Entrando ya en materia, ha habido cosas de la película que me han vuelto a fascinar como las primeras veces que descubrí el cine de Vermut. La presentación de los personajes. Sencillo y efectivo. Con una actuación sublime de Nacho Sánchez en el papel de Julián. Un personaje a todas luces desconcertante. No acabo de tener claro si es un personaje construido a través de la voz. O quizás desde el cuerpo. O bien desde los dos elementos a la vez. Por momentos su acting utiliza un lenguaje no verbal poderosísimo. Tan sólo con sus expresiones faciales. Miradas pérdidas. Respiración. Consigue transmitir mucho sin tener que mediar palabra. En otros momentos, su texto lo versa sobre un hilo de voz. Una voz que parece viajar hacía dentro en vez de hacía fuera, propia de la timidez y cierta ansiedad social del personaje. La escena en donde sufre un cuadro agudo de ansiedad está magistralmente actuada. De hecho, personalmente he estado allí con un cuadro de ansiedad y la de Julián es terriblemente fidedigna. Al final de esta secuencia, se puede ver a un Miquel Insua como el doctor que atiende a Julián. Pequeño guiño a Magical Girl, en donde Insua encarnaba el misterioso personaje Oliver Zocco. Sí. El de la casa del sado y la sala del lagarto negro.

Luego hay cositas técnicas del film que me han gustado mucho. Magistralmente rodada. El uso de la cámara en algunas escenas, nos cautiva con una mirada cercana pero sin atosigar a los actores. Pudiendo ser espectadores con cierta cadencia voyeur a través del objetivo. Gran juego de luces y sombras para escenas que nos invitan a pensar en lienzos del Barroco, como cuando la pareja está tumbada en la cama. Pequeños detalles también como la referencia a las plantas y la vegetación. En el mundo urbano, dentro de las casas y en las localizaciones interiores, no hay ninguna planta. Nada. En cambio, éstas aparecen a lo grande, cuando Julián y Diana viajan a la casa donde se crió el padre de Diana. En una pequeña exaltación del mundo rural.

Y ahora vengo con mi gran reticencia hacía la película. La cuestión del pulso narrativo. El guión deposita toda la confianza en el enamoramiento de Julián y Diana. Las secuencias se van viniendo una detrás de otra, sin poder dejar reposar al espectador de los dos protagonistas, prácticamente en gran parte del film. Y es esta parte precisamente, la que me genera más dudas. Sin llegar a perder el interés, tengo momentos en donde siento que no está pasando prácticamente nada. Como si el guión se permitiera la frivolidad de bordear el costumbrismo. Achaco parte de culpa a la imposición de nuestros tiempos. Es la era de la inmediatez. Donde muchas pelis / series se suceden a un ritmo trepidante con constantes giros de guión, porqué nuestro cerebro y capacidad atención ya no son capaces de sentarse a contemplar.

El papel de Zoe Stein me parece solvente. Efectivo para lo que requiere el texto. Aunque lejos de desbordarlo y a la postre, de cautivarme. La joven actriz catalana, tiene todavía mucho camino por recorrer y no dudo de que lo pueda hacer de forma brillante.

Con todo, Vermut de nuevo emprende un viaje a esas partes más oscuras del ser humano. Y ahí sí que le reconozco el mérito. No hay nadie como él; al menos a nivel nacional, que se atreva a indagar en los aposentos más oscuros del ser humano y regrese con incienso, oro y mirra.

El abrazo final como epílogo de la historia, me ha recordado vagamente a un final Almodóvar. Y que conste en acta, no soy cinéfilo.