Gente como uno

Una cinta que describe con parca maestría, a pesar de ser opera prima del director, el drama familiar cuyo pilar, la madre (Mary Tyler Moore, La chica de la tele) ignora cómo expresar sus sentimientos ante esa tragedia que es la pérdida de un hijo y a afrontar una realidad sin él. De ahí que ignore, también, cómo expresar su cariño y amor a su hijo vivo y víctima de una amargura más profunda que la de su propia madre.

Como director, Redford ya tiene una trayectoria importante, con películas que le valieron el reconocimiento de la crítica y del público. En 1980 se inicia como director con “Gente corriente”, que obtuvo muy buenas críticas y éxito de taquilla, y que le supuso el Óscar al mejor director. Consiguió otras tres nominaciones a los Óscar, dos como director y uno como mejor película.
Se trata de un retrato de familia auténtico, fiel y sin tapujos. Además, obtuvo la estatuilla como mejor película, mejor actor secundario para Timothy Hutton, (hijo del Hijo del actor Jim Hutton, quedó influido por la actividad profesional paterna, decidiendo convertirse en intérprete, logrando papeles en series y filmes de televisión. Su carrera artística despegó gracias a la llamada de Robert Redford que le contrató para la película “Gente corriente”. La Asociación de Críticos Cinematográficos de Los Ángeles le reconoció como el mejor actor de reparto del año. Poco después Timothy Hutton se alzó con el Óscar al mejor actor de reparto así como el Globo de Oro al mejor actor revelación).
Es un drama elegantemente contado, sinceramente puesto en escena por uno de los actores quizá menos valorados por la crítica internacional, cuando ciertamente, aunque no sea polifacético en sus papeles, Redford ha sido un sólido bastión de la interpretación cinematográfica de los últimos cuarenta años en Estados Unidos.
Con esta película Redford demostró también que, además, tenía la sensibilidad necesaria para contar historias que interesan a la sociedad de nuestros días, una tragedia de gente medianamente opulenta, poco corriente, en contra de lo que anuncia su título, un drama humano que navega en los turbulentos mares de la depresión, la culpa y el suicidio.
Que viva el buen cine.

El titulo de la crítica es una expresión que utilizamos en mi tierra cuando no encontramos la manera de expresar correctamente lo que sentimos. La verdad es que esta película me ha dejado sacudido, me hizo replantear situaciones y me conmovió a partes iguales. Y es que hay historias con las que uno se identifica de inmediato, aunque no hayas vivido tal cual lo que acontece en la misma. Sin embargo, de cierta manera he pasado por situaciones bastante complejas a lo largo de mi vida y tal vez por esa razón sentí el dolor de los personajes, el rodar de las lágrimas, sus temores y sus anhelos.
En fin, que, una vez más, el cine me ha dado un mazazo en lo más hondo del subconsciente; me hizo aflorar recuerdos olvidados y me mostró lo que al final del día, a pesar de todo, sigo siendo (soy).

Si hace unos días afirmaba que la película de Alexander Payne, "Nebraska", era una película de actores, miradas, sentimientos e intimismo, puedo utilizar exactamente los mismos adjetivos para describir esta película que le valió un Oscar a mejor director a Robert Redford en su debut tras las cámaras. La verdad es que fue un verdadero éxito en 1980 llevándose los premios más importantes del año, no sólo para un novato en la dirección como era Redford sino también para un joven actor de tan sólo 19 años llamado Timothy Hutton que debutaba en el cine con su personaje de Conrad.

Hutton siempre me ha parecido un actor bastante infravalorado y aquí se comió la pantalla en cada escena en la que sale dando muestras del gran actor que es realmente. Su encarnación de ese chico que sufre una gran depresión causada por el sentimiento de culpa tras la muerte en accidente de barco de su hermano mayor, al que adoraba, y el odio y desprecio que recibe cada vez que mira a su madre, con la que no tiene conexión, es para quitarse el sobrero.

Los miembros restantes de la familia, madre, padre y hermano, sobreviven como pueden y saben a la pérdida del chico, cada uno a su manera, y no siempre entienden la forma en la que el otro lo sobrelleva. La muerte de un familiar tan cercano e importante te puede unir a tu familia pero también te puede separar. Hay matrimonios que se destruyen tras la pérdida de un hijo o están en el borde del precipicio tras dicha tragedia.

Mary Tyker Moore está soberbia como esa madre fría incapaz de llorar por su hijo y que pretende seguir con su vida normal como si nada hubiera pasado. Donald Sutherland se sale en le papel de ese padre que no sabe cómo tender puentes entre su mujer y su hijo y que está siempre sufriendo por los dos. Y Hutton, como ya he dejado claro, se sale como el chico con problemas de culpa por no haber podido salvar a su hermano y haber sobrevivido al accidente, Una jovencita de 18 años llamada Elizabeth McGovern haría su debut aquí como actriz y el siempre secundario Judd Hirsch lo borda como el psicólogo del joven Hutton.
Un saludo,
Tess

Una madre que odia a su hijo. Un padre permisivo, que ama a la madre. Un hijo que se odia a sí mismo, inseguro. Otro hijo criando malvas… He ahí los mimbres para una historia escrita, buen mimbre para una película de Oscar.

Luego, música clásica que no encaja con lo que está ocurriendo, luz ochentera, buenos actores (eso sí), salvo la madre, que no transmite su rol de madre egoísta, insegura, traumatizada… En una visión sin sonido, creeriamos que se trata de la madrastra de Cenicienta.

Sin embargo, me gustan los pequeños detalles: la primera llegada al psiquiatra, en donde se toca la puerta que no es. El reencuentro con su amiga de hospital, y ese diálogo absurdo, muy natural y como, en principio, debe ser…

En general, no me ha gustado mucho, pero es pasable.