El vengador anónimo 4: El regreso del justiciero

Cuarta entrega de la saga del justiciero encarnado por Charles Bronson, en la que a su personaje se le muere la tercera pareja en cuatro películas (para que luego digan que no existe lo de los gafes), y claro, tiene que intervenir de forma contundente. Como esta novia se le muere de sobredosis, esta vez irá a por los capos de la droga en Los Ángeles. Para no repetirse excesivamente, esta vez la historia tiene un par de giros que intentan sorprender, aunque en líneas generales la fórmula es la misma de toda la saga. No es tan trepidante ni disparatada como la tercera (y por lo tanto, no es tan divertida), pero es ágil y entretenida, y tiene unos últimos veinte minutos lo bastante pasados de rosca para dejar buen sabor de boca a los aficionados a estas peliculillas de justicieros urbanos.

Virtuoso largometraje dirigido por el octogenario J. Lee Thompson y protagonizado por Charles Bronson.

La historia se centra en la lucha del justiciero Paul Kersey contra el imperio criminal de la droga, representado en dos cárteles distintos que operan impunemente en la ciudad de Los Ángeles. Todo marchaba bien hasta que Érica, la joven hija de Karen, entonces pareja de Paul, es encontrada muerta debido a una sobredosis de crack.

De ritmo frenético, al igual que las otras cuatro películas de la saga, el filme transcurre con la debida madurez de su propuesta. Es interesante ponerlo en contexto: para mediados de la década de 1980, el pueblo estadounidense, principal consumidor de drogas del planeta en la actualidad, se vio desbordado por la creciente adicción a la cocaína de sus habitantes. Esta cinta de acción tiene razón de ser en ese tiempo y lugar: Kersey ejerce como la respuesta conservadora frente a ese fragelo. He aquí lo relevante.

De la droga se sale, ¡de las venganzas no! Aunque para mantener viva la llama del ojo por ojo tengas que llegar al extremo de castigar a emprendedores de la politoxicomanía por abastecer de clorhidrato de cocaína con bicarbonato sódico a su opulenta (aunque transitoria) clientela.
Al nuevo ligue de Paul Kersey -¡pero qué fucker eres, Charlie!- se le muere una hija que andaba 'metía en la droga'. Y Paul Kersey sabe sobradamente que le toca limpiar el barrio cepillándose a los camellos (o en el mejor de los casos, remojar con vino blanco la jeta de Danny Trejo en el prolegómeno de sus más de 400 películas hasta la fecha).
Dana Barron -la única actriz de la saga 'National Lampoon's Vacations' que ha interpretado dos veces a Audrey Griswold- es la interfecta agraviada.
El actor y escritor George Dickerson ('Terciopelo azul') es el policía tras la pista de la nueva escaramuza justiciera de Bronson y de un adversario común con el que cuesta entender cómo el segundo no ve venir su verdadera intención desde el inicio.
Dirige otro habitual en la filmografía -mayoritariamente en su etapa madura- del imperturbable bigotón, el veterano J. Lee Thompson ('Justicia salvaje', 'Al filo de la medianoche').
'Death Wish 4: The crackdown' sigue siendo tan divertida, demencial y reaccionaria como sexualmente menos explícita que sus precedentes.
A ratos da la impresión de ser otra película ochentera de Bronson sin más vínculo al personaje original que el nombre. Yo no descartaría que sea el caso.

Esta cuarta parte de la saga baja un poco el nivel, perdiendo ese toque dramático y de venganza personal que tenían las anteriores, donde el protagonista lo pasaba realmente mal y se lo curraba para conseguir su venganza.

El trabajar para otro no le sienta demasiado bien, aunque cierto es que la trama tiene ciertos giros que le dan un toque interesante, tenemos muchísima acción, muchos muertos y algún que otro momento bastante bueno, pero no ha conseguido llegarme tanto como las anteriores.

Las ejecuciones son truculentas, histriónicas y rodadas con el mayor grado de violencia posible (bendita exageración ochentera) pero la película es demasiado esquemática, no engancha, no implica al espectador, el argumento es reducido al mínimo, lo cual hace que carezca de tensión narrativa. Los traficantes son malos porque venden drogas a los niños. Hay que destruirlo. Punto. Y es todo el rato lo mismo con líneas de diálogo igual de inexpresivas que los actores. Eso es, sin duda, lo peor. No pasa de ser una monótona sucesión de secuencias en las que el ya un tanto canoso y ajado Bronson liquida a todo el mundo. La realización es algo torpe, con escenas muy cortas y a las que se les ve mucho el plumero de lo preparadas que están. En general, en el apartado visual se ve que lo intenta (esos planos de niños muertos) pero hay un punto de cutrez extra que las dos primeras partes no tenían (la tercera es para darla de comer aparte, un híbrido entre Mad Max y Counter Strike en bizarro, mientras que por la quinta profeso una debilidad especial). Se nota que ya era la cuarta entrega, y que no había tanto presupuesto para un protagonista de 66 años. Pero aún así tiene ese algo (fotografía, musiquilla de sintetizador tan muy de la Cannon, manera de dirigir...) que le da un toque inquietante a la cosa.