Con el estómago todavía encogido y unos ojos que aún no acaban de creerse lo que han visto, me siento a escribir estas palabras.

He tardado bastante en ver esta película. Lo cierto es que esperaba que fuera carnaza de premio y me ha costado unos meses ponerla a la cabeza de mi lista. Sin embargo, me equivoqué. Y cómo.

Una joya. Eso es “Relatos salvajes”.
Una joya impactante, visceral, compuesta por historias brutales y un humor despiadado.

Damián Szifrón pone cara, diálogo y acción a la venganza. Demostrando un profundo conocimiento de la irracionalidad humana, une con mimo los ingredientes que hacen de esta película una pequeña maravilla. Explora, sin medias tintas, aquellas emociones que todos nos esforzamos por ignorar. Se toma su tiempo y deja que se desarrollen, que crezcan, que afloren y que muevan a los personajes.
Miradas que ponen los pelos de punta. Silencios elocuentes exquisitamente exprimidos. Pedazos de vida de unas personas que muestran lo peor de sí mismas y, con ello, se ganan nuestra complicidad.
Y, todo ello, envuelto con el mejor papel: una selección musical que, cuidada hasta el extremo, sirve en muchas ocasiones como contrapunto a las imágenes.

El resultado: una compilación de historias cortas que son capaces de dejar al público sin respiración, retales que pueden maravillar y aterrar a la vez, que hacen sentir. Lo dicho, una joya.

No creo que lo entienda. Ni Mark. Ni yo tampoco.

Está de moda colgar la medalla de obra maestra a todo aquello que escapa a nuestra comprensión. Si la película es rara y tan coñazo que creo que mis amigos no van a aguantar hasta el último minuto de metraje, debe ser buena.

"Foxcatcher" es el ejemplo perfecto de producto que anda con la cabeza más alta de lo que puede permitirse sólo por tener muchos ceros en su apellido. Sin embargo, pasan los minutos y la historia me interesa cada vez menos. Llego a la mitad de la cinta y ya se me ha hecho demasiado larga.

Es el momento de tirar abajo algunas leyendas urbanas: un cartel con caras conocidas no hace una buena película; mucho maquillaje no hace una buena película; un drama basado en hechos reales no hace una buena película; un tratamiento oscuro, triste y lento en demasía no convierte un producto mediocre en una buena película.

A ver si empezamos a llamar a las cosas por su nombre.
Para mí, "Foxcatcher" es sinónimo de innecesaria.

Acostumbrados como estamos a las vidas enlatadas que se emperra en vendernos la industria hollywoodiense, de historias simples y finales felices, “Del lado del verano” será para muchos, sin duda, como un trozo de pan duro: incómodo de masticar y poco satisfactorio.

Sin embargo, no puedo pasar por alto la sinceridad con la que este filme me sorprende. Porque, aunque en ocasiones parezca exagerado, lo que nos presenta es la vida, sin más. Sin aditivos, sin paños calientes. Una vida dinámica; plagada de personas, de sucesos y, cómo no, de obstáculos.
“Es que un momento estás riendo y, al siguiente, te plantan una desgracia” – se quejan algunos. Pero, ¿es que vivir no es justo eso?

Así pues, ante el disgusto manifiesto de gran parte del público de esta película, no puedo dejar de preguntarme ¿es la realidad lo que quiere ver el público cuando se sienta en una sala de cine? ¿Hasta qué punto es interesante (e incluso creíble) narrar el día a día de una familia absolutamente normal?
En un mundo donde todo lo que nos venden son imágenes idealizadas y asépticas, ¿creeríamos que nuestra propia vida es pura ficción si la proyectaran ante nosotros?

Confieso que me senté ante la pantalla con la cabeza cargada de prejuicios.
No esperaba que esta película me resultara interesante. Mucho menos esperaba reírme, pero lo hice y con ganas. Es más, para mi sorpresa, encuentro en esta cinta un guión plagado de perlas y un par de detalles que, aunque a priori me parecen un sinsentido por no haberlos visto nunca antes en 35mm, me recuerdan a mi casa, a mi familia.

No digo con esto que sea una buena película. El humor es tosco y el drama no me alcanza el estómago.
Los intérpretes, empeñados en sobreactuar, y un “product placement” poco delicado sacan al espectador constantemente de la historia. Los personajes son demasiados y no es tarea fácil empatizar con ellos. Las situaciones que viven se vuelven increíbles de puro abuso, dejando al espectador ese regustillo de “venga, ¿y qué más?”.
La guinda del pastel la ponen una pila de injustificados monólogos y el esfuerzo sobrehumano de la directora por acaparar metros de cinta.

Todo ello hace de esta película, en mi humilde opinión, una caricatura (y no en términos de crítica social, como intuyo que pretende) plagada de clichés de difícil consumo.

No voy a quitarle a San Juan el mérito que tiene haber presentado una historia tan descarnada como ésta. Es una apuesta valiente sin duda. Pero tampoco puedo obviar que es un película algo forzada, que huele a improvisado y parece haber sido concebida sin mucho cariño.