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Argentina Argentina · buenos aires
Críticas de enjoyjessica
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Críticas 181
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
18 de enero de 2019
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Escrita y dirigida por Savi Gabizon, "Descubriendo a mi hijo" es una película israelí que gira en torno a un hombre de mediana edad que descubre que tuvo un hijo que acaba de fallecer antes de cumplir los 20 años.

El film comienza con un reencuentro. Pasaron veinte años desde que Ariel y Ronit se vieron por última vez, lo que hace que la reunión sea algo incómoda. ¿Por qué ella de repente busca hablar con él? ¿Por qué él sólo le cede menos de una hora de su tiempo y por qué a ella le molesta tanto que así sea? No obstante, lo que ella tiene para contar es algo muy distinto a lo que él podría haberse imaginado. Cuando estuvieron juntos, ella quedó embarazada. Ronit sabía muy bien que él no quería tener hijos así que no quiso ser una carga para él y se alejó y se hizo cargo a solas y en silencio de ese hijo.

Sin embargo, cuando el exitoso empresario comienza a preocuparse por cuestiones legales (¿por qué aparece después de tantos años diciéndole que tiene un hijo si ya está criado?) sale a flote otra cuestión: éste acaba de fallecer.

Un accidente se llevó la vida de su hijo y Ronit estalla en llanto al contarlo. A partir de ese momento el film va siguiendo de manera cercana a este hombre que se encuentra de repente siendo padre. Intenta acercarse a él aunque sea tarde y va desentrañando los secretos de un muchacho que empieza a sentir fascinante más allá de algunas cosas terribles que descubre.

A la larga, “Descubriendo a mi hijo” es la historia de un descubrimiento personal a través del descubrimiento de este hijo al que pierde antes de siquiera poder tenerlo. De no querer ser padre pasa a asumir de manera casi inmediata ese lugar.

Si bien el film está contado con cierta delicadeza y un tono amable con cierto toque surrealista en algunos momentos más avanzada la trama, lo cierto es que las vueltas del guion se tornan algunas demasiado novelescas –hay enamoramientos obsesivos, embarazos que luchan por interrumpir y hasta un matrimonio muy particular por organizar-, más allá de que nunca opte por un tono melodramático.

“Descubriendo a mi hijo” es una curiosa historia de un duelo, retratada de manera cálida y delicada. Shai Avivi entrega una interpretación conmovedora y honesta, aunque el resto no desentona. Un drama interesante y optimista aun ante una historia que parte de la muerte.

Escrita para espectadorweb.com.ar
enjoyjessica
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9
25 de febrero de 2018
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Luca Guadagnino dirige esta película escrita ni más ni menos que por James Ivory, adaptación de la novela de André Aciman. Protagonizada por Timothée Chalamet y Armie Hammer, “Llámame por tu nombre” es la historia de un amor de verano que además es, como si no fuera suficiente ese calor, el primero de esos amores.

En el norte de Italia un verano de 1983, Elio espera que esa estación se termine entre algunas salidas con su novia de verano (Esther Garrel), interminable cantidad de libros, y zambullidas a la pileta. Como todos los años, en medio de una familia de eruditos, su padre arqueólogo (interpretado por un brillante Michael Stuhlbarg) contrata a un asistente durante el verano. Este año quien llega es Oliver.

Elio y Oliver no parecen llevarse bien desde el primer minuto pero en realidad es una especie de inocente histerequeo lo que se va dando entre ellos hasta que Elio, sin dudarlo, descubre lo que le sucede realmente. Es un adolescente, hace calor, y sus hormonas estallan. Nadie mejor que él para saber las cosas que convulsan en su interior. Entre ellos se va generando, de a poco, de manera sutil pero siempre muy genuina y creíble, una relación emocional. Una complicidad que prescindirá de muchas palabras. Juntos desprenden mucha dulzura y calidez, aun en las escenas sexuales (escenas nunca explícitas y de mucha delicadeza), aun en la famosa escena del durazno.

A Guadagnino ya le tocó retratar el despertar sexual en “Melissa P.” o la sexualidad que aflora durante un caluroso verano en la remake de “La piscina”. No obstante, es acá donde encontramos la mayor muestra de madurez como realizador. Retratando esta parte de italiana con su temperatura pero también la belleza de algo efímero, no destinado a durar. Y además utilizando a la escultura o la presencia constante de frutas como ideas para reforzar la sensualidad.

Aparte del guión, las actuaciones ayudan a darle dimensión a estos personajes y así lograr química, una buena conexión entre ellos. No sólo entre Oliver y Elio (quienes juntos logran a veces con muy poco, apenas un roce, un gesto o un abrazo antes de ni siquiera tener sexo), sino entre los personajes que los rodean, especialmente con los padres de Elio, especialmente con su padre. Un padre que todos quisiéramos tener, y con un Stuhlbarg protagonizando una de las mejores escenas de la película.

Hammer y Chalamet son la dupla ideal para retratar este amor tan intenso como todo amor de verano y tan perdurable como todo primer amor. Y es ese plano final, ese terrible en el mejor de los sentidos, plano final que tiene a lo mejor de Chalamet frente a cámara, provocando mil emociones, revolucionando cada fibra de nuestro ser. Un actor al que sin dudas vamos a ver mucho (se lo podrá ver pronto en “Lady Bird” y un poco después en lo próximo de Woody Allen), y al que vamos a querer seguir viendo mucho.

Hermosa y sensual, “Llámame por tu nombre” no es más que una bella e intensa historia de un primer amor, un amor adolescente que además tiene la mala fortuna de ser un amor de verano (¿y cuánto dura un amor de verano? Adivinaron). Es nada más que eso y al mismo tiempo es todo lo que queríamos de eso: una historia contada de manera delicada y sutil, sin clichés ni lugares comunes. La pareja que conforman Elio y Oliver es una de las más dulces y tiernas que se ha visto últimamente, y eso es en gran parte porque detrás están Chalamet y Hammer entregando lo mejor de sí y en sintonía entre ellos.

Escrita para espectadorweb.com.ar
enjoyjessica
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9
25 de febrero de 2018
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Elisa (la exquisita Sally Hawkins), la princesa sin voz, como la llama el narrador de la película, es una muchacha muda que vive sola en un departamento ubicado arriba de un cine poco frecuentado. Su vecino, Giles (un encantador Richard Jenkins, quizás el más sólido del reparto), que también hace de narrador, es un hombre solitario, un alcohólico recuperado que intenta seguir trabajando de lo que sabe hacer: pintar publicidades en una época donde comienza a terciar la fotografía. Entre los dos hay una amistad fuerte e incondicional que se pondrá a prueba a través del film.

Elisa trabaja como empleada de limpieza en un laboratorio de alta seguridad en plena Guerra Fría. Allí tiene otra amiga, Zelda (Octavia Spencer), que habla por todo lo que no habla ella y que, por su color de piel, también, a veces, es tratada como diferente.

Los días de Elisa se parecen todos entre sí, aunque eso no sea precisamente malo. Encuentra sus momentos, comparte otros con su vecino viendo películas clásicas o acompañándolo al local de pasteles al que él quiere ir sólo con la intención de poder conquistar a un muchacho que allí trabaja, y llega a su lugar de trabajo algo tarde pero siempre logra fichar a horario gracias a Zelda. Todo esto lo hace con una sonrisa y, a veces, con pasos de baile.

Cuando al laboratorio arriba una extraña criatura (encarnada por Doug Jones), mitad pez y mitad humana, las cosas comienzan a revolucionarse. Con ella aparece Strickland (Michael Shannon, gran compositor de malvados), sádico y encargado de proteger (es decir, conservar) a este extraño ser. Además de las situaciones que genera en el laboratorio, provoca algo en la propia Elisa que lo ve encerrado y se compadece. Es la única que logra comunicarse con él, porque es la única que lo intenta. Con paciencia comienza a acercarse hasta ganarse su confianza.

Hasta que las cosas se ponen cada vez peor para esta asustada criatura, acá encerrada y maltratada constantemente, que supo ser venerada como un Dios en el lugar de donde proviene. Elisa no puede soportar dejarlo ahí y planea escaparse con él. Pero este romance no parecer estar destinado a ser, especialmente con el perverso Strickland detrás.

La trama, que podría sonar entre absurda y bizarra, está construida con una sensibilidad y belleza únicas, algo parecido a un largo sueño. Guillermo del Toro es un gran creador de monstruos humanos, monstruos no como algo malvado y temeroso, sino como algo distinto. Y a lo distinto es a lo que a veces se le tiene tanto miedo. Y en esa idea de rechazar lo diferente podrían caer también Giles por su homosexualidad o Zelda por su color de piel.

La forma del agua desprende tanto amor por el cine como por sus personajes. A excepción de Strickland -a quien parece intentar querer pero él se lo hace imposible (no obstante, sí se encarga de mostrarnos cómo y por qué el personaje es así)-, cada uno de los principales y secundarios están tratados con mucho cariño y cuidado. Acá también logra resaltar Michael Stuhlbarg en el papel del científico que esconde otro secreto. Algo no siempre sencillo de lograr: hay una gran construcción de todos los personajes, cada uno tiene su dimensión, ninguno queda desdibujado.

La película está escrita junto a Vanessa Taylor, mayormente guionista de series, pero la historia es del propio director. Y de eso no quedan dudas. No sólo por ese monstruo con alma, esa criatura incomprendida y marginada, sino porque en el personaje de la propia Elisa se pueden ver atisbos de otros personajes femeninos que ha sabido retratar en sus películas anteriores. Todas conforman un universo sólido y propio.

Como era de esperar la dirección de arte es otro de los puntos fuertes. Guillermo del Toro sabe estar en cada detalle y son aquellos los que le terminan de brindar el tono de cuento a la película. Un cuento no apto para niños, con momentos inclusos de violencia que impresionan pero son necesarios para comprender lo que se quiere narrar.

En conclusión:
La forma del agua es una poética fábula romántica, con algo de erotismo, sobre dos seres que se entienden sin necesidad de pronunciar palabras. Una película con el sello de Guillermo del Toro. Una historia simple que no busca ser más que eso. Bien contada y realizada y con el inconfundible sello del director, quizás algo más optimista y edulcorada que mucho de sus trabajos anteriores.

Escrita para visiondelcine.com
enjoyjessica
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7
1 de junio de 2017
30 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bruce Wayne le envía a Diana una foto antigua que descubrió de ella y una época que se sentía algo lejana de repente vuelve. Ése es el punto de partida para presentar a la Mujer Maravilla: su historia, de dónde proviene y hacia dónde quiere ir. Esta vez es la directora Patty Jenkins (Monster) la encargada de descomunal misión: traer al cine de manera exclusiva a esta heroína de DC para presentarla y ponerla en camino para la próxima película de La Liga de la Justicia, que reunirá a los superhéroes más emblemáticos de ese universo.

Otra de las difíciles tareas la tenía Gal Gadot, mujer que ha sabido coronarse como reina de la belleza en su país de origen pero que a nivel actoral todavía no había tenido ninguna oportunidad valiosa para destacarse. Después de muchos nombres y especulaciones, fue ella la elegida para el papel que hizo famosa a Linda Carter.

La película, luego de esa escena en el París presente, viaja al pasado para presentar a Diana desde pequeña en la isla paradisíaca donde vive junto a otras tantas amazonas, incluyendo su madre la Reina Hipólita. Diana es una princesa pero no quiere sentirse como tal y reniega de la sobreprotección que le brinda su madre, prefiriendo seguir a su tía Antíope (interpretada por Robin Wright) y entrenándose en la lucha.

Cuando Steve (Chris Pine), un piloto y espía, se estrella en la isla, Diana decide irse con él para buscar y enfrentarse a Ares, el Dios de la Guerra. Pronto se ve inmersa en un mundo que le es nuevo y levanta la voz en una época en que a la mujer no se la escuchaba y debía aprender a callarse.

Más allá de ser una película de superhéroes, el encanto de Mujer Maravilla no radica en las escenas de acción, donde se hace uso y abuso de la ralentización (demostrando que Zach Snyder no sólo está presente como productor, sino como clara influencia) en medio de montajes vertiginosos. Tampoco en la gama de sus villanos (Danny Huston, Elena Anaya y uno que no se puede revelar, que sí logra destacarse por sobre el resto).

Diana ve el mundo desde un costado ingenuo e inocente que se complementa con la valentía y decisión con la que sobrelleva sus creencias, eso de defender a los que no pueden hacerlo. La relación que se va generando (y la química que se desprende entre ambos actores) con Steve, que es el primer hombre que ella ve en su vida, es creíble. Personajes secundarios coloridos: la secretaria a la que interpreta Lucy Davis, o uno de los soldados (Ewen Bremner) son otro aporte interesante.

El film se aleja del tono oscuro y solemne de las últimas películas del universo DC, aunque en su último tercio Diana se encuentra con un mundo bastante menos amable del que esperaba. Las escenas de humor -de las que hay unas cuantas-, se perciben frescas, naturales, no forzadas como en Suicide Squad. Parte de ese mérito es del guionista Allan Heinberg, más asiduo a escribir para televisión, por eso quizás tampoco sorprende que, en cambio, en escenas que deberían ser puntos fuertes, como el clímax, éste pierda fuerza.

La película, luego de esa escena en el París presente, viaja al pasado para presentar a Diana desde pequeña en la isla paradisíaca donde vive junto a otras tantas amazonas, incluyendo su madre la Reina Hipólita. Diana es una princesa pero no quiere sentirse como tal y reniega de la sobreprotección que le brinda su madre, prefiriendo seguir a su tía Antíope (interpretada por Robin Wright) y entrenándose en la lucha.

Cuando Steve (Chris Pine), un piloto y espía, se estrella en la isla, Diana decide irse con él para buscar y enfrentarse a Ares, el Dios de la Guerra. Pronto se ve inmersa en un mundo que le es nuevo y levanta la voz en una época en que a la mujer no se la escuchaba y debía aprender a callarse.

Más allá de ser una película de superhéroes, el encanto de Mujer Maravilla no radica en las escenas de acción, donde se hace uso y abuso de la ralentización (demostrando que Zach Snyder no sólo está presente como productor, sino como clara influencia) en medio de montajes vertiginosos. Tampoco en la gama de sus villanos (Danny Huston, Elena Anaya y uno que no se puede revelar, que sí logra destacarse por sobre el resto).

Diana ve el mundo desde un costado ingenuo e inocente que se complementa con la valentía y decisión con la que sobrelleva sus creencias, eso de defender a los que no pueden hacerlo. La relación que se va generando (y la química que se desprende entre ambos actores) con Steve, que es el primer hombre que ella ve en su vida, es creíble. Personajes secundarios coloridos: la secretaria a la que interpreta Lucy Davis, o uno de los soldados (Ewen Bremner) son otro aporte interesante.

El film se aleja del tono oscuro y solemne de las últimas películas del universo DC, aunque en su último tercio Diana se encuentra con un mundo bastante menos amable del que esperaba. Las escenas de humor -de las que hay unas cuantas-, se perciben frescas, naturales, no forzadas como en Suicide Squad. Parte de ese mérito es del guionista Allan Heinberg, más asiduo a escribir para televisión, por eso quizás tampoco sorprende que, en cambio, en escenas que deberían ser puntos fuertes, como el clímax, éste pierda fuerza.

Si bien a Mujer Maravilla le falta pulir elementos propios del cine de superhéroes, termina siendo una buena presentación de un personaje que supo ser icónico. Gal Gadot logra cargarse la película con su carisma y resulta difícil no caer rendido ante su encanto.

Publicada en VisiondelCine.com
enjoyjessica
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4
4 de mayo de 2017
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Dos jóvenes escapan de un lugar, de algo, de alguna persona, no sabemos, y en el bosque intentan sobrevivir. Gran parte del relato, casi la mitad, se ocupa de retratar esta parte de la historia. Una narración lenta, anodina y repetitiva, al menos hasta que sucede algo que marca el final de ese tramo.

Luego, casi como en un documental (el realizador antes dirigía documentales), unas personas del pueblo hablan sobre la desaparición de una chica y una leyenda que culpa a un lobo de aquello. Esta parte dura unos pocos minutos y entonces el relato continúa con otra línea narrativa.

Ariane es una joven que vive en el pueblo cercano al bosque y no teme pasar su tiempo allí sumergida, explorando o simplemente viendo las horas pasar. De repente lo que le llama la atención y la cautiva es un pozo en el suelo que tiene bastante profundidad y que no duda en explorar.

A esta altura ya el relato se torna algo más confuso. Los protagonistas de la primera parte se cuelan en algunos momentos, demostrándonos que el relato no es lineal.

De a poco Ariane comienza a convertirse en esa joven protagonista de las leyendas sobre un lobo que la ataca. Pero nada es tan claro ni tan obvio. Acá la idea del lobo funciona más como metáfora.

Si hay algo que no se puede negar en esta película de Comodin es que resulta enigmática e intrigante. Si bien el primer tramo se siente largo y aburrido, es en la segunda mitad donde comienzan a pasar muchas cosas que terminan sugiriendo más de lo que muestran. No obstante, a la hora de llegar a la resolución, la narración ya está sobrecargada y las vueltas de tuerca terminan provocando más confusión que sorpresa.

Así, I tempi felici verranno presto termina resultando una propuesta arriesgada e interesante, pero su particular modo de contar una o varias historias sin una línea narrativa clara hace que no termine de convencer.

Publicada en visiondelcine.com
enjoyjessica
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