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Críticas ordenadas por fecha (desc.)
Concierto
2005
Documental, Intervenciones de: Bruce Springsteen, The E Street Band
11 de marzo de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1975 Londres asistió a uno de los conciertos mas legendarios de la historia del rock. The E Street Band inyectó la emoción y la honestidad de la desgarradora Thunder Road, que en este concierto tiene su interpretación mas icónica, para luego devolver el ritmo salvaje y el desenfreno que nos regalaron Buddy Holly y Elvis en temas como She's The One (la armónica y la percusión nos lleva de viaje a Not Fade Away) o Detroit Medley.
La anécdota ya es histórica; a la banda, que apenas había dejado de ser un éxito local tras el arrollador álbum Born To Run, la habían anunciado en Londres como la octava maravilla, y los nativos de New Jersey se plantaron en el recinto con un público escéptico. Cuanto de esta historia es cierto no lo sé, pero está claro que se ganó el respeto de todos y cada uno de los allí presentes, porque solo hace falta ver los veinte primeros minutos de concierto para sentir en los propios huesos la solemnidad con la que avanza de canción a canción, forjando a cada acorde la leyenda que se hiciera del poder de la E Street Band en los escenarios. Bruce Springsteen con la gorra y su melena rizada, chaqueta de cuero negro y vaqueros. Clarence Clemons de traje blanco con una rosa roja y sombrero. Imágenes para la posteridad, tan reales como la forma de sujetar el cigarrillo de Humphrey Bogart, la mirada inocente Marilyn Monroe, la expresión perdida de James Dean, o la sonrisa torcida de Elvis Presley.
Aquí tenemos la prueba de que el rock no murió el 3 de febrero de 1959. Recuperadas las imágenes para su comercialización tras la gira de The Rising, este concierto es de visionado obligatorio tanto como lo puedan ser The Last Waltz o el concierto de Bangladesh. No hay comparación posible; tras haber visto grabaciones en directo de todas las décadas de la banda, e incluso haber visto a la misma con mis propios ojos, esta sigue destacando, seas o no amante de los de Jersey, por ser el testimonio del nacimiento de algo que ha trascendido en la historia de la música. Nos recuerda el valor de lo que nos hace sentir el rock, de por que las estrellas existen, de por que hay cosas que solo se pueden decir con el sonido de una guitarra rota y una voz desesperada.
La anécdota ya es histórica; a la banda, que apenas había dejado de ser un éxito local tras el arrollador álbum Born To Run, la habían anunciado en Londres como la octava maravilla, y los nativos de New Jersey se plantaron en el recinto con un público escéptico. Cuanto de esta historia es cierto no lo sé, pero está claro que se ganó el respeto de todos y cada uno de los allí presentes, porque solo hace falta ver los veinte primeros minutos de concierto para sentir en los propios huesos la solemnidad con la que avanza de canción a canción, forjando a cada acorde la leyenda que se hiciera del poder de la E Street Band en los escenarios. Bruce Springsteen con la gorra y su melena rizada, chaqueta de cuero negro y vaqueros. Clarence Clemons de traje blanco con una rosa roja y sombrero. Imágenes para la posteridad, tan reales como la forma de sujetar el cigarrillo de Humphrey Bogart, la mirada inocente Marilyn Monroe, la expresión perdida de James Dean, o la sonrisa torcida de Elvis Presley.
Aquí tenemos la prueba de que el rock no murió el 3 de febrero de 1959. Recuperadas las imágenes para su comercialización tras la gira de The Rising, este concierto es de visionado obligatorio tanto como lo puedan ser The Last Waltz o el concierto de Bangladesh. No hay comparación posible; tras haber visto grabaciones en directo de todas las décadas de la banda, e incluso haber visto a la misma con mis propios ojos, esta sigue destacando, seas o no amante de los de Jersey, por ser el testimonio del nacimiento de algo que ha trascendido en la historia de la música. Nos recuerda el valor de lo que nos hace sentir el rock, de por que las estrellas existen, de por que hay cosas que solo se pueden decir con el sonido de una guitarra rota y una voz desesperada.
10 de marzo de 2016
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alejandro González Iñárritu ha dejado atrás Amores Perros y su intrincada narrativa episódica para realizar en su nueva etapa películas centradas en los viajes internos de sus personajes protagonistas. Si bien en un principio sus obras trataban sobre las consecuencias de trágicos hechos concretos en diferentes individuos, ahora se sumergen en la mente de personas que deben lidiar con el peso de sus propias vidas, afrontando sus amarguras y fracasos al verse enfrentados al tiempo, la muerte y la soledad.
En el caso de The Revenant se narra la historia real de Hugh Glass (aunque tampoco hay mucha claridad sobre los hechos de este personaje) y su lucha por la supervivencia en una naturaleza hostil; tras ser atacado por una osa en una expedición y ser abandonado a su suerte, Glass viaja a través de inhóspitos lugares con el fin de llegar al fuerte donde están aquellos que le dejaron morir. La historia, tan simple como la de cualquier otra aventura, es un mero vehículo para mostrar la experiencia del enfrentamiento de Glass, pero no contra la naturaleza, sino contra si mismo. A lo largo del viaje la venganza parece la motivación que mantiene con vida a este superviviente que, contra todo pronóstico, no murió cuando debería haberlo hecho. Pero es justo esta experiencia lo que le hace plantearse el valor de la justicia y de su propia vida. Quizás el mayor mérito de esta película el crear un personaje cuyo arco es narrado únicamente a través de las imágenes que cuentan los sucesos íntimos que transcurren durante la gran aventura, a la que se le presta menos atención. Esto cobra sentido en su final, cuando toma una decisión que demuestra como él mismo ha cambiado su perspectiva con respecto al principio, y es quizás el factor que muchos detractores le pueden achacar; su falta de intensidad a la hora de narrar la historia de la venganza. Pero esto es tan solo un malentendido, la trama nunca se centra en la venganza en si, sino en Hugh Glass, en su relación con sigo mismo, con sus demonios y con la naturaleza.
The Revenant cuenta con interpretaciones de Leonardo DiCaprio y Tom Hardy, ambos excelentes en sus papeles a pesar de ser una película que narra mas a través de lo que pasa alrededor de los personajes que de lo que hacen estos. La fotografía de Emmanuel Lubezki y la dirección de Iñárritu son los auténticos protagonistas y el motivo por la que esta se sostiene como una de las películas que mas respeto del director mexicano, y desde luego la mas lograda de esta segunda etapa tras las excelentes pero demasiado grises y pomposas Biutiful y Birdman.
Sin lugar a dudas su envoltorio académico será presa de la furia de muchos escépticos, pero cualquier espectador que preste suficiente atención podrá ver una obra sensible, original e impactante. Lejos de ser perfecta, sus mayores defectos son fruto de la propia génesis del proyecto. El reto de filmar con luz y sonido natural deja huella en la factura final para bien y para mal, y algunas escenas están resueltas de manera menos convincentes que otras mucho mas sobrecogedoras. Pero esto es solo un fallo menor que no mancha la huella que deja en la mente, que se mantiene firme mucho tiempo después de haber acabado los créditos.
En el caso de The Revenant se narra la historia real de Hugh Glass (aunque tampoco hay mucha claridad sobre los hechos de este personaje) y su lucha por la supervivencia en una naturaleza hostil; tras ser atacado por una osa en una expedición y ser abandonado a su suerte, Glass viaja a través de inhóspitos lugares con el fin de llegar al fuerte donde están aquellos que le dejaron morir. La historia, tan simple como la de cualquier otra aventura, es un mero vehículo para mostrar la experiencia del enfrentamiento de Glass, pero no contra la naturaleza, sino contra si mismo. A lo largo del viaje la venganza parece la motivación que mantiene con vida a este superviviente que, contra todo pronóstico, no murió cuando debería haberlo hecho. Pero es justo esta experiencia lo que le hace plantearse el valor de la justicia y de su propia vida. Quizás el mayor mérito de esta película el crear un personaje cuyo arco es narrado únicamente a través de las imágenes que cuentan los sucesos íntimos que transcurren durante la gran aventura, a la que se le presta menos atención. Esto cobra sentido en su final, cuando toma una decisión que demuestra como él mismo ha cambiado su perspectiva con respecto al principio, y es quizás el factor que muchos detractores le pueden achacar; su falta de intensidad a la hora de narrar la historia de la venganza. Pero esto es tan solo un malentendido, la trama nunca se centra en la venganza en si, sino en Hugh Glass, en su relación con sigo mismo, con sus demonios y con la naturaleza.
The Revenant cuenta con interpretaciones de Leonardo DiCaprio y Tom Hardy, ambos excelentes en sus papeles a pesar de ser una película que narra mas a través de lo que pasa alrededor de los personajes que de lo que hacen estos. La fotografía de Emmanuel Lubezki y la dirección de Iñárritu son los auténticos protagonistas y el motivo por la que esta se sostiene como una de las películas que mas respeto del director mexicano, y desde luego la mas lograda de esta segunda etapa tras las excelentes pero demasiado grises y pomposas Biutiful y Birdman.
Sin lugar a dudas su envoltorio académico será presa de la furia de muchos escépticos, pero cualquier espectador que preste suficiente atención podrá ver una obra sensible, original e impactante. Lejos de ser perfecta, sus mayores defectos son fruto de la propia génesis del proyecto. El reto de filmar con luz y sonido natural deja huella en la factura final para bien y para mal, y algunas escenas están resueltas de manera menos convincentes que otras mucho mas sobrecogedoras. Pero esto es solo un fallo menor que no mancha la huella que deja en la mente, que se mantiene firme mucho tiempo después de haber acabado los créditos.
25 de enero de 2016
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el frío desierto de nieve que rodea la posada en la que tiene lugar la mayor parte de la acción de la octava obra de uno de los directores mas valorados de la actualidad, se esconde un pequeño drama humano de casualidades, de ideas contrarias, de tensiones políticas y raciales. De la misma manera, en el desierto de unas aproximadas tres horas de metraje, se esconde una brillante idea, una obra apasionada, una película que quizás sea la mejor de Quentin Tarantino.
Para comenzar a entender The Hateful Eight, primero tenemos que entender el Western. A día de hoy, el que en la era dorada de Hollywood era el genero de mayor éxito, se ha transformado en un recuerdo, un mero ideal romántico que, de vez en cuando, algún que otro director trata de revivir por cuestiones estéticas o para usar la nostalgia del género como atractivo para el público. Pero esto no siempre fue así, hubo una época en que el Western fue el vehículo mediante el cual artistas brillantes de la talla de John Ford, Howard Hawks, Geroge Stevens o Sam Peckinpah narraran una visión de América, de su propia historia. Como el Oeste fue conquistado, como la era de los conquistadores dio paso a la era de los renegados y los forajidos, y como estos, finalmente, se hicieron a un lado cuando la llegada del ferrocarril trajo al nuevo mundo las grandes ciudades, y los desiertos dejaron de brillar como el lugar donde heroicas contiendas y épicas búsquedas tuvieron lugar, para dar paso a los dramas de la ciudad, a la forja del imperio de América como potencia mundial. Es mas, la evolución del género en su propio país es mas que conocida -solo hay que pensar en Ringo Kid, John Wayne en La diligencia, y ver como Ford cambió la imagen del forajido en algo mas oscuro e incomprendido, Ethan Edwars en Centauros del desierto- pero también se puede observar como Sergio Leone, conocido por añadir la violencia visual del chambara al espectáculo lúdico de su Western europeo, abarcó a mayor escala el drama de la llegada del ferrocarril y la extinción de los vaqueros en su obra maestra Hasta que llegó su hora, tratando una gran variedad de temas en este Western crepuscular que a día de hoy se codea con otros de la talla de Grupo Salvaje, Raíces profundas o El hombre que mató a Liberty Valance, siendo su visión del matriarcado como fuerza protectora de la América del siglo XX su aportación mas particular al género. También con un presupuesto mucho mas humilde, Sergio Corbucci usó el devastador clímax de El gran Silencio como herramienta de denuncia. En palabras breves; la evolución de este género resulta tan fascinante por como ha conseguido ser el reflejo mas fidedigno de la cultura y la sociedad americana.
Una vez entendido esto, también queda comprender como ha evolucionado Quentin Tarantino como artista. Desde sus origines como un director rebelde e independiente, que trajo a la industria el estilo libre que Godard ya llevara al mundo de los romances y los gangsters en su carrera, hasta el cine de género mezclado con el revisionismo histórico de su última etapa, parece que Tarantino siempre crea un puzzle que mantienen unidos la forma y el contenido de una manera extraña, no siempre lo bastante obvia como para que el espectador medio lo pueda comprender, de tal manera que su película de menor calibre, Death Proof, se presenta como una de sus obras mas personales. Malditos Bastardos y Django Desencadenado, en su cascarón de cine de explotación comercial, deja traslucir sus opiniones históricas de la manera mas sutil. En el caso de The Hateful Eight no podría ser menos, y se nos plantea un thriller claustrofóbico, cercano a la clase de suspense que John Carpenter usara en La Cosa, con la que guarda ciertas similitudes.
El estilo pulp y la trama sencilla que se expende en las tres horas a través de los diálogos cargados de doble sentido, dejan entrever una obra sobre la violencia racial que existía en Estados Unidos tras la guerra de secesión. Aquí, como suelen hacer los grandes directores, no se dice nada de manera obvia, aunque si hay un discurso mas claro que el que por ejemplo tuviera Django sobre la libertad individual en la época de la esclavitud, pero siempre de una manera que beneficia a la tensión que busca crear. Así pues, por primera vez en muchos años, el genero del Western, que todavía no abraza en su totalidad el director, pues siempre añade un giro a las convenciones de este -como suele hacer con cada género que toca- se convierte en un vehículo para el discurso mas poderoso que jamás haya dado en su cine, pero a la vez es un ejercicio en las claves del género. Y es que solo Quentin Tarantino sería capaz de hacer un Western de serie b presentado en forma de obra con introducción e intermedio, grabada en el mismo formato que se usara para rodar un clásico tal como Ben-Hur.
The Hateful Eight hará su ruta por la taquilla de forma mucho mas desapercibida que sus anteriores películas; por su duración, su premisa y sus largos y densos diálogos. Pero para los amantes del cine, del Western y de Tarantino, será un oasis helado donde poder refugiarse de la abismal separación que el cine actual hace entre discurso y espectáculo. Quentin Tarantino entiende que el cine es un arte que debe entretener y decir algo, porque un discurso sin forma no conmueve, y la forma por la forma solo mata las horas y no deja huella en el alma del espectador.
Espero que esta película perdure en la memoria. Sus personajes, su genial banda sonora y sus escenas mas brillantes conforman lo mejor en la carrera del ya mas que consagrado cineasta, aunque quizás se pierda en su inmensa duración parte de esto. Pero queda en la última escena, a los acordes de una canción de Roy Orbison, el mejor mensaje que Quentin Tarantino ha lanzado sobre América al gran público, y una de las escenas mas conmovedoras que he tenido la suerte de ver en un cine en mucho tiempo.
Para comenzar a entender The Hateful Eight, primero tenemos que entender el Western. A día de hoy, el que en la era dorada de Hollywood era el genero de mayor éxito, se ha transformado en un recuerdo, un mero ideal romántico que, de vez en cuando, algún que otro director trata de revivir por cuestiones estéticas o para usar la nostalgia del género como atractivo para el público. Pero esto no siempre fue así, hubo una época en que el Western fue el vehículo mediante el cual artistas brillantes de la talla de John Ford, Howard Hawks, Geroge Stevens o Sam Peckinpah narraran una visión de América, de su propia historia. Como el Oeste fue conquistado, como la era de los conquistadores dio paso a la era de los renegados y los forajidos, y como estos, finalmente, se hicieron a un lado cuando la llegada del ferrocarril trajo al nuevo mundo las grandes ciudades, y los desiertos dejaron de brillar como el lugar donde heroicas contiendas y épicas búsquedas tuvieron lugar, para dar paso a los dramas de la ciudad, a la forja del imperio de América como potencia mundial. Es mas, la evolución del género en su propio país es mas que conocida -solo hay que pensar en Ringo Kid, John Wayne en La diligencia, y ver como Ford cambió la imagen del forajido en algo mas oscuro e incomprendido, Ethan Edwars en Centauros del desierto- pero también se puede observar como Sergio Leone, conocido por añadir la violencia visual del chambara al espectáculo lúdico de su Western europeo, abarcó a mayor escala el drama de la llegada del ferrocarril y la extinción de los vaqueros en su obra maestra Hasta que llegó su hora, tratando una gran variedad de temas en este Western crepuscular que a día de hoy se codea con otros de la talla de Grupo Salvaje, Raíces profundas o El hombre que mató a Liberty Valance, siendo su visión del matriarcado como fuerza protectora de la América del siglo XX su aportación mas particular al género. También con un presupuesto mucho mas humilde, Sergio Corbucci usó el devastador clímax de El gran Silencio como herramienta de denuncia. En palabras breves; la evolución de este género resulta tan fascinante por como ha conseguido ser el reflejo mas fidedigno de la cultura y la sociedad americana.
Una vez entendido esto, también queda comprender como ha evolucionado Quentin Tarantino como artista. Desde sus origines como un director rebelde e independiente, que trajo a la industria el estilo libre que Godard ya llevara al mundo de los romances y los gangsters en su carrera, hasta el cine de género mezclado con el revisionismo histórico de su última etapa, parece que Tarantino siempre crea un puzzle que mantienen unidos la forma y el contenido de una manera extraña, no siempre lo bastante obvia como para que el espectador medio lo pueda comprender, de tal manera que su película de menor calibre, Death Proof, se presenta como una de sus obras mas personales. Malditos Bastardos y Django Desencadenado, en su cascarón de cine de explotación comercial, deja traslucir sus opiniones históricas de la manera mas sutil. En el caso de The Hateful Eight no podría ser menos, y se nos plantea un thriller claustrofóbico, cercano a la clase de suspense que John Carpenter usara en La Cosa, con la que guarda ciertas similitudes.
El estilo pulp y la trama sencilla que se expende en las tres horas a través de los diálogos cargados de doble sentido, dejan entrever una obra sobre la violencia racial que existía en Estados Unidos tras la guerra de secesión. Aquí, como suelen hacer los grandes directores, no se dice nada de manera obvia, aunque si hay un discurso mas claro que el que por ejemplo tuviera Django sobre la libertad individual en la época de la esclavitud, pero siempre de una manera que beneficia a la tensión que busca crear. Así pues, por primera vez en muchos años, el genero del Western, que todavía no abraza en su totalidad el director, pues siempre añade un giro a las convenciones de este -como suele hacer con cada género que toca- se convierte en un vehículo para el discurso mas poderoso que jamás haya dado en su cine, pero a la vez es un ejercicio en las claves del género. Y es que solo Quentin Tarantino sería capaz de hacer un Western de serie b presentado en forma de obra con introducción e intermedio, grabada en el mismo formato que se usara para rodar un clásico tal como Ben-Hur.
The Hateful Eight hará su ruta por la taquilla de forma mucho mas desapercibida que sus anteriores películas; por su duración, su premisa y sus largos y densos diálogos. Pero para los amantes del cine, del Western y de Tarantino, será un oasis helado donde poder refugiarse de la abismal separación que el cine actual hace entre discurso y espectáculo. Quentin Tarantino entiende que el cine es un arte que debe entretener y decir algo, porque un discurso sin forma no conmueve, y la forma por la forma solo mata las horas y no deja huella en el alma del espectador.
Espero que esta película perdure en la memoria. Sus personajes, su genial banda sonora y sus escenas mas brillantes conforman lo mejor en la carrera del ya mas que consagrado cineasta, aunque quizás se pierda en su inmensa duración parte de esto. Pero queda en la última escena, a los acordes de una canción de Roy Orbison, el mejor mensaje que Quentin Tarantino ha lanzado sobre América al gran público, y una de las escenas mas conmovedoras que he tenido la suerte de ver en un cine en mucho tiempo.
25 de diciembre de 2015
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta última entrega de la saga mas popular de la historia del cine, siendo además uno de los estrenos a los que mas atención se ha prestado jamás, y encumbrada por una de las campañas de marketing mas poderosas en varios años -si alguien no se enteró de que iban a estrenar una nueva película de Star Wars con Han Solo fue Nanook y poco más- es difícil separar la expectación del resultado final, el resultado final de la veneración por la saga original y la veneración por la saga de las propias nociones de lo que es hacer una película.
Así pues, para sorpresa de muchos que, atónitos, vemos como no hay una opinión que concuerde con otra, también me veo decepcionado de no haber visto una película que pudiera unir a todo el mundo en aceptación, pues era realmente el mayor deseo de todos que el nuevo episodio de Star Wars se estrenara y fuera un clásico instantáneo, brillante como El imperio contraataca, que pudiera verse una y otra y otra vez y que se disolviera y mezclara en la cultura popular, escena tras escena, como las entregas que la preceden. Lo cierto es que no puedes crear una campaña publicitaria tan extensa, haciendo que todo el mundo vuelva a hablar de Star Wars, y vea Star Wars otra vez y hagan cola por comprar nuevos juguetes, vídeo juegos, cómics, libros y cuanto uno pueda imaginar sin que, al final, haya cierta reacción negativa por parte de algunas personas. Hago hincapié en estos puntos pues, en casos como este, en el que se trata de entender un fenómeno de masas tan grande, creo necesario que se tengan en consideración estos factores, pues a fin de cuentas, poca gente hay que no vea la saga original mitificada, aportando a cada escena toda su experiencia con el resto de las películas, inflando lo que se ve en la pantalla con el conocimiento de lo que ha sucedido y va suceder -poco se podría hablar del duelo de sables entre Darth Vader y Obi Wan, artrosis de Alec Guinness contra la movilidad reducida de David Prowse embutido en un traje, con capa y casco, si no conociéramos ya la mítica rivalidad entre ambos personajes, la fusión del viejo Obi Wan con la fuerza o la final redención del Jedi convertido al lado oscuro- y es que en ningún momento nadie habló de Star Wars como si de Ciudadano Kane se tratase, eso fue mucho después, tras hordas y hordas de fanáticos. Star Wars es una epopeya fantástica, una historia simple, en la que los protagonistas brillan por su carisma y no por su desarrollo, que salvo en el caso de Luke y Vader, apenas existe en el resto. El fenómeno de masas que ha supuesto lo que George Lucas creó no es una cuestión de la calidad, es una cuestión de conexión con un público que aceptó de lleno lo que se les ofreció en 1977, y lo que debió de haber sido una película de culto, rareza de la ciencia ficción que se producía en la época, se transformó en el canon en el que basaban las películas que buscaban un gran existo comercial, y es que cuando el culto se hace tan grande deja de ser culto y se transforma en evangelio.
¿Como se debe enfrentar uno entonces al episodio VII? Mi única respuesta es que el tiempo lo dirá. Curioso fue que tras el estreno de La amenaza fantasma hubo una gran ovación del público, y no fue hasta tiempo después, tras entender que aquello no iba a ninguna parte y que las secuelas fueron incluso mas terribles, que la comunidad de fans e incluso muchos críticos aceptaron lo atroz y la pobreza de aquél gran éxito de 1999. Y encuentro curioso que, en reacción a la reivindicación por la “formula original” de la que la entrega de JJ Abrams hace alarde, haya gente que revalorice la “inventiva” de las precuelas en ciertos aspectos... así de grande es el fenómeno, así de grande las comparaciones.
Así pues, para sorpresa de muchos que, atónitos, vemos como no hay una opinión que concuerde con otra, también me veo decepcionado de no haber visto una película que pudiera unir a todo el mundo en aceptación, pues era realmente el mayor deseo de todos que el nuevo episodio de Star Wars se estrenara y fuera un clásico instantáneo, brillante como El imperio contraataca, que pudiera verse una y otra y otra vez y que se disolviera y mezclara en la cultura popular, escena tras escena, como las entregas que la preceden. Lo cierto es que no puedes crear una campaña publicitaria tan extensa, haciendo que todo el mundo vuelva a hablar de Star Wars, y vea Star Wars otra vez y hagan cola por comprar nuevos juguetes, vídeo juegos, cómics, libros y cuanto uno pueda imaginar sin que, al final, haya cierta reacción negativa por parte de algunas personas. Hago hincapié en estos puntos pues, en casos como este, en el que se trata de entender un fenómeno de masas tan grande, creo necesario que se tengan en consideración estos factores, pues a fin de cuentas, poca gente hay que no vea la saga original mitificada, aportando a cada escena toda su experiencia con el resto de las películas, inflando lo que se ve en la pantalla con el conocimiento de lo que ha sucedido y va suceder -poco se podría hablar del duelo de sables entre Darth Vader y Obi Wan, artrosis de Alec Guinness contra la movilidad reducida de David Prowse embutido en un traje, con capa y casco, si no conociéramos ya la mítica rivalidad entre ambos personajes, la fusión del viejo Obi Wan con la fuerza o la final redención del Jedi convertido al lado oscuro- y es que en ningún momento nadie habló de Star Wars como si de Ciudadano Kane se tratase, eso fue mucho después, tras hordas y hordas de fanáticos. Star Wars es una epopeya fantástica, una historia simple, en la que los protagonistas brillan por su carisma y no por su desarrollo, que salvo en el caso de Luke y Vader, apenas existe en el resto. El fenómeno de masas que ha supuesto lo que George Lucas creó no es una cuestión de la calidad, es una cuestión de conexión con un público que aceptó de lleno lo que se les ofreció en 1977, y lo que debió de haber sido una película de culto, rareza de la ciencia ficción que se producía en la época, se transformó en el canon en el que basaban las películas que buscaban un gran existo comercial, y es que cuando el culto se hace tan grande deja de ser culto y se transforma en evangelio.
¿Como se debe enfrentar uno entonces al episodio VII? Mi única respuesta es que el tiempo lo dirá. Curioso fue que tras el estreno de La amenaza fantasma hubo una gran ovación del público, y no fue hasta tiempo después, tras entender que aquello no iba a ninguna parte y que las secuelas fueron incluso mas terribles, que la comunidad de fans e incluso muchos críticos aceptaron lo atroz y la pobreza de aquél gran éxito de 1999. Y encuentro curioso que, en reacción a la reivindicación por la “formula original” de la que la entrega de JJ Abrams hace alarde, haya gente que revalorice la “inventiva” de las precuelas en ciertos aspectos... así de grande es el fenómeno, así de grande las comparaciones.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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9 de febrero de 2015
20 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
"A Truly Transformative Tale" (una historia realmente transformadora), este es el lema que reza el póster de Tusk en su versión original. Si te dijeran que Kevin Smith dirige una película sobre un psicópata que trata de transformar a un hombre en una morsa, ¿por que irías a verla?.
Tusk, en una duración de apenas cien minutos, encierra dentro de si varias formas de diferentes de entenderse a si misma. Por un lado hay una notable película de terror que dura hasta la aparición de la morsa humana. Pero esta película es a su vez una comedia que, debido al poder perturbador de las escenas mas extremas, resulta el punto mas débil (según el gusto y el sentido del humor de cada espectador, claro). Sin embargo la película nunca se presenta a si misma como terror o comedia, siempre guarda un as en la manga, o mejor dicho un gag, que puede disolverse en un instante del mas intenso espanto al ver escenas que, cuanto menos, son bastante grotescas.
Pero si es una comedia de terror, ¿por que no reservó al engendro para el tramo final y mantener así el suspense?, ¿por que tiñó de drama las historias de los personajes?, ¿por que eligió un final tan patético?. En un acto de rebeldía, o quizás de inocencia, Kevin Smith decidió hacer una película que no tratara solo del morbo de ver a un hombre desfigurara a otro hasta que parezca una morsa, sino que tejió una historia sobre un el punto en el que el ser humano deja de ser humano para convertirse en un animal. ¿Era el personaje de Michael Parks un hombre o una bestia forjada a través de los abusos que sufrió en su infancia?
Tusk, en una duración de apenas cien minutos, encierra dentro de si varias formas de diferentes de entenderse a si misma. Por un lado hay una notable película de terror que dura hasta la aparición de la morsa humana. Pero esta película es a su vez una comedia que, debido al poder perturbador de las escenas mas extremas, resulta el punto mas débil (según el gusto y el sentido del humor de cada espectador, claro). Sin embargo la película nunca se presenta a si misma como terror o comedia, siempre guarda un as en la manga, o mejor dicho un gag, que puede disolverse en un instante del mas intenso espanto al ver escenas que, cuanto menos, son bastante grotescas.
Pero si es una comedia de terror, ¿por que no reservó al engendro para el tramo final y mantener así el suspense?, ¿por que tiñó de drama las historias de los personajes?, ¿por que eligió un final tan patético?. En un acto de rebeldía, o quizás de inocencia, Kevin Smith decidió hacer una película que no tratara solo del morbo de ver a un hombre desfigurara a otro hasta que parezca una morsa, sino que tejió una historia sobre un el punto en el que el ser humano deja de ser humano para convertirse en un animal. ¿Era el personaje de Michael Parks un hombre o una bestia forjada a través de los abusos que sufrió en su infancia?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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