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España España · Villavaque
Críticas de Melmoth
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
8
26 de noviembre de 2019
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
No se por qué pero esta película de doble vida, un "must" en las cult movies, me genera buen rollo por eso tengo juzgarla con amabilidad. Tiene tantas cosas que me resultan atractivas, tantas escenas insinuadas que me traen a la memoria otras tantas películas de mi gusto. Tiene guiños al cine negro, tintes expresionistas del cine alemán enfatizados por el maquillaje. Y esa sensación, por veces, de estar viendo cine experimental tirando hacia lo surreal. Todo mezclado con un gusto exquisito. Sus influencias ya apuntadas en otros comentarios son concluyentes.
Así que, vuelvan a su adolescencia e imaginen un fin de semana de verano, una buena compañía y un cine no demasiado grande. Las luces de la sala se apagan, se oye el ruido del proyector y unas imágenes en blanco y negro nos sumergen en una historia que nace de una casualidad. No sean quisquillosos y disfruten.

ORIGEN
Como alguien ha apuntado y el propio Herk Harvey contó: éste volvía a Kansas desde Los Angeles, después de unas vacaciones, cuando en las afueras de Salt Lake City vio las coquetas ruinas del Saltair Pavillion con esas cúpulas bulbosas tan del estilo de las iglesias ortodoxas rusas. En ese estado de languidez se le presentó a Harvey la que le pareció la edificación más rara que había visto en su vida. Al llegar a casa le dijo a su compañero de trabajo y amigo John Clifford que quería hacer una película con unas criaturas saliendo del lago y danzando en el gran salón. Le preguntó si podía desarrollar un guión para acompañar todo eso y así empezó la historia del único largometraje que dirigió.

RODAJE
Harvey y un equipo de seis personas rodaron la película en tres semanas (el mismo tiempo que dedicó Clifford a terminar el guión). Descubrió que podía alquilar el Saltair por 50 dólares. Fue a buscar a Nueva York a Candace Hilligoss (está perfecta) a la que pagaron cerca de 2.000 dólares. Un par de actores más en nómina y el resto de papeles para no profesionales. Incluso parte del personal técnico, director incluido, hizo doblete y todos tienen sus escenas en la película (ese puntito de ingenuidad que la hace más entrañable). 38 dólares más para reparar
la barandilla del puente donde el coche se precipita al río... En cuanto a los permisos de rodaje (¿permisos de rodaje?), Hilligoss recuerda que para rodar una escena en una tienda en Salt Lake se metieron en el vestidor y Harvey le dio a una dependienta 25 dólares por el pequeño papel que desempeña. Y así, suma y sigue, hasta llegar a los 33.000 dólares finales de presupuesto.

(Me gusta la historia de los protagonistas mudos de las películas y voy a acabar contando la del Saltair. El que no tenga interés puede avanzar hasta el spoiler)

EL EDIFICIO
El Saltair era una especie de resort que, edificado sobre 2.000 pilotes, parecía un enorme navío atracado en la orilla sur del Gran Lago Salado. En su pico de popularidad (a principios de los años 20), alcanzó la cifra de más de medio millón de visitantes por año y presumía de tener el mayor salón de baile del mundo libre de columnas. Los bañistas, gracias al alto porcentaje de sal del lago, flotaban en la superficie como si fueran de corcho (hay una foto de un grupo de ellos que me hace evocar la de Jack Torrance en el Overlook al final de El Resplandor).

Se construyó en 1893, a unos 20 kilómetros del centro de Salt Lake City, como una alternativa respetable en el oeste a las tentaciones de Atlantic City (estamos en territorio mormón). Además del pabellón principal las instalaciones adyacentes incluían una montaña rusa, un tiovivo, una noria, juegos de feria, bicicletas, compañías de teatro ambulantes, rodeos, paseos en barca por el lago, sesiones de fuegos artificiales y globos aerostáticos.
Desde el inicio se pretendió que fuese la contrapartida a Coney Island. Pero todo ese glamour tuvo un triste final en 1925 cuando un incendio se inició en el pabellón principal y luego se extendió por otros edificios auxiliares. Nuevos inversores combinaron sus recursos para reconstruirlo. El nuevo Saltair se jactaba de tener la mayor pista de baile del mundo, beneficiándose de la época de las grandes big bands. Muchas de ellas, como la de Glenn Miller, tenían marcado en rojo el lugar en sus giras. El declive llegó cuando cayó víctima de la competencia con nuevas formas de entretenimiento como la televisión, la radio e incluso los teatros locales con lo que la gente se ahorraba el trayecto. El crack del 29 acabó por dar el golpe de gracia.

En 1931 el desastre visitó de nuevo el Saltair cuando otro incendio causó daños por valor de 100.000 dólares. En 1933 bajó el nivel de las aguas lo que hizo retroceder tanto la línea de costa que hubo que construir una vía férrea para trasladar a los bañistas hasta el lago. Con el racionamiento de fuel y otros recursos provocados por la Segunda Guerra Mundial, el Saltair se vio obligado a cerrar sus puertas en 1958.

Durante los 60 los esfuerzos por salvarlo fracasaron y permaneció abandonado. Un incendio provocado en 1967 destruyó algunas estructuras secundarias pero en 1970 otro fuego (el cuarto) lo arrasó por completo.

En 1981 se usaron partes de un hangar para construir un nuevo pabellón aproximadamente una milla al oeste de las ruinas originales. El Saltair III. Desgraciadamente, cuando parecía levantarse de nuevo de sus cenizas, esta vez fue el lago el que con su crecida inundó las instalaciones (en 1984 alcanzó el nivel máximo de su historia) que permanecieron así durante varios años. Cuando por fin las aguas retrocedieron lo alejaron más de una milla de la orilla. El edificio de madera ha sido reemplazado por un complejo (una copia horrenda), llamado The Great Saltair. Se inauguró en 1993, coincidiendo con el centenario del original, y ahora se celebran actuaciones y un festival de música.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Melmoth
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2
20 de marzo de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A años luz de la película de Ang Lee. No entiendo a los críticos ni al personal. Me estoy volviendo raro.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Melmoth
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3
29 de marzo de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basado en un cuento de hadas de Alexander Pushkin ("El cuento del zar Saltan, de su hijo el renombrado y poderoso príncipe bogatyr Gvidon Saltanovich, y de la bella princesa-cisne"), es eso: un cuento filmado con diálogos en verso y la candidez propia de un cine ruso que hay que ver sin tener en cuenta la fecha de realización. Demasiado ingenua como para verla con seriedad. Para curiosos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Melmoth
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6
20 de noviembre de 2019
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Segunda versión (la primera es "La máscara del demonio" de Mario Bava) de cuento de terror escrito por el autor ruso de origen ucraniano Nikolái Gógol. Película más que correcta con un buen trabajo de su elenco. Aunque se ve antigua (2001 es del 68), la dirección artística tiene mucho encanto: es una película con estilo. A pesar de estar impregnada de candor, no desmerecería un visionado en pantalla grande. Recomendable.
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Melmoth
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7
1 de agosto de 2019
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No es una película cómoda de ver. En algunos momentos pide levantarse de la butaca y "mover el esqueleto" y en otros te hace revolverte inquieto sin saber muy bien por qué. Estimula, excita, provoca, seduce, cansa, irrita y hasta aburre, pero son sensaciones puntuales que no tienen continuidad. Son flashes de frescor que destacan porque lo que les rodea es tedioso. El desempeño de los bailarines (sólo dos eran actores) es notable; el del director: demasiado evidente. Es una película sensorial que deja poso aunque no es para todos los gustos. Mejora con el tiempo en el recuerdo.
Melmoth
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