Después de varios meses desde que vi el último capítulo me decido a escribir sobre una de las grandes series televisivas del siglo XXI: Breaking Bad. Y es que no tengo palabras suficientes para explicar lo que la serie me ha aportado durante estos años, aún así intentaré hacerlo a continuación:

Walter White (Bryan Cranston) –profesor de física en un instituto de Alburquerque, Nuevo México– se ve abordado por una situación fortuita: un cáncer de pulmón al que se le suman problemas económicos que dificultan una posible recuperación. Por ello, comienza a cocinar metanfetamina junto a un antiguo alumno de instituto, Jesse Pinkman (Aaron Paul) y de esta forma poder sufragar los gastos sanitarios. Lo que comienza siendo una vida bastante normal e incluso monótona acaba convirtiéndose en una espiral de locura de la que es imposible salir. A la trama principal se le van añadiendo unas secundarias, siempre relacionadas con el personaje principal –Walter White– que la completan. En esta introducción no podemos dejar de lado personajes tan importantes como Skyler (Anna Gunn), Walter Jr (RJ Mitte), Hank (Dean Norris) y todo el repertorio de antagonistas –entre el que cabe destacar Gustavo Fring (Giancarlo Esposito)– sin los cuales el sentido de la serie no habría sido el mismo.

Como para mí, no hay nada peor que un spoiler intentaré no hacer ninguno pero quiero dar una serie de pinceladas sobre Breaking Bad. En primer lugar hablar del personaje de Walter White, un protagonista como nunca se había visto antes que pasa de ser bueno buenísimo a malo malísimo, eso sí, siempre luchando por él y por los suyos y tan bien encarnado por Bryan Cranston (uno de los mayores descubrimientos a nivel interpretativo de los últimos años ¿o alguien imaginaba que aquel padre cómico de Malcom en Malcom in the Middle pudiera encarnar este personaje?). Walter es un super villano que se mueve, a su vez, en un mundo de patetismo y decadencia. En segundo lugar la figura de Jesse Pinkman (¿qué decir de él?) del cual destaca su evolución a nivel psicológico. Acaba por convertirse en un personaje indispesable para poder entender la trama en su conjunto (todo aquel que haya visto la serie no podrá olvidar la última escena en la que él aparece). En tercer lugar hablar de Hank, el cuñado de Walter y policía para la DEA (Administración para el control de drogas) lo que nos hace presagiar que no todo va a ir viento en popa para el protagonista. Hank, aunque desde un bando totalmente alejado al del cartel se convierte en otro de los antagonistas de la serie y en una figura importantísima para la resolución de ésta. Y por último de Gustavo Fring (o Gus para los amigos) una figura amable y emprendedora que sin ir más allá es el dueño del mayor imperio de metanfetamina de Nuevo México.

La serie en su conjunto, a través de los personajes, la trama principal y las secundarias, los guiones… ha hecho que la cataloguemos como una verdadera obra de arte. Muy bien acogida por la crítica desde sus inicios se caracteriza por unos inicios de temporada muy light que capítulo a capítulo van tomando una fuerza sin precedentes y que hace poner al espectador de pie frente al televisor además de una ubicación de los personajes en situaciones aparentemente sin salida que crean un clima de tensión único (de hecho se ha ubicado a la serie dentro de una corriente denominada western contemporáneo).

No puedo decirles nada más que ¡VÉANLA!

Muchas veces se ha querido tratar el mundo onírico en el séptimo arte, pero pocas veces ha estado tan bien representado y escenificado como en la gran obra maestra de Ingmar Bergman; Fresas Salvajes. Con cierto surrealismo –que caracterizaría, 28 años antes, el cine del español Luis Buñuel– se presentan los sueños del protagonista de esta cinta, sueños que añadirán un nuevo significado a su vida.

Isak Borg (Victor Sjöström) es un anciano que debe recibir un homenaje en la Universidad de Lund por su larga trayectoria profesional. Antes de emprender el viaje –que a última hora decide hacer en coche– tiene un sueño en el que presencia su propia muerte; pero éste no es el único fantasma nocturno que le acecha: los sueños le persiguen cada noche desvelándole recuerdos o hechos que para su parecer son inexplicable e incomprensibles. Isak no está sólo, durante el viaje le acompaña su nuera Marianne (Ingrid Thulin) y en la capital les espera su hijo Evald (Gunnar Björnstrand). Durante el trayecto deciden parar en la casa donde se crió y donde le sorprenden sus recuerdos amorosos más a flor de piel. En ese momento conocen a tres jóvenes que han decidido emprender un viaje hacia Italia; Sara (Bibi Anderson), Viktor (Björn Bjelfvenstam) y Anders (Folke Sundquist) y que les acompañarán hasta su llegada a la ciudad.

Nos encontramos frente a un film cargado de simbolismo en el que cada plano desvela un acontecimiento de la vida de Isak; un juego entre realidades, sueños y recuerdos que construyen el relato. Una historia cuya trama representa el camino de la vida desde la juventud y la nostalgia que ésta provoca –evocada con los flashbacks que constantemente rondan los pensamientos del protagonista– hasta la vejez y el miedo a la muerte. Gracias a los sueños y primeros planos el espectador descubre la interioridad y el alma humana de Isak y gracias a los diferentes personajes se puede entender su visión de la vida; Sara es un reflejo del amor y de la mujer independiente, Viktor representa la lógica y Marianne el instinto y la pasión.

En noventa minutos, Ingmar Bergman, elabora un recorrido en el que Isak se dará cuenta de lo realmente importante; el amor, la felicidad y el paso del tiempo; recorrido que conseguirá cambiar su visión de la vida y es que nunca es tarde para darse cuenta de ello.

El guión de esta comedia romántica nada tiene que ver con las películas rebosantes de sentimentalismo que plagan los cines de hoy en día pero no consiguen calar hondo en el espectador. George Cukor consigue unas interpretaciones brillantes a través de un trío de actores que consiguen plasmar fielmente el carácter de la alta sociedad de los años 40.

Katherine Hepburn es una especie de diosa inalcanzable para aquel con el que ella no se sienta identificado, un personaje frío que en un principio recuerda a Mary Stuart Masterson con su carácter arrollador y lleno de fuerza en Tomates verdes fritos pero que nada tiene que ver a medida que se desarrolla la acción. Quien verdaderamente es la estrella de la película no es ni Cary Grant –sólo aporta su físico al filme- ni Gorge Krittedge, sino James Stewart quien consiguió el oscar al mejor actor gracias a su brillante papel de periodista lleno de prejuicios que acabará flirteando con aquella mujer que tanto desprecia.

El final es sorprende y brillante no tanto en guión como en aspectos técnicos; resalta ese plano final de Tracy, Dexter y Macaulay sorprendidos porque son ellos los personajes principales en la fotografía de la boda. Recomendable visionado e imprescindible cinta entre los grandes del cine.

Un guión elocuente y original es lo que caracteriza a esta cinta de culto del siglo XX que consiguió en 1992 una merecidísima espiga de oro. A través de una familia de personajes psicológicamente elaborados se proyecta el despertar de la adolescencia a través de una visión de toque onírico y surrealista.

Leólo (Maxime Collin) es un niño que vive en el barrio de Montreal en el seno de una familia un tanto estrambótica. Sus dos hermanas sufren trastornos psicológicos, su hermano es un culturista preso del miedo y su padre vive obsesionado con el sistema intestinal de los más pequeños. En contraposición de éstos se encuentra su madre (Ginette Reno), un personaje aislado dentro de la narración. Leólo está enamorado de su vecina Bianca (Giuditta Del Vecchio) quien mantiene relaciones con el abuelo del pequeño a cambio de dinero. Leólo un día decidirá acabar con su vida y así poder escapar de la cruda realidad que le rodea.

La temática de la película gira en torno a la escritura, Leólo consigue ahuyentar la realidad que le rodea gracias a los textos autobiográficos que escribe durante las noches de soledad. En su casa nunca se ha leído ni escrito pero él tiene ese impulso que le lleva a contar sus vivencias a través de un lápiz y un papel. Además, la historia es narrada a través de un personaje que mucho tiene que ver con la literatura y que actúa a su vez de narrador; el domador de versos (Gilbert Sicotte) quien recoge todos los escritos del pequeño. Y cómo ya se sabe todo escritor necesita un elemento para escribir, una musa o fuente de inspiración que en el caso de Leólo es Bianca, quien hará girar toda una historia en torno a su existencia. Sin ella la locura de Leólo no hubiese existido.

El film conforma un retrato realista de la vida de un joven de familia humilde y Leólo uno de los protagonistas más conmovedores y tiernos de los últimos tiempos. Una película intensa sin decadencia en la narración que consigue mantener al espectador con sus cinco sentidos en marcha durante los 107 minutos de proyección. Y esto gracias a la unión de la ternura y la realidad más cruda que caracteriza a la película.

El final es el toque que define la genialidad de esta obra, una mezcla de realidad con ficción: la realidad de una vida cuanto menos triste y desgraciada y la ficción de una locura hereditaria; el pequeño Leólo no puede evitar caer en el mal que convive en su familia y que le hará ser uno más de ellos. A pesar de la crudeza por la que se decantó el magnífico Jean-Claude Lauzon, Leólo es una cinta singular, imprescindible y lo más importante: única.