Cruda, seca, desgarrada, y desoladora en ciertos momentos aunque con cuchufleta, cojín de lana y embudo en la cabeza en otros.

Probablemente, uno de los artefactos que más me ha costado valorar como conjunto en los últimos anos y que quizás suba por su necesario y obligado mensaje, la esclavitud laboral, un tormento físico y psíquico del que parece imposible escapar.

Durante los entrantes, y sin ser novedoso, observamos que todo tiene forma de puño, se olfatea la crudeza, el abuso, la ingenuidad y la miseria humana, pero paralelamente van apareciendo pedos de monjas, escuadras y tiralíneas donde todo está predispuesto a conmover, y se nota tanto que el globo comienza a desinflarse.

Música para enfatizar de manera tal vez abusiva, corazones pretendidamente encogidos gritando yo también era un pobre desgraciado, y un tramo final con el pato Lucas subido en el tren chispita arrojando preservativos, hacen que pudiendo haber firmado un retrato duro, sólido e implacable se quede a medio camino en tierra de nadie.

El nacido entre peones, en el monte ha de morir, está claro que la vida es un destino a cumplir.

Eres grande Hermógenes.

Se despide con orgullo e inclemencia.

Atahualpa Yupanqui, vuestro amigo y brazo tendido por siempre jamás.

Entrañable y emotivo documental sobre el baloncesto con más pelotas que ha dado el mundo, el baloncesto callejero.

Un repaso a las canchas que pueblan Nueva York y que la hacen más grande todavía, donde todo el mundo quiere ser alguien botando un balón de basket, no importa no llegar a fin de mes, aquí lo importante es sentirse vivo e incluso realizarse como persona, baloncesto en estado puro donde uno puede notar a Pepu golpeándose el pecho sin descanso.

Aquí la calle suda, sangra, y construye almas como se puede observar en este bonito obsequio que seguramente los amantes del baloncesto disfrutarán, y los no aficionados podrán contemplar las distintas modalidades que hacen ser competitivos a muchas personas en este mundo gracias al baloncesto.

Impagable contemplar a Dr. J. sobrevolando el cielo, imborrables los desplantes y el habilidoso ingenio a la hora de emitir veredictos por parte de la afición, y un placer naturalmente, escuchar a Kenny Anderson y Homicide Williams sobre el significado de pisar la calle y crecer en ella.

Como decía la canción, a mí la calle me dio verdades, y por contarlas mil soledades.

Señorita condesa, repita conmigo.

BA-LON-CES-TO.

Otro torpedo denuncia, y en ocasiones, bomba atómica proveniente de la tierra que dio a luz a Roberto Conti antes de coronar el Alpe d'Huez.

He perdido la cuenta de los obuses que se han colado por la escuadra de mi despacho con origen espagueti, todos diferentes, variados y ricos en matices, además de ello, con dos cojones de metal, naturalmente.

Aquí, asistimos a un imponente recital claustrofóbico dotado de una primorosa ambientación y con un excelso y descomunal La Tapia que vuelve a mandar un nuevo recado a la galería de muñecos ortopédicos en Hollywood, cuesta creer, que un cruce entre Carlos Larrañaga y Manolo Escobar pudiera convertirse en el mejor actor de la historia durante al menos dos décadas, pero así fue, sin rival, sin oposición, sin esperas, con la mano en la huevera y eructando sin cesar, estamos ante el único ser sobre la tierra capaz de conmover más que la mirada de un galgo.

El irrisorio y rácano 6 que se deja ver en la licorería huele a sumidero casi desde el principio porque ya sólo el atrevimiento, el arrojo crítico y la carnicería que muestra Nanín tras las cámaras es merecedor cuanto menos de algo mejor, creo yo, vamos, aunque una vez vi un oso panda con el lagarto Juancho jugando a hundir la flota demostrando que todo es posible y realizable en esta vida.

El gran Albertone aquí vuelve a salvar vidas, a socorrer almas, muta en el camión cisterna de la humanidad tratando de recuperar la naturalidad de una sociedad desnaturalizada y descompuesta.

Gracias Nanín por no hacerme soñar, por no regalarme pompas de jabón, qué sería de mí sin esta dosis de claqueta, sin este baño de realidad.



Se despide desde el Mortirolo.

La rata hueca de Montoro.

Interesante debut por parte de Llanura Meningitis que seguramente no disfrutará Carlos Pumares.

Si bien no me he venido tan arriba como los extractos de críticas y petacas que afirman en la licorería que estamos ante la película de la década, sí que puedo reconocer una primorosa ambientación como no recuerdo en tiempo donde uno contempla y vive el conflicto de manera inquietantemente real mediante una cámara taquicárdica entremezclada entre bombas, ladrillos, galopadas en callejones y bolsas de meados, desde luego, es difícil zafarse de la cercanía tan arrojadiza que propone Meningitis donde todos y todo te salpican.

Tampoco suelo ser muy aficionado a películas nocturnas que por cierto son objetivo a batir para Pumares, aquí, Meningitis logra plasmar con eficacia la inquietud reinante entre calles y muros de ladrillo donde muestra y demuestra no posicionarse en un bando con bufanda alguna.

Cierto es que en algun momento la película cojea cuando se asemeja a un tablero del juego de la oca donde la música aparece enmarcando momentos supuestamente emotivos y algo confusos donde los rostros de perfil y poco iluminados resultan bastante caóticos y cuesta discernir, al menos en mi caso, pero vamos aunque el mensaje global sea el de siempre, yo digo sí, no tan alto, ni tan claro como en otras partes, pero sí.

Se despide desde la sede impune que todos conocéis

La caja B, que nada tiene que ver con la KGB

Si no es la película más impostada junto con En un mundo mejor de Susana Berzotas anda bastante cerca.
Tenía mejor opinión sobre Popeye, el director, cuya anterior acometida, Flatulencias Turbulentas tenía cierto magnetismo y bastante recorrido que incluía algún bote de espinacas por el camino, sin brillar en exceso, todo hay que decirlo.

Aquí, con Atocha, Popi hace de vientre desde el primer minuto tratando de entristecer, de llevar al llanto al espectador desde el primer fotograma y de manera reiterativa exponiendo mediante cartón piedra, los peligros y dilemas que pueden padecer ciertas personas en el mundo con una cámara cuyo interés va más allá de un selfie y con necesidad de recrear y hacer visible el horror, quebrantando para ello lazos afectivos familiares.

No dudo que el tema tratado pueda tener interés y seguramente, tenga buena acogida entre el respetable, pero es todo tan forzado, tan azul piscina, que como habéis adivinado, naturalmente, mi fe volvía a ser una bandera rota a los quince minutos.

La relación entre Julieta Pinocho y David Ferrer roza el tributo a mujeres hombres y viceversa en ciertos momentos en los que el chicle sigue estirándose para que la película adquiera mayor notoriedad con alguna nominación entre aplausos, ovaciones y lágrimas de cocodrilo.

Pero lo mío entre tanto prado y compresas, como decía Torpedo, es darle a la cacharra.

Se despide desde el chiringuito.

Amador Mohedano, el cagapoquito.