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Aprendiendo a conducir

Drama Wendy es una escritora de Manhattan que decide sacarse el carné de conducir mientras su matrimonio se disuelve. Para ello toma clases con Darwan, un refugiado político hindú de la casta sij que se gana la vida como taxista e instructor en una autoescuela. (FILMAFFINITY)
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Críticas 38
Críticas ordenadas por utilidad
23 de octubre de 2015
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Isabel Coixet es de esa clase de cineastas cuyo número de fieles seguidores es equivalente al de sus más acérrimos detractores. No hay, a primera vista, término medio para una directora que, estés del lado que estés, se le ha de reconocer como a una autora de carácter, capaz de salirse de los cánones impuestos y dejando su sello personal, para bien o para mal, en cada obra. Además, quizás debido a sus inicios en publicidad, su estilo tiene ciertos matices universales con los que ha podido llegar a un público internacional sin perder su esencia.

En esta ocasión, la directora catalana nos presenta una comedia sobre el amor y el matrimonio desde dos puntos de vista, culturalmente opuestos, occidental y oriental, ambos con sus luces y sus sombras pero siempre desde el humor y sin caer en la obviedad. Un choque de culturas donde los personajes intercambian sus virtudes y defectos evitando regocijarse en el drama, que a pesar de que existe no aparece subrayado. Algo a lo que ayuda en gran medida las interpretaciones de los protagonistas.

Por un lado, un siempre eficaz Ben Kingsley, que interpreta a un profesor de autoescuela hindú de tono tranquilo y alma caritativa, consigue transmitir los valores de un personaje cuya cultura puede parecernos ajena. Por otro, Patricia Clarkson, acostumbrados a verla en papeles secundarios, toma aquí el timón tirando de su buen saber hacer como actriz y nos brinda una interpretación de mujer neurótica pero siempre manteniendo la compostura.

Con el escenario de la ciudad de Nueva York, paradigma de la mezcla cultural, como lugar de encuentro con sus típicos paisajes entre Manhattan y Queens, la película fluye a ritmo armonioso, sin ninguna prisa por llegar al final ni a una conclusión irrevocable. Todo desprende naturalidad gracias a una cuidada puesta en escena.

Coixet consigue hacer suyo el guión de Sarah Kernochan, recalcando su figura como autora, su faceta de crear dramas íntimos y personales queda en esta cinta apartado y, sin embargo, las pinceladas de su estilo permanecen expuestas con la misma personalidad.
Gabi Oldman
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2 de diciembre de 2015
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“Eres un buen hombre”, sin intentos de dejar de serlo.

No parece Coixet, en todos los sentidos de la expresión, para bien de quien no sea fanática de la directora, para mal de quien espera su marca de la casa.
En esta ocasión las cosas son sencillas, evidentes y en línea recta, nada de complicaciones en los personajes ni de marear la perdiz para que encuentren su respuesta y camino, la carretera para aprender a conducir en la vida de esta escritora en plena crisis es diestra, llana y sin sobresaltos o accidentes, bueno, uno leve que altere un poco a este Gandhi, profesor de autoescuela que Ben Kingsley refleja con la calma, paciencia, control y la observación que se le pide a su personaje, poco más aparte de consejos sabios de filosofía casera.
Porque la estrella que deslumbra es Patricia Clarkson en su amargura y desconcierto, rabia y desamparo, en esa simple metáfora de ponerse en marcha y seguir hacia delante decorada con un sin número de símiles por parte de una guionista, Sarah Kernochan, que tiene la excesiva prevención de escribir como conduce la protagonista, con cautela, mimo, despacio, con ese miedo de acelerar, de arriesgar y tropezar, con esa seguridad de trasladarse a nuevo lugar sin osadía ni adversidad, con placidez, tiempo y paciencia.
Porque, este encargo que recibe para hacer suyo lo expresado por otra persona, Isabel Coixet lo logra hasta cierto punto de no retorno pues, obviamente no es ella ni el cine que la caracteriza, es una blanda historia de amor puro, sano y necesario para que dos adultos en plena transición de sus vidas aprendan y disfruten de su mutua compañía que, como las lecciones de conducir, tiene fecha de caducidad ya que, una vez en posesión de la licencia ya no es necesario el profesor, amigo querido, que por siempre se recordará.
“Conducir es libertad, respeta la de los demás y aprecia la tuya”, base de andanza de una relación suave, de acompasada ternura y bienestar que se aprecia por la calidez de lo intérpretes, el intercambio pueril y simpático de diálogos y esa interacción mutua de enamorarse en silencio pero no expresarlo por inconveniente, porque aquí se rechaza todo lo que pueda propiciar baches interesantes que eleven la temperatura más allá de los moderados 36,5 grados, calor medio y estándar de la población.
“¿Qué pasa?” “Nos movemos, esa es la finalidad” “No me gusta”, de modo que planicie conductual para una narración linda, grata, de fácil absorción y de destino adivinado, no permite ni un giro imprevisto, ni apretar gas y salirse del trazado, ni bandazos, ni adelantamientos ni nada no previsto; “el rojo no debería ser de stop-peligro, el peligro es moverse” y por ello este argumento no pone en riesgo nada, apuesta cero para una comedida cinta que busca contar una anécdota, en forma de breve historia, y gustar a quien le de su tiempo y espacio para escucharla.
No hay “vida secreta de las palabras” porque éstas no adquieren consistente consideración, es “su vida sin ella” porque al ser “elegida” para comandar este trabajo, nunca Isabel pareció tan “invisible” en “su otro yo”. “A los que aman” con respeto, con esas “cosas que nunca te dije” pues era innecesario, donde reina la bonanza, esperanza y delicadeza de la foto, no enturbiar este bonito, cordial y entrañable cuadro pintado a la luz del día de Nueva York -incluido Queens, pasado el puente, que también forma parte de ella-, de sus calles, gentes y contacto humano -pintado con fugaz escarceo que no estropee el resultado global de la obra- pues “nadie quiere la noche” no sea que inspire y de trama y carácter a lo que es amigable y acogedor.
Cautiva poco y con todo satisface, interesa a la baja pero, aún así, se sigue su recorrido con comodidad de satisfacción relajada, se priva de perforar con intensidad en sus creaciones, prefiere la ligereza de indagar con escasez, y con esa limitación la observas sin estímulo de gran demanda pues su oferta es exigua, apacible cuento de delicadas maneras.
Válida para ambientar la velada, contentar y pasar el rato con ese relax de acogida.
Si vas a divorciarte, si vas a casarte, si cambias de casa, si te falta coraje y atrevimiento para coger el coche y conducir por ti misma, ¡aprende a conducir!, literalmente es lo que se presenta aquí.
Lo mejor, su bonanza de querer arroparte con simpatía.
Lo peor, no pretende más

lulupalomitasrojas.blogspot.com.es
lourdes lulu lou
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24 de febrero de 2020
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El apellido Coixet siempre debería ir acompañado del término contención. La intensidad emocional de sus películas golpea tan fuerte que, en ocasiones -'Mi vida sin mí' es un ejemplo clarísimo-, verse doblegado por historias tan conmovedoras y relatadas con una poesía tan triste y melancólica supone un peaje que se paga a gusto. Sin embargo, esa brillantez en la confección de diálogos y en la profundidad de seres humanos con secretos insondables no siempre salva un estilo cargante y una lenta cadencia al intentar llegar al corazón del público. Por ello, el freno de su sello al gestar a una criatura que no salió de sus entrañas, sino de las palabras de Sarah Kernochan, provoca una sensación agradable. Sigue siendo Coixet, pero sin incitar al suicido, sino aportando luminosidad a una trama sencilla, con una puesta en escena con encanto y personificada en dos actores que, a su vez, se mostraron comedidos en la introspección de sus personajes. ¿El problema? Que en hora y media no sucede nada y que el ritmo agradecería algún salto hacia adelante.
Nueva York completa el trío protagonista, al estilo de las cintas de Woody Allen. En un verano acogedor en la idealizada ciudad, una mujer madura, acomodada e intelectual se queda sola después de que su marido la deje por otra más joven. A modo de liberación, se apunta a clases de conducir impartidas por un profesor exiliado de la India que por las noches trabaja como taxista. Un choque de clases, sociedades y mentalidades que no impedirá que ambos compartan un mismo enfoque sentimental ante las dificultades de la vida en pareja.
Coixet aporta su oficio para multiplicar las bondades de una comedia romántica optimista, que no huye del dolor y la tristeza, pero que presenta un enfoque de ilusión, de segundas oportunidades para rehacerse frente a los embates de decisiones erróneas. Con asomos de ironía y golpes fugaces de humor inocente, la cineasta muestra su buen hacer en el tratamiento de unos individuos con carácter opuesto pero con un objetivo común: triunfar en el ámbito sentimental para proyectar una sensación de seguridad que complete un hogar feliz. 'Aprendiendo a conducir' se sirve de diálogos acertados y de un montaje ágil para no aburrir y evitar que el coche en el que se desarrolla la mayor parte del metraje aprisione. Su apuesta por un guion sencillo, con millas por recorrer en el interior de los personajes aunque sin demasiados acontecimientos externos que sacudan la acción, empobrece su disfrute. No obstante, la buscada falta de vigor dramático en la cámara de una realizadora tan carismática arroja un resultado satisfactorio. Pese a los deseos de una velocidad más acelerada y reacciones más tormentosas, se agradece esa visión luminosa de mirar al horizonte en lugar de al fondo del precipicio.
Tanto Patricia Clarkson como Ben Kingsley participan de esa naturalidad y humildad. Escapan de la ostentosidad y eligen la mesura en sus interpretaciones para transmitir sentimientos sin reacciones exageradas. En la versión doblada, Clarkson gana la partida al hieratismo de su compañero, pero, como siempre, el filme original aporta muchos más matices y no hurta el trabajo del actor británico en la dicción y el acento de un inmigrante indio. La laguna tranquila que supone este título dentro de la filmografía de mares embravecidos de Coixet constituye un respiro de sosiego y esperanza antes de que arrecie de nuevo la tempestad.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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22 de septiembre de 2020
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Una película dirigida por Isabel Coixet (Mi Vida sin Mi) que no es de Isabel Coixet. Este es la idea que uno se puede hacer a primera vista si uno ve en el cartel que está dirigida por la española. Ciertamente, esta amable película es un encargo hecho a Coixet, y podemos decir que gracias a l empeño que pone a la hora de dirigir, logra dotar a la película algo de la esencia Coixet que es tan diferencial en su personal filmografía.
Partiendo de un guión que no es suyo, la directora recrea con estilo una historia amable donde surge una amistad extraña y curiosa. Una amistad viva que da lecciones de vida a cada uno de los implicados en ella. Y creo que si los actores elegidos no hubieran sido estos, la película no habría funcionado igual. La química que desprenden en pantalla cuando se juntan es palpable, y la profesionalidad y buen hacer en sus papeles es de una gran calidad. Patricia Clarkson (Vías Cruzadas) recrea un personaje frágil, pero al mismo tiempo temperamental, que busca un apoyo (sin quererlo) para continuar adelante en la vida. Ese apoyo se lo da un genial Ben Kingsley (Gandhi), a la postre su maestro de autoescuela indio y practicante de la religión sij. Con esta mezcla de culturas, se irá creando una amistad difícil de deshacer en que cada uno aprenderá del otro diferentes maneras de afrontar la vida: ella, la firmeza y templanza de las enseñanzas de una religión apenas conocida por el resto del mundo (por desgracia, a estos buenos hombres se les confunden con los radicales yihadistas árabes); él, a saber tratar con los sentimientos emocionales de las personas.
Con esta buena causa, y el aprendizaje a conducir de por medio, Coixet entrega una película muy entretenida, educativa por cómo nos da a conocer la religión sij y sus entresijos aunque sea a grosso modo, sencilla en su concepción y desarrollo y con dos protagonistas a un nivel interpretativo de altura y gran calado.
Siferval
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8 de diciembre de 2020
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"Aprendiendo a conducir" no termina de arrancar y se queda en una película correcta, sin nada destacable. Le falta potencia, alma y profundidad.

La trama de sacarse el carnet de conducir a los cincuenta podría ser mucho más cómica, o al menos, estar mejor aprovechada. Lo que nos muestran está bien, pero nada más, como el guión, el ritmo y las actuaciones, a pesar de tener a una actriz tan buena como Patricia Clarkson. Nada falla pero tampoco nada funciona especialmente bien.

Sin ser un experto en Isabel Coixet, no veo su mano por ningún lado. Si me dicen que "Aprendiendo a conducir" la ha dirigido un señor que pasaba por allí, me lo creo.
Jaime Flores
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