Mientras Hollywood es fantasía. Europa es realismo. Cinco lobitos (2022) es una película entrañable. Bien hecha. Sencilla y profunda a la vez.
Su tema es la familia. Y como la familia es una red afectiva frágil. Y a la vez gratificante cuando sus miembros procuran atender un pacto de amor.
No hay escuela para padres. Tampoco para esposos. Y mucho menos para lidiar con los propósitos de una familia.
Cinco lobitos se inicia desde el caos que representa el lloro imparable de una bebé recién nacida y la torpeza de su madre por darle el pecho. A su vez los padres acompañan, pero no tanto. El joven esposo, aturdido también por la nueva situación, se ausenta por motivos laborales.
Esta circunstancia implica un acercamiento entre la hija y sus padres en un bello lugar en el País Vasco. Incomunicación; secretos; vida rutinaria; hastíos y la crianza desde la emergencia: van acercando a los que viven cerca, pero se mantienen lejos.
La familia como valor y destino. Unas veces se sale airoso. Otras veces se fracasa. No hay un solo modelo y mucho menos una única ruta.
Lo mínimo es un compromiso. Y perseverar ante los obstáculos.
Y finalmente, nuestra condición de mortales. Somos tiempo que pasa y tiempo que muere. Y el final siempre nos exige algún tipo de balance y misericordia. Juzgar nuestras acciones y considerar si valieron la pena en su impacto en los otros; entre los más cercanos.

1961. Italia se reconstruye. La Segunda Guerra Mundial alentó una muy grande inmigración de la década de los años 50.
Los que viven en la provincia están en desventaja respecto a los que viven en la ciudad.
Ganarse la vida es una forma de servidumbre cuando se está en la condición de empleado. Es una servidumbre consentida. Hay una humillación constante entre el empleador y el empleado. El que está arriba y el que está abajo.
Ermanno Olmi nos ofrece en ésta Opera Prima un retrato fidedigno y desgarrador de la realidad. De cómo la mayoría ni somos libres y mucho menos iguales. Y que para poder comer hay que agacharse.
El joven protagonista busca un empleo que a su vez le ayudará a ganarse la vida, aunque también significará su condena.
Su primer enamoramiento no terminará de prosperar porque la joven pareja muy poco tiempo tiene para vivir del amor. Las presiones medioambientales de una compañía chupa vida se los niega. Las leyes laborales que defienden al trabajador siguen estando rezagadas cuando se trata de la leyes de los industriales o empleadores de las grandes corporaciones.
Ermanno Olmi sigue el mismo estilo del neorrealismo italiano de De Sica y tantos otros geniales directores italianos de la postguerra que fotografiaron las miserias de una vida cotidiana no exenta de belleza y poesía.
La ternura y timidez de ambos protagonistas jóvenes nos impactó. La fotografía de blanco y negro realza aún más esto. La escena del café es paradigmática.
No hay dignidad en la pobreza. La pobreza es un ancla en la vida de cualquier persona. Y sin oportunidades educativas y laborales que de verdad la mayoría pueda transitar, la vida se hace algo sombrío.

¿Será posible tanta mediocridad? O ya la mediocridad tiene aceptación por parte de un público descerebrado incapaz de discernir entre lo bueno y malo.
El cine comercial de los Estados Unidos es un salto al vacío. Muchos recursos técnicos y cero sesos.
Da lástima la decadencia de Geena Davis o de Christian Slater en papeles absurdos y estúpidos. Y que les condena como renegados sin orgullo.
Blink Twice es una película mal concebida: de inicio a fin. Ni da miedo ni su misterio logra atrapar al espectador.
El maltrato del hombre sobre las mujeres ya es un tópico banalizado y convertido en vulgar mercancía. Los que hicieron la película parten de la premisa de una simulación; de un gran engaño a través de sustancias psicotrópicas que permiten un olvido para ultrajar.
Nada es convincente. Es una auténtica burla y falta de respeto para los espectadores.

Tony Servillo y Jean Reno le dan cartel a ésta caótica película. Buena la atmosfera y más luego una auténtica caída libre.
La desaparición de una adolescente da motivos a una trepidante investigación, aunque sin norte y sin sur. El investigador principal, interpretado por Servillo, le da estatura a su personaje desde un divismo que da la sensación al espectador de que sabe lo que hace.
El tema de la secta se nos ofrece como otro enigma. Y la tesis de que son los medios de comunicación quienes terminan cazando al potencial secuestrador luce en un principio atractivo.
El profesor barbado y su melena acapara más de media película. Todos son sospechosos y todos son inocentes. La ambigüedad es lo que manda, pero sin ningún tipo de consistencia o emoción física o moral.
Los personajes lucen somnolientos y estereotipados. Dos horas de un suspenso contenido y sin resolución certera. Y el final, ya más luego de alargar la agonía, termina siendo insulso y poco convincente.
Ya el cine es un negocio fallido. Cualquiera hace cine. Y cualquiera presenta lo que sea.

Empieza bien. Termina mal. El desarreglo vital pasa factura. Familias sin compromisos o sencillamente rotas generan tragedias personales.

El joven protagonista busca los afectos requeridos en un mundo hostil y sin esos afectos sólidos que le permitan un horizonte de confianza.

La película que iba a ser una película hípica termina partiéndose y divagando en el abandono del protagonista adolescente.

El ennoblecido hipismo, el auto nombrado “Deporte de los Reyes” es aquí mostrado en su cara no tan noble. Ya sabemos que a esos purasangres les inyectan sustancias prohibidas para hacerlos rendir al máximo. Y otras miles de trampas.

El joven termina siendo un pequeño delincuente. Que desde muy temprano es un transgresor. Y es aquí donde la película cae estrepitosamente. Se nos hace inverosímil y francamente tediosa y falsamente moralista.

¿Se puede querer a un padre pícaro, irresponsable y sin nada que aportarles a sus propios hijos? Claro que sí. Cuando estás sólo, atrapado y sin salidas uno aprende a vivir como un prisionero de las circunstancias.

El final es liberador. En la medida que el joven prófugo encuentra un refugio que en apariencia es mucho más seguro y acogedor.
Lean on Pete no es ni chicha ni limonada. Es una película fallida. O por lo menos a mí en lo particular me fastidió mucho. De haberse mantenido por el cauce estrictamente hípico consideramos que se hubiese podido salvar la película.