Los juegos cada vez son más realistas. Intentan plasmar de forma más exacta la realidad, o al menos, que la ficción se haga tan cierta como sea posible. Las gafas para ver tres dimensiones ya son una realidad, que con sus limitaciones, ya tiene a sus seguidores, y el siguiente paso, o al menos alguno posterior, pero probablemente cercano al siguiente será el poder interactuar realmente con las cosas virtuales que nos rodeen.

Jumanji va por encima de eso incluso. Lo que plantea es que lo que ocurre en el juego sea realmente empírico. Si tienen que aparecer hipopótamos, aparecen hipopótamos, y no imágenes virtuales de hipopótamos.

Aquí Williams, como hace de vez en cuando, sale de ese papel de persona que puede enseñar a alguien en problemas para convertirse en un superviviente en problemas con la posibilidad de volver a ser persona y vivir entre los humanos.

Los niños y el Crusoe del Monopoly tienen que acabar el juego que en su día Williams solo no pudo acabar, y si no acaba ahora, pues pueden darse por jodidos. Ellos y el mundo que les rodea. Animalicos, desastres selvático-naturales, cazadores empecinados… todo son problemas y a todos tendrán que enfrentarse en el juego a vida o muerte al que se enfrentan.

Vamos, que en general te entretiene, pero ya está. Es una películilla para echar la tarde en familia y ya está. Es el tipo de película que ves varias (incluso muchas) veces en la televisión, porque a falta de nada mejor que hacer, esto no es tan malo. Y si no, ya me lo diréis la próxima vez que la echen por TV.

Seagal es un puto cocinero. Está claro que si no, no se podría hinchar a dar hostias como hogazas. Todo un grande. Debe ser el único tío del mundo que con una sartén puede darles una paliza a treinta tíos entrenados para combatir contra militares entrenados. Y quien dice treinta, dice doscientos.

El tío se dedica a darles piñas y leches y a batir los huevos de los malos malosos a ritmo vertiginoso. Y además salvar a una chati indefensa que llega a un portaaviones dentro de una tarta. Solo Seagal puede acabar con una amenaza terrorista, ligar con una pibilla en bañador solo ayudado por un untador de mantequilla y un par de zanahorias.

Solo un cocinero exfoca puede salvar al mundo del enemigo.

Divertida e intensa, como la mayoría de las películas del amigo Steven.

Burton, ese tipo con un mundo interior peculiar y oscuro y de quien, para bien o para mal, he visto todo lo que hizo entre Bitelchús y La novia cadáver. Muy irregular en sus resultados. Tiene desde basuras insufribles como Sleepy Hollow a obras maestras como la película que nos ocupa.

Desde luego, a toda película de Burton le ayuda que aparezca Depp, ejerciendo de labores de muso. Depp vuelve a compenetrarse hasta límites insospechados con el director. Más exactamente, aquí comienza ese idilio que tantas películas han dado.

Y lo que te rondaré, morena.

Con Eduardo Manostijeras hemos topado con la joya de la corona del cine de Burton. Es una película maravillosa, con un personaje bello y estremecedor a partes iguales como es el propio Eduardo. A esta historia triste del niño que no es niño, de un robot que no es un robot, que está a medio hacer, y para que todo sea un poco más triste, se añade una figura adolescente. Ryder es quien se encarga de dar vida a Kim, la adolescente, una joven que por diferentes circunstancias, acaba enamorándose del señor Manostijeras. Ambos son inocentes, aunque cada uno a su estilo.

La historia es triste. Te arrastra por un mundo desconfiado y malvado con premeditación. La gente es mala, pero será algo que solo se ve después… en primera instancia todo el mundo acepta al pobrecito Eduardo. Solo Kim le acepta realmente por como es.

Justo aquí viene el cambio. La historia de amor es bella. Penetra hasta las mismas entrañas para muestra hasta donde puede llegar esa fuerza de la que Burton representa al amor. Siempre en ese mundo estrambótico todo sobresale siempre de forma exagerada. Pero es lo que se requiere y por eso el resultado es inmejorable.

Impagable la escena del colchón de agua…

Una película entretenida se hace breve. No estoy descubriendo nada que cualquiera de nosotros pueda saber ya. Con Última llamada pasa eso, pero es que encima, por si misma, es muy breve. Menos de una hora y media. Impresionante. Dura el tiempo justo y necesario para ser una película vibrante e intensa. No hay espacio para el relax. Conforme empieza la película, y en menos de cinco minutos ya estás en medio del conflicto.

Colin Farrell, por fin, encuentra un papel hecho para el. O eso, o por fin ha conseguido parecer actor. Impresionante. El siente desasosiego y tu lo sientes con el. El está agobiado por la situación que no puede controlar y tú le acompañas en su sufrimiento. La mano de Schumacher no tiembla en este film. Después de muchos años consigue hacer una gran obra desde Un día de furia.

Toda la película, gracias a esta alineación cósmica, es un ejercicio magnífico de cómo debe ser un thriller. Siempre activo. Con tensión todo el tiempo. Conociendo desde el principio quién es el bueno y el malo de la película y pudiendo, en algunos momentos ver las motivaciones que han llevado a ambos a llegar a aquella situación límite. Que estén justificadas o no, ya es cosa del espectador.

Es estupenda. Una auténtica y grata sorpresa. Y en muchos sentidos.

Lo normal en una película es que las opiniones sean dispares. A unos les gusta, a otros no, e incluso hay quien la ama y quien la odia. Pasando por todos los tonos intermedios. Un paso por encima estarían aquellas películas sin tonos intermedios. Escasean, pero ahí están. Son aquellas que casi la mitad odia, casi otra mitad ama con locura y el escaso resto se mantiene en un extraño centro. Por último, nos encontraríamos con una rara avis en esto del cine. El grupo lo componen esas películas que dividen a la gente en dos opiniones extrañamente contrapuestas. Unos opinan que está sobrevalorada y el resto que está infravalorada. Que cosas…

Es peculiar esta situación y Atrapado en el tiempo entra dentro de este último tipo de películas, y quizá en esto radica parte de su grandeza. El resto es Ramis, que hace un trabajo casi perfecto en la película, un Murray en estado de gracia, demostrando como se actúa y un poco de nostalgia. Es muy probable que esta fuese la única película realmente buena que por costumbre ponían en televisión por navidad. Formaba parte de la tripleta que formaba junto a E.T. y Los fantasmas atacan al jefe.

Todo el lío está montado porque Murray no puede dejar de vivir una y otra vez el mismo día, y haga lo que haga vuelve a empezar otra vez. Se esfuerza en hacerlo mal, y se esfuerza en hacerlo bien. No importa, cada día dura como mucho un día y sabiendo que se va a repetir el problema no esta en errar sino en saber como solucionarlo y aspirar al día ideal. Y MacDowell en su mejor época es un buen incentivo para Murray.

La lucha que mantiene éste para hacer feliz a la que quiere que sea su chati y para buscar la suya propia en fragmentos de un solo día. Son, en primer momento, para tantear el terreno. Enseguida se abandona a esa suerte que sabe que le ha tocado en desgracia (o no) y aunque al principio se desespera, después lo asume y lucha. ¡Vaya si lucha! Ya que parece que todo lo va a poder repetir por siempre, que menos que poder conquistar cada día a la mujer de sus sueños. Una oportunidad así solo reservada a Murray. Y bien aprovechada solo por el. Nadie mejor para mostrarnos la desesperación que sufre Phil, ni para enseñarnos lo bien que se siente cuando progresa en su periplo hacia el día perfecto.