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Críticas de Pablete Rural
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Críticas 64
Críticas ordenadas por utilidad
1
24 de octubre de 2018
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos encontramos en un estado catatónico. Una grave enfermedad del siglo XXI que nos convierte en standbys vivientes con nula capacidad crítica mientras con nuestra pasividad e inactividad cedemos el poder a los falsos ídolos del mercado. El insulto es mayúsculo cuando se trata de evidenciar la idiocia que atraviesa las estupideces superpuestas en nuestro rango de visión. Lo paradójico del asunto sale a la superficie cuando este engendro vanidoso de ego desmedido salta a escena con su nuevo traje. Evidentemente está desnudo, pero pretende de manera muy efectiva que el grueso de sus seguidores aplauda su esplendido traje de satén. Cuando todo haya pasado no quedará nada, el recuerdo de una maniobra de mercado y un poco más de tiempo malgastado por cada uno de nosotros. Así pues, el crescendo de “contenido” sintético y adulterado que llevamos consumiendo durante años está lejos de llegar a su fin. La rueda seguirá girando y yo seguiré abriendo la aplicación mientras defeco aquí en un retrete húngaro de orificio invertido. Es fácil criticar el pienso que infla a nuestros ganados y llenarse la boca con la palabra refugiados sin atender a los problemas primermundistas que están degradando con una rapidez alarmante nuestra capacidad de reflexión. Negar nuestra responsabilidad personal a la hora de consumir basura sin ponerla en tela de juicio nos condena (lleva tiempo haciéndolo) a la mediocridad más absoluta. La caverna de Platón se convierte en un meme carente de gracia mientras un niñato insolente utiliza su injustificado poder esperando que el populacho y los medios ardan en el caos hasta que alguien termine por compararle con Duchamp u Orson Welles (puedo confirmar días después de escribir esto que La Vanguardia tiene el dudoso honor de ser la primera en compararle con este último). Wismichu, junto con tantos otros, nos ha vuelto a todos vegetarianos al cebarnos (durante años y especialmente ahora) con suculentas heces. Ahora él, a ritmo con sus esbirros, sale a justificar lo que creen una acrobacia de ingenio desmedido sin precedentes (o mejor dicho, con los precedentes que ellos eligen). Vanagloriándose de rescatarnos de la caverna, Wismichu nos mira a los ojos desde una ventana de Youtube para alertarnos sobre el peligro de dar crédito a los titulares vagos que circulan por internet mientras aprovecha para compararse con Haneke a golpe de click. Si crees que "The Room" tiene algo que ver contigo, amigo, no has entendido nada. Para quien haya tenido el placer de poder ver su aparición estelar en el programa de televisión "La Resistencia" será de una facilidad pasmosa discernir, entre su carencia de gracia y sus vacuas promesas, la nula profundidad de un proyecto que cada vez se ve más claramente gestado por una gran empresa y no por su más que dudoso espíritu revolucionario personal. Uno de sus compañeros se escuda tras la más que conocida barricada de papel: el esfuerzo. Estudiar cine y pasar horas montando una película no otorga mayor dignidad al objeto de tu proyecto, deberíais saber (y creo que empezáis a ser conscientes) que os habéis quedado bastante lejos de estar a la altura. Éste mismo arduo trabajador con títulos que lo atestiguan ensalza la cultura cinematográfica de la que Wismichu textualmente se “empapa” para que nosotros olvidemos cómo este último, haciendo alarde nuevamente de su propia inconsciencia y desconocimiento puro del mensaje que pretende transmitir, consideró que por haber leído un tuit tenía derecho a comparar su película con "71 fragmentos de una cronología del azar" (o más concretamente, como el tuit rezaba, 73 Fragmentos de una cronología del azar). El problema dista mucho de ser económico o una ofensa al medio cinematográfico, este es un problema moral y ético de primer calibre. Utilizar los números, el dinero y la posterior difusión para engendrar una bomba de humo criticando la mano que te da de comer no ha resultado otra cosa que una estúpida maniobra de marketing. No se trata de nada más que de un mensaje lastrado por todos los defectos que su contenido quiere denunciar, llevado a cabo por personas de una cortísima mirada social y una nula visión artística. Cuanto antes entendamos que sus protagonistas son solo la punta de un iceberg de basura ocultada durante años a nuestro juicio, antes podremos comprender por qué solo hoy día se puede malinterpretar, como si de una grotesca paradoja se tratase, un mensaje tan sencillo haciéndolo preso de su propia denuncia y cómo, de esta manera y con un mal gusto francamente atroz, se puede justificar a base de nombres como Carlo Padial o “el montador de "Un monstruo viene a verme”" que se rían una y otra vez en nuestra cara llamándonos estúpidos a través de una propuesta tan inane como esta.

He de ser suficientemente justo como para admitir que sí he aprendido algo de todo esto: Que ya basta. Que la distancia entre nuestra pantalla y vuestras habitaciones abarrotadas de accesorios y posters pagados con vuestros monetizados vídeos no puede nublar nunca más nuestro juicio sobre lo que llamamos arte y lo que denominamos bazofia, sobre a quién concedemos el honor de nombrar genio y a quién debemos dejar olvidado en su propio patio de recreo maltratando el sentido crítico de su influenciable público.
Pablete Rural
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6
24 de octubre de 2018
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película toma lugar en la capital húngara años antes del estallido de la I Guerra Mundial. Y esto se dice porque podemos perdernos durante dos horas y media entre las personalidades de alta alcurnia que abarrotan la pantalla ya que, de ser una película española situada inmediatamente antes del comienzo de nuestra más que fílmicamente trillada Guerra Civil (la última es a la que me refiero, ya se sabe…) este dato no podría pasar desapercibido a la hora de juzgarla y percibirla. Nosotros sabemos enmarcar el humor satírico de La Vaquilla, los húngaros también saben reconocer el resentimiento por la larga sombra bajo la que, la otra gran capital del Imperio Austro-Húngaro, escondía la bella y tumultuosa ciudad en la que debería estar disfrutando de mi beca Erasmus, la cual, he de decir, todavía no ha sido cargada debidamente en mi cuenta bancaria.
La razón principal del posible extravío por la laberíntica amalgama de datos y referencias históricas de la película es la histeria que se apodera del film cuando seguimos a su protagonista soplándole en la nuca cámara al hombro, con primeros planos de su cara cada vez que ésta se da la vuelta y todo ciudadano que entra en plano corriendo de un lado para otro por calles abarrotadas. He leído en artículos de críticos de verdad que el estilo y los recursos que László Nemes utiliza en este film son refritos de su oscarizada El Hijo de Saúl. Yo no tengo ni idea, no la he visto, pero estoy seguro de que alguien que lo haya hecho podrá identificarlos en Sunset ya que conforman una narrativa caótica y estimulante para el espectador, no sé si por dos horas y media para todo el mundo pero sí al menos para mí. La historia y sus detalles se van desvelando de manera confusa, en ocasiones incluso con la cámara desenfocada, esto ayuda a un cierto placer paranoico que refuerza (o no) el interés por saber qué coño es lo que está pasando. Su verdadero punto fuerte no se apoya sobre su confusa y dudosamente motivada protagonista (Juli Jakab) sino en la superposición de su trama familiar junto con la rabia contenida que, en segundo plano formal, corre por las esquinas de cada calle y configura el verdadero mensaje histórico del film. El simbolismo es la gota que colma el vaso de la perfección formal de esta obra, el lenguaje que se lleva a cabo en torno a la dialéctica de los sombreros y pies descalzos junto con la reiteración de los tándem luz-oscuridad, masculinidad-feminidad arroja nuevas lecturas que invitan a la reflexión en un más que posible segundo visionado por parte de este servidor. Es difícil para mí discernir la calidad narrativa de la obra sin nociones básicas sobre el momento histórico y social de Budapest a principios del siglo XX. En cualquier caso, Sunset (prepárense para que llegue a las carteleras españolas traducida como “Ocaso” o “Atardecer”) posee un aura enigmática de gran calibre y un apartado técnico soberbio: no solo cuenta con un desfile de vestuario bellamente acurado a la época (ya sólo faltaba en una película sobre sombreros caros) sino que también tiene el orgullo de haber desarrollado una ambientación de principio de siglo realmente impactante que merece nuestro tiempo y dinero, en especial por parte de los que hemos tenido la suerte de visitar esta hermosa ciudad en la actualidad.
Pablete Rural
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8
27 de enero de 2015
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Adoro el cine neo-noir. Adoro sus protagonistas, su oscuro pasado, su intención de redimirse y las debilidades que afloran en las situaciones a las que se ven sometidos. Esta película para mi forma junto a Chinatown y Blade Runner el trio de peliculas neo-noir imprescidible para cualquier persona que se precie de ver buen cine.

La conversación trata precisamente sobre eso, LA conversación. El personaje de Gene Hackman se muestra como un tipo seguro de si mismo, un hombre justo. En realidad él está muy lejos de ser lo que aparenta ya que a lo largo de la película y a raíz de esa conversación que él investiga se van destapando sus debilidades: problemas personales, sociales y religiosos. Su oscuro pasado le persigue y él pretende eludirlo de una vez por todas llegando hasta el final de la trama en la que se ha metido.

Me gustaría destacar y recalcar el sonido porque aunque no lo parezca conforma uno de los grandes pilares de la película. Oímos lo que el protagonista escucha, oimos lo que piensa y también lo que sueña. No es casualidad, esto juega un papel muy importante y si miramos en los entresijos del audio podremos encontrar grandes claves de la película.

En fín, muy recomendable a pesar de que esté (inevitable e injustamente) a la sombra de otras obras de Coppola como "El Padrino" o "Apocalipsis Now".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Pablete Rural
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El agente topo
Documental
Chile2020
7,2
5.156
Documental, Intervenciones de: Sergio Chamy, Rómulo Aitken, Marta Olivares, Berta Ureta ...
6
22 de marzo de 2021
10 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El documental chileno llega a nuestras salas con una nominación a los Oscar bajo el brazo

Hace no mucho Antena 3 decidió hacernos creer que Pablo, el concursante de Pasapalabra, se había llevado el tan ansiado bote. Llegada la hora, resultó ser una treta para ganar audiencia. Pablo debió decir Hannón, en referencia al general cartaginés que buscaba la paz con Roma. En su lugar, eligió al beligerante Hienón, desatando la ira violenta de los espectadores, ahora cercanos como nunca al conocido lema “emosido engañado”.

El agente topo hace uso de este género de marketing al que convenimos en llamar “publicidad engañosa”. Mucho más interesante que contar de qué trata la película resulta describir cómo se presenta. Producida a caballo entre Chile, España, Alemania, Estados unidos y alguna nación interesada más (como podemos comprobar, deja de ser un misterio su laureado recorrido) nos cuenta una atípica historia de espionaje, ya que Sergio, que hace las veces de agente secreto, tiene 83 años. ¿Su objetivo? Descubrir si una ancianita está siendo maltratada. Contratado por un detective privado, deberá recabar evidencias que confirmen esas sospechas.

Es innegable lo atractivo de la propuesta: una misión imposible de geriátrico que, además, es completamente real. Porque la infiltración, lejos de ser una excusa ficticia, es el punto cardinal del que todo parte. Maite Alberdi, la directora, introdujo a todo su equipo en la residencia tras haber leído un anuncio bastante curioso en el periódico. El anuncio en cuestión demandaba un octogenario que estuviese dispuesto a infiltrarse en el centro. Ella creía que se iba a encontrar un caso de violencia. Sin embargo y para su sorpresa, tan solo halló personas mayores sobreviviendo en soledad. Es posible que esté revelando el pastel, pero ¿es posible spoilear un documental? Y más importante todavía ¿es esto acaso un documental? He aquí la cuestión.

Una vez comienza la película uno no sabe muy bien qué es real y qué es ficticio. En un principio, El agente topo se empeña en abrazar los convencionalismos propios del cine noir, pero extrayendo todas las cómicas consecuencias que se derivan de tener que convertir a un señor de más de 80 años en espía profesional. Hasta aquí llega lo que se podría considerar propiamente cine “de género”. Una vez el topo entra por la puerta de la residencia, la cinta empieza a dar volantazos arbitrarios entre la investigación detectivesca y la contemplación propia de los documentos gráficos socialmente comprometidos. La incomprensión temática y la confusión con respecto al límite entre lo verdadero y lo falso nos deja aturdidos. Desorientados, vemos cómo el material se va tornando poco a poco experimento sociológico. De manera involuntaria, todo se convierte en algo parecido al “bocadillo” que hace unos años nos sirvió Wismichu, solo que esta vez con conclusiones mascaditas, éticamente aceptables, maniqueas y demagogas. Es como para que te devuelvan el dinero. Maite Alberdi termina por aislarse en la residencia, haciendo parecer al conjunto un simple amasijo de buenas intenciones. Habría que pensar, pues, si se tendría que haber centrado en una narrativa propia del cine de espías o si hace bien en desviarse hacia lo lacrimógeno. O lo cómico o lo dramático, eso está claro, ya que la mezcla que hace, el mejunje emponzoñado en el que se estanca, parece propio de un “Salvados” de domingo noche.

No hay duda de que lo mejor de la cinta son los personajes que habitan el lugar. Su sinceridad y sus anécdotas construidas en una cotidianidad solitaria que apesta a cerrado no dejarán a nadie indiferente. Es una pena que la directora solo dirija con el corazón y deje de lado nariz. De haber tenido buen olfato el resultado habría sido atractivo en su ambivalencia. Son precisamente las circunstancias que rodean al proyecto las que lo vuelven atractivo; son ellas las que han tocado la fibra sensible de la academia. Al final, desperdicia toda oportunidad en un intento paródico que se desvanece a los pocos minutos, y por no querer enseñar sus preciosas costuras se queda en un producto recatado y conservador. No obstante, perdiéndose como lo hace, nos desubica. Tal vez ahí resida su valor (sobre ella Aronofsky dijo que era la mejor película de anti-espionaje que había visto, y él es toda una autoridad).

Las dos productoras españolas de la cinta y únicas representantes españolas en los Oscar, María del Puy y Marisa Fernández, estuvieron presentes en la proyección a la que tuve la oportunidad de asistir. Menos de 24 horas después de haber recibido la noticia de la nominación, estaban visiblemente contentas, y poco o nada les debió importar que la mitad de la audiencia se apresurara a salir por la puerta. Con la sala medio vacía, comenzó el coloquio. Todas las intervenciones empezaron por un “enhorabuena” seguido en la mayoría de los casos por un “estudio *inserte departamento concreto* de cine”. En general, se alabó la representación que el film hacía de la tercera edad, aunque no se podía ocultar cierta perplejidad. No hay duda de que convence a nivel ético, pero ¿y a nivel cinematográfico?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Pablete Rural
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4
19 de octubre de 2020
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La nueva película de Woody Allen inauguró el Zinemaldia dejando fríos a los críticos y privando al festival de un homenaje a la altura de las difíciles circunstancias que vivimos.

Todo el mundo esperaba con gran expectación la nueva película de Woody Allen. Como ya hiciese con Vicky Cristina Barcelona, el neoyorkino volvía a rodar en nuestro país y, además, se acercaba a uno de los puntos de referencia del cine español: el Festival de San Sebastián. Allí nos cuenta la historia de un matrimonio que se desvanece en busca de nuevas experiencias. El marido y protagonista de esta pequeña historia, Mort Rifkin (Wallace Shawn), se enfrenta a las grandes cuestiones de la vida con la intención de escribir su primer libro. Éste será una obra maestra o no será. En esta tensión entre el fracaso y la gloria, las sutilezas, las pequeñeces de nuestras vidas, con sus relaciones y decisiones insignificantes, pasarán ante sus ojos sin que sea capaz de agarrarlas. El tipo, que antes era profesor de cine, se verá embaucado por una atractiva doctora (Elena Anaya) al tiempo que su mujer (Gina Gershon) comienza una aventura con el atractivo y pretencioso director al que representa (Louis Garrel).

Para curarnos de espanto desde el principio: la película de Allen es floja, muy floja. Y esto queda claro desde el momento en que fans acérrimos del director, como Carlos Boyero, echan pestes de ella. En la línea de sus últimas historias, como el año pasado con Día de lluvia en Nueva York, los temas y desarrollos de éstas resultan inofensivos y livianos, no llegando nunca a la radicalidad formal de sus mejores obras ni a la agudeza alocada de sus más cómicos gags. Las desventuras de Rifkin por Donostia no son ni muy graciosas ni suficientemente ingeniosas, y eso hace que el conjunto raye lo rutinario en una representación muy vaga de lo que fueron tiempos mejores.

A la cinta le falta espíritu y le sobra letra. Todas las frases grandilocuentes, filosóficas y profundas que nuestro protagonista declama al acercarse poco a poco a los problemas sobre la existencia terrenal caen en saco roto si las situaciones o, mejor dicho, la forma de contarlas, no apuntan a interrogarnos aunque sea mínimamente sobre los temas humanos. Incluso en obras menores, Allen nunca había tenido tantas dificultades para conseguir esto, y muestra de ello pueden ser desde Irrational Man hasta Granujas de medio pelo, donde lo lograba, ojo, a través de la historia de unos ladrones que montan un negocio de galletas para robar un banco. Es decir, que para ser una película que pretende tratar sobre el sinsentido de la vida resulta bastante plana, como la cerveza suave.

Además, se empeña en meter periódicamente secciones oníricas con el objeto de honrar a los más grandes directores europeos. Desde Godard hasta Fellini, de Bergman a Truffaut y, como no podía ser de otra manera, también Buñuel realiza su incursión de rigor. Estos segmentos recuerdan a su notable Midnight in Paris, pero no tienen el mismo encanto. No parecen introducidos de manera orgánica (como podía ocurrir en La última noche de Borish Grushenko o Misterioso asesinato en Mahattan), sino más bien sistémica, como con escuadra y cartabón, y es por eso que pierden empaque emocional. Estas incursiones arbitrarias que surgen cada vez que nuestro protagonista encuentra la almohada se asemejan, a mi parecer, a otro homenaje envenenado: el que le dedicó Michel Hazanavicius a Jean-Luc Godard en Mal genio. Ambas son parodias (o más bien apropiaciones) poco o nada sustanciales. Para más inri, éstos, como el resto de la película, están aderezados con un trato de la imagen que no parece propio de quien se ocupase en su día de la dirección de fotografía de Apocalypse Now, dando la impresión de estar viendo por momentos los anuncios turísticos que inundan los espacios publicitarios en verano y que son imprescindibles para que Eurovisión siga funcionando. En definitiva, Allen ya había hecho esto antes, y mucho mejor.

A aquellos que siguen con la ruidera sobre la violación que Woody Allen perpetró (o no, no lo sé, ustedes tampoco, y nadie se va a poner ahora a teorizar hipótesis de salón) a la hija que tuvo con Mia Farrow siendo ella muy menor, decirles que la categoría de “genio” hace tiempo que pereció. No hay que separar ni unir obra y autor para saber que esta cinta es mediocre. En cuanto a las feas palabras que le dedicó durante el rodaje a Elena Anaya, otorgándole el título de la peor actriz del mundo, decir que tanto ella como Sergi López están muy bien interpretando una relación casi calcada a la que compartían los personajes de Javier Bardem y Penélope Cruz en Vicky Cristina Barcelona. Así nos ve el genio a los españoles: estridentes, infieles, gritones y desquiciados. ¡Qué honor!

Por último, me gustaría dirigirme a la señora que, sentada en la última fila de la sesión matinal del sábado en los cines embajadores, iba dando lecciones sobre protocolos de seguridad anti-covid. Como a usted, por estar al fondo de la sala, nadie la puede toser, cree estar por encima del resto y se puede permitir, no solo que le suene el móvil en mitad de la proyección, sino también echar una buena reprimenda a la indefensa y desorientada anciana que había acudido sola, tan solo acompañada por el pasillo y un asiento sin ocupar a su izquierda y dos butacas vacías a su derecha. Espero que se sienta satisfecha de haberle tocado bien la nuca para obligarla a levantarse y buscar su sitio en una sala a oscuras sin filas numeradas. Dice que nos pongamos todos en nuestro lugar asignado. Bueno, pues tal vez con esa palmadita en la nuca se haya usted asignado un contagio o incluso una muerte, palurda.


Escrito para Infodiario.es:

infodiario.es/cultura/critica-rifkins-festival-san-sebastian-de-medio-pelo/
Pablete Rural
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