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Argentina Argentina · santa fe
Críticas de rouse cairos
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Críticas 296
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
23 de octubre de 2014
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un mérito de “El justiciero” es que ofrece lo sugerido desde su título, reforzado con el protagonismo de Denzel Washington; pero esto sólo no le alcanza para posicionarse como una gran película. A lo largo de sus casi dos horas pueden reconocerse un cruce de innumerables films (desde “Taxi Driver” a “El perfecto asesino”; desde “Promesas del Este” a “Gangster americano” o el “Hombre en llamas”) y los ingredientes donde se suceden salpicones de cine negro, con mafiosos y policías corruptos, dinero mal habido, prostitutas víctimas y gente común que se esfuerza para mejorar a través de un trabajo honesto.
El argumento de “El Justiciero” proviene de una serie de televisión de los años ochenta, “The Equalizer”, sobre un agente secreto a quien los hechos lo empujan a volver a repartir una justicia elemental que no pasa por la ley ni el Derecho. Es la vieja fórmula para dar rienda suelta a lo que podría llamarse “la violencia de los buenos”, que exceptúa de su ética personal al enemigo.
El señor Mac Caul es alguien que se siente un caballero medieval en un tiempo que no responde a ese ideal de caballerosidad; un quijote honesto y protector de damas en infortunio. Un papel ideal para Denzel Washington que interpreta a un agente de la CIA retirado y solitario, empleado en un gran mercado de artículos para el hogar en Boston. Al estilo de Forest Whitaker en “El camino del samurai”, sus días transcurren con el ascetismo de quien ha resignado las tentaciones del dinero y los paraísos artificiales: trabaja sin descanso y dedica sus momentos de ocio a frecuentar un bar para consumir bebida sin alcohol en compañía de un libro. Tiene un trato amable con todos sus compañeros del trabajo, pero particularmente con un muchacho obeso (Johnny Skourtis) al que siempre aconseja y con una joven prostituta de origen ruso (Chloë Grace Moretz), con la que existe solamente una afinidad paternal.
El film comienza con una frase de Mark Twain que refiere a dos fechas fundamentales en la vida de todo hombre: su nacimiento y el día en que se descubre para qué se ha nacido. Recluido voluntariamente en un anonimato que disfruta, toda la impasibilidad del protagonista se verá interrumpida cuando la joven prostituta es salvajemente agredida y se trunca una negociación pacífica para lograr su independencia de la mafia que la explota. Ése será el disparador para que Mac Caul vuelva a los aspectos más oscuros de su vida anterior y comience su venganza hasta llegar a las últimas consecuencias, es decir hasta lo que él llama “la cabeza de la serpiente”.

El director Antoine Fuqua es un viejo conocido dentro del género y aquí demuestra una vez más su buen ojo para dirigir escenas de acción, pero no es tan eficaz a la hora de sorprender, porque todo lo que la película tiene para ofrecer ya se ha visto, de mejor y de peor manera.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
rouse cairos
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6
14 de octubre de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La letra tanguera de Cátulo Castillo en el poema “Desencuentro” resulta ideal para titular acerca del protagonista adolescente de la última película de Rejtman. No es casual que el tema esté reversionado por bandas generacionalmente más cercanas (*) a los jóvenes observados por este particular realizador.
“Dos disparos” tiene muchos puntos de contacto con el primer film (“Rapado”) del cineasta integrante del Nuevo Cine Argentino que, después de la democracia retomada en el ‘83, incorporó a la cinematografía local una notoria renovación anticostumbrista. Aunque ambas películas parten de poner el centro en un adolescente, luego recorren en paralelo y muy ácidamente el contexto de los adultos que rozan al mundo de estos jóvenes.
Mariano tiene 16 años y el film empieza con él bailando solo en la pista oscura, cruzada por luces y ruidos. Luego vemos su adormilado regreso en colectivo en una madrugada calurosa. Cuando llega a su casa, nada en la pileta mientras un perro muy activo está pendiente de sus movimientos. Después se pone a cortar el pasto y hay un cortocircuito que lo obliga a entrar al garaje de la casa en busca de herramientas para poder arreglar la cortadora de césped. Al abrir una caja encuentra una pistola. Entonces va a su dormitorio y se pega un balazo en la sien y otro en el estómago, milagrosamente sin demasiadas consecuencias: apenas un arañazo en la sien (el balazo queda bien visible en la pared del cuarto donde se estrelló) y la del estómago queda alojada en su cuerpo, provocando derivaciones cómicas, cada vez que tenga que dar la explicación de que tiene una bala adentro.

El film no arranca desde un punto de vista clásico sino que empieza por el intento de suicidio de un adolescente sin aparente jusfiticación; luego cambia constantemente de punto de vista y el protagonismo pasa a otros personajes. Se abren diversas subtramas que luego se pierden. Es cine de autor, que presenta una historia con tono y climas propios, sin demasiadas explicaciones y sin buscar mayor empatía con el espectador. Empieza siendo la historia de Mariano y de las repercusiones de sus actos, pero pronto empieza a girar hacia otros caminos. La trama inicial va dando paso a otras nuevas, algunas ridículas, otras no tanto, pero todas con toques humorísticos. A tal punto es así, que llega un momento en que los disparos iniciales parecen haber sido olvidados, en una comedia extrañísima con un componente dramático o un drama con condimentos humorísticos, pero que en cualquiera de los casos dibuja el retrato de una sociedad incomunicada. Como en sus obras anteriores, Rejtman nos introduce en un microuniverso donde el silencio es el gran protagonista, pero detrás de la impasibilidad visible hay mucha tela para cortar y no deja títere con cabeza.
Como en toda la filmografía rejmaniana existe un gran cuidado formal: el montaje es prolijo, la fotografía interesante y el casting de actores justifica ampliamente su elección. El crescendo narrativo y el costumbrismo son reemplazados por un calculado movimiento de piezas en el que es notoria la minuciosa elección de los encuadres y la construcción de los planos. Todo sustentado en un particular uso de la banda sonora, donde los ruidos ocupan mucho espacio y los diálogos son parcos. Aunque se apela a la voz en off, los personajes son esencialmente lo que hacen y no hablan.

Al espectador convencido de que el cine válido es solamente el que emociona y exalta; el que solamente es capaz de inquietarse con una intriga convencional y tranquilizarse con una moraleja final, seguramente le costará reconocerle méritos al cuarto largometraje de ficción de Martín Rejtman, porque su propuesta pasa por otro lado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
rouse cairos
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3
6 de octubre de 2014
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres jóvenes amigos subdesocupados, aburridos de subsistir haciendo lo que no les gusta, buscan en torno a una mesa de bar porteño, algo que les posibilite el dinero suficiente como para salir de su estancamiento. Entonces, como en la fábula clásica de la lechera y el cántaro, imaginan formas de salir inmediatamente de la chatura, sin contar con medios pero sí con muchas pretensiones. Uno de ellos, cree encontrar la solución en el cine: filmar algo con mínimo presupuesto pero que igual el público llene las salas. Sin ningún conocimiento profesional al respecto, suponen que el obstáculo más difícil será convencer al más famoso actor argentino del momento para que acepte filmar con ellos, lo que logran a partir de un equívoco.
Convencidos de que un nombre como el de Ricardo Darin puede ser la llave para abrirles las puertas del éxito, los tres pícaros intentarán realizar una película munidos de un equipo menos que precario y consultando un manual de principiantes. Así se construye un film adentro del film, que bien podría llamarse “El actor y los 3 chiflados”, donde ocurren todos los desatinos que una filmación normal evitaría.

Con una pizca de comedia costumbrista en torno a las divagaciones entre cervezas de los pibes de barrio (que van desde el mujeriego al descolgado); sumando un poco de comedia negra (la tenebrosa secuencia nocturna en el kiosco cerrado, donde entre nervios y risas se levanta el suspenso); hasta la delirante derivación final en una especie de falso documental con la participación de reconocidas figuras de los medios como Susana Giménez, Diego Torres, Mónica Gutiérrez, Guillermo Andino, Cecilia Laratro, Sergio Lapegüe, Catalina Dlugi y muchos más, el guión recorre un itinerario delirante que termina en un gran desmadre rompiendo todas las fronteras.

Calificar esta comedia de “absurda” no justifica que la risa sea un simple amontonamiento de equívocos y exageraciones o la permanente recurrencia al ridículo, al trazo grueso y al disparate. Quizás las escenas más logradas sean justamente aquellas donde aparece Ricardo Darín en el rodaje dentro del rodaje. Estos momentos recuerdan al film Ed Wood (1994) de Tim Burton y permite reírse de los errores garrafales que nunca deberían ocurrir en una pelicula normal.

El problema no es la falta de realismo , sino la falta de convicción para que todo el disparate tenga algún tipo de sentido, aun dentro de las propias reglas del film. El espíritu lúdico y desprejuiciado no le alcanza a la película para tomar altura ni funcionar más allá de la acumulación de chistes literales. Con planos chatos y pobres, personajes archiestereotipados y gags que se estiran insoportablemente en algunos casos, las subtramas van profundizando una torpeza improvisada y la comedia se desperdicia escena tras escena. Con actuaciones muy flojas y confusas ideas acerca del cine, “Delirium” es un film menor al que no le alcanza el paraguas de una figura mayor para no estrellarse.
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rouse cairos
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6
30 de septiembre de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La propuesta consiste en registrar retazos de diálogos y delirios de cinco atractivas chicas durante un día en la terraza de un edificio, mientras duran las horas soleadas. El recorte temporal no es al azar, esas horas pertenecen a un retazo de los noventa, con alusiones muy concretas, sobre todo tecnológicas y bastante menos sociológicas. El objetivo primordial de las amigas es tomar sol en compañía femenina para no aburrirse y porque es una opción barata, ya que los ahorros no alcanzan para irse de vacaciones.
En el elenco, se entrecruzan estrellas televisivas con actrices del cine independiente y el teatro vanguardista, formando un gineceo posmoderno donde sólo un perro mascota representa al género masculino (fugazmente también los bailarines del acto final que no veremos en primer plano).
A medida que aumenta la ola de calor, ellas irán ajustando los preparativos para participar esa misma noche en un concurso de salsa, donde existe la posibilidad de un premio en efectivo. Porque hay un deseo dando vueltas: el de un viaje a Cuba para prolongar el verano al menos dos semanas, pero como el ocio entretenido exige dinero, ellas se suben a la cresta del vórtice consumista, que a pesar de todo no está para nada distante de los días que corren.

Con pocos pero cuidados elementos formales y temáticos, la naranja se exprime hasta sacarle todo su jugo: una estrategia constante es el gran cuidado estético de las formas: el color, la composición de cada plano, con lo que se va construyendo un verosímil donde las chicas nos mantienen atentos a sus propuestas, confesiones y desatinos.

Aunque en “Insoladas”, la rutina de lo predecible se rompe en breves momentos, en que aparece alguna que otra sorpresa, por lo general se queda en la intrascendencia de un medio tono por momentos agradable, pero que no crece en las distintas escenas demasiado armadas (cuando no forzadas) que se acercan al cliché. Igualmente, sumando el encanto de algunos pasajes, la película tiene el mérito de no ser aburrida mientras transcurre a media sonrisa.
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rouse cairos
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4
16 de septiembre de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sandra Gugliotta es una de las respetables directoras argentinas que por la primera mitad de la década del noventa, junto a Caetano, Trapero y Martel, ente otros, dieron lugar al llamado Nuevo Cine Argentino. Realizadora de “Un día de suerte” (2002), “Las vidas posibles” (2007) y el documental “La Toma”, estrenado en 2013. “Arrebato” es su cuarto largometraje y su película más ambiciosa en términos de producción y pretensiones comerciales, aunque también es la más fallida. Parte de una propuesta interesante: un thriller sobre los celos y los límites entre realidad y ficción que se contaminan mutuamente.

“Arrebato” comienza inscribiéndose dentro del género policial, para derivar hacia el trhiller psicológico. Un escritor (Echarri), perturbado por los celos, influenciado por un crimen pasional que descubre en los periódicos, se deja llevar hacia contactos ominosos que desembocan en una muerte real.

Hay una primera escena que funciona como especie de prólogo autojustificativo, donde el protagonista-escritor explica ante un grupo de alumnos, algunos gajes del oficio. Dice que en un relato “lo que importa es el cómo”, que “con tal de entretener, todo vale; hasta el crimen”, y que “la banalidad y la brutalidad” pueden ir juntas. También sostiene la posibilidad de que, a fuerza de repetirse en una larga cadena de reiteraciones, un hecho termina por ser creído. Sobre el pizarrón un gráfico con flechas que van y vienen de la “Realidad” a la “Ficción” anticipan el contenido.

Con una construcción cinematográfica más o menos clásica en cuanto a la narración (donde resulta por lo menos de difícil justificación la inclusión de la repetición de una escena); con una fotografía correcta y una banda de sonido algo excedida en los acompañamientos incidentales, en general los problemas no tienen que ver con lo técnico, sino con un abordaje inseguro del género. Si bien el guión esquiva algunos lugares comunes, está repleto de escenas que no conducen a nada. El eje de la trama se desplaza y se pierde detrás de nimiedades intrascendentes, con una dirección apurada que resigna precisión en detalles para nada menores que afectan la construcción del verosímil.

Si bien “Arrebato” cumple con rasgos característicos del género, falla en un requisito importante: la identificación del público con sus personajes, sobre todo porque no resulta creíble el protagonista en su doble rol de escritor y de marido celoso que pasa de la indiferencia a la obsesión. Con una figura relevante como Pablo Echarri es evidente que se busca una alternativa posible a la dependencia de que un film esté actuado por Darín para atraer al público, pero sus jadeos y gestos desafortunados confirman definitivamente que la suya fue una elección equivocada. Por su parte, Mónica Antonópulos y Leticia Brédice hacen algunos aportes a la resbaladiza tensión dramática y erótica, pero -incluso con sus vestidos de alta moda- lucen desaprovechadas en su potencialidad actoral. Es una pena que Echarri, quien ha hecho papeles correctos en varios films de buen nivel, no haya podido encontrar la clave para hacer creíble a su sicótico personaje.

Con un comienzo prometedor, “Arrebato” termina naufragando por la irregular generación de suspenso. Predecible en sus vueltas argumentales, se apoya demasiado en la banda sonora para generar lo que no puede de otra forma y satura con música y respiraciones agitadas; menos al final, cuando por contraste utiliza el tema interpretado por una banda indie que habla del amor entre dos galaxias y que funciona irónicamente
rouse cairos
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