Haz click aquí para copiar la URL
España España · Villanueva de la Serena (Extremadura)
Críticas de Josey Wales
<< 1 2
Críticas 9
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
10 de enero de 2013
308 de 462 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tanto tiempo siguiendo la filmografía del bueno de Quentin me ha servido para reafirmarme en la idea de que al "enfant terrible" del cine independiente americano ya no le apetece hacer películas con mayúscula, ya no le divierte. Ahora prefiere hacer entretenimiento puro y duro, muy bien hecho además. Prefiere invertir el talento y la desbordante creatividad que otrora mostró con inigualable estilo, en "collages" como el que nos ocupa, descuidando e incluso me atrevo a decir que despreciando su anterior concepción del cine. Uno tiene la sensación de que Tarantino se ha cansado de aquél Tarantino del que se esperaba algo fresco y único, se ha cansado de levantar expectativas y verse obligado a cumplirlas y parece haber encontrado una fórmula que divierte tanto a incondicionales como a sí mismo.

La tan esperada incursión en el "spaghetti" del eterno admirador del "spaghetti" no es ni una visión personal de aquella celebrada reinterpretación del western, ni un homenaje. Homenaje al "spaghetti" son las perlas que el propio director angelino introducía en sus Kill Bills y aquellas que inundaban su última película. Eran detalles, guiños que con cierta elegancia introducía puntualmente en historias fuera de contexto. Y eran de agradecer. Las referencias en directores con estilo nunca sobran.
Lo que Tarantino perpetra en Django desencadenado es un homenaje a sus propios homenajes. No sólo los referentes al propio "spaghetti western", si no el excesivo subrayado sangriento de cada disparo que nos remite a su gusto por la serie B y a su pasión por "lo japo". Uno asiste a una sucesión de lugares comunes tarantinianos, que sólo generan complacencia en su público, que asiste adulante a cada tic, a cada guiño, a cada gesto de complicidad. Tarantino ya no homenajea al cine, ya no muestra sus influencias. Se limita a centrifugar sus propias manías y a compartirlas en pantalla con aquellos que pasaron de disfrutar con su cine inicial a disfrutar con su persona.

Dio un giro con Kill Bill, se centró en el "siempre quise hacer una peli de japos", pero aquello seguía siendo una película en sí misma. Hizo lo propio con Grindhouse aunque con horroroso resultado. Y lo que parecía ser un alto en el camino con Malditos Bastardos parece la continuación de una senda que uno no sabe muy bien hacia donde lleva, salvo al interior de Tarantino.

La película es entretenida, aún siendo larga como un domingo de resaca sin novia. Es visualmente estimulante, tiene un argumento bien llevado, mantiene cierta tensión aunque llega un momento en que lo formal se merienda al trasfondo. Está muy bien interpretada, especialmente por Waltz y DiCaprio. A ratos bien musicada y a ratos atrozmente. El anacronismo es gracioso cuando no se abusa de él pero...¿Hip hop y Morricone? Por dios bendito Quentin, frena un poco con la fusión que me entran ardores.
A partir de la primera media hora, tuve la sensación de estar viendo Malditos Bastardos en el Oeste. No por argumento, no por guión, no por contexto. Pero es la misma estructura, la misma idea. Tarantino reescribe la historia, again.
Escoge dramas históricos, auténticas tragedias colectivas e inflige la venganza pertinente. Frivoliza, gamberrea, ridiculiza. A algunos les parece una falta de respeto, a mi me parece que el que el que se tome esto en serio simplemente tiene ganas de gresca. Si en la anterior cinta fueron los nazis, ahora son los esclavistas.

Yo te perdono por lo que fuiste, porque me caes bien, porque ver cada nuevo parto nunca es una pérdida de tiempo, pero amigo, deja de mirarte el ombligo, levanta ese divino mentón y vuelve a hacer pelis, que talento te sobra, crack.
Josey Wales
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
9
10 de diciembre de 2012
24 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿A qué profundidad se puede enterrar un sentimiento para mantener un discurso interno coherente con el paso del tiempo? ¿Años? ¿Décadas? ¿Toda una vida? Experimentar el desasosiego de descubrir que se han tomado las decisiones equivocadas, encarar esa terrible pérdida, reencontrarte con ese sufrimiento, tomar el té con él y marcharte sin modificar el gesto. No se me ocurre una mejor definición de drama.
Ese nudo en la garganta que la circunstancia no te permite desenmarañar. Una lástima. Otra vez esa sensación de estar cerca de hacer algo verdadero por una vez en la vida y otra vez el desencanto que sucede al fracaso, acrecentado por un deseo alimentado durante años.
¿Así es la vida? Así de puta puede llegar a ser.

"Lo que queda del día" (James Ivory, 1992) cuenta la historia del Sr. Stevens, un impecable mayordomo al servicio de un importante Lord inglés durante el periodo que separa a los dos grandes conflictos bélicos del s. XX. La historia se nos narra a través de dos hilos conductores que se entrelazan. El primero de ellos nos sitúa a finales de los años '50 cuando el Sr. Stevens realiza un viaje de reencuentro con su propio pasado, y el segundo es un largo flashback que nos relata la vida en la mansión inglesa durante el período de entreguerras a través de los ojos del mayordomo y su ama de llaves. Como telón de fondo se asiste a importantes reuniones diplomáticas en las que se dilucida el futuro de Europa y del mundo.
Ivory nos ofrece una realización tan elegante y contenida como el propio personaje protagonista. Narrada con gran pulso, las historias presente y pasada se funden en el momento adecuado para generar un clímax que resulta natural, nunca impostado. La cinta cuenta, además, con la fantástica banda sonora de Richard Robbins que genera una atmósfera de incertidumbre muy lograda y subraya con acierto los momentos cumbre.
Anthony Hopkins y Emma Thomson nos brindan dos interpretaciones verdaderamente magistrales. En el caso del actor inglés, bien podría tratarse de su mejor trabajo y eso son palabras mayores. Ambos son personajes con un exacerbado sentido del deber – llevado al extremo en el caso del mayordomo – herméticos y sin vida personal. Se puede divagar en torno a la cobardía del Sr. Stevens, achacar su frialdad a la falta de agallas, pero la sensación que termina dejando su personaje es la de un ser humano que no conoce esa forma de comunicación íntima.
¿Qué ocurre cuando el "lenguaje" aprendido no está habilitado para expresar sentimientos? ¿Cómo se cuenta una historia de amor a través de personajes que sólo conocen ese "lenguaje"?
"Lo que queda del día" es una muestra única. Consigue manifestar torrentes de pasión a través de un silencio, una palabra no dicha, una mirada esquiva o una mano huérfana. La sublimación del subtexto.
La abdicación sentimental del protagonista en pos del deber engarza con la renuncia a la defensa de una ética individual en el terreno político del que es testigo directo. Una autonegación en ambas esferas que con la perspectiva del tiempo termina por hacer mella en su conciencia.
A lo largo de la cinta queda patente la idea de que nuestras decisiones nos persiguen toda la vida, que no hay posibilidad de desandar lo andado y que sólo queda reconciliarse con uno mismo.
La madurez y el paso del tiempo le ofrecen la posibilidad de aceptar los propios errores y absorberlos. Lo más amargo del drama – y también lo más digno – es agachar la cabeza, reconocer aquello que no supo hacerse y seguir adelante.
Lo que queda de vida se puede continuar con la dignidad que te ofrece el autoconocimiento, pues la constatación de una intuición larvada es siempre un desahogo.
El epílogo simbólico de la cinta supone un ejercicio de estilo que, en opinión de un servidor, la corona como una de las películas imprescindibles de los '90.

Y – qué coño – además sale Supermán.
Josey Wales
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
25 de septiembre de 2012
127 de 155 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película no es lo que crees que es. Si ya la has visto, lo sabes. Si aún no la has visto, lo sabrás pronto.
No hay sofisticación narrativa, no hay montaje ligero, no hay diálogo ágil, no hay atmósfera absurda. El ritmo está ralentizado.
No tiene ni el peso ni el empaque de las líneas maestras del neo-noir - un género más que configurado en sus diversas variantes - pero basa toda su apuesta en una nueva vuelta de tuerca cuyo pilar es principalmente alegórico. Manierismo sobre manierismo.

La película es una enorme efigie de una sociedad en crisis, ambientada en una ciudad cualquiera de América, pero la esencia es extrapolable a cualquier parte. Es un retrato sórdido de un sistema decadente, cruel y patético, que convierte a todo el que no acepta el juego con perspectiva y frialdad en un individuo decadente, cruel y patético.
La distancia alcanzada entre la realidad y el púlpito se refleja en la disonancia entre la limpieza del discurso político – presente durante toda la película - y la suciedad de la calle. El subterfugio retórico como norma, inundando de forma explícita todo el metraje.
El tratamiento musical contribuye, con una ironía certera, a colorear el cuadro.

La historia es simple, reducida casi al terreno de la anécdota. Un armazón sobre el cual erigir la metáfora, una estructura narrativa secundaria. No importa demasiado si pillan a los dos desgraciados, ni quién lo hace. No importa si Gandolfini hace o no su trabajo, o si Pitt cierra el círculo. No importa el devenir, importa la foto fija.

No contribuye en nada a esta apreciación la promoción que se ha hecho de la película. Insinúa todo lo que arrebata. Vende precisamente aquello que pretende dinamitar.
La película puede llegar a derrumbarse porque lo que promete nunca termina de llegar. Un riesgo innecesario teniendo en cuenta que el planteamiento es suficientemente jugoso como para necesitar otros alicientes.
Un par de concesiones de Dominik sostienen la falsa promesa a la vez que le restan valor a una propuesta verdaderamente audaz. No se debe jugar a dos bandas.

Cúpulas del crimen corporativas e invisibles, mercados exprimidos y modestos, botines frugales. Representantes legales fuera de contexto. Yonquis persiguiendo el sueño americano y sicarios con problemas de alcoba y diván de primer orden - la elección de Gandolfini no es casual -.
Entre toda la manada se erige la imponente figura del hipnótico cabronazo pragmático al que le gusta matar suavemente y desde lejos. Como al sistema. Sin implicaciones, sin empatía.
Josey Wales
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
10
6 de diciembre de 2007
49 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imprescindible por varias cosas. Primero por la magistral interpretación de Katharine Hepburn y Peter O'Toole, que hacen gala de una gran química en pantalla, sorteando con acierto las imprevisibles embestidas de un guión, que con sus idas y venidas, complica la actuación de ambos, obligándoles a dar muestra de multitud de registros, incluso en una misma secuencia. De entre los secundarios (a pesar de que todos están más que acertados), yo destacaría el cínico y sombrío papel de John Castle (Geoffrey), quien a pesar de ser repudiado por el resto de personajes de la trama, logra mantenerse lo suficientemente cerca de ellos como para poder jugar sus bazas en la contienda.
Segundo, por el original tratamiento de la vida en la Corte inglesa; alejado de ideas estereotipadas basadas en la ostentosidad de los monarcas, Harvey nos muestra una hipótesis más realista de la vida en palacio en el s. XII. Ese realismo se ve acentuado en el personaje del Rey (O'Toole), quién no precisa nada más que de una hermosa capa y una corona, para dejar de parecer un campesino más, y convertirse en el hombre más poderoso de la Tierra.
Por último, imprescindible por el enorme guión nombrado anteriormente, que descoloca continuamente al espectador y lo sumerge en un laberinto de estrategias, traiciones, rencores, pasiones y recuerdos, desarrollados con la estructura de la mejor de las partidas de ajedrez.
Josey Wales
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
<< 1 2
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow