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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 869
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
23 de junio de 2024
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“La estrella azul” es un inesperado biopic tan errático como la figura del músico al que homenajea, Mauricio Aznar. Pretendiendo transitar demasiados géneros cinematográficos, el experimento no descarrila en ningún momento, ni tan siquiera cuando, de forma temeraria, decide cruzar la frontera entre la ficción y el documental con total impunidad y sin estar debidamente justificado. Pero quizás ese ir y venir constante la aleja de la genialidad para acercarla a la curiosidad. En cualquier caso, lo más llamativo es que el artefacto acaba funcionando.

Mauricio Aznar fue un músico de rock´n´roll de cierta notoriedad en la Zaragoza de los años 90 con su afamada banda Más Birras. De la noche a la mañana y sin previo aviso, abandonó su vida de desfases varios para abordar un viaje iniciático por la recóndita Argentina que se esconde en Santiago del Estero a la búsqueda de la esencia del folklore que lo conduce hasta Don Carlos (interpretado por el entrañable Cuti Carabajal), el músico más importante pero menos reconocido de la chacarera, que lo acoge en su casa como a un hijo.

A pesar de que transita algunos inevitables lugares comunes propios del género, patalea por su autenticidad y credibilidad a través de la magnífica interpretación de Pepe Lorente y cobra vida y me hace respirar hondo cuando entra en escena Mariela Carabajal, el gran personaje femenino del film y, para mí, la causa que hace posible sostener el interés por el mismo más allá de la propia música. Ella es tan etérea que hace carne y corazón un personaje bastante estereotipado en el papel y que levanta a pulso.

Una pena, dicho sea de paso y repasando su elenco actoral, que resulte tan infrautilizada mi adorada Bruna Cusí, que apenas interviene en unas pocas escenas. Demasiado poco para tan enorme actriz, cuyo personaje mereció más relevancia en el guión del propio Javier Macipe, que se prolonga durante unos innecesarios 129 minutos, especialmente superfluos cuando el film abandona la senda de la ficción para transitar la del documental sin necesidad que lo justifique. A pesar de todo ello, la película sin duda resulta interesante, sobre todo gracias a su música y a la espléndida fotografía de Álvaro Medina.
Sergio Berbel
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10
23 de junio de 2024
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El cineasta mexicano Michel Franco me cautivó de por vida gracias a una obra maestra tan perturbadora como brillante llamada “Después de Lucía”. Desde entonces, lo sigo con absoluta atención y entusiasmo en todas sus propuestas, a cual más redonda que la anterior. “Sundown” es una absoluta maravilla. Un film que versa sobre los lazos familiares, pero sobre todo sobre la muerte, la crueldad del capitalismo, la violencia enquistada en la sociedad mexicana, el amor extraño, las diferencias de clase, la terrible realidad neoliberal, el daño que el turismo produce en nuestras sociedades… porque sería difícil determinar qué temas no aborda con una valentía inusitada “Sundown”. Su plano inicial, en un fogonazo de genialidad épico, ya nos enmarca toda la historia que se pretende contar, puro existencialismo alrededor de la muerte, tan próxima al protagonista en todo el metraje de este portentoso film.

Con una caligrafía visual exquisita de una plasticidad apabullante, basada en un dominio del encuadre y el plano de Michel Franco asombroso y una magistral dirección de fotografía de Yves Cape, se nos muestra a una familia burguesa pasando sus vacaciones en un resort de lujo en Acapulco. En México pero tan alejada del México real como si estuvieran en Marte. Los burgueses nunca conocen las condiciones vitales reales del proletariado. En un momento dado, todo se tuerce cuando ella (la siempre magistral Charlotte Gainsbourg) recibe una llamada telefónica avisándole de que ha fallecido su madre. Entonces todos tienen que improvisar un regreso a Inglaterra precipitado. En el aeropuerto, ya con las tarjetas de embarque en la mano tanto de la madre como de los dos hijos, él (inconmensurable Tim Roth) sostiene que se le ha olvidado el pasaporte en el hotel y que tiene que regresar a por él para partir en un avión posterior.

Ello jamás ocurre. Perdido en una tragedia existencialista interior que lo tiene desorientado, decide olvidar el drama familiar y sus lazos de sangre y continuar sus vacaciones en solitario en Acapulco, como si nada hubiera pasado. A partir de ahí, Michel Franco nos va adentrando en un puzzle sentimental cada vez más profundo y alambicado, más mágico y perfecto, que gravita alrededor de la brutal interpretación de Tim Roth, que aparece en todas las escenas del film y que se convierte en la piedra angular que sustenta este perturbador y perfecto guión de Michel Franco.

Hay que prestar mucha atención a la interpretación de Iazua Larios que, ante un personaje parco en palabras pero rico en gestualidad, levanta una mujer mexicana inolvidable y exquisita.

El film no necesita música original para desarrollar tan radical historia. Se basta y se sobra con una selección musical de canciones incidentales que acompañan y acompasan la trama de manera magistral.
Sergio Berbel
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7
20 de junio de 2024
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Puede que los resultados no sean magistrales, pero las intenciones, la frescura, la espontaneidad, la credibilidad y la empatía que genera “Gallo rojo” hace que valga la pena el viaje cinematográfico. Por encima de todo, por la interpretación de Pino de Pablos. Ojalá el destino me depare encontrármela en más pantallas en el futuro, porque su apuesta lo vale. Esta joven actriz hace fácil lo más difícil, se come la cámara en su dulzura susurrada, en su belleza pausada, en su saber estar y decir delante del objetivo, en encarnar la frescura espontánea al hablar, al cantar, al bailar. Pino de Pablos justifica por sí misma ver “Gallo rojo”, aunque el film ofrezca mucho más que ella.

Pino de Pablos interpreta a Ana, que vuelve al pueblo de sus ancestros, apenas cuatro calles en la Castilla profunda, en ese mundo rural que estamos asesinando mientras lo vemos expirar conformándonos con llamarlo “vaciado”. El grito que el propio cineasta Enrique García-Vázquez, autor también del guión, profiere contra dicha situación no es de ira, sino de una melancolía apenas susurrada, tamizada incluso de humor, pero amarga, porque al él le duele como a mí que ese mundo rural esté expirando delante de nuestros ojos. Pero aquí no hay drama, todo fluye plácidamente y a veces hasta de forma divertida.

Ana ha retornado para abrir un cine, una actividad a contracorriente en un lugar a contracorriente. Y lo hará con la ayuda de su amiga de toda la vida en el pueblo, Lucía, interpretada por la interesante y espontánea Lucía Lobato. Como es verano y alguna vida se hace en sus pocas casas, el invento cinematográfico triunfa y Ana pasa a ser una personalidad en la comarca.

La propuesta formal es tan sencilla como la argumental, e igual de sincera, directa y creíble, regalándonos algunos preciosos planos de los llanos castellanos con cierta vocación y tono documental y determinadas escenas divertidísimas, como la acontecida en el interior de la iglesia, sin duda, mi favorita.

Las canciones que usa el film, son pocas pero muy bien conjuntadas, destacando entre todas ellas la que cierra el film, sin duda inolvidable.
Sergio Berbel
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10
20 de junio de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para mí, resulta un hecho incontestable que Tennessee Williams es el mejor dramaturgo de la historia. Sus obras reflejan la náusea vital y la misantropía como elemento de supervivencia que me reflejan e identifican, a través de personajes que nacen y mueren perdedores porque la vida no les da ninguna oportunidad para dejar de serlo. Suponen siempre un grito contra el conservadurismo, el puritanismo, el racismo y a favor de las personas diferentes y “raras”. También definen como ningunas otras el concepto de la muerte en todas sus variantes, muertes reales y metafóricas pero, sobre todo, muertes en vida.

Justo de eso trata “Piel de serpiente”, de conocer la muerte en vida a la que está atada Lady (el personaje que interpreta magistralmente Anna Magnani), sin más horizontes vitales que cuidar de su marido enfermo y del negocio de éste, que jamás será suyo, como su propio machista cónyuge le deja claro en todo momento desde la cama a la que está atado y desde la que la humilla constantemente. La vida de Lady es una muerte diferida esperando el inminente fallecimiento de su marido que nunca acaba de llegar, deseándolo ansiosamente cada minuto de cada día. Justo en esa tesitura aparece un joven apuesto e irresistible de vida disoluta al margen de las convenciones con su chaqueta de piel de serpiente (un tal Marlon Brando, quizás el mejor actor jamás habido). Ella lo contrata para trabajar en la tienda como único recurso al que poder aferrarse para escapar de la muerte. Y para volver a sentirse viva.

También existe un personaje femenino joven, alcoholizada y aparentemente de frágil salud mental, esos ángeles tan queridos en la obra de Williams y totalmente imprescindibles como esa salida a través de las experiencias enajenadas tan de su criterio, interpretada por una etérea y divina Joanne Woodward, que encandila a la cámara y al espectador como ninguna otra, sobre cuyo espíritu libre ha caído sin piedad todo el peso del asfixiante sur de los USA y su irrespirable sociedad fascista.

Aunque las adaptaciones cinematográficas de las obras de Williams han dado obras maestras por doquier, es cierto que pierden cierta fuerza por los convencionalismos por los que la industria hacía pasar a tan contundente material nihilista y misántropo. En este caso, es el propio Tennessee Williams, junto con Meade Roberts, quien adapta al cine su texto dramático “La caída de Orfeo”.

Mientras, Sidney Lumet hace lo que mejor supo hacer siempre y por lo que se convirtió en un maestro del cine: poner la cámara en el lugar exacto y preciso para que su elenco actoral se luzca como merece. En ello, “Piel de serpiente” es una obra maestra. En todo lo demás, también.

Impresionante, sobre todo en su tramo final, la dirección de fotografía en un portentoso blanco y negro de Boris Kaufman, así como la música de Kenyon Hopkins. Ojo a la canción que se incorpora a la BSO del film, compuesta por el propio Kaufman con letra de Tennessee Williams, “Blanket Roll Blues”.
Sergio Berbel
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10
19 de junio de 2024
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De esta cruda realidad en la que intentamos sobrevivir más que vivir a veces sólo se puede escapar a través del realismo mágico. Si éste además está servido con una historia sensible, exquisita en todo momento, lo suficientemente edulcorada como para enamorar, su poquito de inverisimilitud de culebrón y el buen hacer del cineasta venezolano Miguel Ferrari en el aspecto plástico, el resultado es un dulce exquisito llamado “La noche de las dos lunas”, un original producto equidistante de casi todo en su medida exacta sobre adultos que alguna vez fueron hijos no deseados y sobre la potencia de la mujer y la maternidad.

Para enfrentarse a este precioso guión del propio Miguel Ferrari y Lupe Gehrenbeck, se tiene que venir de casa con la suspensión de la credibilidad bien aferrada. Por supuesto que es increíble todo lo que ocurre en pantalla, como no podría ser de otra forma, en esta amalgama entre culebrón venezolano sublimado y un realismo mágico profundamente poético. Todo deviene en irreal de principio a fin, sí, y ahí justo es donde reside la magia de este duelo ante dos lunas entre dos mujeres por una única maternidad, todo ello adornado con exquisitas imágenes creadas con un mimo plástico visual por parte del gran Miguel Ferrari y fotografiadas por Alexandra Henao ante las que hay que rendirse sin posibilidad de resistencia.

Este canto a la maternidad comienza enamorándonos del personaje de la joven Federica, interpretado de una manera rotunda y eterna por la maravillosa Prakriti Maduro (de la que quiero ver más, mucho más). Esta chica ha decidido que no hay hombre a la altura adecuada para ser el padre en su futura maternidad y decide solicitar los espermatozoides a su mejor amigo homosexual para engendrar un hijo “in vitro”. Pero, una terrible confusión en la clínica reproductiva, hará que se produzca un cruce de embriones y que otra pareja (inmensa Mariaca Semprún, casi a la misma altura que Prakriti Maduro) termine siendo inseminada con el suyo y ella con el de la pareja. Pero resulta que a la citada pareja se le malogra el embarazo y, a partir de ahí, la tragedia está servida y el duelo maternal preparado.

Un grito desgarrado y desgarrador en torno a la maternidad y a la feminidad como origen de la humanidad se va desplegando en torno a este duelo matricida entre dos mujeres que son puramente centrípetas y que devoran todo lo que se acerque a las mismas.

Este culebrón esteticista y profundamente increíble ocupa 117 minutos etéreos que vuelan ante el entusiasmo de cualquier espectador sensible. Sin olvidar la interpretación como actriz secundaria de María Barranco, encarnando de manera divertida pero igualmente emotiva a la madre de la protagonista, la voz de una experiencia difusa que quizás necesite ser más aconsejada por su hija que emisaria de lo ya vivido.

Para un film de vocación estética y delirio formal, la música de Sergio de la Puente, siempre muy presente durante el metraje, resulta exquisita y exacta.
Sergio Berbel
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