El castor

Mel Gibson y Jodie Foster, 2 pesos pesados de la interpretación, se dan cita en esta película en la que sobresalen una curiosa historia y un enorme Gibson. El drama del protagonista se ve entremezclado con las vidas de mujer e hijos en un complicado laberinto con el tema de la depresión como trasfondo. La película me ha parecido original y a mi me ha conseguido emocionar. Además la reflexión final no desmerece y creo que tiene un trasfondo humano muy positivo.

La frase procede del hijo ficticio de Gibson, hijo que posee su propia trama dentro de la peli y que es imposible desligarla del eje central de la obra: el castor y todo lo que eso conlleva. Antes que nada: El castor hubiese sido una peli genial de no ser por ciertos tópicos de familia bien americana que pululan por el mensaje final. Un mensaje que, previamente, presentaba una riqueza conceptual inusitada para los tiempos que corren.

En principio, sí, la idea del castor es disparatada, pero sólo basta con pensar lo que usualmente nos tragamos como premisas principales de una película para darle el pulgar en alto. Lo cierto es que detrás de la obra de Foster predominan la obsesión y la apropiación, ésta última mucho más acentuada desde la sutileza: la misma Foster nos dibuja, por suerte, un personaje de matices siniestros. Es ella misma, y no el castor, la que desea a Gibson, o a Walter, hasta el extremo de cosificarlo. Todos somos un poco marionetas de nuestro entorno, es cierto, pero también es cierto que El castor no se ahorra una demagogia final basándose en los clásicos instintos de superación que pueblan hoy por hoy el cine norteamericano. De allí su mayor pega: hacer de una voraz y cínica tragedia un salto de redención completamente innecesario.
Lo mismo sucede con esa doble trama en la que se encuentra el hijo: en algún punto, es igual al padre y en algún punto se deja llevar por los deseos de una persona ajena a él, como la Lawrence. Ambas tramas presentan el mismo adorno de última moda, adorno que sepulta a esta peli de potencial genialidad a una entremesa singular pero con aires familieros baratos.

Quiero rescatar a Gibson, su disociación para con esa marioneta es realmente escalofriante. Aunque, desde luego, llevada casi inevitablemente al extremo de lo ridículo.

A veces una persona puede encontrarse tan mal consigo mismo que la única manera de sobrevivir sea proyectando su existencia a través de otra persona o, como en este caso, a través de una cosa. Todo aquello que no puedes decir, todo aquello que te asusta pensar, que te hace daño, puede aflorar a la superficie a través de otro, a través de una voz que aún siendo la tuya, no reconoces como tal.

Haced la prueba. Poneos una marioneta en la mano y criticad a vuestro jefe. Decid todo aquello que no os atrevéis a decir si sois vosotros mismos los que habláis. Hablad sobre vuestro vecino, sobre vuestra madre, sobre vuestra esposa... sobre vosotros mismos. No lo estáis diciendo vosotros, es la marioneta la que habla así que no debéis sentiros culpables por lo que digáis.

Es un ejercicio liberador, abre la mente y permite verbalizar aquello que se esconde en los recovecos de nuestra alma, y por eso nos cura, nos sana y nos hace ser mejores personas.

Todos aquellos que penséis que lo que digo es una tontería, pensaréis también que la película no vale un pimiento. Los que creáis que el ejercicio es válido o por lo menos creáis que puede ser de ayuda en algunos casos, tendréis más posibilidades de sentiros a gusto con el argumento.

Las interpretaciones no son espectaculares, pero para mi gusto tampoco son funestas.

Es una película que vi a pesar de que la media que tenía no era muy allá y me sorprendió gratamente. No me pareció ningún 'viaje oscuro' como leí por ahí. Es divertida la mayoría del tiempo y luego su temática se vuelve algo más dura pero esta segunda parte me parece igualmente necesaria porque al fin y al cabo la depresión es una patología y si la propia película no se tomara en serio la enfermedad entonces perdería toda su fuerza.

Un tema peliagudo como es la depresión, Jodie Foster ha sabido dirigir una película sobre el tema con notable soltura y eficacia, con la ayuda de Mel Gibson con dos personalidades, la de Walter Black y un castor. Aunque, a priori, el tema pueda sonar a cachondeo, el fin llega a buen puerto. Un tema dramático untado con toques cómicos muy bien empleados. La cinta se hace amena de seguir (cerca de hora y media), y a parte de Gibson y la propia Foster podemos ver a Anton Yelchin y Jennifer Lawrence, cuyos personajes me parecen bien dibujados, cada uno con sus problemas, y una pareja con química. Y el final me ha gustado, ya tenía miedo de que el guionista no se decantara por otro lado mucho peor.