Con "Borat", trataron de hacer dos películas a la vez. Por un lado, un film para un Groucho Marx sin sutileza; una suerte de mezcla entre Groucho y Guillermo Francella (no saben quién es? Imagínenselo o búsquenlo, aunque les recomiendo lo primero, para no perder el tiempo). Por otro lado, una pretensión de crítica mordaz a la sociedad americana.

Y el problema es que en cierta medida logran ambos propósitos.

El retrato del american way es persuasivo – aunque trillado, en la mayoría de los casos. Los mejores ejemplos son (a) el tipo que le recomiendo a Borat achicarse los bigotes, porque parece musulmán, y (b) la desopilante escena en la iglesia pentecostal; pero también (c) la señora enseñándole modales americanos a Borat.

Las escenas escatológicas (dos tipos desnudos, uno de ellos repugnante adrede, corriendo por el hotel); la ridiculización de Borat como una suerte de campesino inculto proveniente de alguna región asiática atrasada, que cree que el ascensor del hotel es su cuarto (algo poco persuasivo, que además bordea el racismo); la escena donde rompe todos los platos en el anticuario. Y sobre todo, la exclusión de cualquier forma de inteligencia. Todo esto compone un entretenimiento razonable para un público que presumo poco interesado en la crítica social.

Con lo cual, Borat deja disconforme a todos. Las observaciones agudas – aunque, insisto, algo trilladas – quedan escondidas por la sobreactuación y la ridiculización del protagonista, al punto que uno no termina de entender quién es el objeto de la visión crítica, si Borat o los yanquis.

En definitiva, puedo reconocer que me reí en más de una escena. Pero lo que pasa con las películas que pretenden ser cómicas es que o lo son de punta a punta, o aburren irremediablemente. Y si tratan al mismo tiempo de dar cuenta de otro registro poco compatible, peor.

La próxima, Mr. Baron Cohen, a esmerarse.
Nota: 4