Johnny ha despertado y su sed de sangre es brutal. Es un tipo 'De naturaleza violenta', como reza el título de la ópera prima de Chris Nash. Un slasher con aroma a clásico, por la concepción de sus imágenes, su puesta en escena y llevar al entorno natural a esta sanguinaria máquina de matar.

La película, pausada (a veces en exceso) nos propone otro punto de vista: el del asesino en serie, de estética muy Zodiac. Ahora bien, éste es un zombie y su historia se remonta a muchos años atrás. Y ahí está el por qué de ese desenfreno sanguinario.

Se creía dormido, como un volcán. Ahora ha entrado en erupción en cuanto sus recuerdos han sido invocados (medallón mediante). No hace falta el Necronomicon para despertar a la bestia, basta con un puñado de adolescentes que, pronto, descubrirán que les quedan dos telediarios en la inmensidad del bosque.

La cámara de Nash sigue desde atrás, la mayor parte del tiempo, las 'hazañas' de Johnny. Cumple con los cánones del género y va más allá. Están el grupo de adolescentes ebrios de sexo, drogas y alcohol; guardias forestales, paletos y un inmenso lago entre tanta arboleda. Por supuesto, el asesino en serie, el maestro de ceremonias, que utiliza ganchos, sierras, hachas y sus propias manos para cometer todo tipo de atrocidades. Asesinatos de lo más bizarros, crueles, sórdidos. De esas muertes que te dibujan una mueca de asco en la cara. No a los fans del género, que las van a gozar.

Aun así, la orgía de sangre y vísceras está medida a cuentagotas. No es su reclamo. Ni siquiera el gancho con el que mantener la atención. Son las huellas de Johnny en el suelo, sus pisadas, el arpón desenrollándose de sus manos, las voces de fondo de los adolescentes que no saben que su fin se acerca o es misma cámara a espaldas del asesino las que te mantienen en alerta.

Es gracias a ese planteamiento por el que la película convence. Su pausa, no obstante, tiene ese otro doble filo de hacerte caer en la somnolencia, dependiendo de a qué hora quieras dejarte llevar por Nash. Igualmente, el carisma que despierta el asesino protagonista, brilla por su ausencia en sus víctimas, quienes acostumbran, por lo general, a llevar el peso de la trama en este género de películas.

Salvados estos obstáculos, De naturaleza violenta es una propuesta interesante en cuanto a slasher se refiere. Respeta los convencionalismos, introduce su punto de originalidad y, afortunadamente, no cae en esa cultura de la cancelación y las cuotas que están destrozando al cine.

Un sinsentido. Personajes Guadiana, que aparecen y desaparecen. No tiene ningún tipo de estructura narrativa, no hay nada de terror, ni un mísero susto... Escenas subidas de tono gratuitas, con supuestas posesiones...

En fin, pasa de largo ante semejante bosta de película

"Es una película sobre un profesor. Yo interpreto a un profesor en ella. Toda mi familia, profesores. Todos ellos, durante generaciones. Los profesores son buenas personas. Hay que respetarles. Hacen cosas buenas, es un trabajo duro. Así que esto también es por los profesores. Gracias chicos, gracias".

Con este encendido alegato a favor de los profesores, Paul Giamatti recogía el Globo de Oro a mejor actor de comedia/musical, por su extraordinario papel como Paul Hunham en Los que se quedan, la última película hasta la fecha de Alexander Payne, un director capaz, como pocos, de extraer ese sabor agridulce de la vida, llena de vaivenes y siempre maravillosa.

Todos recordamos a ese maestro de escuela, instituto o universidad, que nos abrió los ojos frente a la vida. Yo los tengo claramente identificados solo con cerrar los ojos. El cine no ha sido ajeno a la figura docente. Ejemplos, los que queráis. Pero en el caso de la cinta de Payne, ese Hunham que traza Giamatti tiene algo distinto.

Ahora me toca a mi hacer un alegato en favor de un actor superdotado, que eleva a los altares la interpretación en todos y cada uno de los papeles que caen en sus manos. Paul Giamatti bien vale una entrada de cine, capaz de sacar hasta el último jugo de esos personajes que regala en pantalla.

En Los que se quedan, su aspecto bonachón habitual queda aparcado de primeras. Rascando un poco se ve que esa coraza es fruto del dolor de los golpes de la vida. Armadura que Alexander Payne también coloca a los personajes de Sessa (el sorpresón del año) y una Da'Vine Joy Randolph pletórica.

Me encanta como el director de Los descendientes o Nebraska va diseccionando la película, cual libro de texto, por secciones entre comedia y drama. Construye una obra melancólica, triste, pero también divertida, optimista. Un trabajo donde hay mucha esperanza, pese a los traumas por los que navega. Por supuesto, también, cierta crítica social hecha desde la inteligencia de un director que no necesita hacer ruido para llegarte al corazón. Un corazón que te parte en mil pedazos casi sin pestañear, al mismo tiempo que lo recompone con la humanidad que derrochan sus protagonistas.

Los que se quedan será una de las películas de 2024, no me cabe duda, pese a estrenarse (al menos en España) después de Navidad. Vaya ojo. Y Paul Giamatti, también sin género de duda, ya ha entrado al prestigioso Salón de la Fama de los mejores profesores de la historia del cine.

¿Es posible resumir la vida de uno de los mejores del cine de todos los tiempos en poco más de una hora? Pues sí. No es fácil, pero Clélia Cohen lo consigue en Clint Eastwood: la última leyenda, una aproximación al actor, al director, al mito y al hombre. A un tipo que solo ha dado un Malpaso en esta vida y vaya sí se lo agradecemos. Yo al menos, confeso admirador de sus historias.

Clint Eastwood nació en plena Gran Depresión y como dijo Antonio Gaudí: "Ser original consiste en volver a los orígenes". Y precisamente ahí arranca el documental, en los orígenes de un personaje, que siempre los ha tenido presentes a lo largo de su trayectoria. Nunca ha olvidado de dónde vino. Una conexión con las raíces que ha acabado por convertir en arte.

Testimonios de Sergio Leone, Don Siegel, Martin Scorsese, Sondra Locke, Michael Cimino, Pauline Kael, Meryl Streep ,Orson Welles y del propio Eastwood ayudan a desmadejar la complejidad de esta leyenda del séptimo arte. El Eastwood más personal y profesional se abre en este trabajo minimalista, bien estructurado y con las ideas claras. Demos por hecho que no existe el metraje suficiente para abordar a una figura de estas características.

Así pues, en un breve espacio de tiempo es posible disfrutar de sus inquietudes a la hora de rodar y sobreponerse a los estereotipos creados sobre su figura en este tiempo. Imágenes, voces, relatos que van desfilando a través de escenas icónicas, donde surgen los personajes interpretados, a los que se le ha asociado de manera perniciosa muchas veces.

¿Cómo podía rodar Harry Callahan una película como Los puentes de Madison? Pues Meryl Streep da la clave como ella solo sabe. Conoció de primera mano la sensibilidad de la personas tras el director.

¿O 'El rubio', Un mundo perfecto, Sin perdón o Million Dollar Baby? Porque la crítica infravaloró a un director que aprendió de los mejores. Observador, metódico y alejado de alharacas. Una persona que cuenta en sus películas las cosas tal como son, desde la naturalidad de quien ve y vive en el mundo. Sobre todo en un país, Estados Unidos, cargado de prejuicios construidos desde ese falso puritanismo.

Si Orson Welles supo verlo y sucumbió al trabajo de Clint Eastwood, quienes somos nosotros para ponerlo en duda. Un actor, un director, la última puerta abierta al Hollywood clásico, al cine como arte. En definitiva, la última leyenda.

Ver a Russell Crowe por Roma es un placer, siempre que sea como Máximo Décimo Meridio. Veinte años después seguimos recordando al gladiador más famoso de nuestro del siglo XXI, cosa que no ocurrirá con El exorcista del Papa, una película olvidable, víctima de sus propios diablos, que no se atreve a coger por los cuernos la verdadera historia del padre Gabriele Amorth.

No funciona ni como película de terror, pues apenas hay sustos. La música para este fin no se utiliza como mandan los cánones. Es más, termina siendo hasta molesta, rematando las teóricas escenas de acción de forma exaltada, exagerada y con nula credibilidad. Vamos, un insulto a la fe que, obviamente, ni se preocupa en tomar en serio.

Como también parece despreciar la historia real que sirve de motor, la del trabajo del padre Amorth, como si fuera algo baladí. Si algún día alguien se atreve a meterse en las entrañas del legado del sacerdote, puede crear la mejor película de terror de la historia, con permiso de El exorcista. Porque la realidad siempre supera a cualquier ficción.

El remate de la frivolidad es que Evan Spiliotopoulos y Michael Petroni, guionistas del filme, metan con calzador la leyenda negra de la Inquisición española. Una mentira repetida mil veces es mil veces una mentira, y más si Hollywood mete sus ponzoñosas y manipuladoras manos en el asunto.