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Sparrows

Drama Relato iniciático sobre un adolescente de 16 años, Ari, quien tras haber estado viviendo con su madre en Reikiavik, es enviado de vuelta a la remota región de los fiordos occidentales para vivir con su padre. Allí tendrá que lidiar con la difícil relación con este, y encuentra cambiados a sus amigos de la infancia. En ese ambiente desesperanzador, Ari tiene que esforzarse para encontrar su camino. (FILMAFFINITY)
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Críticas 28
Críticas ordenadas por utilidad
11 de septiembre de 2016
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El joven Ari experimenta uno de los cambios más severos que puede afrontar un adolescente: mudarse de casa y de entorno, pasando de la capital islandesa a un pueblo situado en el oeste del país. En una etapa de la vida donde se define la personalidad y la manera de ser de cada individuo, dar un giro tan radical en el aspecto social y en los proyectos de futuro que uno tuviera puede llegar a ser desestabilizador. Sin haber visto a casi nadie del pueblo durante los últimos años, especialmente a un padre dado a la bebida y a la juerga, Ari tendrá que volver a definir un ya de por sí peculiar carácter.

Sparrows (Gorriones) es una de las últimas películas que nos ha dejado el cine islandés, tan en boga en lo que va de década. No en vano, esta película dirigida por Rúnar Rúnarsson (autor de Anna, Volcán y de varios cortos que ya habían gustado en los circuitos festivaleros) se alzó con la última Concha de Oro en San Sebastián, completando con Rams y Corazón gigante el tridente que el remoto país nórdico puso en liza durante el pasado 2015 y que están contribuyendo a poner a su país en el mapa para aquellos despistados que todavía no se hubieran percatado de su existencia.

En buena lógica, la peculiar atmósfera de esta nación debe ser considerada como una protagonista más en el relato. En las obras citadas ya veíamos cómo el entorno jugaba un papel importante a la hora de relatar la historia. En Sparrows, esta situación se lleva incluso más lejos, ya que los fríos campos y las densas aguas islandesas contribuyen a acentuar la desidia de Ari en su pelea por reconstruir una atropellada vida. Lo más interesante de este aspecto es que Rúnarsson no se regodea al plantear las veleidades del protagonista, sobre todo en lo que se refiere al aspecto amoroso de la cinta, dejando tras de sí la pista de un relato que oscila entre lo cruel y lo esperanzador, como la vida misma.

Así, el cineasta se decide a tocar temáticas tanto racionales como emocionales, procurando ser consecuente con el pulso que requiere el planteamiento narrativo de su obra pero tratando de alimentar el interior de sus protagonistas. Esta firmeza a la hora de rodar las desventuras de Ari con sus congéneres y la escasa conexión con su padre, dos circunstancias que se alimentan mutuamente, choca en ocasiones con una ligera sensación de hastío, no porque el argumento dé vueltas sobre sí mismo (cosa en realidad no es tal, ya que se puede palpar la evolución de los personajes de principio a fin) sino precisamente por la redundancia en señalar ciertas características emocionales que no tenían la obligación de ser recalcadas.

Por fortuna, esa circunstancia queda aplacada con un muy buen final que, además de resumir bastante bien las pretensiones de Rúnarsson, aporta la placentera sensación (o eso al menos es lo que siente el que aquí escribe) de no saber si ha sido exactamente un desenlace feliz o triste, ya que el cineasta sabe jugar con los caminos que su película había ido abriendo para conducirlos hacia un destino en el que al fin alcanzan su sentido. Sparrows puede ser una película irregular en los aspectos ya citados, pero lo que es difícil negar es que estamos ante una cinta muy cuidada en forma e intenciones ya que, amén de una puesta en escena atractiva, el islandés parece tener claro cómo encajan las piezas desde el principio y no da lugar a brechas argumentales. Un film más que interesante.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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1 de enero de 2017
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Con esta ya son tres las películas visionadas por un servidor de la así denominada de la nueva ola del cine islandés. Las expectativas con respecto a las películas que vengan de este país tienen ganado mi mayor interés, pues disfruté en Corazón gigante de una de las mejores películas del año, encontré en la sobrevalorada El valle de los carneros muchos elementos para el goce cinéfilo, y pese a devenires argumentales trillados disfruté bastante con la entretenida Eidurinn, el retorno a casa de Baltasar Kormákur. La obra presente, estrenada en octubre, venía alabada por una concha de oro en el Festival de San Sebastián y un positivo boca a boca. Mi encuentro con ella era cuestión de tiempo. Y el producto cinematográfico de Rúnar Rúnarsson interrumpió el entusiasmo de la racha islandesa. Puesto que sin duda hablamos de un filme merecedor de aprecio. Principalmente, gracias a su destreza en la ejecución formal. Y un tono narrativo difícil pero coherente y denso en su contención, pero el desarrollo argumental del parco guión ofrece poco dónde morder más allá de narrar aquello que ya hemos visto mejor contado en tantos otros filmes.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Néstor Juez
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1 de marzo de 2017
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Runarsson parece haberle cogido el gusto a las edades del hombre: Infancia (Ana/2009), vejez (Volcán/2011) y ahora la adolescencia. Solo he visionado esta última y su mirada me ha parecido muy interesante; fría, nórdica, meticulosa, respetuosa, objetiva y formalmente muy cuidada a pesar de su aparente sencillez. Una propuesta muy meditada cuyo ritmo puede no ser del agrado mayoritario pero que personalmente no me molesta en absoluto.
Esta es una de esas películas en que se reafirma que el cine básicamente es imagen y si esta se utiliza bien, la gama de sentimientos que provoca en el espectador es infinitamente mayor que las palabras. Aquello de que una imagen vale más que mil palabras.
Es cierto sin embargo que el guión somete al protagonista a un cerco de desdichas algo forzado potenciado además por la soledad ambiental del paisaje islandés.
El trabajo de contención de Atli Oskar consigue reflejar la angustia existencial de su personaje y el resto del elenco crea un entorno de credibilidad acertado.
Concha de Oro en San Sebastían. No fue una mala elección.
ELZIETE
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19 de junio de 2017
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Película llena de sensibilidad, con un joven protagonista que con pocos gestos sabe trasmitir toda la tensión de la adolescencia cuando tiene que cambiar su modo de vida.
Hasta el paisaje es otro claro protagonista.
Tiene alguna secuencia que no aporta nada nuevo y se excede en el tiempo, pero en general se deja ver.
floro
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8 de enero de 2018
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Coproducción de Dinamarca, Croacia e Islandia que narra el viaje iniciático de un adolescente de dieciséis años de nombre Ari, que vivía bien y de forma estable con su madre divorciada y su pareja, en la capital de Islandia Reikiavik. Pero sin muchas consideraciones, es enviado por su madre a una inhóspita región islandesa donde viven su buena abuela y su padre.

Segundo largometraje del islandés Rúnar Rúnarsson como director, quien afirma que sus películas salen del fondo de su corazón. Sin embargo es mi parecer que Rúnarsson se regodea en exceso en el lado más duro, hiriente y terrible de una historia sin aparentes salidas.

El guión del propio Rúnar Rúnarsson está bien organizado y es correcto, claro y veraz, a la vez que apunta a diversos aspectos de una realidad dramática y propiamente de páramo en el norte más norte de Europa. De otro lado pone sobre el tapete y desvela los vectores de "violencia latente" en la sociedad islandesa actual. Habla la trama también del amor en situaciones sórdidas y turbulentas que es cuando el joven puede enterrar su. Excelente la fotografía de Sophia Olsson.

El equipo de actores y actrices, sin ser sobresaliente cumple sobradamente su cometido, siendo elemento principal Atli Oskar Fjalarsson, un chico que economiza en gestos pero está sobrado de capacidad expresiva.

Ya sabemos, y quien la vea lo constatará, que el film trata de manera creíble el tema de la adolescencia en una situación muy dramática. Y además, la película se desenvuelve en planos muy abiertos que acentúan el estado interior del joven, plagados de silencios angustiantes que elevan la melancolía, la pesadumbre y la incomunicación del protagonista.

El problema es el cansancio, la sensación de anestesia que provoca tanto insistir, tanto hurgar en la misma herida, tanta afición por hacer aportaciones estéticas sobre la miseria del joven y su entorno.
Kikivall
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