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España España · Barcelona
Críticas de Ulher
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Críticas 151
Críticas ordenadas por utilidad
3
21 de agosto de 2009
185 de 247 usuarios han encontrado esta crítica útil
Provocación en estado puro con una técnica brillante. Interpretaciones que rozan la perfección. Absorbente. Son varios titulares con los que Anticristo se puede definir. A pesar de que nos encontramos ante una cinta que no me dejó indiferente (y no para bien) estoy muy de acuerdo con ellos. El controvertido director no se deja nada en el tintero a la hora de mostrarnos sus angustias asumiendo el riesgo que eso conlleva. En razón de pocos minutos pasamos de unas imágenes excepcionales con una banda sonora estremecedora en el prólogo a una serie de capítulos a cual más esperpéntico. Innecesario son esos primeros planos dónde el dolor sustituye al miedo de los protagonistas aunque si los hacemos desaparecer ya no está presente la provocación a la que tanto nos tiene acostumbrados von Trier.

Anticristo no va a defraudar a nadie. Los más fieles seguidores del director Danés estarán más que satisfechos con la terapia que les ha preparado. Para sus detractores será una guinda muy sabrosa, pues tienen material para despellejar durante largo rato. Sin embargo un espectador objetivo contemplará las paranoias de una Charlotte Gainsbourg (impresionante) hasta rozar el vómito. Los caminos que se contemplan en el film como el desespero o la ansiedad tras el sufrimiento resultan pedantes en la forma que están expuestos y sólo algunos lo valorarán de tal forma olvidándose de la naturalidad.

Lo mejor: el inmejorable prólogo en blanco y negro. Grabado en la mente por tiempo.
Lo peor: es tan sencillo caer en la provocación como salir de ella sin haber entrado.
Ulher
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8
22 de septiembre de 2015
140 de 164 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se trata de dejarlo todo preparado para el viaje sin retorno. De despedirse sin dejar cabos sueltos. De mirar con nostalgia y temor ese minutero cabrón que no cesa. Cesc Gay se apunta a esa ola emergente de películas centradas en saber decir adiós desde un prisma menos familiar, imprimiendo ternura, y desechando cualquier acercamiento al drama de manual. Vertiente que encontró su mayor representación hace ya más de una década en "Mi vida sin mí", magistral ejercicio de estilo y contención de Isabel Coixet.

Precisamente ahora nos encontramos con varias cintas que versan en la introspección del enfermo y su visión ante la propia ausencia. Obras que priorizan la forma en un fondo que se antoja cotidiano. Sin ir más lejos, Médem con la cursi y emotiva "ma ma", o la incisivamente simpática triunfadora en el último Sundance, "Me and Earl and The Dying Girl". "Truman", sin embargo, despliega toda su emotividad en la palabra, sin mayores artificios. Aquí no hay cámaras danzando ni luces color pastel para conseguir tocar al espectador. Gay camina por el dolor verdadero desde ese asfalto que pisamos cada día, dotando de un realismo hiriente a cada situación. Porque si de algo puede presumir el catalán es de mantener pulso en su escritura. Más ahora, cuando el tema es blanco de todos los dardos.

El cineasta, con una voz muy marcada, paradigma del sibaritismo patrio, firma su obra más redonda. Las copas siguen sosteniendo vinos caros, los portales no pueden tener más encanto pero Gay se apunta el mayor de sus tantos en este ejercicio de dolorosa honestidad, utopía en los últimos años. Estamos, por tanto, ante una película sencilla en su concepción que irradia honradez obteniendo el aplauso de un público que se siente agradecido ante tanta franqueza.

"Truman" es un filme de valores en peligro de extinción que anhelamos recuperar. Porque nos rechina la amistad sin contrapartida. La generosidad que no obtiene moneda de cambio. Esa misma que han entregado dos animales de la escena. Dos actores que se abren en canal para construir una química apabullante. Ricardo Darín sentenciando lo que es, una bestia sobre las tablas, aquí en un papel arriesgado que resuelve con maestría y sensibilidad dando la réplica a un Javier Cámara inconmensurable cuya mirada traspasa la pantalla.

Con esta particular entrevista con la muerte, Gay apunta directo al corazón de una manera sutil, cercana, entregando una de las despedidas más dolorosas que se han filmado en años. Imposible no salir tocado de una cinta que es puro sentimiento.
Ulher
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10
13 de febrero de 2010
111 de 135 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un sorprendente recital de buen gusto es lo que nos regala el diseñador Tom Ford en su primera incursión en el séptimo arte. El que fuera director creativo de Gucci ha sabido plasmar la elegancia en cada plano y la emoción en cada una de las escenas que conforman esta espléndida ópera prima.
A single man, basada en la novela homónima de Christopher Isherwood, nos ofrece una visión introspectiva del día más decisivo en la vida de George, encarnado de forma magistral por Firth. El día dónde comenzará el final del sufrimiento que lleva engendrando desde la muerte de su pareja.
El exquisito guión, escrito por el debutante Ford, consigue involucrar al espectador hasta compadecer a la lista de personajes sin rumbo que divagan por el film. Si bien no es una adaptación en toda regla al incluirse pasajes, fruto de la mente del provocador director, es de agradecer la sinceridad con la que se expone el dolor de alguien que ha perdido el sentido de la vida.
No sólo es el guión lo más atrayente del film ni la dirección de Tom Ford. Colin Firth labra la mejor interpretación de su carrera. Comedido en su caracterización hace tragar saliva al espectador cuando sus lágrimas aparecen en la primera escena. Sin mediar palabra su escasa gesticulación consigue hacernos olvidar su asiduidad a la sencilla comedia. Su partenier, la siempre convincente Julianne Moore, aporta más glamour al film si cabe. Enamorada de su amigo homosexual, fracasada en su matrimonio y victima del sueño americano, el personaje de la Moore es un pastel sin terminar de degustar por falta de metraje y por el deseo de su director de incluir en la cinta con calzador a uno de sus modelos fetiche, Kortajarena. Y es que la manera en la que el humo sale de los labios del modelo como si se tratara del guante de Gilda puede incluirse en la lista de escenas más sensuales de la historia del cine.
Para Ford, la historia era lo trascendental, pero si esa historia se engalana con un traje a medida compuesto de una técnica inmejorable, se convierte en una obra maestra. Una fotografía excelente, de la mano del catalán Eduard Grau, proporciona ese toque personal que hace especial a una cinta. En ciertos momentos la personalidad del director tan expuesta en la cinta nos hace recordar a uno de los directores que más pasión plasma es sus trabajos. Almodóvar y Ford tienen mucho en común. El director manchego siempre sabe elegir una banda sonora inigualable pero el prometedor cineasta no se queda atrás sabiendo escoger una impresionante pieza, compuesta por Abel Korzeniowski, para acompañar con melodía esos fotogramas que tanto darán que hablar, esperando que sea así por mucho tiempo.

Lo mejor: la fusión de la técnica en un guión tan sincero que emociona en cada escena.
Lo peor: que se entienda como un film para "minorias"
Ulher
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9
8 de diciembre de 2015
101 de 123 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una mujer aparca su coche. Se dirige a un campo donde pastan burros. Empuña un arma y, sin pensarlo dos veces, dispara a sangre fría contra un animal. La escena de apertura ya es toda una declaración de intenciones. Quienes conozcan el cine de Lanthimos no se extrañarán ante semejante desconcierto pero para los que se adentren por primera vez en la perversidad típica del director supondrá el primero de los mazazos. En su escasa filmografía habita la sátira sobre una sociedad claustrofóbica, sobre el individuo que se rige por la falta de libertad. Si con la desconcertante Canino (2009) hacía alarde del totalitarismo como medio educativo y en la aplastante Alps (2011) ofrecía un estudio sobre el papel que representamos dentro de la colectividad, en Langosta continúa mostrando esa personalidad tan marcada de sus anteriores obras. Personajes inexpresivos, cierta teatralidad en el lenguaje y un sadismo que bebe del Haneke más polémico.

Sin embargo, esa perversión busca ahora su víctima en otra de las necesidades que la comunidad ha creado para sobrevivir: amar y ser amado. Esa dicotomía universal que en la mano de Lanthimos no dura un suspiro. El griego arremete con severidad contra el amor cuestionándolo de puro y llano egoísmo. Por lo que respecta al amor ¿somos uno o somos dos? La mirada pesimista de Langosta se centra en el individualismo como paradigma de la felicidad. Una visión un tanto realista si entendemos las relaciones de pareja como una satisfacción personal, como una estabilidad emocional impuesta por una sociedad en la que no se tiene cabida si los sentimientos no son compartidos. Una hipócrita sociedad que prefiere ver al individuo autolesionándose física o emocionalmente en pro de dejar de ser descartes. Por que pobre de aquel que no consiga seguir los cánones de las reglas marcadas. Serán castigados con miradas prepotentes, lastimeras, cínicas. En este caso Lanthimos los convierte en animal, eso sí, a su libre elección. Todo un detalle.

El gran acierto de esta distópica película en la que las apariencias son lo más importante para sobrevivir, es que vuelca toda su mala baba en un espectador que no sabe si reír o llorar, si salirse de la sala o permanecer pegado a la butaca por lo que está pasando en la pantalla. No nos engañemos. Pocos están dispuestos a aceptar que un aparente desequilabrado exponga sus miserias con una vís cómica que ya quisieran muchos y encima reirle las gracias. En efecto, Langosta es un espejo pero no sólo para las parejas que verán en ese intento hemofílico su fin de semana ideal. Los solteros, esos marginados en busca de plaza, contemplarán con estupor cómo ni siquiera ellos que tanto han abogado por la libertad, no pueden sentirse libres. Y no lo son porque nadie lo es. Porque estamos obligados a sentirnos aceptados asumiendo cualquier intento de unión. En definitiva, el egoísmo del individuo impera sobre lo demás.

Langosta es crítica, ácida, inteligente. Su humor negro se aplaude y su mordaz sentido del ridículo la convierten en una nueva marcianada del cine griego. En el primer tramo se sabe eficaz pisando suelo firme. Posee un ritmo mucho más ágil que las predecesoras obras de Lanthimos. Sus encuadres perfeccionados y unas solventes interpretaciones -soberbia Weisz-, mientras que el guión fluye a golpe de metáfora y simbolismo. Una idea brillante llevada a cabo con maestría. Resultaba difícil mantener el nivel de sátira de su arranque y sin embargo cuando el texto cambia de página, la cinta no decae por sus sólidas bases. Continúa repartiendo bofetadas para terminar sangrando. Maravillosa escena final con la que el autor sentencia eso que llamamos amor.

Una vez más lo ha conseguido. Lanthimos genera debate. Tras las horas e incluso los días, la película no finaliza. Se queda latiendo y eso la hace aún más grande. Y es que estamos ante una cinta cuya forma puede incomodar pero si se consigue superar, apuesto a que el fondo duele más. Nos cuestionamos, por tanto, si el raro de Lanthimos es una persona equilabrada o los desequilabrados somos los demás.
Ulher
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10
15 de febrero de 2009
77 de 93 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si la última obra del cineasta británico no te golpea el corazón se necesita un nuevo visionado y si ya con eso no alcanza a que los ojos se te inundan en un mar de lágrimas es para tratarlo. Nos encontramos con una obra maestra imprescindible de contemplar, una maravilla para los sentidos donde nada falta ni sobra. El director de las magistrales Billy Elliot y Las Horas nos adentra sin contemplaciones en un gran dilema. ¿Por qué no odiamos al personaje de la Winslet por lo que ha hecho si durante toda la vida nos han dejado claro quienes son los buenos y los malos? ¿Por qué en esta ocasión intentamos comprender a alguien tan aberrante y sincero a la vez? Daldry no responde a esas preguntas si no que concede al espectador la posibilidad de examinarse y de qué manera. La moral y el perdón se baten a duelo en toda la proyección logrando momentos de un cine tan indigesto como portentoso. El film aparentemente sencillo en una primera parte en el que se nos muestra el enamoramiento de una insondable treintañera con un joven estudiante escarba en un segundo acto en las conciencias de la sociedad alemana de la posguerra.
No sólo es Stephen Daldry el Midas de El Lector, David Hare es el gran responsable de que la deslumbrante novela de Bernhard Schlink tenga vida adaptándola como mejor sabe hacer. Si bien la novela es estremecedora no menos es el film. La valentía de Kate Winslet como actriz es patente, imprime a su Hanna Schmitz rudeza en su manera de caminar, dureza en su mirada y una expresividad soberbia sin abrir la boca y al abrirla es para demostrar que no se le resiste ningún personaje por muy complicado que sea. A su altura un David Kross comiéndose la pantalla en cada escena, poniéndose en la piel de una nación que prefiere esconder la cabeza a perderla.
Es seguro que El Lector no dejará indiferente a nadie, puede apasionar o aburrir a partes iguales pero de lo que no cabe duda alguna es que estamos ante una verdad magistralmente contada.

Lo mejor: la adaptación de David Hare
Lo peor: que muchos se queden con la naturalidad de esos cuerpos desnudos.
Ulher
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