La primera de Conan -que algunos quieren vendernos como una "obra maestra"- ya era malilla por muy diversas razones, comenzando por el hecho de que el guión de Stone y Milius -experto el primero de ellos en hacer malos guiones- traiciona de principio a fin al personaje de Howard y a uno siempre le queda la sensación de que al menos podían haberse leído las novelas (o tal vez los excelentes tebeos que Roy Thomas guionizó para Marvel). Qué menos. Pero esta ya es un despropósito absoluto de presupuesto incomprensible para los pírricos resultados que ofrece, que hace quedar mal incluso a un director siempre decente como lo era Richard Fleischer, y que no pasa ni como comedia de cacharrería de medio pelo.

Además, en este caso al guión horripilante de turno se le suma la pobrísima interpretación, el nefando reparto, el cartón piedra ostensible, unas transparencias extremadamente malas para una producción de 1984, e incluso un montaje cutre, apresurado, que hace parecer a Arnold más torpe peleando de lo que ya es en realidad. Ese Wilt Chamberlain del baloncesto reconvertido en pseudoactor encarna a la perfección lo que está película significa: un horror que no hay por donde cogerlo. Y se me dirá: "las hay mucho peores", a lo que contesto que sí, que las hay mucho peores, pero son honestas y no cometen el pecado original -habitual en las producciones del clan De Laurentiis, por cierto- de estafar al espectador y tratar de hacerse pasar por buenas. Si te vistes de primera fila, se te juzga como a tal.

Y encima ha envejecido fatal. Tan mal que ya ni la partitura de Poledouris la salva.

A menos que seas fanático de la espada y brujería -como es mi caso-, o un seguidor incondicional del Gobernador de California, no pierdas ni un minuto de tu vida. En serio.

Cabreante.