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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 922
Críticas ordenadas por utilidad
9
1 de octubre de 2021
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La voz dormida” fue la gran obra maestra literaria de Dulce Chacón que se convirtió por derecho propio y de forma instantánea en una novela imprescindible para acercarse a la postguerra y todo lo que significó vivirla para la gente humilde que se vio atrapada por las necesidades económicas y el hambre por un lado y por las infamias políticas por el otro. Para los que estamos precisamente en estos momentos enfrascados en la creación de una novela de postguerra después de la experiencia de mi colección de relatos (sí, una más, lo siento, pero creo que siempre resulta imprescindible y prometo que desde una visión novedosa),es importante comprobar la sabia y cuidada adaptación cinematográfica del texto literario por parte del cineasta andaluz Benito Zambrano, autor de momentos épicos de nuestro cine como “Solas” o “Intemperie”. Y todo ello cargado de sencillez, humildad y falta de pretensiones, porque precisamente con esas mimbres es con las que consigue armar un cesto inolvidable.

Con un estilo simple y sin alharacas, Zambrano tiene que hacer un esfuerzo de síntesis de la novela original que necesariamente corta algunos perfiles de los personajes y, sobre todo, no profundiza en el colectivo de presas políticas y sus redes de solidaridad, quizás lo más apasionante del original literario, pero en cambio sabe escarbar en nuestras emociones y ponerlas en carne viva en determinados fragmentos muy gráficos respecto a las torturas policiales de la época y de la dureza de un régimen que no tuvo ni la menor piedad con los vencidos. No consistía en redimirlos o convertirlos, sino en aniquilarlos sin que temblara el pulso, hacerlos desaparecer de la faz de la Tierra para siempre.

Es una cinta sobre los que no tienen nada para entregar un cine honesto y pegado a la tierra, señas de identidad propias de este cineasta, a la causa del silencio de las mujeres durante la dictadura franquista y, muy especialmente, de las mujeres encarceladas por rojas en condiciones infrahumanas. Mujeres recluidas por sus ideas políticas, tan torturadas o más que los hombres sin haber recibido los mismos honores por ello hasta el momento, ejecutadas sin poder despedirse de los suyos y sin piedad alguna, estirando una guerra que parecía no acabar nunca, o quizás es que no vaya a finalizar jamás.

Mujeres humilladas constantemente y teniendo que aprender a gestionar el dolor mucho mejor de lo que lo lograban los hombres, tan combatientes como ellos y en muchas más trincheras a golpe de coraje sacado de dentro y solidaridad femenina como única forma de subsistencia cuando todo lo demás había fallado.

La desmemoria es infinita en este país, y no es casual ni inocente, es profundamente premeditada. Por eso somos los que nos sentamos a escribir o los genios que ruedan buen cine como en el caso de Benito Zambrano los que estamos llamados a poner nuestra garganta a disposición de esa voz dormida que necesita ser rescatada para saber que la guerra es la máquina más diabólica jamás inventada por el ser humano con la única finalidad de que los pobres se maten entre sí para preservar los privilegios y las riquezas de los que lo tienen y lo controlan todo, como siempre fue y será.

Pero lo peor de nuestra experiencia histórica reciente no fue la Guerra Civil. Lo más dantesco y apocalíptico vino después del 1 de Abril de 1939, cuando el régimen triunfante decidió aniquilar a conciencia cualquier tipo de oposición o contestación interna de la manera más salvaje posible para que sirviera de escarmiento a la sociedad. “La voz dormida” nos cuenta que lo sufrió toda la población en general pero con un mayor ensañamiento con las mujeres en particular. Una guerra sórdida y silente que fue erradicando uno por uno a todo elemento subversivo o que pudiera parecerlo.

Los métodos fueron fundamentalmente físicos, pero Dulce Chacón en su novela y Benito Zambrano en su fidedigna traslación al cine dirigen sabiamente su mirada hacia los procedimientos psicológicos, inoculando en la población la dosis de terror suficiente para engendrar una capa de miedo tan densa que nadie pudiera escapar de ella ni plantearse el movimiento bajo ningún concepto. Y fue con este segundo método con el que Franco se impuso socialmente.

“La voz dormida” es una película basada en una novela coral y, lógicamente, tiene que prescindir de elementos colaterales y centrarse en las dos hermanas protagonistas del film, interpretadas soberbia y magistralmente por Inma Cuesta y María León. Su metraje nos permite bucear en un conjunto de mujeres republicanas encarceladas y de todo lo que les pasa a ellas y a sus allegados, de cómo todo evoluciona a peor, de cómo se sienten desamparadas por las potencias democráticas europeas cuando las dejan tiradas, de cómo sus historias de amor son cercenadas por la fuerza, de cómo pierden el contacto con sus hijos o directamente a sus propios hijos asesinados. Mujeres que eran personas de carne y hueso, que se llamaban Hortensia, Reme, Tomasa...

Pero también quieren mirar a mujeres como Pepita (el personaje de María León), apolítica por definición y vocación y que acaba enredada en la “causa” por cuestiones meramente familiares que la llevan a entender que es imposible mantenerse al margen del temporal cuando arrecia contra los tuyos.

Mujeres que lo han perdido todo, que sólo les resta la dignidad, que no están dispuestas a perder bajo ningún concepto. Y, por encima de todo, flota una preciosa e inolvidable nana andaluza sobre el metraje de la película que mereció, como no podría ser de otra forma, el Goya a la Mejor Canción en su edición de 2011.
Sergio Berbel
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9
22 de junio de 2021
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fatih Akin sigue empeñado en mostrarnos los márgenes de la realidad, lo que esconde la sociedad en sus pliegues para que pase desapercibido, lo que hemos optado por no mirar porque nos desagrada o nos incomoda. Nos planteó un dilema moral de una profundidad insondable con su obra maestra “En la sombra”, nos asomó al precipicio de la salud mental jugando en zona fronteriza en “Contra la pared”, nos muestra el terror más pavoroso por realista y tenebrista del psicokiller en el supuesto de “El monstruo de St. Pauli”.

No es una película fácil de ver ni complaciente rozando lo desagradablemente insostenible. Akin no escatima escenas que nos revuelven el estómago y sordidez a borbotones a la hora de contarnos en “El monstruo de St. Pauli” la repulsiva y repugnante vida de un psicópata que asesina mujeres, las descuartiza y esconde los trozos en un doble fondo de su minúsculo y sórdido ático. Todo es desasosegante, sucio, repulsivo, claustrofóbico en su protagonista y el medio en el que habita, tanto él personalmente como la pocilga en la que vive y a donde arrastra a sus víctimas para violarlas y acabar con su vida.

Su fealdad, su alcoholismo descontrolado y su profunda inadaptación social hace que tan sólo se relacione con ancianas tan alcoholizadas como él en el bar del barrio, un antro irrespirable donde se dan cita los desahuciados de un barrio marginal, lo más bajo del escalafón social, los perdidos entre los perdidos, los ciegos en un país de tuertos.

Lo más provocador de la propuesta es que estamos ante la traslación de unos hechos reales ocurridos durante la década de los 70 en Hamburgo, cruelmente reales, despiadadamente reales, porque seres como el protagonista del film se cruzan a veces por delante de nuestras vidas sin que lo percibamos para nuestra suerte, como le ocurre a la joven rubia que principia y cierra el metraje de la cinta, metáfora visual perfecta que Fatih Akin nos regala para cerrar una película perturbadora y desagradable pero apasionante en su miserabilidad más absoluta, una de las más absolutas que se hayan asomado a una pantalla de cine.

La interpretación de Jonas Dassler, alfa y omega de la película, es prodigiosa y nos hace creíble un personaje real que paradójicamente navega en los márgenes de lo sostenible narrativamente por el pavor que despierta y significa contemplar su vida y su obra.

Película que debe verse con el estómago vacío porque es tan desagradable y aterradora como la vida misma.
Sergio Berbel
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10
9 de mayo de 2021
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quisiera comenzar aclarando que suelo tener vetado el cine de terror tras un número más que suficiente de chascos, sobrevaloraciones y admiraciones infundadas de la crítica, cuyas virtudes yo jamás encuentro. No porque no me guste el género ab initio, sino porque el porcentaje de filmes malos que produce ahoga toda buena voluntad que se le ponga. Para lograr ver una buena cinta, tienes que sufrir un saco de cintas cargadas de fórmulas de manual, sustos con golpes de música, guiones dantescos y actores insufribles que se autoimitan de una película a otra de una forma infame. De la quema, en los últimos años, apenas se salvan como grandes films “A ghost story” de David Lowery, “Déjame entrar” de Tomas Alfredson o “Thelma” de Joachim Trier.

En cuanto a nuestro cine, desde “El orfanato” de Juan Antonio Bayona (de hecho, la única película de Bayona que me encanta) y “Mientras duermes” de Jaume Balagueró, tenía ante mí un agujero negro que me hizo abandonar el género. Pero en la edición de 2018 se coló una película de terror entre las grandes nominaciones a los Goya por primera vez y eso, además de que venía firmada con la solvencia de ese tal Paco Plaza, hizo que se despertara mi curiosidad malsana. Desde entonces, y tras varias revisiones de la misma, sigue formando parte de lo más selecto de mi alma cinéfila y de mis cintas imprescindibles.

“Verónica” es una joya del cine, una obra maestra, porque en ella se han conjuntado un cúmulo de causalidades que la hacen inmortal:

1.- La primera, por encima de todo y de todos, por encima de lo divino y lo humano, la diosa Sandra Escacena, una actriz adolescente que hace una de las mejores interpretaciones que he visto en mucho tiempo. Con su expresividad innata te hace sentir terror, desilusión, frustración, desorientación, locura, tristeza… Lo que le de la gana, porque ella es la reina y señora de la película y se apodera de la misma desde el primer minuto hasta el último. Lo que Sandra Escacena regala al mundo en “Verónica” es elixir de dioses en un nivel interpretativo sobrehumano que congela la sangre del más imperturbable. Sandra Escacena es un ser humano superdotado para la interpretación y su Verónica se perpetuará en tu mente para siempre una vez vista, sobre todo, gracias a ella. Y no puede estar mejor secundada por el resto de niños del elenco actoral que brillan sobremanera, pero Sandra lo es todo en esta maravillosa cinta. Decía Alfred Hitchcock que no se debía rodar con animales o con niños, pero porque no tuvo la suerte de contar con los que protagonizan esta película.

2.- La dirección de Paco Plaza, ya curtido en estas lides, creador junto con Jaume Balagueró de la saga de"REC" y dominador de los resortes del género con madurez y sabiduría, pero sin convencionalismos, jugando con los elementos clásicos del género pero combinados de otra manera nueva y un tanto autodidacta que consiguen embelesarme.

3.- La ambientación ochentera-noventera de toda la película, cuidada al detalle, desde la jingle publicitario de Centella (que cobrará en tu mente un tinte terrorífico ya para siempre desde que te lo redescubra el film) hasta lo más nimio del barrio de Vallecas en 1991.

4.- La música, porque hay que ser muy grande para regalar la atención máxima en un film de terror a los Héroes del Silencio, auténticos protagonistas de la película junto a la perfecta Sandra Escacena. La música de los Héroes es parte del propio guión del film, y la escena que se desarrolla mientras suena “Hechizo” eriza la piel sensible del cinéfilo de nivel.

5.- Y, quizás lo mejor de todo, lo más profundo y por lo que cobra valor esta película y se erige muy por encima de todas sus compañeras de género (a pesar de algún personaje arquetípico innecesario y un tanto molesto desde mi personal criterio como la monja ciega) es por la ambigüedad con la que en todo momento juega con el espectador la cinta, de principio a final, haciéndole dudar si estamos ante la descripción de la locura en la difícil etapa de la adolescencia cual “Cisne negro” hispano, o bien de fenómenos paranormales. La película es tan perfecta que admite ambas lecturas, y ambas son perfectamente válidas y encajan con el desarrollo narrativo propuesto por la obra maestra de Paco Plaza. Te puedes quedar con la que prefieras: la narración de una serie de elementos paranormales o (y ésta segunda es la que me apasiona a mí) la descripción minuciosa de las gravísimas consecuencias psicológicas que puede llegar a sufrir una adolescente que tiene que afrontar de forma simultánea sus propios cambios con la excesivamente pesada carga de tener que hacer de madre de tres hermanos menores ante una madre siempre ausente.

6.- Las continuas referencias que produce la película a “Cría cuervos”, la gran obra maestra de Carlos Saura y una de las mejores películas de la historia del cine. “Verónica” bebe directamente de la cinta de Saura en la conformación de un núcleo familiar propio de los niños ante el abandono de obligaciones por parte de los padres y Paco Plaza quiere subrayarlo tanto y es tan importante para él que el espectador ate este cabo, que se permite elegir como madre de Verónica a la propia Ana Torrent, para que el homenaje sea expreso y explícito.

7.- Lo más terrorífico de todo, que esta inmensa obra maestra esté inspirada en un caso real ocurrido en Vallecas en Junio de 1991. Hiela la sangre tan solo pensarlo.
Sergio Berbel
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9
11 de abril de 2021
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas obras cinematográficas o literarias a las que yo haya tenido acceso se han acercado con precisión quirúrgica al complejo, fascinante por terrorífico y desconocido mundo de las sectas, y a las consecuencias psicológicas que dejan para siempre en sus destrozadas víctimas. Y aún menos lo han logrado hacer además con credibilidad y coherencia. Se me ocurre en el caso de la literatura “Melocotones helados” de Espido Freire. En el ámbito cinematográfico, sin duda, destaca por encima de todas “Martha Marcy May Marlene”, la brillante ópera prima del poco prolífico Sean Durkin, que cumple una década y sigue teniendo la misma capacidad de perturbación y fascinación que el día de su estreno.

Con un estilo indie cuidado y esteticista, también en o musical (faceta en la que igualmente brilla), maravillosamente a medio camino entre el thriller de Hitchcock y la provocación y ambigüedad moral de Haneke, la cinta discurre de forma equilibrada y siempre alternativamente entre dos espacios temporales (el presente y el pasado) que se van mezclando ante los ojos del espectador para ir creando la terrible historia de una chica y sus insuperables secuelas por haber sido devorada mental y físicamente por una terrible secta dirigida por un despiadado iluminado experto en someter a adolescentes y tenerlos bajo su dominio en el marco de una comuna con forma de dictadura teocrática.

De guión impactante, seco y específico, sin concesiones de cara a la galería, directo y amargo, se ve perfectamente conjuntado por una estética ciertamente virtuosa, donde cada plano es una certera, medida y estudiada puñalada en el estómago del espectador hasta su ambiguo, desasosegante y desconcertante final.

El cine indie norteamericano (si es que todavía queda algo de ello tras el desembarco en el mismo de las grandes productoras a través de marcas blancas fundadas ex profeso) sigue dando aún gratas sorpresas de vez en cuando, y Sean Durkin hace una década con “Martha Marcy May Marlene” lo logró cum laude.

Todo ello gracias a la perturbadora, intensa y críptica interpretación de su protagonista, Elizabeth Olsen, tanto en la fase del pasado mostrando cómo su personalidad se va disolviendo a través de métodos abrasivos en el seno de la secta, como en el de la chica atormentada que logra escapar de semejante pesadilla y refugiarse en casa de su hermana y su cuñado, incapaces ambos de poder entender la magnitud de lo ocurrido en la mente de Martha y las terribles consecuencias para su salud mental que la experiencia ha marcado en su alma de forma indeleble. Todo ello contado a través de unos planos que respiran capacidad y necesidad de crear arte, impropios de un cineasta primerizo.
Sergio Berbel
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10
9 de abril de 2021
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todd Field, discreto actor pero extraordinario y superdotado director hacedor de obras maestras imperecederas, con tan solo dos películas en su filmografía se ha convertido en una referencia vital para el buen cinéfilo. Porque vaya dos películas, de esas que han marcado el cine de este siglo de forma definitiva: “Juegos secretos (Little children)” y, sobre todo, “En la habitación (In the bedroom)”, una de las películas claves de nuestro tiempo y una ópera prima deslumbrante y apabullante por su madurez, compromiso, capacidad de asumir riesgos y y forma de presentar maravillosas aristas cortantes.

Todd Field, a la altura del Clint Eastwood de “Mystic River” o del David Cronenberg de “Una historia de violencia” (y no exagero en la comparación en absoluto), nos quiere agarrar de la solapa y zarandearnos para preguntarnos cuándo y cómo es legítimo el uso de la violencia, por qué puede llegar a estar justificada, hasta dónde es admisible y en qué circunstancias los principios morales pueden dejarse caer en aras de la venganza. Porque esa y no otra es la premisa, tan valiente como necesaria, que interpela al atónito espectador de esta obra maestra absoluta para la historia del cine.

Esa habitación que da título a la cinta es el dormitorio donde un matrimonio cincuentón, protagonizado de forma mucho más que soberbia por Tom Wilkinson y Sissy Spacek, ni más ni menos, debaten sobre cómo afrontar el hecho de que su hijo adolescente ha iniciado una relación sentimental con una bellísima madre de dos hijos (una siempre apabullante Marisa Tomei que vuelve a demostrar con esta cinta y con “El luchador” de Darren Aronofsky que es incombustible y que tiene una capacidad inagotable para reinventarse) que padece un excónyuge violento y maltratador que se niega a desaparecer de su vida.

Ese trío actoral formado por Tom Wilkinson, Sissy Spacek y Marisa Tomei en pantalla es algo fuera de lo común, como lo es el duro, descarnado y coherente guión, al que no le sobra ni le falta una sola coma a la hora de poner sobre la mesa la narración del dolor en todas sus manifestaciones y acepciones. Marisa Tomei encarna aquí a una víctima de la violencia machista que se acaba convirtiendo en el detonante en torno al que se desarrolla la historia, de la que conviene saber cuanto menos mejor antes de verla, y paradójicamente sufrirla tanto como disfrutarla.

La madurez y capacidad de dirección de Todd Field ante un drama negro de aristas tan cortantes y planteamiento tan arriesgado está fuera de lo normal, con un clasicismo en la dirección que corta la respiración, sencillamente porque él es un director fuera de lo normal. Los juegos de reflejos en los espejos de sus protagonistas son de una altura sideral inalcanzable en una ópera prima para cualquier director normal. Fue la mejor película del planeta en 2001 con diferencia respecto a las demás. Que se llevara los Oscars “Una mente maravillosa” de Ron Howard dice todo sobre la enfermedad incurable de tales premios.

“En la habitación” es una película radicalmente imprescindible de ver y conforma junto con la única otra cinta de Todd Field, “Juegos prohibidos (Little children)” un binomio básico para el cinéfilo.
Sergio Berbel
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