‘En realidad, nunca estuviste aquí’ (You were never really here) es una de esas películas que te hacen preguntarte cómo ha podido llegar a las grandes salas de cine. Sin saber quién es Lynne Ramsay y sin haber visto ninguno de sus trabajos anteriores, vi la película en la cartelera y como la protagonizaba Joaquin Phoenix, actor que se ganó mi corazón con Her, decidí ir a verla.

Cuando salí de la sala de cine estuve un rato intentando encontrar algo de sentido a esta sucesión de escenas brutales. La película (basada en la novela homónima de Jonathan Ames) tiene una trama, cuenta qué ocurre cuando un ex marine convertido en una especie de matón que se dedica a salvar a mujeres de redes de prostitución se encuentra con una situación que se complica más de lo habitual. Sin embargo, la trama es solo una escusa para ir más allá, para ir a los más profundo de una persona, a sus entrañas, a sus pensamientos más íntimos.

Joe, el protagonista, es un hombre atormentado por innumerables traumas, cada uno más duro que el anterior. Intenta dotar su vida de algo de sentido con su misión de salvar a mujeres y a niñas de redes de prostitución. A lo largo del film se articula un personaje complejo, lleno de contrastes: por la mañana cuida a su madre enferma y por la noche revienta la cabeza a proxenetas con un martillo. Con este personaje Lynne Ramsay juega a franquear la línea entre el héroe y el antihéroe, despierta en el espectador tanto compasión, como respeto, a veces desconcierto e incluso admiración. Sin embargo, sus “heroicas” misiones se desarrollan a través de actos bestiales, que ponen en entredicho la moralidad de Joe, y por tanto la nuestra. La puesta en escena de la violencia oscila entre mostrar imágenes crudas de brutalidad impresionante sin música, sin sonidos, que hacen ganar a la imagen un protagonismo indiscutible, y dejar la violencia fuera de plano. De una forma u de otra, siempre son representaciones con un estilo indiscutible.

El personaje de Joe resulta extremadamente verosímil gracias a la actuación sobresaliente de Joaquin Phoenix, su cuerpo demacrado y sus movimientos desganados transmiten al cien por cien la esencia de un personaje con una ausencia constante, que “nunca está aquí”. Este trabajo le mereció el premio a mejor actor en el festival de Cannes. La película también ganó el premio a mejor guion, y es que tanto la actuación, como la sucesión de imágenes y sonidos consiguen despertar sensaciones en el espectador sin necesidad de palabras. Los diálogos son escasos, en lugar de conversaciones encontramos una banda sonora de música electrónica (compuesta por Jonny Greenwood, guitarrista de Radiohead), muy original y que corresponde completamente con cada momento. A esto se le suman escenas con una fuerza increíble que cumplen a la perfección el dicho “una imagen vale más que mil palabras”. Basta con aquello que muestran, no muestran o sugieren las imágenes para articular la historia.

Este aspecto de la película puede ser visto como el punto fuerte o como su debilidad. Quizás es una película muy abstracta, muy abierta, que te puede impresionar durante la hora y media que la ves, pero después no te dice nada. No ha sido mi caso, y pienso que si he podido sacar una reflexión del film es gracias a esta crítica. Me ha supuesto todo un reto escribir sobre esta película, es un thriller fuera de lo común (al menos para el espectador medio, dentro del cual me incluyo), difícil, lleno de metáforas y saltos temporales. Ramsay no nos da nada “mascado”, es necesario calentarse la cabeza para comprender qué nos ha querido decir o para darle nuestro propio sentido al film. Son, sin duda, este tipo de películas las que valen la pena.

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