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Críticas de Argoderse
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Críticas 254
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
29 de marzo de 2021
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia de la humanidad se ha ido construyendo a través de los nómadas, que en un momento concreto dejan de serlo para asentarse en un punto fijo, y de ahí crear la civilización. Si en esa ubicación no hay prosperidad, vuelta de nuevo al camino, a seguir adelante y nunca detenerse.

Esa historia es más evidente en Estados Unidos, donde los colonos fueron asentándose y arrinconando a los nativos hasta casi su extinción. Probaban suerte en una zona y si no funcionaba: carretera y manta. Así hasta la actualidad.

El cine no ha sido ajeno a esto. Ya sea por ansias de fortuna o grandes depresiones, el norteamericano siempre se ha movido por el vasto territorio, por cuestión de supervivencia hasta encontrar un sitio en el que aposentarse. Y de no hallarlo, continuar en ruta. Ahí están Las uvas de la ira, La conquista del oeste o Luna de papel, como ejemplos más palpables. Pero también otros títulos como La quimera del oro, El tesoro de Sierra Madre o incluso El emperador del norte o Carnivale. En definitiva, títulos donde los protagonistas tratan de buscarse la vida de la mejor forma posible, inasequibles al desaliento.

Ahora, en pleno siglo XXI, llega una propuesta como Nomadland, dirigida por Chloé Zhao y protagonizada por Frances McDormand. Una apuesta más cercana a las obras de la Gran Depresión (1929) que a amasar oro.

Ser nómada es una elección, como cualquier otra. Reconozco que hay que tenerlos bien puestos para llevar una vida de este tipo. Algunos pensarán que las situaciones externas te obligan o condenan -esta palabra es un poco más fea- a emprender ese viaje de buscarte la vida así como puedas. Pero soy de los que piensan que nada está fuera, todo está dentro, y la clave está en elegir. Siempre tuviste elección, aunque a menudo fuera inconsciente.

No es el caso de los nómadas dibujados por Chloé Zhao. Aunque sus condiciones chocan con el estándar de vida occidental, son en su mayoría libres. Saben lo que han elegido y por qué. A pesar de algunos palos de la vida, casi siempre relacionados con la muerte o el trabajo, en sus caravanas se respira felicidad. Contenida, pero felicidad al fin y al cabo. Y sin embargo no es contagiosa, al menos para mi.

Me explico. Creo captar el mensaje de la directora, poniendo en escena a personajes de carne y hueso construidos con sinceridad y mucha verdad. Su propia verdad. En cambio me falta esa chispa para transmitir los valores. Veo mucha reflexión, mucho plano largo, pero poca enjundia. O como se suele decir, poca chicha. Se completa un año de experiencia, el de Fern, al que no llego a querer como algo propio. Insisto, será cosa mía.

Ya he hablado antes de títulos del género y la historia del cine donde, en esos sí, la emoción traspasaba la pantalla. Y no es cuestión de comparar, que no me lo propongo, pero ya que se hace algo en teoría original, echo de menos más riesgo, más pasión. Algo que únicamente logra moverme la música de Ludovico Einaudi. Ahí sí es un triunfo.

Como también es un punto a favor la elección de Frances McDormand para el papel protagonista. Me parece una actriz apabullante. Pero si estás narrando la historia de los nómadas, que recuerdan a aquellos pioneros que conquistaron el continente, insisto en que hace falta algo más de calor, de empuje. Una Frances como la de Tres anuncios en las afueras, Casi famosos o Fargo.

Ese carácter se asoma cuando comparte planos con otro actor maravilloso como David Strathairn, fiel escudero para lucimiento de McDormand. Hay cierta tensión entre ellos, pero no corta el ambiente. Y eso al final me hace ver que estoy ante un título correcto, bien conjugada la escena con la fotografía y la música, pero ya está. Insisto, será cosa mía.

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6
1 de febrero de 2021
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El thriller español goza de buena salud. El último ejemplo de esto es Bajocero, dirigida por Lluis Quilez, que firma el guion junto a Fernando Navarro. Un historia con muchos recovecos, donde se juega al despiste y nada es lo que parece.

El guión tiene alguna que otra fisura de verosimilitud, incluso más de un cliché del que no se puede decir mucho más, pues se corre el riesgo de descubrir el pastel. Sin embargo, mantiene la tensión suficiente para apañarte una tarde de sábado, pues la historia no se hace pesada, e incluso va más allá del entretenimiento, con algún que otro detalle muy de actualidad en nuestro sistema judicial y social.

Bajocero, paradójicamente, no te deja helado, pese a la frialdad que muestran sus personajes. Frialdad entendida desde el punto de vista humano, puesto que gran parte de ellos construyen su supervivencia sobre la amoralidad y la insensibilidad. Se hace lo que dice el reglamento, por un lado, y por otro: sálvese quien pueda. Si bien ese egoísmo nato se va limando conforme a las pruebas que se les van planteando, puesto que entienden que: o todos a una, o nos hundimos. Metáfora muy a tener en cuenta estos días.

Unos protagonistas, digo, que brillan gracias a su acertado reparto. Premio para los directores de casting, porque Javier Gutiérrez, Karra Elejalde, Luis Callejo, Patrick Criado, Andrés Gertrudix, Isak Férriz, Miquel Gelabert, Édgar Vittorino y Florín Opritescu están de dulce. Todos aprovechan su momento frente a la cámara, dando rienda suelta a su talento.

Lluís Quílez y Fernando Navarro saben repartir los minutos, pese a tener la tentación de dejarlo en un mano a mano entre Gutiérrez y Elejalde, sublimes siempre. Pero claro, cuando tienes a Luis Callejo y Patrick Criado en tu equipo es un pecado desaprovecharlos. Por fortuna, aquí sí se valen de ellos para mantener el tono de una película, que va de menos a más.

Esa tensión e intriga sobre la que se cimienta este trabajo por el que ha apostado Netflix, se incrementa por la claustrofobia que produce el interior del camión blindado, donde se desarrolla la mayor parte de la obra. Es un valor añadido, puesto que la fatiga y estrés de los protagonistas se siente como propia.

Sin grandes pretensiones, por tanto, Bajocero es de ese cine resultón que mantiene el misterio hasta el final. Un desenlace que se marcha al otro extremo. Es decir, pasa del gélido inicio y desarrollo a una pasión desaforada, no se miden los tiempos, alargándose más de la cuenta. Pero todo sea por el bien del espectáculo.

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8
30 de enero de 2021
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué curioso que las noticias, hoy que sirven para lanzarse mierda entre unos y otros, puedan utilizarse para curar heridas, civilizar y unir a una sociedad devastada por la guerra. Pues eso viene a hacer Noticias del gran mundo (traducida así en español), una suerte de 'road movie' que junta de nuevo a Tom Hanks y Paul Greengrass.

Greengrass es un director espectacular. Y no porque sea bueno, que lo es, sino porque sus películas llevan intrínsecas una acción a la altura de pocos. Sin embargo, en esta adaptación de la novela de Paulette Jiles, el británico se toma con calma esta especie de conquista del oeste, para hermanar de nuevo a unos estadounidenses que se han violado y asesinado durante años, en una cruenta Guerra Civil.

Más reflexivo, sujeta las riendas de una caballo que a veces galopa con duelos propios del western, pero no uno al uso, sino con tonos oscuros donde poco a poco se abre paso la luz que llevan Tom Hanks y el descubrimiento de Helena Zengel.

Para acompañar a ese halo reflexivo, Paul Greengrass recurre a a la fotografía de Dariusz Wolski, colaborador habitual de Ridley Scott en Marte, Todo el dinero del mundo, o Alien Covenant. También facturó películas de aventuras como Piratas del caribe (2003) y no es ajeno al paisaje texano, pues fue el responsable de la fotografía de The Mexican.

De todas ellas hay imágenes aquí, con planos abiertos que dibujan la inmensidad de un país, aún por conquistar. Un estado donde víctimas y verdugos cambian de bando, están condenados a entenderse si no quieren pudrirse en el barro de la miseria y la barbarie. Así que la civilización, en el carro tirado por Hanks, va abriéndose paso, no sin dificultad.

A ese ambiente crepuscular le pone la guinda la música de James Newton Howard, responsable de la banda sonora de El sexto sentido, Pretty Woman o El fugitivo. Poderosa partitura la suya, a la que auguro algún que otro premio. Mínimo, una nominación.

News of the World bebe del agua que da la fuente de Centauros del desierto, y aunque con menos acción, también os recordará a Valor de ley. Mientras Estados Unidos se lame las heridas de su guerra, los nativos siguen siendo exterminados por los colonos y el ejército. Un genocidio que Kevin Costner retrataba a las mil maravillas en Bailando con lobos, y por el que aquí se pasa de refilón. La relación entre el capitán y la niña germano-kiowa es la cara amable de esto, y solo en dos escenas puntuales, entre el viento y la oscura noche, se muestra el éxodo de un pueblo avocado a la extinción por parte del hombre blanco

¿Podría haber mostrado más de esto? Tal vez, pero para eso está el trabajo de Costner, al que también os recordará con más detalle en Mensajero del futuro, y no es cuestión de plagiar ni repetirse. Así como nueva creación que combina el drama, la aventura y el western, esta road movie llamada News of the World es un notable trabajo para empezar este año tan raro. Apenas estrenada en salas llegará a Netflix el 10 de febrero. Una lástima, porque su fotografía no será la misma. Pero como muestra la película de Paul Greengrass, no se puede ir contra el "progreso".

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8
8 de enero de 2021
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La trampa de la muerte no solo es una alegoría de la vida, sino también una de esas joyas escondidas del cine de los ochenta. Concretamente: 1982, cuando el eterno Sidney Lumet adaptaba a la gran pantalla la novela de Ira Levin. Una mezcla entre la intriga, la comedia negra y el crimen, con un aire muy teatral y un reparto encabezado por Michael Caine y Christopher Reeve, que están perfectos.

Si por algo es tan buena La trampa de la muerte es por los giros de guion que propone el texto de Jay Presson Allen. Encerrados en un salón, los protagonistas son engañados una y otra vez por la dichosa parca, en una suerte de comedia de enredo, donde el argumento es más goloso todavía merced a grandísimas interpretaciones.

Empezado por Michael Caine, brillante en esos abscesos de ira, por momentos histriónico y muy, muy divertido. Una vis cómica que el británico suele mostrar con elegancia y compostura, pero que aquí se convierte en un torbellino, al mismo estilo que en la deliciosa Sin Pistas. Y junto a él, un arrebatador Christopher Reeve, que deja a un lado Superman, para ponerse un traje, a caballo entre el humor y la sociopatía. Deslumbrante y apabulladora la química entre los dos, que años más tarde compartieron planos también en la notable ¡Qué ruina de función!, la también comedia teatral de Peter Bogdanovich.

Sabes que Lumet fue uno de los grandes, cuando recuerdas que hizo obras maestras como Doce hombres sin piedad, Tarde de perros, Network, El príncipe de la ciudad, Asesinato en el Orient Express o Serpico, y de repente descubres una comedia minimalista como Deathtrap, donde sin hacer mucho ruido, te lleva al cielo del entretenimiento en un pis pas.

En todas esas producciones, los protagonistas siempre llegaban al límite de sus capacidades. En el extremo, Lumet sacaba lo mejor de ellos. Y si era en ambientes cargados, asfixiantes, como en una olla a presión a punto de estallar, más aún. La trampa de la muerte vuelve a ser una prueba de todo ese universo construido por el cineasta estadounidense, al que vale rememorar en cualquier momento.

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10
23 de diciembre de 2020
64 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
El alzheimer es una de las enfermedades más cabronas que pueda existir. Poco a poco va borrando tus recuerdos, una memoria que guarda la experiencia de tu existencia. Básicamente, a arañazos, te despoja de tu vida hasta que la arranca de cuajo, y al final no sabes quién fuiste, quién eres, ni quién te rodea. Un verdadero drama, que no solo afecta a quien la padece, sino al que está al lado, que ve como se deteriora lentamente y sin remedio la persona que lo padece.

Ese dolor lo transmite El padre, opera prima de Florian Zeller. ¡Y vaya debut! Nada más y nada menos que con dos oscarizados actores como Anthony Hopkins y Olivia Colman. Palabras mayores. Padre e hija en la ficción, que brindan un mano a mano emocionante y portentoso. Una exhibición de los dos.

El padre va planteando un abanico de situaciones y cuestiones que no solo llevan al límite a los personajes, sino al espectador, que entra de lleno en la historia. Al menos a mi me ocurrió. Esos dilemas que experimenta Colman, de vivir su vida pero a la vez atormentada por la sensación de abandono del padre, que a su vez la menosprecia siempre que puede. Una dualidad de pensamiento y emoción, que no termina de unificarse, provocando en la actriz un desasosiego, que ella te lanza al otro lado de la pantalla.

Esta Olivia Colman tiene mucho de aquella de Redención (Tyrannosaur), dirigida en 2011 por Paddy Considine, y que soportaba el maltrato de Eddie Marsan, al mismo tiempo que se daba cuenta de la fuerza de su interior. Ella es el daño colateral del alzheimer, que ha venido a empujarla a iniciar una nueva vida, a resolver los conflictos con su padre. ¿Había otra elección? Pues tal vez, pero Zeller decide que sea desde el dolor. Y de verdad que duele.

Pero si la aflicción de Colman es penetrante, la de Anthony Hopkins es bárbara. Qué exhibición, en serio. El oscarizado actor está de diez, protagonizando auténticos momentos de terror. No es necesario recurrir a fantasmas para provocar pánico, cuando uno mismo es capaz de transmitir ese miedo en forma de enfermedad. Estoy seguro que esos estragos del alzheimer no son ni el uno por ciento de un caso real, pero la sola evidencia a de esa demencia y el deterioro al que somete al protagonista, provoca un espanto increíble.

Y aún así, hay momentos en los que Hopkins te saca una sonrisa, para de repente darte un bofetón de realidad, que te deja planchado en la butaca, casi al borde de la lágrima. Una metáfora de este 2020. Una obra para no olvidar, la de Florian Zeller.

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