Francamente, maldito seas David Mackenzie (y Taylor Sheridan), maldito seas por matar de una forma tan sencilla y a la vez elegante a un personaje que tan bien había caído como es Alberto Parker (interpretado por Gil Birmingham). Este, muerto a causa de un certero disparo de Tanner (Ben Foster), da pie a que nuestro querido Marcus (Jeff Bridges), rifle en mano, nos demuestre porqué ha llegado vivito y coleando al final de su vida, en una escena tremendamente angustiosa, en la que (gracias al duelo interpretativo de Foster y Bridges) no sabemos si de verdad queremos que Marcus acierte a Tanner.

Finalmente, tras haber concluido el clímax, nos encontramos con un brutal diálogo entre Marcus y Toby (Chris Pine), magistralmente creado por un Taylor Sheridan que firma un guion que, probablemente, sea el mejor del año, en el que ambos se muestran cordiales y respetuosos, pero con un deseo irrefrenable de acabar con el otro. No sabemos qué pasará en ese segundo encuentro que Marcus y Toby van a tener, pero todos sabemos que nada bueno va a salir de ahí.

Ese giro, ese giro con el que Chazelle nos corta de golpe ese séptimo cielo que habíamos alcanzado para ponernos los pies en la tierra es, sin duda alguna, una astuta treta que hará que no queramos que nuestro tan perfecto y coordinado dúo protagonista se separe jamás. Pero, ¿qué pasa? Pasa la realidad. Pasa el tiempo. Sin embargo, aunque la historia de amor que nos han contado no resultara tan mágica como hubiéramos querido, siempre nos quedará esa catarsis espiritual, sentimental y, por encima de todo, musical con la que, al igual que Gosling, asentimos al cineasta, sonreímos y cerramos los ojos para vivir en esa onírica fantasía que todos ansiamos.

Nuevos personajes: muchos de ellos estelares como ese "bromance" entre Chirrut Îmwe (Donnie Yen) y Baze Malbus (Wen Jiang), ese "prefiero morir de pie que vivir de rodillas" de Saw Guerrera (Forest Whitaker) y, mi favorito, ese frío y calculador Director Orson Krennic al que da vida un espectacular Ben Mendelshon; nuevos mundos, como ese fantástico resort playero que, si no fuera del Imperio, a más de uno le gustaría pasar allí sus vacaciones; y, por último, nuevas aventuras nunca vistas hasta entonces, mezcladas con apariciones estelares de personajes míticos como el villano de los villanos, Darth Vader, o (spoilers) las recreaciones por CGI de Wilhuff Tarkin y de la rebelde con más garra de la galaxia, la princesa Leia; hacen de esta película una de las mejores de la saga y una muy buena película al margen de la mitología creada por George Lucas, con un clímax final apoteósico.

Sinceramente, fui con las esperanzas de encontrarme con una 'Delgada Línea Roja' española y salí bastante decepcionado: no porque se trate de una película regular, sino porque esperaba más de un film que podría (y debería) haber sido mucho más ambicioso. Aunque sí que es cierto que dejará imágenes para el recuerdo como ese "A la mierda España" de Javier Gutiérrez o la muerte de un Ricardo Gómez intentado quitarse la etiqueta del Carlitos de 'Cuéntame', '1898' supone un buen entretenimiento pero nada más. Una película bélica que debería aprenderse esa muletilla del "quien no arriesga, no gana": más garra y coraje a la hora de adentrarse en un desafío de tal calibre.

Linklater nos ofrece su particular visión de la vida: una vida que premia la juventud, la amistad, el amor, la fraternidad; todo ello en una película que, más que una de las mejores películas indie del año, es un perfecto símil de la vida misma. Como bien dijo Willoughby, el peterpanesco personaje de este maravilloso film: vinimos a pasar un buen rato, no a quedarnos. Y yo os pregunto ahora: ¿no es eso sino lo que hemos venido a hacer este mundo? Libre de preocupaciones, libre de ataduras, una vida sencilla, feliz, es lo que todos buscamos; pues a ritmo de Van Halen: "Todos queremos algo", y yo quiero quedarme a vivir en esta película: Carpe Diem.