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Críticas de Sergio Berbel
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Críticas 850
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
22 de febrero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una pena que una dirección estéticamente deslumbrante como la de la ópera prima del cineasta andaluz Juan Francisco Viruega, un escenario como el Cabo de Gata y tres actrices en estado de gracia como Aura Garrido, Iria del Río y Isabel Ampudia, no den lugar a un film que cale y permanezca en el recuerdo del cinéfilo. El fallo está en el guión, del propio Viruega, que no llega a conmover, que entretiene con bastante calidad pero que no trasciende.

Un film dividido en tres actos, centrándose cada uno de ellos en cada una de sus protagonistas (Alba, Candela y Aurora), resulta desconcertante porque su arranque poco o nada tiene que ver con el desarrollo de la trama real que esconde la película. El film principia descolocando al espectador en la confusión entre sueños y realidad de su protagonista, Alba (una Aura Garrido fantástica), que ha vuelto al Cabo de Gata después de ser dejada por su pareja para reencontrarse con su hermana y con su madre. Cuando tratas de poner en pie el artificio narrativo planteado a medio camino entre lo onírico y lo real, el film cambia de rumbo para entrar en un convencional drama familiar conforme cobra protagonismo la hermana, Candela (una inmensa Iria del Río). Finalmente llegaremos en su tercer acto al personaje de la madre, Aurora (Isabel Ampudia), y las piezas encajarán definitivamente.

Resulta obvio que lo que sobresale en la cinta es la capacidad de creación de imágenes estéticamente muy trabajadas por parte de Viruega y de su magnífico director de fotografía Pepe De la Rosa, así como el propio Cabo de Gata, absoluto protagonista de todo el metraje del film, un personaje con vida propia y belleza deslumbrante.
Sergio Berbel
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8
21 de febrero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1973, en pleno apogeo del llamado Nuevo Hollywood, con la mejor generación de cineastas norteamericanos rebelados contra el sistema de estudios y dando rienda suelta a su libertad creativa más anárquica y atrevida, Martin Scorsese comparece con su tercera película inaugurando un nuevo enfoque en el cine de mafiosos italoamericanos con “Malas calles”. Evidentemente, estamos ante un mero embrión de todo el potencial que iría desarrollando con posterioridad, pero un embrión interesante, de un realismo no conocido hasta entonces, con un brutal y salvaje naturalismo, retratando su barrio neoyorquino de “Little Italy” casi con intenciones documentales.

Tirando incluso de personajes reales de su barrio, Martin Scorsese también firma el guión sobre este personaje llamado Charlie (espléndido Harvey Keitel) que trata de ascender en el escalafón mafioso de la familia y que tiene todas las cualidades para ello, salvo dos pequeños escollos: está enamorado de Teresa (fantástica Amy Robinson), una italoamericana epiléptica y eso hace que la considere su tío, el capo, una enferma mental, la cual tiene un primo que vive en el alambre permanentemente debiéndole dinero a todo el mundo, incluso a quien no debería (portentoso Robert De Niro), la gran china en el zapato del ascenso en la familia de Charlie.

Con un uso del montaje totalmente innovador y enloquecido, con una cámara al hombro desprejuiciada para su época conformando algunos prototipos de sus futuros magistrales planos secuencia y, sobre todo, alrededor de las canciones de los Rolling Stones (pura marca de la casa Scorsese), la cinta navega sin rumbo por las calles del barrio para que conozcamos los variopintos personajes que en el mismo habitan. Es quizás en esa vocación coral donde el film pierde enteros por quedar demasiado difusas y desdibujadas sus historias, pero no dejan de tener interés todas ellas, pero algunas incluso ni tan siquiera se cierran. El gran cine de mafiosos de Scorsese se estaba conformando con “Malas calles” con una clara vocación documentalista en la dirección de fotografía de Kent L. Wakeford. Lo que vino después, ya es historia del cine.
Sergio Berbel
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10
20 de febrero de 2024
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Danny DeVito firmó en 1989 una de las reflexiones más lúcidas sobre los riesgos del matrimonio, la familia y el divorcio. A través de una de las comedias negras más cáusticas y ácidas de la historia del cine (y de las mejores), nos narra que ocurre después del “Happy End” con el que finaliza cualquier comedia romántica. Porque después de que los protagonistas se enamoren, viene conformar una familia en la cruda realidad, criar a unos hijos, comenzar a no soportarse, que del hastío se pase al odio y del odio a la guerra del divorcio. Es cuestión de tiempo. Lo afirma un abogado de familia como yo. Y nunca se ha explicado con la claridad con la que aparece en “La guerra de los Rose”.

Cuando la pareja protagonista se conoció todo era puro romanticismo en vena. Crearon una familia con una hija y un hijo en la pobreza, él fue prosperando en el bufete de abogados donde trabajaba, encontraron la casa de su vida, ella se dejó la piel para convertirla en el hogar soñado por ambos, él creció en la empresa y se hizo rico y… un buen día, ella se dio cuenta de que él ya lo que le producía era asco y le comunicó que quería divorciarse. Él no lo entendió y, sobre todo, ninguno de los dos estaba dispuesto a abandonar la casa de sus sueños. A partir de ahí, el Apocalipsis que acaban suponiendo las familias en descomposición se adueña de la pantalla, de las carcajadas sórdidas e inteligentes y del festival cinematográfico que supone el film.

Todo contado con dos características sobresalientes “cum laude”: la caligrafía visual de la cinta, un derroche de poderío barroco en encuadres y planos de una calidad tan abrumadora como provocadora; y el poder corrosivo del guión de Michael Leeson (adaptando una novela de Warren Adler), el mejor y más salvaje relato de lo que supone un divorcio jamás rodado.

Un film que se sostiene, además de por su impresionante empaque visual, por la interpretación del trío protagonista: un Michael Douglas histriónico en quizás el mejor papel de su carrera, una Kathleen Turner apoteósica en la cima de su estrellato y un divertido abogado interpretado por el propio Danny DeVito. Con esas cartas, el éxito está asegurado, acompasado por una inolvidable partitura musical de David Newman que tuvo un merecido éxito más que notable en su momento.
Sergio Berbel
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8
20 de febrero de 2024
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Arantxa Echevarría tiene siempre la virtud de saber poner el foco de atención en las realidades más sangrantes que conviven a nuestro lado sin que queramos darnos cuenta de ello. Lo hizo con el claustrofóbico mundo gitano en la magistral tragedia titulada “Carmen y Lola”, un film perfecto, y lo ha vuelto a hacer, aunque dulcificando la apuesta con un tono más cercano a la comedia amable costumbrista, en la muy interesante pero inferior “Chinas”. Ahora el prisma de esta consumada cineasta se centra en esas personas que regentan los bazares abiertos día y noche, que viven con nosotros y a nuestro lado, y sobre los que nada sabemos. Familias chinas que pasan desapercibidas aunque formen parte de nuestra rutina diaria. Y lo hace de manera muy interesante.

Película vocacionalmente coral, fija su mirada en dos familias bien distintas: una es la del matrimonio chino y sus dos hijas (una adolescente y otra niña) que tratan de sobrevivir de un bazar como pueden, con más pena que gloria y una mentalidad férrea y tradicional que asfixia a las jóvenes; la otra, es el polo opuesto, una pareja de la burguesía madrileña que hace nueve años adoptó a una niña en China. En torno a ambos núcleos familiares se desarrolla el guión de la propia Arantxa Echevarría, cruzándose la vida de todos ellos.

Entre la pléyade de personajes que van apareciendo a lo largo del exacto metraje del film, mi atención se despierta especialmente con las dos hijas de la pareja que regenta el bazar: los problemas de tensiones generacionales y culturales que plantea el personaje de Claudia que interpreta la fantástica actriz Xinyi Ye y, sobre todo y por encima del resto, el recital interpretativo encarnado a su hermana pequeña Lucía de una niña llamada Daniela Shiman Yang que ha nacido para actuar delante de una cámara y a la que le deseo por su bien (y por el de la cinefilia) que tenga una larga filmografía por delante. Ella es el gran personaje del film, su gran acierto al encarnar a una niña que, por muy buena que sea y mucho esfuerzo escolar que derroche, siempre es poco para unos padres inflexibles y exigentes, venidos de una cultura a la que ella cada día pertenece menos. Hay algo más duro que ser migrante y es tener que serlo de segunda generación.

Magnífica la dirección de fotografía impecable y colorista de Pilar Sánchez Díaz, así como la siempre oportuna partitura musical de Marina Herlop, que siempre suma a la historia y nunca despista.
Sergio Berbel
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8
19 de febrero de 2024
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Las propuestas cinematográficas de ciencia-ficción no suelen tener buena acogida por mi parte, salvo que sean como “Gattaca”, un fantástico film carente totalmente de efectos especiales, con escaso presupuesto, una historia perfectamente definida, unos personajes creíbles y emocionantes y unas intenciones de denuncia de la discriminación y la desigualdad social valiente y certera. Si a ello le unimos un aspecto visual bellísimamente apabullante, estamos ante una gran película, a la que se le perdona fácilmente algún desliz hacia la comercialidad en el que incurre en algún momento de su metraje, en aras a calmar las ansias de comercialidad de la producción, a cambio de todo lo que nos regala si se lo perdonamos.

Antes de entrar en su apasionante argumento, lo primero que destaca en esta gran película de Andrew Niccol es su brillante aspecto formal. Sin utilizar un solo efecto especial, a través de una fotografía maravillosamente saturada y esteticista de Slawomir Idziak, nos introduce en una distopía futurista con cierta estética de los USA de los años 60 que embelesa al cinéfilo más exquisito. Ese futurismo retro resulta arrebatador y la mejor baza del film.

A ello acompañan unas interpretaciones magistrales de un trío actoral épico formando por Uma Thurman, Ethan Hawke y Jude Law. Ellos sostienen sus difíciles y a ratos excesivos personajes siempre en el alambre, con una solvencia y una credibilidad encomiables, pura profesional artística para hacer creíble el interesante guión del propio Andrew Niccol, que denuncia las discriminaciones entre seres humanos desde el nacimiento. En este caso, la que sufre el personaje de Ethan Hawke por ser uno de los últimos niños nacidos de forma natural y, por tanto, con defectos genéticos, en un mundo donde casi todos los concebidos lo son previa manipulación genética para resultar perfectos y de diseño. En lógica consecuencia, todos los puestos importantes en la sociedad están reservados para esos seres prefabricados perfectos. El problema es que nuestro protagonista, a pesar de su grave deficiencia cardíaca congénita, quiere ser astronauta y, para lograr colarse en la gran institución que los forma, Gattaca, se hace pasar por el personaje de Jude Law para saltarse a través de su sangre y su pelo todos los controles genéticos diarios.

Con esta premisa argumental, Andrew Niccol pone el dedo en la llaga de las sociedades ultracapitalistas que expulsan de su seno y de cualquier oportunidad de prosperar a los inferiores, creando sistemas con tendencias fascistas donde sólo se permite sobrevivir al más fuerte.

Dicho sea de paso, la parte musical del film no es cosa menor, dado que se encargó a cierto genio que responde al nombre de Michael Nyman y que deja una composición magistral para el recuerdo. Lástima que algunos giros comerciales demasiado previsibles lastren el resultado final de la cinta.
Sergio Berbel
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