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España España · Miranda de Ebro
Críticas de la28
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Críticas 25
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
6 de diciembre de 2008
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el santoral cristiano abundan, como beneficiarios del privilegio de la santidad, multitud de personas que se retiraron de la sociedad buscando refugio en la naturaleza. Rezaban por el resto de seres humanos víctimas de la codicia, instigadores de violencia o ignorantes del amor de Dios. Dentro de este colectivo de ermitaños habría de todo: orates, holgazanes y, por supuesto, verdaderos buscadores de la perfección espiritual. Éstos últimos, convencidos de que su oración y retiro ayudaban a mejorar el mundo, serían personas sensibles a la belleza de la naturaleza y la perfección de sus mecanismos. En todo ello sentirían el amor de aquel que pudo fabricarlo.
Chris Mc Candeless con 22 años en 1991, recién licenciado en la universidad, decide abandonar su cómoda vida, un futuro prometedor y exitoso, para buscar en la naturaleza las razones de su infelicidad y sentirse libre. Para ello recorre parte de EE.UU con la obsesión de llegar a Alaska.
Si este chico era tal como nos lo muestra Sean Penn en “Hacia rutas salvajes”, no fue un loco ni un vago, sino un ser excepcionalmente maduro para su edad, precozmente asqueado de su, aparentemente, privilegiado entorno y, a la vez, esperanzado por encontrar la felicidad. Fue un asceta contemporáneo laico.
La película es bellísima. En todos los aspectos. Panoramas espectaculares de campos inmensos, desiertos, frondosos bosques y montañas inalcanzables. Si viéramos esta obra con los oídos tapados también comprenderíamos su sentido, pero el guión es tan preciso que cada frase está llena de trascendencia. Nada sobra y todo merece ser escuchado. El conjunto de texto, imagen, música, interpretaciones y arriesgado montaje está impregnado de una hermosura que acongoja.
El espectador, como nuestro protagonista, debería entrar a la sala de proyección abandonando, al menos mentalmente, la pequeñas o grandes ataduras cotidianas. Si además su edad ronda los veinte años, al día siguiente querrá echarse la mochila a la espalda. Eso sí tomando ciertas precauciones…
Como en toda road movie, existe el encuentro con otros viajeros. El contacto con ciertos arquetipos humanos (hippies añosos, veteranos de guerra, individuos violentos, seres urbanos marginales) describen parte del pasado y el presente de EE.UU.
La historia se estructura en cuatro capítulos, Adolescencia, Edad adulta, Familia y Obtención de la sabiduría. Una gradación de aprendizaje que a la mayoría nos lleva toda la vida y sin la garantía de alcanzar el último capítulo. Sin embargo, Alexander Supertramp hizo el master en dos años. Le salió caro.
El primer pensamiento que se lee en la pantalla pertenece a un texto de Lord Byron: ”no amo menos al hombre, sino más a la naturaleza”. Cuando Supertramp ha alcanzado la sabiduría escribe: “la felicidad sólo es real cuando se comparte”.
la28
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10
30 de abril de 2008
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director de La soledad, Jaime Rosales, no soporta el contacto físico. Notar el roce de alguien en su piel le produce asco. Paradójicamente, el espectador de esta película saldrá de la sala con la piel de la emoción desgarrada.
Para este cineasta “el cine tiene que ser herramienta de conciencia y de conocimiento” y, para ello, apuesta por un estilo radical, sin ninguna concesión a lo fácil o lo vistoso. Él, que no vive de hacer cine -trabaja en el sector inmobiliario-, dice de sí mismo: “soy un señor que tiene su trabajo serio, que se ocupa de su familia y se integra en la sociedad sin resaltar”. Sin embargo, en su actividad fílmica utiliza un lenguaje arriesgado e innovador, sin efectismos huecos. Precisamente con su gramática visual la sinceridad del relato se vuelve más potente.
En La soledad, Adela, una joven separada con un hijo, y Antonia, una mujer con tres hijas ya adultas e independizadas, son las protagonistas. No se conocen, sus vidas tienen solamente un fino hilo común. Asistimos al discurrir cotidiano de sus existencias que son como las nuestras o las de alguien que podamos conocer. Tienen su familia, sus amigos, su trabajo. Las vemos planchando, a la hora de comer. Escuchamos conversaciones llenas de frases que todos hemos oído o pronunciado. Pero Rosales nos hace ver en todo esto algo más y de otra manera. La pantalla se divide en varias ocasiones en dos imágenes, lo que da una perspectiva emocional diferente según veamos al personaje de frente o de perfil. La cámara no se mueve jamás. Son los sujetos quienes entran o salen de plano. La música, inexistente.
Mientras la vida sigue avanzando en la película, la amenaza de la muerte se presenta. ¿Cómo reaccionar ante su inminencia o su irrupción violenta? Esa es la soledad a la que, yo creo, se refiere el título. Cuando la muerte o su posibilidad se abaten sobre un ser querido, enfrentarse a esa nueva circunstancia es conocer también una nueva soledad. Pero el resto de los acontecimientos vitales sigue su curso: hay que seguir trabajando; seguir alimentándose; el precio de los pisos continúa subiendo y en el cesto de plancha la ropa se acumula.
Aunque la morosidad imprime toda esta aparente rutina, Adela, Antonia, sus familias y amigos son tan cercanos, tan reconocibles que les seguimos, sin parpadear, en cada movimiento, en cada lugar común que habita en los diálogos. Aprendemos a quererles incluso cuando no estamos de acuerdo con sus actitudes. Pero es que son como la gente que conocemos, con su virtudes y sus mezquindades. Es como si viéramos a nuestros vecinos en una película y a través de ellos tomáramos conciencia y descubriéramos aspectos de nuestra propia vida. Soy la primera sorprendida de que una narración tan austera atrape y emocione de tal manera. Me pregunto: ¿será una obra maestra?
la28
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8
4 de noviembre de 2007
15 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
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Kim-ki Duk, Chan-wook Park y, ahora, Joon-ho Bong Será imprescindible, no habrá más remedio que ejercitar nuestra lengua y memoria para incorporar a nuestro vocabulario cinéfilo los tortuosos nombres de estos directores surcoreanos que últimamente están seduciendo a los jurados de festivales internacionales y también, de manera creciente, al público occidental.
En The host, de temática fantástica (¿de terror?), su director y guionista, respetando, en principio, las reglas del género, aporta una novedosa visión y un relato de más recorrido de lo que se suele esperar de este tipo de películas. Por eso, parece desacertado el enfoque que se hizo de la campaña de promoción. Quien desconfiara del eslogan ”Primero fue Tiburón, después Alien y ahora The host”, se perdió una curiosa película, y el espectador que buscara la acción, la tensión y el ritmo del cine americano probablemente habrá salido defraudado. Por supuesto que hay monstruo, víctimas y quienes luchan contra el monstruo, pero en esta ocasión quienes se le enfrentan no son listos, ni guapos, ni ricos. Nuestros héroes parecen ser miembros, en versión coreana, de la familia disfuncional de Pequeña Miss Sunshine. El guionista les ha dado una personalidad con desarrollo encarnada en buenos actores, por eso no son simples muletas de apoyo de un aparato de efectos especiales sino que viendo cómo son, cómo se comportan, descubrimos otros contenidos paralelos al relato principal, relato que, por cierto, se permite un comienzo con claras alusiones políticas a ciertos acontecimientos internacionales.
Como en su anterior película, Memorias de un asesino en serie, en The host los protagonistas sufren de una estupefacción digna de las criaturas de los Hermanos Cohen. A primera vista, lo que les ocurre no parece que dependa de sus torpes voluntades; sin embargo, existe nobleza en sus instintos.
También es imprescindible destacar el ingenio en la creación del terrorífico anfibio diseñado por Weta workshop, empresa ganadora de tres Oscar a los efectos especiales por la trilogía de El señor de los anillos y King-Kong. El taller encargado de transformar esos datos digitales en movimiento, textura y ferocidad fue The Orphanage, responsable de Sin City o Harry Potter y el cáliz de fuego.
“Bong Joo-ho, Bong Jo ho”. Repetir dos veces al día. Este cine coreano merece el esfuerzo.
la28
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7
21 de julio de 2007
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
De la desaparecida Yugoslavia, hoy territorio herido por una reciente guerra con tintes de genocidio, está llegando una filmografía rotunda, comprometida y original que aborda el conflicto. En La vida es un milagro vimos que el aparente optimismo del serbio de Sarajevo Emir Kusturica no sólo impedía ocultar el dolor de las cicatrices bélicas, sino que lo resaltaba a través de esos personajes excesivos con sentimientos desbordados. Otro título imprescindible: El polvorín del también serbio, pero de Belgrado, Goran Paskaljevic. Aquí, la chispa trivial de un percance entre automovilistas nos sumerge, entre historias cruzadas, en una espiral de violencia extrema sin la esperanza que nos ofrece Kusturica. En En tierra de nadie, el bosnio Danic Tanovic también nos asomó al absurdo dentro del frente de batalla.
De fosa en fosa, de Jan Cvitkovic, cineasta nacido en Eslovenia, comparte con los autores citados este espíritu balcánico que desde el humor al horror, o instalado en uno o en otro, describe el clima de tensiones que late en esta parte de Europa.
Actualmente, Eslovenia es un pequeño país donde viven cerca de dos millones de habitantes. Consiguió esquivar a la implacable Serbia en un breve conflicto armado que hoy se conoce como “La Guerra de los Diez Días”. Aunque es una nación “étnicamente” bastante homogénea, en la película de Cvitkovic, mezclada con personajes entrañables, habita una violencia atroz en algunos seres humanos que nos lleva a cuestionar sobre su origen. No obstante, el sentido del humor, el amor y la lealtad entre amigos dominan gran parte del metraje. El oficio de orador necrófilo del protagonista, extraño en nuestras tierras donde los funerales están invariablemente discurseados por sacerdotes que utilizan tópicos sin sentimientos, nos permite descubrir un insólito género literario. No quiero desgranar mucho más sobre el resto de personajes ni sobre la trama, para no alertar al espectador de las sorpresas que se agazapan en este intenso relato costumbrista.
Jan Cvitkovic obtuvo el reconocimiento internacional con su primer largometraje, Bread and milk, que en 2001 ganó el León del Futuro a la mejor opera prima en el Festival de Venecia. De fosa en fosa se hizo con el Premio Altadis de Nuevos Directores en el Festival de San Sebastián, con cierto desacuerdo por parte de algún sector de la crítica. Sin embargo, en la primera proyección pública del mismo Festival fue acogida con cálidos aplausos. El cine, como la vida, nos remueve o nos conmueve.
la28
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8
21 de julio de 2007
52 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para nuestra mentalidad occidental -especialmente, la ibérica-, que tiene como meta vital la consecución de un piso en propiedad y “vive al ritmo del crecimiento de su hipoteca”, La historia del camello que llora nos enfrenta a una realidad bastante más exótica. Asistimos al espectáculo de la sencillez, con la pura subsistencia como coreografía, protagonizado por unos seres -humanos y animales- envueltos de una innata dignidad.
En el desierto de Gobi, una camella no acepta a su cría recién nacida. Gran problema. Este suceso es el pretexto para hacer discurrir ante nuestros ojos la vida cotidiana de un familia mongola que alberga cuatro generaciones, y poder observar cómo influyen los nuevos tiempos, la inevitable globalización que se solapa con rituales mágicos -o no tan mágicos- donde la música es empleada como agente resolutivo. Éste, es un documental con formato de ficción: contiene introducción, nudo y desenlace. Sus creadores, Byambasuren Davaa y Luigi Farloni lo realizaron como proyecto de la Escuela de Cine de Munich cuando eran estudiantes de Dirección. Davaa nació en Mongolia en 1971 y pertenece a la primera generación sedentaria de su familia. Por eso la película es un documento auténtico, aunque tal vez muestre una visión demasiado dulce de un tipo de vida tan dura. En cualquier caso, la obra respira amor hacia una forma de existencia primigenia que se debate, a su vez, por querer saber del resto del mundo, como demuestra el anhelo de los más jóvenes que fantasean con la posibilidad de tener una televisión. La reivindicación modernizadora que asumen la nuevas generaciones de nómadas mongoles, mahoríes en Nueva Zelanda (como vimos en Whale Rider), u otras tribus de África o Suramérica, provoca un delicado proceso donde lo deseable sería conservar el patrimonio cultural ancestral y aprovechar la calidad de vida del siglo XXI; poder seleccionar aquéllo del mundo desarrollado que realmente sirva para vivir mejor y no sólo para consumir más.
La encantadora familia protagonista vive en el desierto de Gobi, los vecinos más próximos suelen estar a unos 50 km. Tienen 60 camellos y unas 300 ovejas y cabras. El rodaje se desarrolló a lo largo de 23 días en marzo de 2002, época de la paridera de los camellos. No obstante, por la frescura y complicidad de los protagonistas con la cámara se intuyen muchas más días previos de convivencia de los autores con esta familia y sus animales. La película es más que un documento etnográfico, es un poema elegíaco, una despedida. Tal vez, por eso lloran los camellos.
la28
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