Esta clase de películas son las que destruyen de forma sistemática la diferencia entre el cine español de calidad, y este cine español deplorable y carente de talento. Estas tropelías artísticas –por no decir crímenes- son las que dejan una huella imborrable en el espectador; dejan el claro sabor de aquello que jamás se quiere volver a “degustar”.


El tiempo es el verdugo implacable y también el juez que decide qué cosas son dignas de permanecer en el recuerdo, y qué cosas deben sucumbir ante el devenir del tiempo. Las Edades de Lulu firmó su sentencia de muerte con su obvia y nefasta intención de no hacer nada que no fuera recurrir a la misma añeja fórmula de la degradación, aquella que tantas veces se ha repetido: ofrecer morbo gratuito, conducir el guión a la excrecencia mórbida del sopor y la irrelevancia, y además, alcanzar el mínimo histórico en calidad de actuación.


Creo que, Bigas Luna no tuvo ninguna intención de hacer cine con esta película, principalmente porque Bigas Luna no es un cineasta, quizás sólo sea un creador de mediocres escenas eróticas. Pero sin duda, el objetivo de esta película era ofrecer al simiesco público un plátano, y obtener cuanto peculio pudiera de esos primates con más babas que cerebro.


Cómo película erótica roza el mayor de los ridículos, es el anti-erotismo extrapolado al séptimo arte. Las primeras escenas son –y siento decirlo- de auténtico circo, intentar hacer pasar a Francesca Neri por una chica de 15 años, es lo más ridículo que he visto nunca. Es, y por no dilatarnos en exceso, cómo película erótica; cutre, cutre, cutre y muy, muy cutre. Parece una versión seria y con ínfulas de Torrente, es tan hedionda cómo esta última pero mucho más presuntuosa, con lo que acentúa el ridículo. Es burda en escenas que debieran despertar el deseo y la excitación, es insulsa y rayana a lo miserable cuando debiera despertar emoción. Es soporífera incluso cuando anhela ser morbosa. Es un fracaso en todas y cada una de sus escenas. Es un error.

PUNTUACIÓN: 0

Un cero circular: un cero se mire, por donde se mire.

Smoking Room es sin lugar a dudas, una de las mejores películas españolas de la pasada década, posiblemente la mejor. Es un soplo de aire fresco. Es la deliciosa evidencia de que se puede hacer cine con pocos medios, y además, gran cine.


Cuando veo Smoking Room, recuerdo los cuadros de Edward Hopper; es ver en movimiento uno de sus lienzos. Es ver personajes grises y solitarios que comparten el mismo espacio, en donde no hay empatía; no existen diálogos, sino discursos aislados en donde cada palabra es muda. La soledad impera en cada plano de la película porque, si no existe comunicación es imposible estar acompañado. Son escenas deshumanizadas y frías, son halcones en la oficina.
Smoking Room es una multiplicidad de temas afrontados en un mismo sentido. Representa, en esencia, la lucha contra los sistemas de opresión que se manifiestan en todos los niveles: a niveles tan bajos como por ejemplo una oficina. Habla de la complejidad de mantener un pensamiento distinto al pensamiento grupal y sobre la repercusión que ello conlleva, la modernidad -el hombre moderno- no está dispuesta a seguir a los héroes y mucho menos a serlos. Hoy, los héroes son eremitas peligrosos y segregados, son incendiarios y lobos que quieren asustar a las ovejas.


Otro tema central del que trata Smoking Room es el miedo, el miedo en la sociedad contemporánea, que no es otra que la brutal incertidumbre que nace al enfrentarse al sistema jerárquico. Reflexiona sobre hasta qué punto, somos capaces de llegar para conservar lo que tenemos. En Smoking Room se refleja el miedo mucho mejor que en cualquier película de terror, porque ese miedo vive en las calles, se ve en los rostros, se ve hoy mucho más que nunca. El miedo paraliza, a veces no músculos, sino la voluntad misma, el pensamiento.

Resumiendo, es una genialidad, es un hito del cine español. Posiblemente es difícil encontrar una constelación de actuaciones tan brillantes en el cine patrio. Cada actor interpreta de forma excelsa.

NOTA: 7,8

Esto no es cine, nadie sería capaz de cometer la alevosía de denominar a este espectáculo depravado cómo perteneciente al séptimo arte. Quizás Torrente junto con otras producciones marque el nivel más bajo en cuanto a creatividad e ingenio en un medio audiovisual.

Es lógico que nazcan estas producciones nefastas, trasnochadas, soeces, pueriles y ridículas, dado el cada vez más bajo nivel intelectivo del espectador español. En ningún punto esta película puede mantener la atención, o, hacer sentir al espectador que está delante de algo digno de sentarse en una butaca y mucho menos de pagar por verlo. Antes bien, lo que se siente es que esta película causaría náuseas incluso en niños de parvulario. Las grotescas bufonadas que perpetran esos actores -si es que merecen tal nombre- sólo pueden ser admitidas por el simplismo más casposo e iletrado.

Sólo en un país que carece de valores, que sufre de una acefalia cada vez más tóxica y enferma, se podría producir y dirigir esta clase de cine. ¿Sátira? Si Segura entiende esta bazofia circense como sátira es que su humor no es digno de un cine, sino de un estercolero. Esta clase de películas que idolatran personajes podridos y enaltecen una sociedad que ha olvidado cualquier nexo con la cultura y el arte, deberían exhibirse como estudio antropológico de la imbecilidad.

Torrente es el paradigma de la necedad histriónica, es la evolución natural de la telebasura. Es la telebasura en sus más altas cotas; llega a ser un fenómeno sociológico, un éxito de público. Simplemente, nos avergonzamos del nivel tan miserable que puede llegar a alcanzar estos productos audiovisuales contemporáneos.

La imbecilidad humana alcanza cotas que la razón ni siquiera es capaz de entender. Un ejemplo; esta serie fue líder de audiencia, fue alabada de forma cuasi-unánime por los espectadores. Tampoco se puede esperar mucho del país en donde la peor y más baja ralea es tenida por el tipo humano superior: el ídolo de masas. Un país en donde “la princesa del pueblo” es el analfabetismo hecho mujer.

Esta serie se basa en un conjunto de escenas completamente carentes de sentido, de originalidad y de gracia. Cada escena está adornada por las patéticas actuaciones de esos histriones contemporáneos que desconocen el arte de actuar, eso sí, son doctos en generar vergüenza ajena e irradiar sopor y tristeza por el carácter nefasto de sus números. El humor es ingenio, para hacer reír es necesario construir sobre la imaginación y no sobre el mismo cansino y fácil gracejo que exhiben la mayoría de series, y particularmente esta.

Llegados a este punto es necesario interpelarse por el trabajo de los guionistas. Es difícil de entender cómo se puede alcanzar un nivel tan ínfimo en cuanto a originalidad y diversión. No se puede asimilar el que hayan creado semejante hato de personajes zafios y estultos. Han ideado una comunidad de vecinos que más que comunidad es un muladar, incluso más que vecinos, merecen ser llamados marranos.

En resumen, un servidor es incapaz de ver esta serie, principalmente porque siento una descomunal aversión y náusea por todo lo que está relacionado con la hez. Consumir esta serie es lo más parecido al acto de la coprofagia; es lo más parecido que encuentro a coger un trozo de mierda y restregártelo por la cara.