Tengo que admitirlo, como amante del cine que soy, y a contramano de lo que opina la mayor parte de la crítica especializadaa, debo reconocer que "Hugo" dista mucho de lo que esperaba, en muchos sentidos. Y no atribuyo mis sobrevaloradas espectativas a la firma de Scorsese, ya que me defraudó más de una vez, sino a las nominaciones y reconocimientos que viene cosechando esta cinta.

Por un lado encontramos a un Scorsese distinto e incursionando en un mundo que no le es habitual, lo cual no sería un inconveniente, salvo por una cuestión: eso se nota y no juega a favor ni de la trama ni de la manera en que resuelve su historia, plagada de situaciones que desfavorecen su desarrollo y que no pretendo enumerar, porque sería muy extenso y no viene al caso.

Y por el otro, resulta particularmente deficiente el manejo de los personajes que intervienen en este “cuento” desapasionado y el desperdicio que se hace de actores con la talla y el temperamento de Christopher Lee y Ray Winstone, cuyos aportes pasan casi desapercibidos.

Acaso se me ocurre imaginar que hasta el bueno de Johnny Depp, al presenciar este filme que él mismo produce, debería reconocer que este aclamado Scorsese no es, ni remotamente, el mejor Tim Burton, que se mueve como un “gran pez” en el agua en este género. Ese mismo que él tanto conoce y que, seguramente, le hubiera rendido un homenaje más justo y apasionado a Méliès.

Lo peor de todo es que este pionero de la cinematografía, al fin y al cabo, merecía una mejor y más inteligente celebración que la que le dispensa Scorsese, cuyo trabajo bien podría estar firmado por Robert Zemeckis y haber transitado por los cines sin tanto revuelo aunque, seguramente, con una menor pero más justa repercusión.

Otra tonta comedia procedente de Hollywood (y van…) que no solo subestima el concepto de comicidad, sino que, por momentos, atenta contra el buen gusto de su público. No tiene clase, no es original y si tiene… un guión paupérrimo. Solo faltaba que apareciera Adam Sandler, con la gracia que lo caracteriza, para que me levantara de la sala.

Lo peor: Casi todo, aunque la innecesaria escena escatológica y de muy mal gusto que roda Leslie Mann en el baño toca fondo.

Lo mejor: Olivia Wilde, al igual que en “Cowboys & Aliens”, sigue empecinada en distraer todos mis sentidos mientras alrededor de ella transcurre una película que ni me interesa de qué trata. Y se lo agradezco.

Ridley Scott, el mismo padre de la criatura que acosó a Ripley (y a nosotros) a fines de los ‘70, finalmente cedió a la tentación de retomar la historia y, en lugar de mirar hacia adelante, como ya lo hicieron otros realizadores con resultados decrecientes (a excepción de la excelente segunda entrega que propuso James Cameron) y hasta agotar la idea, lo hizo hacia atrás (si el mismo Scott pretendió tomar distancia de este concepto, no lo consiguió), indagando en los antecedentes de su propia epopeya de franquicias y suculentas ganancias.

Por supuesto que había que buscar nuevos elementos para captar el interés de un público que terminó bostezando con la presencia de aquella depredadora criatura extraterrestre que hasta llegó a medir fuerzas con otro Depredador (aquel cara de cangrejo con rastas también diseñado por Stan Winston) y que, otrora, cuanto menos nos inquietaba. Ni que hablar de la nueva generación de espectadores acostumbrados a la era digital, muchos de los cuales, para asombro de los que peinamos canas (o nada), se revelan incapaces de diferenciar lo real de lo ficticio.

La tarea no parecía fácil, y si bien tampoco era imposible, el producto que finalmente nos llega a la pantalla grande, para muchos que esperábamos, cuanto menos, una continuidad narrativa coherente con aquel embrión de 1979, no convence. Y no lo hace, precisamente, porque se queda a mitad de camino entre el suspenso electrizante de su anterior trabajo y el remanido cuentito von Dänikeano (con perdón del término) de la procedencia humana.

Para enredar aún más las cosas, introduce muchos elementos que no conectan con aquel mundo en el que nos depositaba el carguero espacial Nostromo y que nos abandonaba, vulnerables, en esa claustrofóbica atmósfera alienígena oscurecida por la estética retorcida del H. R. Giger de aquellos años (no con el pasteurizado de ahora), sin necesidad de explicarnos mucho más. Aquello era una montaña rusa, llena de vértigo, esto, en cambio, es una ensalada rusa.

Por último, ninguno de los protagonistas de esta precuela, algunos bastante idiotas y otros más próximos a matones de un presidio que científicos o técnicos calificados, logra transmitir los niveles adrenalíticos de aquella heroína que compuso Sigourney Weaver.

Y un interrogante final: ¿Había necesidad de maquillar de viejo –irreal– a Guy Pearce en lugar de arreglar con Peter O´Toole para ese papel?

Solo espero que la anunciada secuela (o precuela) de Blade Runner corra mejor suerte en manos de Ridley ya que, en este caso, Prometheus parece una obra más digna de su hermano Tony.

¿Cómo puede ser que un guión tan lamentable (basado en la mediocre cinta francesa “Mon frère se marie”, de 2006), llevado a la pantalla por un director prácticamente sin experiencia (más conocido por haber sido el guionista de la irregular “The bucket list”) haya contado con la participación de actores de la talla de De Niro, Sarandon, Keaton y (aunque le quede grande el apelativo) Williams?

Quien se haya hecho la misma pregunta, tendrá una respuesta para ese interrogante, la cual, sea cual fuera, no hará más que ensuciar la trayectoria de los veteranos actores que encabezan este disparate cinematográfico, carente de gracia y talento, aunque pródigo en irreverencias e incoherencias.

Sinceramente, por más que me esfuerce, no encuentro nada rescatable en esta olvidable película, que no solo desaprovechó el talento de su elenco de estrellas (que más de un productor hubiera querido reunir y un director nobel dirigir), sino que confundió la chabacanería y la insolencia con humor… Imperdonable!

Un filme sencillo, menor, con algunos pocos momentos para el recuerdo, pero que, por el solo hecho de desempolvar viejos tiempos y otra forma de hacer películas, ha calado hondo en esta época del espectáculo 3D y digital, empecinada en desconocer por completo la magia del cine mudo y sin colores, que supo entregarnos verdaderas joyas del séptimo arte.

Acaso ese desconocimiento haya posibilitado que muchos reparen en este trabajo que, justo es decirlo, solo es un eco, un fantasma, de mejores tiempos pasados y que, llevado a esa época, seguramente no hubiera perdurado hasta nuestros días.

Dujardin y Bejo, al igual que en el debut del agente OSS 117 en la pantalla grande, vuelven a conformar una pareja que no desentona -esta vez luciendo además sus destrezas con el baile-, junto a una troupe prescindible de intérpretes de habla inglesa (aunque no hablan y al solo efecto de distinguirlos) que pareciera injertada para facilitar la difusión mundial de la cinta (las fugaces apariciones de Malcolm McDowell y Ed Lauter son una prueba).