te hará pasar un buen rato al tiempo que descubre un personaje tan asombroso como extravagante que, a pesar de todo, pudo cumplir su sueño de infancia.

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Cangurito
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7
5 de junio de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los éxodos en los que la gente tiene que abandonar sus casas debido a las guerras, como ocurre en la actualidad con el pueblo sirio, son hechos de la historia que no gusta recordar. Aquí en Occidente, concretamente en Francia durante el Mayo de 1940 se produjo uno de los mayores éxodos rurales en el que millones de personas se vieron obligadas a dejar sus tranquilas vidas.

En el Mayo de 1940 los habitantes de un pequeño pueblo al norte de Francia huyen por carreteras hacia el sur en plena invasión alemana, dejando atrás todo lo que amaban. Tras ellos van un comunista alemán fugado del nazismo que busca desesperadamente a su hijo, el cual dejó a cargo de una profesora, y un oficial escocés que ha quedado rezagado en el combate.

Durante el viaje, nuestros protagonistas vivirán en primera persona la crudeza y realidad que acompaña al indefenso pero orgulloso pueblo que tiene que abandonar la tierra que le vio nacer con la incertidumbre de saber qué les deparará el camino.

El director Christian Carion muestra de una forma muy personal carente de maniqueísmo alguno, uno de los episodios más ocultados por nuestro país vecino al constituir una auténtica vergüenza nacional, donde el gobierno y el ejército abandonaron el pueblo a su suerte.

El perfecto trabajo de todos los componentes del reparto del que se rodea el director y la preciosa partitura que crea el maestro italiano Ennio Morricone, ayudan a cargar de sensibilidad esta historia que el director dedica a su madre , la cual vivió ese éxodo en sus propias carnes y que su hijo personifica en la joven maestra rural.

Una admirable y necesaria película que aunque pueda resultar incómoda nos recuerda un episodio que ahora, lamentablemente, se vuelve a repetir ante la impasibilidad, de nuevo, de los gobiernos que nos dirigen.

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Cangurito
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5
19 de febrero de 2017
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
David (Edgar Fox), un joven esquizofrénico tratado con unos métodos un tanto particulares por el doctor Friedhoff (Lluis Homar), aparece muerto en extrañas circunstancias en la bañera de su casa. Una misteriosa agente (Christy Escobar), encargada del caso, mantendrá un inquietante interrogatorio con el psiquiatra para intentar esclarecer lo sucedido. La película gira en torno a ese interrogatorio, al que se le van insertando diversos flashbacks.

El director rueda la mayor parte del metraje con cámara en movimiento –incluso cámara en manos del mismo protagonista–, intentado recrear así la agonía que padece. Quizás ese abuso de movimiento en los planos provoque cierta confusión en el público.

Carente de ritmo, la historia se me hizo algo tediosa y no logró atrapar mi atención prácticamente en ningún momento. Sí me gustaron, en cambio, los tres actores principales: tanto Lluis Homar, en el pellejo de oscuro psiquiatra, como Christy Escobar, la impasible agente, y Edgar Fox, como desquiciado joven esquizofrénico.

En definitiva, una cinta que, a pesar de su buena factura técnica y correctas actuaciones, no logra conectar con el espectador –al menos no lo hizo en mi caso. Con todo, le deseamos buena suerte: una ópera prima española siempre es una buena noticia.

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Cangurito
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7
27 de noviembre de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En estos momentos en los que la violencia está tan incrustada en nuestra sociedad que parece que está tomando las riendas de nuestra civilización derivándola hacia un futuro nada halagüeño, es gratificante poder encontrarte entre la cartelera, normalmente poblada de películas que sólo tratan de recaudar lo máximo posible en el mínimo tiempo, con una pequeña película japonesa que ofrece una visión positiva y esperanzadora sobre la condición humana.

Sentaro (Masatoshi Nagase), un solitario y triste hombre, regenta una pequeña pastelería en Tokio, donde prepara y sirve sin mucha ilusión Dorayakis, un dulce típico japonés consistente en dos bizcochos de forma redonda relleno de anko, una especie de judía dulce.

Un buen día Tokue (Kirin Kiki), una anciana, en apariencia frágil y desorientada, con una enfermedad en las manos, le ofrecerá su ayuda al comprobar que sus pasteles no reciben el trato especial que necesitan para conseguir el sabor ideal. Sentaro, a regañadientes y después de comprobar su delicioso anko, terminará aceptándola y dejándose guiar por el saber hacer de la sabia mujer.

Una dulce y sensible mirada a través de los ojos de una anciana, marcada desde joven por una terrible enfermedad, que busca la vida en cada pequeño detalle, desde la flor del cerezo hasta el canto de un canario, y que se contrapone con la del hombre de mediana edad que un día cometió un error, que todavía está pagando, y por el que vive condicionado. Un poético relato que nos habla de la soledad, la necesidad del ser humano por ser escuchado y compartir, la discriminación de la sociedad con los enfermos, y de la armonía con la naturaleza que nos rodea, que hace que la vida merezca la pena disfrutarla.

Una historia sencilla para degustar pausadamente, sin prisa, que nos dejará un poso de dulzura del que será difícil desprenderse y que hará plantearnos nuestro comportamiento con el prójimo y nuestro entorno.

Para dejarse embriagar por este exquisito dulce japonés..

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Cangurito
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