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Críticas de Rob Stevenson
Críticas 1
Críticas ordenadas por utilidad
10
1 de agosto de 2012
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una magistral secuencia de montaje con el “Way down in the hole” de Tom Waits, interpretado por The Blind Boys of Alabama (comienzo y fin), clausura la, sin lugar a dudas, mejor serie de la historia. Y creo que tras terminarla, asistiendo a esa conclusión tan compleja como el conjunto, he sufrido como un hachazo el síndrome de Stendhal. Pocas obras de arte me han impresionado tanto en mi vida. Muy pocas. Me atrevo a decir que los personajes de The Wire son los más complejos, veraces y terriblemente humanos que he visto desfilar por una pantalla. Nunca he asistido a nada parecido, tampoco en el cine (partiendo de la ventaja, por supuesto, que ofrecen cinco temporadas). Para encontrar personajes tan perfilados, tan llenos de verdad, tengo que acudir a un monstruo de la literatura como Tolstoi. The Wire ha conseguido que, al aparecer Dominic West en 300 me pregunte: ¿Qué cojones hace McNulty vestido de espartano? Porque el personaje ha fagocitado al actor. McNulty ha cobrado vida. Y Omar Little. Y Leaster Freamon, y Prez, y Avon, y Marlo, y Rhonda, y Bubs… ¿Cómo han conseguido esto David Simon y sus secuaces? ¿Qué es The Wire? ¿Es una serie policiaca? ¿Es un drama social ambientado en Baltimore? Es mucho más.
The Wire es un ejercicio de refinado y crítico realismo, un análisis sutil, humanista y profundo de un sistema podrido mostrado a través de la idiosincrasia específica (con todas sus particularidades) de una ciudad: Baltimore. The Wire es “simplemente Baltimore”; Baltimore con su jerga, con sus esquinas, con sus drogadictos, con su pobreza y su opulencia, sus blancos y negros, con su bar irlandés, con sus muelles, con sus colegios, con sus particularidades sociopolíticas… pero es también un espejo de Estados Unidos, de la Norteamérica abandonada; un análisis de las estructuras de poder y los abusos arraigados al sistema en todos los ámbitos: la educación, los medios de comunicación, la política… todo es preciso y descorazonador. En cada uno de los estratos de la maquinaria que mueve Baltimore existe un intrincado y terrible mundo de corrupción interrelacionado, el poder inapelable del dinero. Y lo más extraordinario de la serie (en contraposición a otras obras construidas en base a reduccionistas análisis sociales, ocupados en ofrecer solo la cara oscura del fenómeno, el aspecto cínico) es ver como ciertos personajes, marcados por un halo idealista (en mayor o menor grado, siempre rebeldes) intentan luchar, con diferentes armas, contra la injusticia y la ineficiencia del sistema hasta el punto de cometer preciosas locuras. Son los McNulty, Freamon, Colvin, Daniels, Gus, Sobotka, Prez... que ejercen el rol de agonistas inquebrantables, cada uno en función de sus complejos y característicos sistemas morales, quedando irremediablemente maltrechos; héroes de tragedia Griega.
En The Wire observamos como los personajes, con sus particularidades y sus dudas, tratan de adaptarse al mundo en el que han caído sin remedio afrontando cada vicisitud con una moralidad propia. No hay, exactamente, buenos y malos (exceptuando alguna inevitable excepción en una amalgama de personalidades complejísima), o, al menos, no se nos exige férreamente verlos como tales, porque todos ellos están contextualizados y coaccionados por un fuerte factor determinista. La serie huye del maniqueísmo sin olvidarse de presentar batalla y de mostrarnos que hay individuos culpables, afines a lo injusto, que existe perversidad; y con todo podemos llegar a empatizar con muchos de los personajes del mundo de la delincuencia tras observar de cerca sus condiciones vitales, sus historias personales, la presión ejercida desde su entorno (no es de extrañar que Omar Little, probablemente el personaje más complejo de la serie, sea uno de los preferidos por la gente). En este caleidoscopio de arquetipos encontramos desde la personalidad fría y psicopática de Marlo hasta la redentora bondad y calado moral de Bubs (interpretado por Andre Royo, para mi uno de los mejores actores de la serie). Los personajes evolucionan, luchan, caen y se levantan, huyen de sí mismos y se encuentran, se redimen y vuelven a las andadas sin remedio. Son vida en estado puro. Y por ello, el fenómeno de la identificación espectatorial se convierte en algo mágico, inusitado, trascendente. Vivimos con ellos, sufrimos con ellos y asistimos a sus ascensos y caídas. ¿Existe algo más extraordinario que la capacidad del arte de conseguir esto?
¿Y qué decir de sus ya comentadas (hasta la saciedad) virtudes técnicas? Los guiones son absolutamente magistrales. Cada línea surge de un ejercicio de ingeniería narrativa que tiene en cuenta milimétricamente el proceso de interacción, la personalidad intrínseca, el argot, el conjunto, es decir, Baltimore… La dirección de actores es absolutamente prodigiosa, tanto como los propios actores. Las angustiosas atmósferas urbanas, sucias y realistas, se ven maximizadas por ese sutil y consecuente ejercicio de estilo que abandona (con mínimas excepciones en las magistrales secuencias de montaje) todo atisbo de contenido extradiegético (sin narradores, voces en off, sin música fuera del universo ficcional). Asistimos a un estilo sobrio, clásico pero transgresor en una visión de conjunto y el ritmo narrativo es un prodigio de tensión calculada.

Y tras ver esta transgresora obra de arte. ¿Qué hago yo ahora?

Tengo una sensación de vacío. Son los escombros del síndrome de Stendhal.
Rob Stevenson
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