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El hombre del carrito

Drama Matsugoro, un pobre conductor de carro en el Japón del periodo Meiji, devuelve a un niño perdido, Toshio, a su casa. Sus padres se muestran con él muy agradecidos. Tras la muerte del padre, la madre, Yoshiko, muy preocupada por su hijo, le pide a Matsugoro que le ayude a educarlo. Él acepta encantado. Con el paso del tiempo le coge mucho cariño, al niño y a la madre. Pero Toshio crece, y se marcha a estudiar a la universidad de Tokio, y ... [+]
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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
15 de noviembre de 2007
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rescatar a un niño de un árbol, conocerle. Conocerle a él y a su madre. Conocerse. Y enamorarse de la vida, aunque a veces duela. Inagaki filma desde el lado más amable del corazón, huyendo de lo explícito para dejar que su historia la cuenten aquellas palabras que no se pronuncian, con sutileza, sin aspavientos. Hay mucho dolor en esta película. Y soledad y miedo, pero siempre brilla el sol. Como un felliniano artesano de la memoria, el autor de Samurai prescinde prácticamente del causa-efecto para centrarse en lo anecdótico descriptivo, en una línea impresionista que prioriza el detalle sobre todo lo demás. Entre escena y escena no hay una unión demasiado sólida, pero todas, sumadas, acaban conformando un fresco humano que en su último tramo roza lo desolador.

Inagaki ya no habla de guerreros ni reconstruye la época samurái con sabiduría de perro viejo y hambre de espectáculo, pero el aprendizaje, el honor, siguen siendo el verdadero motor de la historia. Aquí hay unos principios, un reglamento moral que el protagonista (conmovedor, impresionante Toshiro Mifune) respeta aún a costa de su felicidad, simplemente poque es lo correcto. El hombre del carrito habla de la amistad y del amor, pero también de la propia quimera de nuestros deseos, de la asunción de un camino que quizás fuera equivocado pero que uno jamás se arrepiente de haber recorrido. La asunción de una vida mutilada, aunque un tristísimo cuadro intente poner algo de equilibro entre tanto malestar interior.

Pero claro, esto va por dentro. Por fuera todo es liviano, cómico y encantador (y se agradece), con sus flashbacks minimalistas y su buen puñado de anécdotas para recordar. Ozu, otro amante de los secretos y las procesiones que van por dentro, es un nombre que viene a la memoria al contemplar este filme. Inagaki no tiene su talento, pero estoy seguro de que el autor de Primavera tardía hubiera disfrutado (y se hubiera emocionado) con la vida del bueno de Matsu, el salvaje. De propina, una lectura (amarga, por supuesto) sobre la pérdida de la tradición (Mifune y los tambores) y la forma en que un estilo de vida es rebasado por el propio tiempo. Matsu como símbolo de una época y Matsu como individuo, según el prisma. Mientras, la rueda del tiempo y de la vida seguirá rodando. Aprovechad ahora; luego, quizás sea tarde.

Lo mejor: la composición de Mifune, de las que dejan huella.
Lo peor: ciertos excesos sensibleros.
nachete
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7 de febrero de 2009
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cualquier película en la que actúe Mifune es, por definición, una buena película. Esta lo es, triste pero hermosa.
Pero me niego, rotundamente, a ver "El hombre del carrito" en distinta forma a como la vi originalmente: en su idioma original con subtítulos en español. Me crispa oír una voz distinta a la de mis actores preferidos y, despues de todo, yo se leer.
olmar
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21 de mayo de 2013
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magnífica, vitalista y conmovedora película. Con una puesta en escena vigorosa, una gran ambientación desde la fotografía y los decorados, pasando por una interpretación a cargo de Toshiro Mifune de las que marcan una carrera, el filme nos ofrece una historia de generosidad, honestidad, lealtad y amor inconfeso.
Matsu, el salvaje (soberbio Mifune) se gana la vida transportando gente en su carrito, pertenece al más bajo extracto social y es muy popular entre la gente del pueblo; es pendenciero y rebelde, pero de buen corazón. Por azarosas circunstancias, se relacionará con la viuda de un militar y su hijo, del que se hará amigo e instructor en los lances de la vida, convirtiéndose este hecho en el núcleo de la narración.
Inagaki construye una hábil estructura narrativa, utilizando breves "flash back" explicativos, elipsis efectivas que evitan el exceso de dramatismo y transiciones mediante planos superpuestos y fundidos de las ruedas girando, como metáforas del paso del tiempo entre escenas.
La narrativa que utiliza se aproxima al clasicismo occidental, dotando al relato de un ritmo constante, sin altibajos. Dosifica perfectamente la comedia con el drama y contiene un puñado de escenas para enmarcar, imborrables (las que hacen de una película un clásico, aunque sea japonesa y no esté firmada por esa tríada de directores que todo buen cinéfilo conoce).
Una película inolvidable, en la que su vivificante superficie alberga la más profunda de las resignaciones, un sacrificio moral a lo largo de la vida, pero también una lección de humildad, de lealtad y un estímulo ante la aventura de vivir.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Wellesford
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2 de marzo de 2012
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Impresionante y lacrimógeno melodrama, ambientado en el Japón de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, concretamente en la ciudad de Kokura, en la isla de Kyushu. A destacar el uso de las elipsis en la narración; el empleo del color en la fotografía, y las interpretaciones, con un gran Toshirô Mifune, entonces "muso" de Akira Kurosawa, y una gran Hideko Takamine, entonces musa de Mikio Naruse. Éste es el "remake" de una película de los años 40, dirigida también por Inagaki, que contaba la misma historia.

Voy a los "spoilers".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Pedro Triguero_Lizana
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31 de julio de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin más pretensiones. El hombre del carrito (o Muhomatsu no issho en su idioma original) es una sencillísima historia sobre un hombre, que pese a que no ha tenido mucha suerte en la vida ha sabido ganarse el aprecio de muchos por su generosidad, bondad y humildad, unas cualidades que despliega con su profesión, tirando de un carrito o rikisha (una ancestral tradición del transporte), pero sobre todo cuando voluntariamente se encarga de ciertas tareas en la educación de un muchacho cuando su padre fallece.

No hay nada espectacular, pero ciertamente Inagaki sabe dirigir la historia con fluidez y buscar en las pequeñas tribulaciones de la vida algo digno que contar, acompañada en todo momento, de un tono agradable y acompañamiento musical acertado.

Sin embargo, la película no puede huir en muchos momentos de su esencia insípida, y más cuando el director busca en todo momento huir del drama y con un recurso no demasiado cinematográfico. Cada vez que algo triste llega a la vida de los personajes, de un solo zarpazo corta la escena, elipsis, y a seguir con la vida. Eso puede ser un problema a la hora de conectar con la película, ya que aunque tampoco soy muy partidario de escudriñar el elemento melodramático de una película, tampoco se debe cortar de forma tan abrupta. Por el contrario sí edulcora bastante la historia, aunque sin llegar a ser excesivamente melosa y desde luego, en todo momento creíble.

Hay algunas escenas en las que participan actores secundarios en las que salta a la vista ese vicio demasiado común en el cine japonés como es el de teatralidad a la hora de actuar, personajes que dibujan una especie de pantomima en sus caras y que restan credibilidad en ese caso. Afortunadamente no es el caso del protagonista, el gran Toshiro Mifune que sí está a la altura de la leyenda forjada sobre él, un actor inconmensurable, incluso para el gusto occidental.

El personaje principal, en su concepción de guión, también merece ser destacada, un hombre al que vas conociendo poco a poco por sus flashbacks para comprender como ha llegado a ser, que se deja querer, pendenciero ante la injusticia, bueno ante la ternura, cómico y encantador cuando hay que quitarle hierro al asunto. Matsu no es un héroe, más bien lo contrario, es un hombre tremendamente humilde que también comete errores y los asume, pero cuando la película deja espacio a los títulos de crédito finales, la sensación que te ofrece es la de haber conocido a un gran, gran hombre, una persona excepcional en su sencillez.

Una obra con la que Inagaki cambió de registro y que valió el León de oro en el festival de Venecia pese a sus excesos sensibleros.

http://palomitasconchoco.wordpress.com
Palomitasconchoco
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