De autentica rareza puede considerarse este extrañísimo western que, como aludo en el título de esta crítica, remite al espiritu de Conrad e incluso, en algunos momentos al mismísimo Kafka.
Hellman, director peculiar donde los haya y siempre alejado de todo convencionalismo comercial, logra aquí una más que apreciable película que no dejará a nadie indiferente, un western claustrofóbico a pesar de que, paradójicamente, transcurre la totalidad de su metraje en la inmensidad de unas llanuras desérticas.
Cuatro únicos intérpretes, donde sobresale un inmenso Warren Oates, nos conducirán a un viaje no se sabe muy bien donde, ni porqué, pero que sospechamos tendrá un desenlace con tintes de auténtica tragedia griega.

Frecuentemente nos encontramos con la paradoja de que el peor enemigo de un director es su propia trayectoria. Así le pasa a Stanley Donen con algunos títulos finales de su carrera como "Saturno 3" o este "Lío en Río", que a pesar de ser estupendas películas en sí, palidecen ante la grandeza de sus obras maestras.
Donen nos ha regalado títulos para el recuerdo como "7 Novias para 7 hermanos", "Dos en la carretera" o ese milagro llamado "Cantando bajo la lluvia" y no es dificil comprender qué es lo que le hizo aceptar un guión con corte de comedia clásica y donde rezuma por todas partes ese sentimiento hedonista de la vida tan cercano en toda la obra de su autor.
Y es que LÍO EN RÍO rezuma sensualidad, alegría por vivir la vida, por sentirla en cada poro de nuestra piel hasta el último suspiro; es el último guiño de un sexagenario que iba a ser muy pronto obligado a jubilarse por las grandes majors holywoodenses, a pesar de seguir sintiéndose vivo, activo, útil para un arte al que contribuyo como pocos. Así, las concesiones que Donen tiene que hacer aquí a ciertas modas de la época (esa insufrible músiquilla, por ejemplo) no puede impedirnos ver las virtudes de un film divertidamente amoral, casi nihilista.
Y la mayor virtud de todas es un inmenso MICHAEL CAINE en estado de gracia. Es increible como este actor está igualmente dotado tanto para el drama como la comedia. Aquí su presencia justifica de por sí toda la película y Stanley Donen, consciente de ello, va restando importancia al resto de personajes para centrarse finalmente en el de Caine, y para, irremediablemente, sentirse solidarizado con el mismo a pesar de ser el desencadenante de todo el entuerto.
Y aunque es evidente que Donen no puede evitar que su sencilla pero eficaz premisa inicial se enrede más de lo deseable y que no logra aquí una de su obras maestras, LIO EN RIO supone, sin lugar a dudas, una de las mejores comedias de la raquítica década de los 80.... que no es poco.

Todo hacía pensar que esta película, que hizo las delicias del público más joven en el Festival de cine fantástico de Málaga y que llegó a presentarse en Sundance, sería una gamberrada psicodélica que satirizaría sin compasión el "estilo de vida coca-cola" de los americanos de clase media de finales de los 50-principios de los 60.
Según su director, pretendía parodiar las "monster movies" de los años 50, las películas de surfistas de los 60 y la de "Psycho trhilers" de los 70. Ahí es nada...
Quizá fuera demasiada pretensión para una sóla película, quizá era pedirle demasiado a un guión que parece escrito por un adolescente y que llega a divertir en muy contadas ocasiones.
El problema de fondo de esta pelicula es que resulta mucho menos entretenida que los modelos a los que pretende parodiar, mucho menos irrevelente, ocurrente y amoral de lo que prometía a priori. Recursos como los de vestir a un actor de mujer para interpretar a una peculiar sargento de policia, mostrar una relación gay entre dos surfistas o recurrir constantemente a chascarrillos sobre los atributos genitales de losprotagonistas se me antoja argumentos muy pobres para convertirse en una aguda parodia de aquellas "estupidas peliculas americanas".
Al final sólo nos quedan un par de gags rescatables y unos actores que , por lo menos, parecen haber entendido el tono que requiere la historia. Pobre bagaje,repito, para una película que podía haber dado mucho más de sí.

Un estupendo elenco (eso sí, de viejas glorias venidas a menos) y la estupenda novela de Thorton Wilder como base literaria merecían un mínimo de credibilidad. Desgraciadamente todo el esfuerzo que se hizo por parte de las numerosas productoras implicadas en el proyecto por lograr un buen diseño de producción, buena dirección artística y un espectacular cast naufraga al confiar tan ambicioso proyecto a las inoperantes manos de la irlandesa Mary McGukian.
Su absoluta ignorancia de los resortes narrativos más básicos, la nula dirección de actores y un confuso y deslavazado guión convierten en misión imposible su comprensión por parte del espectador más voluntarioso, convirtiendo así la visión de este engendro en una tortura insufrible.
Duele ver cómo se ha tirado todo ese dinero en la realización de una obra que, sin duda, pasará a los anales de la historia de la infamia dentro del séptimo arte.

"Jaws" es la obra maestra de un director que paulatinamente a ido perdiendo interés y una de las últimas grandes obras del séptimo arte. Hacer una secuela no era tarea fácil y la unica manera de salir airoso de la prueba era intentar reunir al mismo equipo técnico artístico de "Jaws". El resultado es una más que digna secuela que no pretende aportar nada con respecto al original sino únicamente volver a trasladar al espectador la angustia de una tranquila comunidad ante la amenaza de un irracional y monstruoso depredador. Y esto se logra en manos del eficiente artesano Jeannot Szwart que no pretende emular en ningún momento a su predecesor. Roy Scheider y Murray Hamilton vuelven a ceder su talento a sus respectivos personajes de Sheriff y Alcalde y el diseño de producción de Joe Alves y la música de Williams logran que la fórmula vuelva a funcionar contra todo pronóstico.
Pero Szwart no es Spielberg (y aquí podemos apreciar mejor que nunca la importanica del director como coordinador de los distintos talentos que conforman una película) no logrando repetir ese tono épico, casi mítico que Spielberg insufla en su film y que es lo que hace que "Tiburón" sea un espectáculo irrepetible.