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España España · Barcelona
Críticas de Ralph Wiggum
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Críticas 147
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
2
2 de abril de 2017
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me gusta el cine español. Si revisáis mi historial de votos, veréis un buen puñado de valoraciones de películas hechas en España, todas y cada una de ellas vistas, y creo que justamente puntuadas. Hay malas, regulares, con potencial pero desaprovechadas, buenas y excelentes maravillas. Siempre que alguien raja del cine español, intento justificar su necesidad diciendo que, más allá del cine comercial ultrapublicitado por A3media o Mediaset, hay unas cuantas joyitas ocultas que al menos merecen un respeto. Y que sean vistas. Después de esto, ante todo, no podréis tachar de "hater".

Con "Villaviciosa de al lado", sin esperarme una gran obra, tenía una cierta esperanza de, al menos, encontrar algo divertido, ya que su premisa no tenía mala pinta. Una excusa cómica para radiografiar la sociedad presente. Tras leer las desastrosas críticas, y viendo que diciembre es un mes potente de estrenos en general, la dejé pasar, y no ha sido hasta hoy que le he dado una oportunidad. Y, muy a mi pesar, me he encontrado con algo muy indigno.

Partiendo de una base con cierto potencial, desde el primer momento la película dilapida todo su potencial en pos de una historia que avanza sin un rumbo fijo, saltando de escena en escena sin orden ni concierto. Pero también moviéndose por todos los clichés habidos y por haber. Con un exceso de personajes que impide que muchos evolucionen a lo largo del metraje y, los que lo hacen, lo hagan dentro de la brocha gorda del más puro tópico. Y, lo más grave de todo, adentrándose en un humor que, al menos, creo que debería estar ya superado. Diálogos espantosos, sin gracia, con un olor a naftalina de los peores ejemplos de "Cine de barrio". Todo aderezado con la impersonal, extremadamente televisiva, y torpe realización de Nacho G. Velilla.

No es que no sólo no me haya gustado. Es que me resulta ofensiva. Ofensiva porque, en primer lugar, tiene un plantel de intérpretes (hay al menos 5 premios Goya) con valía que merecen algo mejor con lo que trabajar: Machi, Santos, Rellán, Valverde, Cuesta, Plazaola, García, Ramos... Como otras veces, pero en este caso de forma escandalosa, actores muy por encima del texto. Por otro lado, me ofende que se ofrezca eso al espectador. Pienso que tiene que haber de todo el panorama cinematográfico, y que el cine más centrado en el entretenimiento tiene que producirse con igual legitimidad. Pero me parece inaceptable que se de luz verde a guiones tan pobres y poco ambiciosos y se lleven a cabo con un acabado tan exprés poco goloso. Se entiende que el espectador pida este tipo de cine, pero como creadores creo que se tiene que ofrecer algo que, al menos, raye unos mínimos criterios de calidad: una historia bien trenzada, diálogos decentes, un montaje transparente y fluido, etc. Y que, dentro de lo lúdico, no trate al público de idiota y ofrezca algo un poco estimulante intelectualmente (no a niveles enciclopédicos, si no a nivel emocional/social). Porque si al espectador se le da este "fast food" cinematográfico rancio, se acaba acomodando a él de mala manera. Y eso lleva a que, cuando se le ofrece algo más sofisticado narrativamente, es incapaz de comprenderlo y lo denosta.
Y, finalmente, me ofende porque este es un claro ejemplo de mala imagen de cine español. Una película de mala calidad, con una distribución masiva y una taquilla de oro. "Villaviciosa de al lado", cuya notoriedad ha sido considerable, ha sido una de las películas españolas recientes que ha llegado a más gente. Y me jode que la gente se lleve esta imagen del cine español, como algo tan casposo y mal hecho. Y, también, que esto cope pantallas y pantallas y, en cambio, cosas que merecen más la pena pasen totalmente desapercibidas. Por su calidad, contribuye a ensuciar la (muy baja) concepción del cine español en la sociedad. Pero además impide que lo que pueda lavar tal visión llegue a los ojos de la gente.

Perezosa, cuñada a más no poder, cinematográficamente indigente, una pretensión de parodia mal entendida. Tanto que, en lugar de lúcida, idiotiza.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ralph Wiggum
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5
20 de diciembre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No era de extrañar que, tras el insólito y descomunal éxito “Ocho apellidos vascos”, una corporación televisiva tan oportunista como Mediaset apostara por llevar a cabo una secuela, pero la rapidez con la que se ha efectuado esta nueva entrega sobrepasa cualquier expectativa. En un momento actual en el que la longevidad de la fidelidad del público tiende a ser pasajera, la cadena ha querido explotar su gallina de los huevos de oro cinematográfica lo antes posible para asegurarse otro tanto. Y lo ha conseguido, pero a costa de la calidad del producto.

“Ocho apellidos catalanes” presenta una historia más bien hilada que su predecesora, la cuál tenía el defecto de avanzar a trompicones y poseer ciertas excusas argumentales débiles para su desarrollo. Esto sería un halago y un síntoma evolutivo si no fuera porque la película que nos ocupa arriesga aún menos que la desarrollada en tierras vascas, ya que va en todo momento sobre seguro. “Ocho apellidos catalanes” calca el esquema de ese subgénero en la comedia romántica que es el de “bodas frustradas” y no le aporta absolutamente nada, ni un mero apunte subversivo genérico del que ya había hecho gala Borja Cobeaga en ocasiones anteriores más satisfactorias. Del mismo modo que “Ocho apellidos vascos”, la simplicidad y debilidad de su argumento son una excusa para rellenar el contenido de gags basados en el juego con los tópicos, y que realmente justifican el éxito de la franquicia. Pero, si bien en Euskadi los diálogos desprendían por doquier una ágil verborrea humorística y los gags que funcionaban se contaban con más de una mano, en esta ocasión se resienten frecuentemente y no van más allá del guiño fácil, debido a que no se ha explotado ni explorado lo suficiente el imaginario catalán. Todo lo que pudo llegar la primera entrega a arriesgar en humor –dentro de los parámetros de la comedia familiar de Mediaset, claro está- aquí se desvanece en detrimento de una blancura y una brocha gorda aún más patente que erosiona todo el conjunto, otorgándole un sabor insípido y con un regusto aún más televisivo que la anterior. Esta sensación televisiva vuelve a ser inherente a la impersonal puesta en escena de Emilio Martínez-Lázaro quien, a pesar de haber corregido los tropiezos de “Ocho apellidos vascos” (esos barridos en las transiciones, esos saltos bruscos entre escenas), no aporta ni un mínimo estímulo visual que permita constatar que estamos en el medio cinematográfico. Asimismo, el evidente acelerón en la postproducción impuesto por los mandos superiores evidencia un cierto descuido en el acabado que chirría especialmente en las primeras escenas.

Nuevamente, el elenco de intérpretes consigue elevar el material y, al menos, insuflarle carisma por alguna vía. Los repetidores de la primera entrega vuelven a cumplir en su trabajo, pero esta vez afectados por la ausencia del efecto sorpresa y, en los casos de Elejalde y Machi, el desaprovechamiento de sus personajes. Las nuevas incursiones son tan agradecidas como irregulares. Sardà y Cuesta saben cómo jugar sus cartas, pero sus personajes caen en el desuso, mientras que Romero hunde la potencialidad de su personaje en una interpretación más bien sosa.

El vasco de Karra Elejalde en la saga suele rezar en más de una ocasión que ciertas acciones las “hacemos con la chorra”. Pues este tipo de cine es el que, precisamente, emana “Ocho apellidos catalanes”: cine de fácil visión, digestión y olvido con el que contentar a un amplio espectro de público. Lo que pasa es que, si se hubieran rebajado las confianzas y parado para descansar cada cierto tiempo durante su producción, el resultado habría resultado en algo más satisfactorio y cuidado a todos los niveles. Porque las películas “pueden hacerse con la chorra”, pero las buenas películas, no. A pesar de todo, “Ocho apellidos catalanes” es un producto que no engaña nadie, tan traslúcido como intrascendente, tan prescindible como necesario para dotar de pluralidad el cine español. Y, cabe decir, que hemos toreado en peores plazas.
Ralph Wiggum
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4
9 de octubre de 2015
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Varios cineastas que tuvieron su eclosión en la década de los 90, en los últimos años, han caído en una tendencia cinematográfica regresiva. Regresiva no en un sentido nostálgico, sino más bien en una deconstrucción del camino andado, dando pasos atrás con cada producción estrenada. Decepciones que, una tras una, diluyen progresivamente su figura y cuestionan si su valúa fue efímera o no. Dentro de este cesto, encontramos a Cameron Crowe, cineasta que, a pesar de no tener un estilo visual particularmente innovador, si que ha logrado convencer desde la escritura. Tras la frescura de "Un gran amor" (1989) y "Solteros" (1992), pegó el pelotazo con su convencional aunque agradable "Jerry Maguire" (1996). Parecía que los 2000 augurarían una prosperidad gracias a su consagración con "Casi famosos" (2000), su obra más redonda en todos los aspectos, pero el trabajar con material ajeno en "Vanilla sky" (2001) marcó el inicio de una década decadente, rellena de títulos que no pasan, en el mejor de los casos, de la mera simpatía y el entretenimiento. Una caída que parece continuar en la presente "Aloha" (2015).

Tras una premisa atractiva y un suculento reparto, "Aloha" tenía bazas suficientes para ser el resurgimiento del buen Crowe pero la jugada le ha salido mal. "Aloha" es la peor película del director y eso se debe, en gran parte, a un montaje lastrado. La película evidencia en todo momento que ha sido víctima de varias reestructuraciones y reediciones, con el fin de ajustarla a una duración media e intentar darle un ritmo eficiente. Lamentablemente, esto ha sido una muy desafortunada apuesta, puesto que ha erigido un film terriblemente irregular, intermitente entre escenas alargadas y flashes fugaces que la hacen avanzar a ráfagas. La torpeza y la falta de fluidez en el montaje han hecho mella también en la historia que "Aloha" nos quiere contar. Esta ansia por el recorte han convertido buena parte de la trama en ininteligible, estableciendo dificultades para la comprensión de las actitudes de los personajes, especialmente en el de Emma Stone. En este puno se debe admitir que "Aloha" necesitaba una duración mayor para poder dotar de recorrido a sus personajes y narrar transparentemente su compleja trama. Aunque, observando atentamente el montaje final, se puede confirmar que el contenido ya de por sí flaqueaba. No hay prácticamente momentos destacables, y mucho menos la magia que en algún momento de su pasado Crowe llegó a insuflar en una pantalla. No queda rastro de la aparente lucidez de Crowe, para nada.

Con todo esto, indudablemente no se puede negar "Aloha" es un proyecto mal planteado. Una comedia romántica compleja en su trama, pero demasiado soporífera para dejar que fluya en su complejidad. Con la voluntad de mantener el ritmo sin dejar de lado la complejidad, se ha creado este pegote de cierta inverosimilitud, inestable y con poco valor de entretenimiento. Solamente un reparto divido entre cumplidores (Cooper, MacAdams, Stone –pese a su personaje extremadamente desdibujado-), desaprovechados (McBride, Krasinski, Murray) e insufriblemente histriónicos (Baldwin) logra aguantarla.

Si hubo un atisbo de talento en Cameron Crowe, desde luego que "Aloha" no supone en absoluto un testimonio de esto, puesto que es un film que, con la voluntad de gustar a todo el mundo, deviene plano e impersonal. Aislado en tierra de nadie.
Ralph Wiggum
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7
2 de octubre de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el mundo de la creación artística, no dejan de sorprendernos esas fusiones interculturales aparentemente imposibles que se suelen dar de vez en cuando. Poca gente esperaba ver un film vasco, hablado mayoritariamente en euskera, dirigido por un escocés. El responsable de este embrollo, con una inicial resonancia a chiste humorístico de nacionalidades, es Ben Sharrock, director que da el salto al largo tras otros flirteos con la cultura ibérica en forma de corto como Patata-Tortilla.

En Pikadero, Sharrock se nos describe una realidad actual acaecida en Euskadi, pero extrapolable a otras zonas españolas e, incluso, europeas. En un entorno afectado por la crisis económica y sus consecuencias (inestabilidad laboral, ansias de títulos académicos para destacar, el anhelo de emigrar para vivir en mejores condiciones) dos jóvenes buscan exhaustivamente consumar su amor en un lugar íntimo y a la vez acogedor. Bajo esta premisa inicialmente ligera, Sharrock trasciende un poco más allá y nos muestra una generación desencantada, precaria, aturdida, pero a la vez insistente, paciente y luchadora. La generación actual que traga mierda para poder sobrevivir en esperanza de un futuro próspero, ya sea aquí o en otro país. En este sentido, la descripción de una era presente descorazonadora es bastante fidedigna y Sharrock acierta en plasmarlo de un modo desnudo, seco y lento, en coherencia con la sensación existente que este periodo no terminará. Eso sí, pese a la economía de recursos, Sharrock no descuida el apartado visual y nos ofrece ciertos planos de atractiva composición, insuflando unos retazos de belleza en pequeños momentos dentro de unas vidas estancadas.

Pese a esto, Pikadero no es una obra del todo sólida, puesto falla en el desarrollo de la historia de amor. No termina de resultar creíble la alargada espera para el amor de los protagonistas. Si hay atracción, si se desean verdaderamente, no resulta verosímil esa prolongación (innecesaria, puesto que viven situaciones donde pueden encontrar alternativas fáciles) y, debido a esta, termina por caer en ciertos tópicos como la frialdad del carácter vasco, entre otros. En este aspecto, era necesario una mayor síntesis para lograr mayor verosimilitud y, por extensión, una reducción del metraje que hubiera beneficiado notablemente el tempo del film.

A pesar de las contradicciones existentes en sus personajes, Bárbara Goenaga y Joseba Usabiaga llevan el peso de la película a sus espaldas con solvencia, respaldados por unos secundarios serviciales y sin estridencias.

Pikadero es una curiosa obra que se mimetiza bastante en una realidad palpable narrada con una comicidad medida y sin caer en dramatismos innecesarios. Una buena ópera prima de un director que, pese a la falta de horas de vuelo, augura interés.
Ralph Wiggum
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8
2 de julio de 2015
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
La tan denostada ficción televisiva española parecía que iba a marcarse otro tanto en caspa, chabacanería, ordinariez y cutrez con "Allí abajo". Yo, al menos, no disfruto con ninguna comedia televisiva española desde los tiempos de "Aquí no hay quien viva" (lo siento, "La que se avecina" se pasa histrionismo y me aleja absolutamente de la cotidianidad que consiguió su precesora). Casi todas las comedias, como he mencionado, me parecen obsoletas, faltas de ritmo, mal producidas, extremadamente fáciles y mal construidas. Con "Allí abajo", mi interés era realmente muy bajo, y más pensando en el oportunismo habitual de Antena 3 con los productos que suele emitir (el año anterior "Ocho apellidos vascos" -película que humorísticamente me convenció, aunque cinematográficamente ya era bastante más discutible-, reventaba las taquillas nacionales con una premisa argumental muy similar). No obstante, el azar me hizo enfrentarme a ella.

Y he de decir que, aunque "Allí abajo" no sea una serie arriesgada ni muy novedosa, realmente es una obra muy disfrutable gracias a su consciencia como producto puro de entretenimiento y evasión y a su falta de pretensiones. "Allí abajo" conoce a la perfección su objetivo y su público y, gracias a su honestidad con todo esto, consigue con creces su propósito: emocionar y, sobre todo, divertir. Su éxito en este aspecto se debe, en gran parte, a un equipo de guionistas bastante solvente en cuanto a la concreción del tono. Su humor es blanco, aunque deja sus huequecitos para momentos más ácidos y, en general, consiguen crear, dentro de una cotidianidad reconocible, situaciones relevantes y extraordinarias sin caer en el exceso ni en una espectacularidad barata que haría desmerecer el conjunto. Aunque en cuanto a las tramas no se aleja del típico "boy meets girl" y todas sus vertientes que derivan de esta premisa, hay que reconocer que al menos se han sabido dosificar de forma hábil a lo largo de una temporada bastante intensa y sin altibajos, con un nivel bastante constante. La intensidad se ha conseguido gracias a la creación de un entramado cómico bastante eficiente, propiciado por una magnífica construcción de personajes. A pesar que cada personaje ocupa un rol paradigmático digno de toda narración, se ha conseguido caracterizar a los personajes con la entidad suficiente para que su presencia en pantalla prácticamente siempre resulte interesante y útil para hacer avanzar la acción, asimismo para conseguir la empatía del espectador. Es de aplaudir que prácticamente todos los personajes resulten de interés y sean perfectamente reconocibles dentro del amplio abanico que ofrece la serie. Además, no es una caracterización maniquea, puesto que los "antagonistas" de Iñaki y Carmen son personajes que imprimen también su aire humano y usual que puebla la realidad. Vamos, malos de la vida real, no de ficciones arquetípicas.

Lo más reprochable a la serie en sí es una cierta tendencia a la complicación en ciertos pasajes que dan lugar a momentos un poco forzados, normalmente propiciados por el exceso de confusión. Así también, en ciertos momentos el estereotipo puede llegar a ser un poco excesivo. No obstante, estos defectos son paliados por la agilidad en el ritmo y, sobre todo, la abundancia de gags carcajeantes.

Por otro lado, otro de los elementos que hacen sumar puntos al conjunto son las interpretaciones. Absolutamente todo el elenco se amolda notablemente en su rol y desenvuelve como pez en el agua. María León enamora con su gracia habitual y su intensidad para las escenas más emotivas. Jon Plazaola se erige como una auténtica gran revelación al poder cargar con el peso protagonista debido a su naturalidad y su gran vis cómica. Entre los dos es palpable una poderosa química con la que se ganan absolutamente el favor del espectador. El plantel de secundarios también es agradecido y, entre la más eficiencia, sobresalen el salero de Mari Paz Sayago, la espontaneidad de Salva Reina, la dualidad de Alfonso Sánchez, la explosividad de Ane Gabarain o la achispada comunión de la Cuadrilla y el trío de vecinas. Sencillamente, un reparto muy destacable que prueba que fuera de los círculos habituales y de la centralidad madrileña (a parte de León, Peña, Barrios y el duo Sánchez-López, el resto del elenco me resultaba totalmente desconocido) existe gente muy válida y de importante magnetismo en pantalla.

En realización, aunque sin romper de ningún modo con el academicismo, es loable el recurso "modernfamiliano" de la cámara en mano, puesto a que consigue ensalzar la cotidianidad del ambiente. Asimismo, se agradece sumamente la valentía del uso de exteriores, ya que realmente es una innovación delante de la neutralidad espacial habitual de la comedia televisiva española. Los exteriores son un personaje más con los que se consigue describir más intensamente las dos sociedades retratadas en "Allí abajo". Sevilla nunca había lucido tanto en televisión. Lo aplaudo.

Por todo esto, a pesar de los lugares comunes, "Allí abajo" es una serie fresca, rítmica, a ratos emocionante, siempre divertidísima y, sobre todo, honesta. Por su consciencia y honestidad y, especialmente, por la consecución de sus objetivos, merece más consideración. Un entretenimiento dignísimo, cuidado en muchos aspectos y para nada ofensivo.

Kabensotz!!
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ralph Wiggum
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