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Jimmy P.

Drama Al final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Jimmy Picard, un indio Blackfoot que combatió en Francia, ingresa en el hospital militar de Topeka (Kansas), un centro especializado en enfermedades mentales. Picard sufre varios trastornos: vértigo, ceguera temporal, pérdida de audición... Debido a la ausencia de causas fisiológicas, el diagnóstico es esquizofrenia. La dirección del hospital decide, sin embargo, pedir la opinión de un ... [+]
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
25 de marzo de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El bueno de Ted estaba sentado, una vez más (y con aquella ya iban 52 semanas consecutivas), en el diván. Haciendo lo de siempre. Aquello que le habían dicho que tanto le ayudaría... aquello en lo que se estaba dejando casi todos sus ahorros. Aquello que en parte le había forzado a encontrar un nuevo empleo -de mierda- con el que poder sufragar su ahora elevadísima cuenta de gastos. Con la vista perdida en el techo blanco del consultorio y la memoria en el pasado más doloroso, el frustrado escritor se auto-fustigaba de nuevo con tal de ver si en algún lugar de sus recuerdos se encontraba la razón de su bloqueo artístico. ¿La pérdida irrecuperable del amor de su vida? Quizás... pero ¿a quién le importaba eso? Exacto. ¿A quién coño le importaba eso? A su psicólogo, desde luego, no. El muy cabrón, aprovechando los ángulos muertos de su despacho, había aprovechado que su paciente estaba inmerso en su propio palique para bajar al piso de abajo a disfrutar del -segundo- desayuno. No contento con ello, cuando volvió al ''trabajo'' (es un decir), decidió avanzar unos cuantos minutos la hora del fin del terapia... porque era mala persona, sí, pero porque aquello no había quien lo aguantase.

Hablamos, para no andarnos con excesivos rodeos ''Farrellyanos'', de la sagrada institución del coñazo, venerada, tarde o temprano, en prácticamente cada certamen cinematográfico. Está escrito... o como si lo estuviera. Corría la 66ª edición del Festival de Cine de Cannes, sí, aquella con tantísimos candidatos de peso a la Palma de Oro. Pero ya se sabe, hasta en las mejores familias hay ovejas negras; la excepción confirma la regla... y todo lo demás. En la cuarta jornada de aquella magnífica competición vimos un claro ejemplo de ello. Por la tarde, Hirokazu Koreeda encandiló y emocionó con 'De tal padre, tal hijo'... por la mañana, dejémoslo, de momento, en que las cosas no fueron tan bien. Aquel día, más allá de Japón, poca vida inteligente encontramos. 'Jimmy P.' (presentada por aquel entonces con la nada presuntuosa coletilla ''Psicoterapia de un indio de las llanuras''... vaya) ilustra aquello que en su día dijo el belga Jaco Van Dormael sobre el cine que hacen sus queridos vecinos: ''Mi vida ha sido como una película francesa... en ella no ha pasado nada.''

El nuevo filme de Arnaud Desplechin, por mucho que quiera aparentar lo contrario, es algo vulgar, simple y anodino, cuya carga trascendental produce un desajuste desesperantemente cómico. El caso real de un indio ''Blackfoot'', cuyos problemas psicológicos fueron tratados a finales de la década de los cuarenta por un peculiar antropólogo, le da al director de la peligrosamente ensalzada 'Cuento de navidad' una excusa para que tengamos que escucharle durante dos horas interminables. A diferencia de Richard Jenkins en 'Algo pasa con Mary', a nosotros (por lo menos a algunos) la decencia nos impidió escaparnos por la puerta trasera... lo cual no quita que no lo lamentáramos profundamente. Porque aquella mañana tocaba librar aquella batalla en la que nadie quiere verse involucrado. Tocaba luchar contra el sueño, fruto del cansancio... y de, como se ha dicho, del monumento al aburrimiento expuesto en la gran pantalla del Lumière. Tocaba también hacer cine-ficción: ¿y si Jenkins hubiera estado ahí? ¿Y si Benicio Del Toro se hubiera dado la vuelta? ''¿Doctor... doctor?'' Y nada más. Hasta esta fantasía era triste.

Esto es 'Jimmy P.', un colosal estudio dedicado al aburrimiento. Un tema trascendental como cualquier otro... y desagradecido como pocos. Entre paciente y doctor (interpretados respectivamente por Mathieu Amalric y Benicio Del Toro, ambos igualmente desdibujados) se establece un gusto por la jaqueca exageradamente contagiosa, así como una insufrible verborrea que huye de los temas a priori más jugosos (véase la paupérrima situación de los indios americanos en Estados Unidos) para centrarse, como era de esperar, en otros mucho más elevados, y por esto, se supone, mucho más importantes. Conceptos como ''mente'', ''alma'' y ''religión'' adquieren aquí la categoría de palabrotas tarantinianas. Desvirtuados todos ellos por su uso indiscriminado, hasta convertirse en meras poses. Plúmbeas ilusiones surgidas de la interacción entre la ensoñación y el acercamiento científico de la historia. Parece muy complicado, pero en realidad no es más que un viaje, tedioso y patoso, a ninguna parte. Si acaso a aquel puñal envenenado lanzado por Dormael. Muchas charlas, pero como si no pasara nada.
reporter
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18 de octubre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película es aburrida. Mejor decirlo al principio para que nadie se lleve a engaño. Y eso no es lo peor. La película no es mala, es una propuesta fallida sobre un momento de la historia americana, de la psiquiatría y de las naciones indígenas norteamericanas que daba para muchísimo más, aún ciñéndose al caso concreto contado por el propio Georges Deveroux, interpretado por Amalric, en su libro: "Realidad y sueño: psicoterapia de un indio de la planicie".
Película de intuiciones. Intuimos que los nativos americanos pagaron su cuota de sangre con la patria y sufrieron el general abandono social de esa misma patria arrastrando su secuelas físicas y mentales, probablemente agravadas por su procedencia étnica. Intuimos el etnopsicoanalisis propuesto como novedad por Deveroux. Aquel que aplica en general las teorías de Freud a los condicionantes culturales de cada etnia. Intuimos el estado precarios de la psicología en la américa del 45. Intuimos poco y de forma desordenada algo de la vida privada de Devoroux que poco o nada aporta a la trama. Y se nos cuenta el drama personal de este indio pies negros que sumado a una fractura craneal le produce un cierto desorden físico y mental por el cual es ingresado en un centro de "enfermos del alma", preciosa metáfora, de la Armada estadounidense. Centro del que también intuimos que funciona con determinadas aptitudes racistas y escaso bagaje médico para los enfermos de los que se hace cargo.
Y si uno no abandona tanta intuición antes de que transcurran las dos horas de metraje es gracias a Benicio del Toro que de forma mesurada carga sobre sus anchos hombros y su mirada llena de matices toda la resignación y frustración contenida de esos pueblos a los que les robaron la tierra y el alma y que buscan nuevo acomodo en un mundo diferente al de sus ancestros. Destaco la sutil atmósfera creada por la dirección artística que nos traslada a ese rincón de Kansas, sin grandes alardes pero de forma muy evocadora y efectiva. (Los suelos del hospital, el tren...,etc)
Nominada a los Césares, novena entrega de un director desconocido para un servidor y que dicen quienes saben, que es de los mejores del cine francés. Pues eso.
ELZIETE
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10 de abril de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No parece que tenga mucha relevancia el que el paciente sea un indio de las praderas. Ha acumulado una serie de experiencias que no son privativas de los indios. Sus recuerdos infantiles, la educación católica, las relaciones con las mujeres, la guerra, pueden ser las vivencias de otra gente en cualquier sitio. Sólo de refilón se alude a que ser indio y vivir en una reserva puede ser determinante. Y para eso, tampoco hace falta ser un experto en etnografía amerindia.
Jimmy P. ventila a fondo su trastienda, pero su terapeuta también reserva interiores oscuros que no se llegan a orear en la película. El romance con Madeleine no aporta demasiado al conocimiento del doctor, que me parece el personaje más interesante de la historia y del que menos se nos cuenta. Me recuerda a aquel "Mumford" de Lawrence Kasdan que, a falta de titulaciones académicas, le sobraba sentido común para conectar con las personas desorientadas.
La terapía se limita a las conversaciones sobre sueños y recuerdos, los progresos se van sucediendo con facilidad y la relación paciente-terapueta se vuelve entrañable. Enhorabuena. Pero repito: "¿cuál es la diferencia?".
iñaki
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7 de junio de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director Arnaud Desplechin regresa a las pantallas cinco años después de su última película. Lo hace cambiando de continente y dejando el cine francés, en el que ha realizado obras como “Un cuento de Navidad” o “Reyes y reina”, para contar una historia puramente americana. Basada en hechos reales, la película cuenta la relación de un indio (el Jimmy P. que titula la película), excombatiente en la Segunda Guerra Mundial y diagnosticado como esquizofrénico, con un antropólogo francés que decide llevar a cabo una terapia alternativa basada en los preceptos del psicoanálisis.

El tema tratado nos trae a la memoria “Un método peligroso”, en la que David Cronenberg nos contaba la relación entre Freud y Jung, padres del psicoanálisis, a partir de los métodos que este último aplicaba a una paciente con serios trastornos mentales. En la película de Desplechin, sin embargo, los pormenores del tratamiento quedan en un segundo plano para centrarse en la relación médico-paciente de los dos protagonistas, que empieza siendo meramente profesional y termina como una entrañable, aunque previsible, amistad.

Los diálogos entre estos dos personajes son el motor de la película y a través de las preguntas del antropólogo y las respuestas del indio vamos conociendo, a modo de historia de vida, el relato de los acontecimientos que han llevado al protagonista a ser internado en un centro psiquiátrico. Este modo de contar los hechos hace que la película tenga un ambiente teatral, de dos personas conversando sin que suceda mucho más y con pocos cambios de escenario, en el que los múltiples flashbacks que acompañan la narración del protagonista no ayudan a amenizar su relato.

En un film como este contar con actores solventes es fundamental. Desplechin confía los roles protagonistas a Mathieu Amairic y a Benicio del Toro. El primero, que recientemente ha recibido grandes buenas críticas por el alter ego de Polanski que interpretó el “La venus de las pieles”, no consigue ofrecer el carisma que pedía su personaje, que debía funcionar como contrapunto del hierático Jimmy P. Por su parte, Del Toro, que tiene aquí su primer papel protagonista tras unos años sin mucha actividad cinematográfica, lleva el peso de la película y convierte a su sufrido indio en una estatua que parece no entender muy bien que está sucediendo a su alrededor. La trama requería este tipo de interpretación, pero también que debajo de esa calma se pudiera sentir la angustia vital que sufre. El actor puertorriqueño sólo lo consigue a medias, y nos deja con la sensación de que el personaje le queda grande.

Con todos estos elementos, el film se muestra excesivamente plano, pudiendo resultar tedioso en varias ocasiones. Sus casi dos horas de duración pasan sin que el espectador llegue a introducirse en la historia que nos están contando. Es, por tanto, un film fácil de ver, una pequeña historia sin grandes aspavientos. Sin embargo, ya que estamos hablando de una historia de personajes, es exigible que estos muestren unas altas dosis de humanidad, algo de lo cual desgraciadamente carece la película.
oscar_sturm
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