Ayer hemos botado con mi esposa los dólares correspondientes por culpa de esta babosada. Éxito de crítica y espero que un fracaso de público, excepto, claro está, entre aquellas almas deseosas de rupturas y quiebres estúpendamente imbéciles. Qué fue rodada en un solo plano, sí: ¿y qué, cuál es el mérito? A cualquier documentalista con un dedo de frente puede ocurrírsele rodar en un museo, uno de los más bellos del globo, y recrear una época. Inmenso derroche de vestuario, ambientación cero (basta el Hermitage, qué más) y un deplorable, apestoso e inefable, "guía de espíritus" que nos conduce por las maravillas del arte. He leído con extremo cuidado los parlamentos "irónicos" de nuestro guía. No hay uno solo, NI UNO, que deje de ser una babosada. Es que no alcanzan al nivel de la ironía, peor de cualquier otra forma expresiva. ¿Que no tiene hilo argumental? Bien, y a cambio de qué: del recorrido a cargo de nuestro guía y un ¿fantasma? que a la final parece extinguirse. ¿O se trata de la conciencia de la vieja Europa que se apresta a fenecer? ¿O es la cámara? ¿O la conciencia de la Francia napoleónica vencedora a pesar de la derrota a manos de la antigua y campesina Rusia de los zares? Ah, la polisemia concerniente a toda obra de arte, dirá un pendante. El extático plano rodado con conciencia "poética" es el final, agua, escarcha, nieve, del ancien régime caído. Nada más. No existe un solo momento que cale en la conciencia, el único pretendido por el director, la salida de los festejantes del museo, es un truco que practica para remover conciencias críticas. Reto a cualquier persona de buen criterio que cite un solo fotograma conmovedor. Las obras de arte son echadas a la basura por este bodrio de aburrimiento y esnobismo. Dan ganas de patear la pantalla y hasta de odiar el Hermitage, quienes no lo conocemos en vivo. Si las obras de arte no fuesen tan grandes, me hubiera dispuesto (y mi esposa también) a lanzar un bote de salsa de tomate a toda esta mierda pretenciosa. Uno, la peor calificación de la tabla. No la vean por nada del mundo.

Se trata de una adaptación justa, adecuada, perfecta. Los parlamentos exactos parecen escapar de la novela de Nabokov y dar vida a una narración que surge al minuto exacto, cuando la historia parece emerger sola, sin compañía interior. La cámara lenta, las difuminaciones, los trucos se trazan en los momentos precisos (recuerdo a un Irons que ingresa vestido, en el mismo acto abre la puerta, y sale en pijamas del baño). La historia discurre lenta y precisa, sin dosis de exceso o exhibicionismo. El dolor, para quienes han sentido ese tipo de dolor, es expreso, casi físico, una sensación insoportable que desprende la cinta.

Se trata de una versión, y siempre ha existido una controversia con las versiones: si se hacen muy "libres" los palos van porque se ha transgredido demasiado, si es demasiado "fiel", pues otro tanto. Pues bien: esta cinta es el punto exacto, ni mucho ni poco pero a pedir de boca. El tratamiento del color y la adaptación al tiempo parecen desprendidos paso a paso de las páginas de Nabokov. Otra cuestión, muy particular: muy superior a la inefable versión del "maestro" Kubrick. Ni punto de comparación. Las supuestas "libertades" de Kubrick no lograron más que una versión inusual, nada lograda. Este Adrian Lyne, director que me ha parecido siempre alguien digno de ver y apreciar, ha logrado dar con una de las mejores adaptaciones de obra literaria alguna. Una película fascinante, audaz, dolorosa.

Totalmente americana, en la tradición del mejor cine y literatura americanos. Hasta los huecos en la remera de Morgan Freeman son americanos. O la fuente de soda en que Hilary Swank renuncia al éxito en favor de la amistad y la fidelidad. En lo interior pensaba que el diálogo en las películas americanas había muerto. MDB demuestra lo contrario: de la mano de Hemingway, de Cain, de Salinger, cada parlamento está bañado de indescriptible belleza y lucha. Colores impecables, ambientes curados, una trama de muy buena factura que jamás flaquea, que nunca se prevé. Hilary mueve a cualquier hombre a hacer por ella lo que hace el maestro Eastwood: a enseñarle, colocarle una mano en la cabeza y un beso en la frente. Pero es él, este viejo autor americano, quien nos abofetea con una historia tan hermosa como el dolor. Este apergaminado Clint Eastwood, un fracasado padre en busca de su hija que solo encuentra la bruma de la noche. Enorme.

Nicole Kidman, preciosa y más que convincente. Los niños otro tanto, el reparto en general. La trama se resiente por momentos, no se sostiene en todas las situaciones, la tensión se relaja. La música, su peor defecto, es demasiado descriptiva y a momentos cursi al más puro estilo de Hollywood. El descenlace, el desate del nudo, es impresionante, pero el final se alarga y pierde el brío. Es decir, una película con errores. No es nueva, los ingleses ya produjeron sus obras maestras en las décadas del 60 y 70, un background muy aprovechado y hasta plagiado por el director. No importa: The Others se sostiene a pesar de sus evidentes fallos.

¿Recuerdas cómo se ven de graciosas las de Chaplin y Mack Sennett? ¿Esas cintas oscuras, rapidísimas, inocentes? Bueno, para quienes esperan romperse el coco, así se verán películas como esta después de cien años. Quienes comulgan con el Réquiem son los que corren con los tiempos, es natural. El sueño ha muerto, verdad. Pero no es necesario tanto golpe y tanto shock: en la primera mitad te aburres y en la segunda sales mareado. Efectismo, efectismo, efectismo: ¿cuántos crimenes van a cometerse en tu nombre?