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Pacto de sangre

Cine negro. Intriga. Thriller En la ciudad de Los Angeles un agente de una compañía de seguros (Fred MacMurray) y una cliente (Bárbara Stanwyck) traman asesinar al marido de esta última para así cobrar un cuantioso y falso seguro de accidentes. Todo se complica cuando entra en acción Barton Keyes (Edward G. Robinson), investigador de la empresa de seguros. (FILMAFFINITY)
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Críticas 182
Críticas ordenadas por utilidad
28 de noviembre de 2010
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
He visto esta película 2 veces, una hace 10 años y otra ahora mismo, y en ambas veces me ha parecido una obra maestra, de 10, -y eso que hay que perdonarle algo, que indico en el spoiler-.
Nos muestra de forma magistral, tras indicarnos quien es el asesino en el minuto 5, un intercambio de golpes a tres bandas:
1º.- Entre un inseguro vendedor de seguros, Fred MacMuray, en principio inteligente, -aún cuando pronto empeora y empieza a tomar decisiones con otra parte de su cuerpo que no es exactamente el cerebro-;
2º- La realmente fea, pero, -he ahí su misterio-, tremendamente seductora Barbara Stanwyck, -me seduce más verla con toalla que con tobillera-, que "sólo" sabe asesinar a todos los que la rodean, y
3º.- El simpatiquísimo y gran actor Edward G. Robinson, -encargado de descubrir los posibles timos que pueda sufrir la compañía de seguros, con el fin de cobrar la en este caso doble indemnización-, y que riega la película con sus investigaciones, fruto de la experiencia tras 20 años descubriendo engaños ajenos -es un gran acierto que la peli nos indique como ha sido la vida amorosa de Robinson, -hace mucho tiempo que estuvo a punto de casarse y nada más...-.
La historia está llena de aciertos, -gigantesco flash back inicial, que no hace que la atención del espectador decaiga-, relación de admiración mutua entre el jefe Robinson y su empleado MacMurray, marido asesinado que no parece muy agradable, -no ama a la Stanwyck, que es su segunda esposa, según ella él es un borracho y la pega; además este marido trata bruscamente al pobre vendedor de seguros, solo ama a su hija Lola -fruto de un anterior matrimonio en el que la primera esposa también murió en unas circunstancias nada claras y con la Stanwyck de enfermera-.
Los diálogos, como siempre en Wilder, son fantásticos y te atrapan desde el primer momento.
La escena del asesinato del marido, enseñando sólo la cara de la Stanwyck, es impagable, ya que el espectador nota que la película narra, ante todo, como ella es una auténtica víbora al lado del inocentón de MacMurray.
La derivación del afecto de MacMurray, que tras caer en las garras de la Stanwyck, sólo se ve consolado por la compañía de la hija del fallecido, la dulce Lola -Jean Heather-, la cual está demasiado llena de problemas al no sentirse querida por su impulsivo novio -Nino Zachetti-, como para descubrir a los asesinos, pese a ser la primera que duda de la Stanwyck.
Y Wilder acaba la película con un diálogo que, con todos los honores, ha pasado a la historia del cine, cosa que ya le ocurrió con las frases finales de Con faldas y a lo loco, de Bésame tonto, con las escenas finales de Ariane y de Sabrina… -ver spoiler-. Gracias Billy Wilder, para mí, también eres una especie de Dios.
Así que apaguen esta crítica y enciendan el televisor: Música maestro.
Nota 10 de 10.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Piano y yo
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23 de diciembre de 2008
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ver una y otra vez esta película es un ejercicio de aprendizaje de las líneas maestras del cine negro, y seguramente del cine en general. Todo en ella es una lección, y la prueba es que la intriga y el desarrollo argumental siguen atrapándonos de principio a fin cuarenta y cuatro años después de que se rodara. Es de las obras cinematográficas que no se pueden ver en dos veces, hay que continuar hasta el final, sabiendo de antemano cuál va a ser precisamente ese final.

Esta obra de arte parte de un magnífico guión, que maneja los tiempos a la perfección. Ese guión está escrito por el propio Billy Wilder junto a Raymond Chandler, a partir de la novela de James M. Camin, y no es una pieza instrumental sin más, sino una auténtica dramaturgia. Los diálogos son jugosos y cada escena forma parte de un puzzle impecablemente trazado para conducir y desarrollar la acción. El recurso narrativo de la confesión del culpable funciona a la perfección desde el primer minuto en manos de un director con poca experiencia -era la cuarta película de Wilder-, pero con un talento sencillamente inigualable y que iría demostrando a lo largo de una carrera con escasos altibajos.

Todo es deslumbrante y a la vez conciso: la fotografía, los encuadres y la banda sonora, discreta pero eficaz. Hay en la película mucho de lo aprendido por el joven director de su maestro Ernest Lubistch, y también del mejor cine europeo. Esto es apreciable también en el trabajo con los actores, que encajan a la perfección en este contexto y construyen unos personajes extremadamente creíbles. El trío protagonista –Fred MacMurray, Bárbara Stanwyck y Edward G. Robinson-, realiza un trabajo minucioso, contenido, y lleno de matices.

No puedo evitar comparar este cine con el que ahora vemos habitualmente en las pantallas y que se supone continuador del mismo género. Aquí no hay nada superfluo o de arbitrario, no hay mayores concesiones a la galería. Por el contrario, se le pide al espectador un ejercicio de activa complicidad y de atención inteligente, presentándole unas imágenes que vehiculan a la perfección un contenido dramático sencillamente maravilloso.
Paco Ortega
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19 de agosto de 2007
14 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un hombre serio, implacable, de conducta intachable y nobleza sucumbe a los encantos de una hermosa y manipuladora mujer que utilizando el arma más poderosa del ser humano, la pasión, logrará convercelo para urdir un plan en el que la única beneficiaria es ella. Claro que él ni se lo imagina.

Sin duda, no hay ninguna palabra que defina con tanta precisión este film: perdición. Una obra maestra en toda regla que mantiene un suspense y una expectación constantes a pesar de que al comienzo de la película ya se nos desvela el final. La música que ambienta la historia contribuye en gran parte a crear la oscura armósfera que rodea a los personajes, los cuales están interpretados por un reparto exclusivo, tanto que no sería capaz de encarnar a Walter Neff en otra persona que no fuese Fred MacMurray; incluso a mí logró engañarme la espectacular Phyllis (Barbara Stanwyck).

Perdición es una película que sólo la elegancia de Billy Wilder podría haber conseguido. Medida al detalle, sus diálogos están sumidos en la más brillante de las sutilezas y siempre sin perder el tono que requiere cada situación. Sin olvidar, por supuesto, el aire policíaco que brinda la voz en off del protagonista a la película, cuya actuación provoca la tensión del espectador e incitarlo a participar en el esclarecimiento.

Es de las mejores películas que he visto, en todos los sentidos. Una verdadera e intrigante historia de asesinato de las que ya no hay. Sublime.
Una_de_ellos
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2 de julio de 2011
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera vez que vi Perdición fue en un cine, afortunadamente, y al salir de la sala supe que tendría esta película metida dentro de mí para toda la vida.
Pocas veces he visto un guión tan perfecto, redondo, sin fisuras, repleto de diálogos ingeniosos, de doble sentido, y a la vez una exposición tan trágica de la atracción irresistible del deseo en las personas y sus consecuencias.

La historia era tremendamente atrevida para la época, ya que dejaba bien claro que la motivación del protagonista es siempre el deseo sexual, con el cual ella juega para beneficio propio pensando a su vez en utilizar a su amante en un asesinato. O sea, deseo, morbo, sexo, asesinato, infidelidad, toda una serie de inmoralidades que burló los códigos éticos del momento de verdadero milagro.
El guión tienen además varios elementos novedosos para la época: la narración comienza por el final, para contarnos en primera persona todo lo sucedido desde el principio, siempre desde el punto de vista subjetivo del culpable. Y otra curiosidad, siendo una obra imprescindible del cine negro, en cambio deshecha muchos de los elementos de ese género, ya que ningún personaje representa a la ley ni está ambientada en ambientes conflictivos: él es un vendedor de seguros y ella un ama de casa. Algo sorprendente para ser los protagonistas de una historia de asesinatos y estafas. Y algo más, no le persigue la ley, sino que su verdadero problema es que la empresa en la que trabaja no descubra el fraude, porque lo que realmente le preocupa es que descubran que ha traicionado la confianza y amistad de su jefe, el aquí fenomenal Edward G. Robinson.

Está basada en el libro de James M. Cain autor también de El cartero siempre llama dos veces, y en la adaptación colaboraron el propio Billy Wilder y Raymond Chandler, el creador de Philip Marlowe. Wilder y Chandler se llevaron fatal desde el primer día, pero eso no influyó para que construyeran un guión perfecto.
La historia era tan escandalosa para la época, que todos los actores a los que se les ofrecieron el papel lo rechazaron: Alan Ladd, Spencer Tracy, Gregory Peck, James Cagney…. hasta que llegó a Fred MacMurray y se lo quedó. En cambio para el personaje femenino se pensó desde el primer momento en Barbara Stanwyck, que tuvo que ser convencida por Wilder, ya que a pesar de gustarle no se atrevía a interpretar a una mujer fatal.

El resultado fue una obra maestra inmediata, que ya en su propia época fue considerada un ejemplo a seguir. Para el que no la ha visto, le recomiendo que lo haga cuanto antes, es de esas películas que han servido de ejemplo a otras posteriores durante décadas.

Yo aún tengo grabada a fuego en el recuerdo la voz de ese pobre vendedor de seguros, susurrándome, mientras se le escapaba la vida a borbotones, cómo arruinó su vida en cuanto vio a aquella mujer bajar las escaleras y apoderarse de su alma.
Orson_
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6 de febrero de 2017
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
El señor Neff va a vender un seguro al marido de la rubia, y la rubia le va a vender una moto. El señor Neff tiene un plan porque la rubia está como un tren, y se va a subir a él.

Esta es la típica película de lo que pasa cuando a uno se le complica un plan. Un plan meditado, concienzudo... Al principio las cosas van rodadas, alguna pega que surge se va a solucionando de rebote y uno pues tan contento. Encima la señora Barbara Stanwyck tiene aquí un encanto especial, un atractivo maligno, se aprecia algo que no se capta en otras apariciones suyas, posiblemente sea por esa intención plena de engañar al marido con todas las de la ley, así que el señor Neff se presenta voluntario sin pegas. No busque a otro señora, ya me tiene a mí.

Qué bien actúa el señor Neff, nunca ha estado más contento vendiendo seguros a domicilio. La trama dirigida por mano maestra nos contagia de ese entusiasmo, te interesan los detalles, el plan.

Los caminos de Perdición tienen su razón de ser y sus sitios bien señalados. Otros elementos irán surgiendo por orden riguroso pero por encima de todos y del plan, está Edward G. Robinson. Te deja en ascuas en cuanto aparece y te hace resoplar porque te cabrea. Tiene un enano dentro del cuerpo que le chiva las películas, le crees de verdad que lo tiene y no te gusta nada; por eso Edward G. Robinson no tiene planes ni los hace, porque tiene un enano chivato.

El señor Wilder tenía un plan y le salió una película redonda, de esas que hace aumentar el número de aficionados al cine negro.
floïd blue
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