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Mongolia Mongolia · Escala de Richter
Críticas de Eric Packer
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Críticas 63
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
31 de mayo de 2020
3 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La tarde no está como para que a Eze (Juan Pablo Cestero) lo encontremos sentado a la orilla de la pileta en el patio de su casa. La lluvia ligera, persistente, ya le ha humedecido el cabello, cuello y la parte alta de la remera. El agua aún no le escurre por los brazos. Cabizbajo, observa quizá sus manos, quizá su imagen distorsionada en la superficie del agua donde ha introducido solamente sus piernas. La desilusión lo acompaña desde que le conocemos. Lleva días sin saber de Mono (Lautaro Rodríguez). Cuando lo ve, los ojos le brillan a Ezequiel y le brota la sonrisa en la boca. Todo cambia. En el último mensaje enviado a Mono, después de varios sin contestación, le puso un escueto saludo con la esperanza de obtener, por cordialidad al menos, un "qué tal" de vuelta. Pero ni siquiera resultó la doble paloma azul en la app. Eze desconoce qué está pasando: "¿De esto se trata el amor? ¿De entregarlo todo y que el otro te abandone luego a tu suerte, te haga sentir como si no valieras nada, te anula como si no existieras? Desde los 13, algo así, yo sé que soy así y no lo puedo cambiar, se me pone redura pensando en los hombres... Apenas el año pasado conocí a uno que es un poco mayor que Mono y con él aprendí todo lo que ahora sé que les gusta hacer a los que somos así cuando estamos solos (tocarnos, chupar pija, coger...) pero él tenía novia y lo nuestro no significó más que entretenimiento puro, como un nuevo nivel desbloqueado en el vídeo juego, no más que eso... Lo mío con Mono es distinto porque a él no le van las pibas... Lo nuestro iba en serio... No entiendo porqué la cosa ya está que sin decir nada se nos puso así"... Todo esto pareciera decirnos Eze con su silencio, su postura, sus ojos fijos en las formas que dejan las gotas de lluvia sobre el agua.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Eric Packer
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8
16 de septiembre de 2016
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película vacía. Fue el primer comentario tras haber visto The Neon Demon: llena de luces de colores, de música electrónica agradable y caras bonitas. Pero, a fin de cuentas, una película sin nada, vacía. 7 días después las cosas han cambiado, en la cabeza sigue dando vueltas esa escena final que aún no he podido digerir y esto me ha obligado a verla por segunda ocasión. La interpretación ahora es que lo más probable es que la película haya sido concebida así para dar la apariencia de vacuidad que hay no sólo en las pasarelas y en las vidas de aquellos que viven para y por la moda (donde la belleza y el reconocimiento son efímeros), escenario en el que se desenvuelve la historia, pero bien pudo haber utilizado cualquier otro ámbito para contar la historia del cachorro enfrentándose a la hostilidad de los lobos veteranos con el fin de encajar en la manada; bueno, a lo que iba: lo que se nos cuenta en The Neon Demon, al interior de este microcosmos lleno de glitter y de la mejor iluminación para disimular imperfecciones, no es más que la degradación del ser humano, una metáfora para representar la actualidad del más cruel de los mundos y la mejor forma para sobrevivir en él.

Al inicio, luego de una breve lluvia de escarcha sobre un fondo azul, vemos a Jesse tumbada en un sofá, degollada y formando un charco de sangre rojo oscuro en el suelo, como recién salida del baile de graduación de Carrie o como una muñeca de porcelana rota, la toma se abre –remembranza del final de la Montaña Sagrada de Jodorowsky– para descubrir que la muerte es simulación y está posando para un fotógrafo. La vida de alguien siendo observada bajo cualquier tipo de lente que esté enfocando directa, exclusivamente a ese alguien desvirtúa su realidad, puesto que la realidad se vuelve ahora en perspectiva del que observa, ese ojo es una amenaza que tarde o temprano hará cambiar el comportamiento de lo observado que ya no es sujeto sino un objeto manipulado (maniquí, títere) al antojo de aquel que está detrás de la lente, de ahí la importancia de elegir a quién se le permite estar detrás de la cámara, de ahí la navaja cortando el ojo en la primera película de Buñuel.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Eric Packer
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7
10 de julio de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pocos minutos del visionado del nuevo film de Almodóvar, en uno de los días mas calurosos y soleados en lo que va del verano, me viene a la mente Hannah y sus hermanas de Woody Allen pero no porque las películas cuenten con alguna relación temática sino porque las dos, a mi parecer, me han resultado la experiencia más cercana a estar leyendo un libro al momento de acudir a una sala de cine. En Julieta de Almodóvar se alcanza a ver toda la destreza narrativa de Pedro ganada con los años –ausente en la buena broma que fue Los amantes pasajeros– para contarnos una historia hecha de muchas historias –bueno, sólo tres– de la “nobeleada” Alice Munro, (premisa que recuerda a lo que hiciera Robert Altman con su Short Cuts a principios de los noventas para crear enlaces entre varios relatos breves aparentemente inconexos de Raymond Carver), historias de mujeres conflictuadas internamente y con su entorno, que se ven por demás comunes, que no van a cuento o sin trasfondo pero que si se las analiza con detenimiento y ojo cinematográfico sus avatares toman otra dimensión y casi casi llegan a terrenos de la tragedia griega. Julieta comienza con el rojo vivo y el azul eléctrico, marca de la casa de Almodóvar, el primer color está en la bata que porta una ojerosa Emma Suárez –que suponía ya retirada del medio– y el azul en el sobre de una carta que ella misma arroja al cesto de la basura. A no mucho de esta escena inicial un tanto enigmática que me recordó a Camilla en Mulholland Dr. de Lynch dejando caer el misterioso cubo azul en la habitación vacía de la tía Ruth, vemos a Dario Grandinetti, que pareciera repetirse como Marco de Hable con ella y que aquí va del interés amoroso de la Julieta madura, hablando de un planeado viaje a Portugal y bla bla bla, luego viene un encuentro fortuito con Bea, una chica guapa de ojos verdes que viene como un espíritu errabundo, de un pasado cercano del que Julieta se creía ya liberada por medio de distractores como el trabajo y Lorenzo, el personaje de Darío Grandinetti. Poco después llega una revelación que hace tambalear la frágil estabilidad bajo los pies de Julieta y entonces es que toma el bolígrafo, encuentra una hoja en blanco y el libro cobra vida: la sangría, oraciones, puntos y comas y puntos suspensivos comienzan a aparecer luminosos frente a nuestros ojos. Pero este libro en realidad no es para nosotros, voyeurs, el libro en sí es una extensa carta dirigida a Antía –un espíritu más–, la hija de Julieta: comienza a escribirse así la historia teniendo de fondo una noche de invierno en los ochentas, antes de que Antía siquiera estuviera pensada en la vida de su madre, ponemos el pie en el escalón del tren –donde como un pasajero más va el fogoso pescador que será el padre de Antía– e inicia el viaje que nos llevará por varias estaciones al pasado de Julieta para entender su presente que quizás nos permitirá predecir su futuro. Esta primera parte –porque hay que decirlo es muy marcada la partición entre la Julieta contenta del pasado y la Julieta triste de ahora, suerte de Melinda y Melinda, de nuevo Woody Allen, o al recurso de Ese Obscuro Objeto del Deseo donde Buñuel sin dar explicaciones usaba 2 mujeres para dar vida a la misma mujer: una la gélida y sofisticada, la otra cálida y sensual– es interpretada por Adriana Ugarte, y, bueno sin develar más parte de la trama hay un punto álgido en la historia, cuando ya todo se estaba volviendo un relato monótono que ya no daba para más sobre una familia que vive junto al mar, en el que Julieta sufre una metamorfosis y Adriana Ugarte es reemplazada por una sonámbula y afligida Emma Suarez –mostrando lo desperdiciada que ha estado como actriz en los últimos años–. En Julieta Almodóvar hilvana, tal vez como en ninguna otra de sus películas, la historia de varias mujeres antagonistas y silenciosas, al contrario de su Volver donde las mujeres, incluso madre e hija y abuela fantasma, enemistadas por distintos motivos, se unían todas en busca de la redención, aquí sin embargo todas buscan la independencia, como Greta Garbo “to be alone”, para macerarse en sus culpas hasta que se les haga la piel más dura o quién sabe con qué místico fin. Pero bueno a destacar es que esta, dejando de lado el personaje de Rossy de Palma, el ya citado rojo y azul que han empapado la cinematografía de Almodóvar desde sus inicios y el agónico canto de Chavela Vargas, es la película menos almodovariana en la filmografía de Pedro, pudiésemos decir que no parece una película suya: no hay personajes enloquecidos ni graciosos a pesar de la tragedia, ni un tinte de comicidad en Julieta: tiene más de Bergman, Hitchcock y Antonioni... mucho más de La Aventura de Antonioni que de lo ya visto en el cine de Almodóvar previo pero no por esto desmerece, el lado sobrio y austero –o como muchos ya han citado, "contenido"– de Pedro es por demás intrigante; ah, y tiene una frase que es un balazo y que me ha dado vueltas por la cabeza al terminar la película –en ese final que es un coitus interruptus– y encenderse la luz, dejar la butaca, bajar por las escaleras eléctricas y salir del aire acondicionado del centro comercial donde está el cine para encontrarme con esa misma tarde soleada, quizás la más calurosa en lo que va del verano: Tu ausencia llena mi vida por completo y la destruye, en esta frase se resume el libro que Julieta le ha escrito a su hija y que nosotros, indiscretos, nos hemos atrevido a leer sin su consentimiento.
Eric Packer
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4
24 de enero de 2016
25 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Spotlight es una película basada en un hecho real y tiene el aire de ciertas películas de denuncia como All the presidents men (contra el gobierno de Nixon) o Silkwood (contra los corporativos), entre otras; y en algo nos recuerda a Network joya imperecedera que ejemplifica que los medios -sea cual sea este- son el cuarto poder pero en ocasiones pueden llegar a convertirse en el primero, por el tema tiene algo de la Sleepers de Barry Levinson. La película toma por protagonista al staff de reporteros, de buen corazón y moral impoluta, de un periódico local que descubre un caso de pedereastia en la Iglesia Católica de Boston (oye, qué raro si esto no sucede) sepultado por años y que desentierran con la finalidad de hacer algo por las víctimas que ya son treintones o cuarentones afectados y que según la versión de la historia buscan no un beneficio propio remunerado sino que esto tenga un hasta aquí y no se vuelva a repetir. Bueno, la película es aburrida, cuenta con lugares comunes que ya están más vistos incluso en cualquier serie de televisión policiaca o en The Newsroom donde el compromiso profesional de los reporteros por conseguir la verdad es lo primordial cueste lo que cueste. Los personajes tienen buen inicio hasta que al guionista y al director les da por hacerlos ver como a los Superamigos en La Liga de la Justicia en este caso los reporteros del The Boston Globe reunidos en la Sala de Juntas planeando cómo acabarán con los sacerdotes pedófilos lo que los torna en desagradables y poco creíbles (remarcando que son pintados todos con una alta moral y ética irreprochables). Y, bueno, poco a poco nos damos cuenta que lo que se ve aquí es que en realidad lo que menos importa al staff del periódico es que se detenga a los sacerdotes o ayudar a los "child molested" sino que lo que buscan es llevarse la primicia a toda costa para vender y que su primera plana sea primera plana a nivel mundial. Ok, pues bueno... Lo que yo puedo decir es que en Spotlight no hay tensión, no hay ritmo, se hace cansada y larga y el desinterés viene pronto porque es una historia que quizás ya es conocida por todos -hasta Almodóvar en La Mala Educación nos ha contado de una manera más entretenida, su manera, la pederastia en la iglesia católica- y ha sido retratada mejor en documentales o en notas periodísticas, de hecho Capturing the Friedmans de Jarecki es un documental que conmueve más al denunciar de manera directa a los medios en su carácter de "influenciador" de la opinión pública en un caso de abuso sexual a menores muy similar al que se cuenta en Spotlight; la película nos hace pensar y mucho en algún capítulo de Law & Order: Special Victims Unit y éste tiene más tensión, ritmo e interés que esta biopic que aunque se lee en la sinopsis prometedora a los pocos minutos de que comienza se va diluyendo en lugares comunes y escenas que ya se han visto, reitero, en series de televisión mejor logradas o en un listado largo de películas que van de lo mismo como Michael, La Duda, Jagten, o cualquiera de las retorcidas películas de Todd Solondz. Quizás si la película hubiera tomado riesgos al exponer el caso, como por ejemplo en la innovadora El Misterio Von Bulow de Barbet Schroeder, habría llamado un poco más la atención pero no se salió del marco y quiso llegar a lo seguro lo que la hace muy plana.
Eric Packer
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7
6 de abril de 2014
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
De Marco Berger he visto su filmografía completa, hasta ahora, desde sus cortometrajes cuasi amateurs Una Última Voluntad (que remite, un poco, a Un Chant D’Amour de Jean Genet) y El Reloj hasta su enigmática y oscura Ausente habiendo pasado por sus opera magna Platero (corto incluido en el colectivo Cinco) y la indispensable Plan B. Y si alguna cualidad o rasgo distintivo hay por destacar en su forma de hacer películas es que el suyo más allá de ser cine gay –que lo es, temáticamente– es cine que tiene como ancla el deseo: Hawaii –como Plan B, como Ausente, o sus cortos El Primo y Brazos Rotos incluidos en Tensión Sexual, Vol. 1: Volátil– es una enternecedora fantasía homoerótica en la que los personajes se ven maniatados por sus prejuicios –o los que la sociedad les ha impuesto–, son incapaces de manifestar, quizás por las consecuencias que esto pudiese llegar a tener –el rechazo, sobre todo–, o algún complejo de culpa de origen religioso lo más seguro, las emociones que comienzan a bullir en su interior a partir de que la mirada de uno se fija en el otro. Hawaii comienza con un silencioso y solitario joven rubio de aura misteriosa que, como en los mejores westerns de la historia del cine, arriba a un pueblo y transita sus calles con recelo –no carga un arma en el cinturón y tampoco viene a caballo, en cambio trae su mochila al hombro y los jeans empolvados–, sus gestos no son duros a la Clint Eastwood sino gentiles, pero al igual que los héroes del Viejo Oeste representados por este el mutismo es su principal característica –lo que no se dice con palabras y sí con miradas así como la contención de emociones son otros de los sellos autorales en el cine de Berger– su errático comportamiento y la pregunta que le hace a una lugareña nos hace pensar en un inicio que es una deuda del pasado lo que ha venido ahora a saldar al pueblo este aparente hombre sin nombre. El transcurrir de la historia, hay que decirlo con una sobrecargada banda sonora que embrutece en ciertos momentos la delicadeza de las imágenes, nos lleva a conocer a Eugenio –interpretado por el otrora protagonista de Plan B– un escritor que reside en una vieja casa de campo adonde ha ido a recluirse con el fin de concretar su primera novela, casa a la que Martín, nombre del anónimo joven rubio que provino de la nada en un inicio, llega una mañana solicitándole laburo; este encuentro nos confirma que Martín no ha aparecido en realidad casualmente y de la nada sino como supusimos, del pasado: ambos fueron vecinos en la infancia y esta vieja finca viene a convertirse algo así como en la montaña Brokeback en la que alguna vez descubrieron esa desconocida emoción a la que no pudieron poner freno Jack y Ennis, en este caso Martín y Eugenio van tensando el hilo de sus coqueteos y cediendo a la tentación mientras su comportamiento se va infantilizando al punto de que se ponen a jugar con una escopeta de balines y nadan desnudos en el río siendo que ya ambos están entrados casi en la treintena, guiño a Proust y al tiempo perdido que puede llegar a ser recuperado. Una teoría que pongo sobre la mesa tras el visionado de Hawaii es que hay un inteligente juego de metaficción creado por Berger que recuerda mucho al que Ozon planteara en Swimming Pool: Eugenio, de oficio escritor, escribe la historia que estamos viendo, la llegada de Martín, su vida de anacoreta en la naturaleza, su deseo irreprimible por Eugenio pero que al momento de concretarse con un beso lo atemoriza al saber que su deseo se ha vuelto infatuación por lo que lo hace desaparecer de la historia, cuando se da cuenta de que cometió un error grave al alejarlo es necesario traerlo de vuelta así como recurrir, a través de la palabra ananá, al pasado, ese momento donde no había ningún temor por ser y hacer lo que ambos quisieran. Si algo se le agradece a Berger es que su historia no tiene un final tan dramático como si lo tuvieron la propia Brokeback Mountain o Weekend, historias relativamente recientes que son emblemáticas en el cine gay contemporáneo.
Eric Packer
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