Amazon Prime ha vuelto a engañarme. Me ha colado una película bélica que tenía buena pinta y me he tragado una pieza de propaganda del tamaño de un buey.

No tengo edad para ver pelis de buenos y malos pero este truño dulzón y previsible nos enseña a unos sudistas que ayudan y aman a los negros (sin ser antiesclavistas, hasta ahí podíamos llegar), que luchan por su patria, la Confederación, pero que en el fondo son muy patriotas de EEUU y tras la derrota ayudan a impulsar la Unión.

Los actores son buenos pero alguien se ha olvidado de dirigirlos. No importa, ponemos música épica mientras unos críos patean el culo a los yankis.

La peli empieza y acaba contándonos que los cadetes de esa academia siguen honrando a los caídos en esa batalla siglo y medio después. Alguno de los homenajeadores es negro, que para eso todo el filme se ha producido y realizado: para destacar qué buenos y bonitos son los EEUU.

En varios momentos el espectador se siente como ante un vecino que te cuenta su vida sin que le importe una higa. ¿Por qué nos venderán en Europa estas cintas belicistas e infantiles?

Una compañera de trabajo ha visto cinco minutos de esta película y ha decidido que ya había visto suficiente, así que ha emigrado a otra plataforma de streaming.

Ha demostrado ser más inteligente, o menos masoquista, que yo.

Me he impuesto verla hasta el final, aunque solo fuera por descubrir qué rincones de Valladolid aparecen en la película o por la (remotísima) posibilidad de que los guionistas me sorprendieran con un desenlace alejado de lo previsible.

He de decir, con pesar, que la decepción ha sido absoluta.

De Valladolid se muestran rincones curiosos, como Fabio Nelli, San Benito o la plaza del Viejo Coso, pero falla estrepitosamente si pretendía despertar algo de interés por visitar la ciudad del Pisuerga.

En cuanto a la trama, volvemos a un camino que ya hemos recorrido decenas de veces, solo que esta vez con menos pericia que sus equivalentes británicos o norteamericanos: no se alcanza un mínimo nivel en lo que tiene de película infantil o nostálgica, pero tampoco como tributo a un conjunto musical.

De los protagonistas infantiles yo subrayaría que han despertado mi simpatía, pero que prometen más como bailarines que como actores. Y aquí mejor no dar nombres, no vayamos a frustrar antes de tiempo alguna carrera profesional.

En cuanto a los adultos, en general grandes profesionales, tampoco disponían de un guion para lucirse.

En definitiva, me inclino por valorar con un 4 a esta película ya vista, previsible, sin guion, que no saca partido al escenario y que ha fallado en el casting.

Se me olvidaba: tampoco acierta con la banda sonora. Ni con la elección de canciones ni con la forma de introducirlas en la historia.

¿Puede el trío formado por Stanley Donen, Cary Grant e Ingrid Bergman formar parte de una estafa cinematográfica que no tiene otro objeto que hacer caja aprovechando el tirón de las tres figuras? Lamentablemente, la respuesta es afirmativa y esta cinta se convierte en una trampa desagradable para quien busque pasar una tarde de buen cine.

No todo vale a la hora de criticar el oscurantismo y la credulidad que rodean a ciertos credos religiosos (o a todos). Resulta difícil imaginar qué circunstancias llevaron a todos estos buenos profesionales a juntarse para perder el tiempo con esta gamberrada sin gracia ni justificación, que además perjudicó su imagen pública. Woody Allen alcanzó el momento más bajo de su carrera. Me apunto a quemar públicamente ejemplares de esta deleznable película.

Hay determinadas biografías que dan por sí mismas, sin aditivos, para elaborar y ofrecer al público una historia apasionante, puede que también lacrimosa y alucinante.

Es el caso de Norma Jeane Baker, o Mortenson, que ha quedado grabada en nuestro cerebro por su nombre artístico, Marilyn Monroe.

No es la historia sobre un mito de Hollywood, sobre una rubia explosiva convertida en icono sexual.

Es la biografía de una niña desgraciada, con una infancia rota, que conoció muy pronto el aliento rancio de los hombres que la consideraban un objeto.

Norma Jeane quiso ser alguien, y para ello debió posar como pin up, desnudarse, dejarse follar por agentes y productores. Qué más da. Ya la habían violando de pequeña.

Así fue más sencillo dejarse usar por hombres poderosos, incluso por un atractivo presidente de EEUU, como objeto de desahogo.

Y fue más fácil, también, que millones de hombres la desearan, pero no como persona sino como cosa, que incluso el más nauseabundo de los fotógrafos de prensa le dijera obscenidades, le diera instrucciones de cómo debía posar.

Todo ello mientras pasaba de hombre a hombre, de marido a marido.

Contribuyendo, con su sacrificio, a extender un modelo anglosajón de belleza en un país y un mundo en el que las minorías empezaban a reivindicar un lugar bajo el sol. Y que tomaran buena nota las mujeres de lo que es un icono de belleza inalcanzable para ellas. Vosotras seguid enamoradas de Audrey Hepburn, que vuestros maridos me seguirán deseando a mí.

Me quedo casi sin espacio para hablar de esta película que danza entre realidad y ficción, entre cordura y locura, como instrumento para jugar con el espectador.

Y bien está.

Pero no es la película que merece Marilyn para hacer justicia a este juguete roto. Incluso puede que contribuya a confundir al público sobre la verdadera biografía de un ser desgraciado.

Un film recomendable, sí, pero no de visionado obligado.
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PD. Magníficos Ana de Armas y Adrien Brody.