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El luchador

Drama Randy "The Ram" Robinson (Mickey Rourke) es un luchador profesional de wrestling que, tras haber sido una estrella en la década de los ochenta, trata de continuar su carrera en el circuito independiente, combatiendo en cuadriláteros de tercera categoría. Cuando se da cuenta de que los brutales golpes que ha recibido a lo largo de su carrera le empiezan a pasar factura, decide poner un poco de orden en su vida: intenta acercarse a ... [+]
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Críticas 338
Críticas ordenadas por utilidad
21 de febrero de 2009
54 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
La fuerza visual de El Luchador no se debe a la fotografía sino al aspecto físico de Mickey Rourke y la dulzura de Marisa Tomei en un paisaje urbano abandonado que no necesita un buen objetivo para impactar. Del mismo modo, la parte técnica, algo vulgar, saturada de persecuciones a cogotes, queda relegada a un segundo plano por la fuerza dramática de la historia, que conmueve gracias a unas interpretaciones colosales, y se alza dando sombra a los detalles artísticos, ayudada por el mentado carácter gris de las localizaciones y la nostalgia inyectada en dosis de heavy ochentero.

Rourke se sale construyendo a The Ram, un personaje que, en mi opinión, ya tiene su butaca reservada en la sala celestial.
Sines Crúpulos
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7 de enero de 2009
42 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Darren Aronofsky consolida poco a poco su innegable condición de autor prodigio dentro del actual cine americano, un cineasta salvaje con alma indie que realiza obras de notorio riesgo, películas experimentales y a contracorriente, un cine cada segundo más personal y tremebundo, así, sin parches ni excesos disecciona en The wrestler una reflexión triste y fulminante de un personaje que viene a engrosar dignamente todo el glosario bendito que el 7º arte ha dado y dará de los perdedores, un solitario que vaga sin rumbo hacia los infiernos, un Mickey Rourke que logra (papelón creado a su imagen y semejanza) esa fragilidad necesaria para raptar sentimientos y ganar fieles seguidores en su oscuro sacrificio interno.

El luchador se representa en arrebatadora catarsis emocional, puro terrorismo cinematográfico, una plegaria que Aronofsky inmortaliza en la piel de un guerrero agotado, un ritual de dolor y filosofía vital, una de las más directas confesiones sobre la propia existencia.

Randy “The Ram” no cicatrizará del todo sus heridas en la hermosa historia de amor, mimada por Aronofsky con romántica melancolía, con una madre stripper, papel que Marisa Tomei materializa en milagro, quedando ya muy lejos su polémico Oscar de manos de Jack Palance y demostrando una increíble madurez tanto física (luce una figura despampanante) como interpretativa, una mujer que verifica su buen gusto a la hora de elegir sus trabajos, ella junto a Rourke son la química que hace rodar esta magullada colección de lamentos. Un mártir (muy bueno el momento en que Cassidy le dice a Randy si ha visto o no La pasión de Cristo) que busca en el fin del abismo una familia perdida, una hija despechada por la ausencia de un padre en el tiempo, una paz que solo habitará en su dura profesión de batalla, de rugir en un cuadrilátero que no podrá dejar jamás. Aronofsky filma un trozo de vida con la naturalidad y fiereza de un drama TOTALMENTE RECOMENDABLE.

LO MEJOR: La curiosa y detallista ojeada al oficio del wrestling, el respeto y cariño entre compañeros de profesión. La colosal performance de Rourke, el otrora sex simbol de los 80 resucita en un acierto de cast inaudito. Marisa Tomei, de un atractivo cegador, el combate/discurso final, la relación triangular entre Randy, Cassidy y su hija Stephanie (Evan Rachel Wood, la dulce chica de Across the Universe) y la faceta de Darren Aronofsky como director/productor.

LO PEOR: Que las vivencias de los “loser” sean un redil común en el cine y que pueda tener ciertos ecos de Rocky Balboa, última y decente entrega de la famosa saga pugilística.
deivi
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3 de marzo de 2009
59 de 84 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al final, a regañadientes, me siento obligado a escribir sobre ello. Espero que así mi memoria no se nuble por las bondades que sobre “The Wrestler” he leído u oído. Tengo la esperanza de que años más tarde, al acercarme a estas líneas, recuerde el absurdo guión de esta película, llenísima de clichés, con un personaje tan poco creíble como el la bailarina de streaptease que interpreta Marisa Tomei.

Nada sorprende, ni siquiera la última canción de Springsteen, que casa perfectamente con este tipo de mensaje que Aronofsky nos quiere colar. No hay tensión ni incertidumbre porque ya sé lo que pasará. No hay imprevistos, porque el guión se encargó de que no los hubiera.

Dicen que Mickey Rourke está fantástico, pero yo sólo veo a un actor destrozado por los excesos que pasea delante de la cámara haciendo de él mismo. Y muchos dirán que ello es lo que llena la cinta de veracidad, y no soy yo el que vaya a decir lo contrario, pero no por ello, su interpretación deba irse directamente a los anales de la historia cinematográfica. Eso sí, al deformar su cuerpo en pos del papel de Randy "The Ram" Robinson, ha conseguido que medio mundo se pose a sus pies. Y ya van una centena de actores y actrices que por el mero hecho de engordar, o afearse, consiguen halago por kilo de grasa que almacenaron en su vientre. ¡Y tampoco es para eso!

Como digo (a mí mismo) con un guión así de manido, con unas escenas que ya hemos visto docenas de veces, Aronofsky sólo nos puede mostrar la radiografía de un mundo bastante desconocido para un servidor (la lucha libre). Y ahí le doy mis seis estrellas, porque lo hace con oficio y casi sin extravagancias (la única, se la guarda hasta su último fundido en negro. Me imagino que para que nadie olvide que es director extravagante y que esto sólo ha sido un descanso).
Chagolate con churros
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23 de febrero de 2009
44 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aronofsky plantea una cinta que funciona en determinados frentes, patinando, eso sí, en otros muchos. El caso es que esta vez decidí conscientemente -fue un acto voluntario- fijarme en la descripción descarnada del antihéroe, en la piel coriácea de Rourke interpretándose un poco a sí mismo (a eso juega el director desde el principio, ocultando el rostro del protagonista, sabiéndose custodio de la composición de un personaje en el que hay mucho de propia intimidad). Decidí, por tanto, recrearme en esa jeta de Mickey que muchos ratos te recuerda a Carmen de Mairena y otros tantos a "El último guerrero", y valorar en su justa medida el esfuerzo de un, normalmente,"modernete" Darren Aronofsky por ofrecer algo de sencillez que deje respirar las escenas apoyándose en los actores para configurarlas. Marca su impronta autoral, sí, porque este hombre no se puede contener, pero lo hace con menos ansia ególatra que en otras de sus películas.

No es baladí el hincapié en los 80, no cae en saco roto la ponderación constante del sleazy rock o cock rock (o como se lo quiera llamar), porque la cinta tiene una atmósfera a lo Mötley Crüe y a lo Twisted Sister. Y resulta ésa muy buena opción a la hora de perfilar el ocaso de pasados irrecuperables en el que se mueve Randy "The Ram" Robinson, un mundo donde la podredumbre llega a extremos de patetismo y decadencia que la realización de Aronofsky enfatiza mediante una fotografía gris, mediante la ausencia de planos-contraplanos y con el recurso a una cámara al hombro cuasi documental.

Todas esas pretensiones feístas, unidas a la ya referida colección de temas representativos de la que es en mi opinión la música más decadente del pop-rock popular, generan una tremenda sensación de resaca, de post-partido en estadio vacío, de día nublado tirado en el sofá con un martillo en la cabeza. Casi como revisar un vídeo-clip de los primeros Poison con sus mallas y sus maquillajes.

Yo me quedo con eso, por encima del esquematismo de la propuesta, del transitadísimo guión y de algunas ansias de tremendismo mal cosido. Me quedo con la sinceridad de las interpretaciones al límite de Rourke y de una Tomei que también roza los fangos del dramatismo más nauseabundo. Y me quedo con un Aronofsky que, por una vez y sin que sirva, imagino, de precedente, ofrece una realización algo más depurada, algo más respetuosa con las necesidades de la historia.
Bloomsday
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16 de enero de 2009
36 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchas veces he dicho que Darren es el mayor experto en hacer trascender sus imágenes, no sus películas en general, sino todas y cada una de las escenas que componen las mismas. En este caso, Darren hace trascender la basura, el abandono, la decadencia, la brutalidad y, por supuesto, la carne. Ese director de texturas del que espero que sólo haya aparcado momentáneamente su eclecticismo, se centra en revivir la carne, en hacerla bella en su laceración y monstruosa en su grandeza, instrumento que otorga y después priva para siempre, cárcel y útil de vida, carne untada con cerebro que reverdece lo efímero de su apogeo, o nos hace creer en ello a pesar de que somos testigos de su decadencia. Una vez más, el hombre/artista quiere ser especial, y tiene talento para algo. Un algo que quizá sólo le importe a él a ese nivel vital (como toda creación personal), desde luego mucho más que a los fans a los que sólo les satisface un instante, una lágrima de segundo salpicada en sangre en el que poder lanzar un insulto voraz en la cara de alguien mucho más fuerte que ellos para desahogarse de la mierda de sus cochinas vidas en las que nada es especial. Para él, sin embargo, es su vida. Su vida porque es lo único que sabe hacer, o lo único que le hace especial, o lo único que le recuerda que puede ser especial. No obstante, cuando ese algo que te hace especial explota delante de tus ojos y te absorbe, pasa a convertirse en todo lo que eres... y tarde o temprano abandonas a tu hija, abandonas el amor, abandonas tu salud y te abandonas a ti mismo con tal de seguir consumiendo de la droga de ese talento que Dios te ha dado. Y aquí no importa el intelecto. Darren nos ha hablado de dos mundos bien diferenciados en sus películas: el de las drogas y la decadencia, las convenciones de la calle y del mundo del espectáculo, suficientemente alejadas de la intelectualidad como próximas a la sabiduría del oficio; y por otro lado el de los genios matemáticos, eminentes científicos y doctores. Los del primer grupo (Réquiem, y ahora esta Wrestler) buscan ser especiales a partir de la simple facultad de sus virtudes, equivocándose en sus decisiones y echándose a perder (o más bien corroborando esa perdición a la que siempre han estado abocados), pero con el horizonte siempre en mente, negando lo que son y buscando lo que quieren ser. En el segundo grupo están aquellos cuyas complejas virtudes y dotes mentales les impiden saber quiénes son o qué hacen aquí, hasta que les llega la redención en sus prodigiosos finales. De tal forma, Darren les coloca en la misma tesitura de tener que afrontar sus equivocaciones y afrontar su destino, que siempre les será esquivo, independientemente de su status social e intelectual, nivel, oficio, arte, sueños, obra y prodigios.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
lyncheano
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