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Críticas de Buscando a HH
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Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
8
8 de enero de 2020
34 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hoy la radio habló de aquellos tiempos
en que el rock le dio a la juventud un sino nuevo.
Y siento que la historia se repite,
pues los viejos rockeros nunca mueren.

Así homenajeaba Miguel Ríos a finales de los ’70 a esos músicos pioneros que enseñaron el camino a las nuevas generaciones, convirtiéndose de paso en inmortales. Mientras las leyes de la naturaleza no cambien y hagan posible ese último verso, tendremos que conformarnos con que los rockeros nos duren el máximo tiempo posible. En ese sentido, en los últimos meses estamos de enhorabuena: Woody Allen nos dejó bien claro que sigue en forma con la entretenida 'Un día de lluvia en Nueva York', Scorsese nos ha maravillado con su nueva incursión en el mundo de la mafia con 'El irlandés', hemos empezado el año con la prueba de que Clint Eastwood sigue empeñado en agrandar su leyenda con la interesante 'Richard Jewell' y, mientras esperamos el remake de 'West Side Story' que está preparando el infatigable Steven Spielberg, nos encontramos con esta excelente El oficial y el espía del quinto viejo rockero, Roman Polanski. No está mal para unos tipos que podrían vivir de la autocomplacencia de su enorme carrera, pero que prefieren seguir mostrando al mundo su pasión y su genialidad haciendo lo que mejor saben: gran cine.

Esta última obra del director polaco es una verdadera joya. Su mejor película desde El pianista, y eso que en estas últimas décadas nos ha regalado más aciertos ('El escritor', 'Un dios salvaje', 'La venus de las pieles') que pinchazos ('Oliver Twist', 'Basada en hechos relaes'). En esta ocasión, Polanski abandona el tono teatral y obsesivo de sus últimas películas y recrea un hecho real, un escándalo que sacudió al ejército y al gobierno francés a finales del siglo XIX con el famoso “Caso Dreyfus”: un oficial fue declarado injustamente traidor tras un desastroso y corrupto consejo de guerra. La injusticia llegó a oídas del famoso escritor Emile Zola, que se atrevió a publicar en la prensa su famosa carta abierta dirigida al presidente de la república en la que destapaba al público toda la verdad de aquel vergonzoso asunto. El artículo forma parte ya de la historia del periodismo (y de la literatura) y se tituló 'Yo acuso'. Por cierto, el mismo título que lleva la película en su versión original; la distribución española muchas veces comete verdaderas tropelías al traducir los títulos, pero en este caso se han lucido cambiando ese maravilloso 'J’accuse' francés por el ridículo 'El oficial y el espía'.

La película cuenta con un estupendo reparto galo, encabezado por un gran Jean Dujardin (al que vimos protagonizar hace unos años la excelente 'The artist', 2011, Michel Hazanavicius), en el papel del director del Gabinete de Información francés (una especie de CESID del siglo pasado). Polanski ha escrito un gran guion (basado en una novela de Robert Harris) en el que destacan el ritmo y el suspense de una historia clásica de espías que va evolucionando hacia el drama político y judicial. Todo encaja con el preciosismo y el detalle al que nos tiene acostumbrados el mejor Polanski. La ambientación militar, los decorados, los interiores de maravillosos palacios, la escenografía del París de finales del XIX… todo está cuidado al máximo. En el aspecto formal, la película es maravillosa. En lo que respecta al contenido, a la historia, la construcción narrativa es perfecta, aunque adolece de cierta frialdad, por momentos. Pero esa es la seña de identidad de Polanski. Hay dos o tres momentos en la película que un director made in Hollywood convertiría en grandilocuentes escenas cargadas de épica; pero el estilo de Polanski es contrario a eso, prefiere dejar su sello pausado, distante, incluso desmitificador. También el tono que utiliza el director polaco es coherente con esa frialdad serena: las emociones siempre están contenidas, incluso ante la gravedad de los hechos que se recrean. Esa serenidad anti-idealista se intensifica especialmente en un interesante epílogo final. Polanski, a pesar de la belleza de su fotografía, apuesta también por la oscuridad: interiores sombríos, días siempre nublados, un color ceniciento que envuelve toda la película y cuya metáfora tiene que ver con el pasmoso estoicismo de los personajes y la sucia penumbra que rodea los graves acontecimientos. Con todo, la película es un placer para los sentidos que desarrolla una historia con mucho calado sociológico y que toca temas tan delicados como la corrupción, la connivencia política, el antisemitismo y el sacrificio por la justicia.

Hay quien ha visto en la película un grito de reafirmación del propio Roman Polanski. El director polaco, tantos años después, sigue considerando injusta su situación procesal en EEUU y siempre que puede manifiesta su inocencia sobre aquel lamentable episodio de su pasado. Como si esta El oficial y el espía fuera su particular (y quizás último) Yo acuso.

Sea como fuere, si hace unos días comentaba la última de Clint Eastwood con 89 años, Polanski firma esta hermosa película camino de los 87. Dos viejos rockeros que luchan contra la naturaleza y a favor del arte. Seguro que todavía tienen más obras que mostrar. Joaquín Sabina, otro que tal baila, canta cada vez con más razón aquello de:

Así que, de momento, nada de adiós muchachos.
Me duermo en los entierros de mi generación.
Cada noche me invento, todavía me emborracho.
Tan joven y tan viejo, like a Rolling Stone.

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Lo mejor: la ceremonia de deshonra del traidor y el duelo con floretes.

Lo peor: la historia de amor (irrelevante).

Gustará: a los estudiantes de periodismo, a los profesores de Ética y a Jordi Évole.

No gustará: a los políticos corruptos, si es que hay alguno. Ejem.

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7
19 de enero de 2020
30 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
«Soy de un pueblo. Me he criado en la calle. No tengo una gran cultura cinematográfica, así que para mi primera película tenía que hablar necesariamente de algo que conociera al cien por cien». Con estas sinceras palabras, leo que Lucía Alemany (34 años) presenta su opera prima, 'La inocencia'. Una película con una gran carga autobiográfica en la que esta joven directora recrea, en cierto modo, su propio despertar de la inocencia, cuando se quedó embarazada a los 17 años, un verano, en las fiestas de su pueblo, Traiguera (Castellón). Una historia muy similar a esa es la que vive su protagonista, una muchacha de 15 años interpretada maravillosamente bien por otra debutante, la sorprendente Carmen Arrufat. Para contar esta historia (que en cierto modo es la suya), Alemany no ha tenido ningún reparo en rodar en las calles de su propio pueblo, recreando las fiestas, el ambiente, las habladurías y los chismes que, a buen seguro, tanto debió temer y sufrir en aquel despertar.

La inocencia es una de esas sencillas películas que te atrapan por el aroma fresco que desprenden. No hay trucos, ni giros inesperados. Todo sucede con sencillez, con cierta lentitud, incluso; sobre todo en la primera parte del filme, cuyo aire costumbrista y jovial va anunciando, casi imperceptiblemente, el fin de la ingenuidad.

Dos intérpretes de peso acompañan a Carmen Arrufat: la siempre estupenda Laia Marull (qué lástima que se prodigue tan poco últimamente esta ganadora de tres Goyas) y un magnífico Sergi López que borda el papel de padre autoritario, primitivo, retrógrado. Pero es ella, Carmen Arrufat, la que deslumbra con una actuación que, a buen seguro, le abrirá las puertas de la industria y, quién sabe, igual le premia con una estatuilla cabezona. La cámara persigue, casi obsesivamente, en planos muy cortos, a esta joven, como si no quisiera perderse ni un pestañeo de ese cambio, de ese proceso que va a vivir una niña que, sin darse apenas cuenta, deja de serlo de la noche a la mañana. Buenos secundarios también, entre los que destaca Joel Bosqued, encarnando al cani trapichero que deja embarazada a la muchacha.

La historia no es nada del otro mundo, la hemos visto más veces en otras muchas producciones. Tampoco son originales los sentimientos, los miedos y los conflictos que vemos en ella. Aun así, es una película hermosa por muchos motivos: por ese gran trabajo actoral, por la espectacular fotografía, por el fuerte contraste entre los primeros minutos de la película y la segunda parte de la misma, por la impresionante expresividad que reflejan los ojos de Carmen Arrufat y por un desenlace tan sencillo como maravilloso.

La inocencia es una muestra más del enorme talento que está surgiendo en el cine español en los últimos años. Sobre todo, de la mano de excelentes realizadoras y actrices. El cine, al menos en España, tiene cada vez más nombre de mujer.

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Lo mejor: la prodigiosa interpretación de Carmen Arrufat.

Lo peor: el ritmo lento de la primera parte de la película.

Gustará: a los equilibristas de circo.

No gustará: a los canis.

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'Buscando a Howard Hawks':
buscandoahh.blogspot.com
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7
7 de enero de 2020
19 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Clint Eastwood se ha ganado a pulso la consideración de gran leyenda de la historia del cine. Posiblemente sea la última gran leyenda de Hollywood. Su enorme y brillante carrera cinematográfica y sus más de 60 años en activo trabajando para la industria del celuloide son un aval incuestionable para ese reconocimiento. A pesar de ser un excelente actor, tuvo que ser su labor tras las cámaras, como director, la que pusiera a sus pies unánimemente a la crítica internacional con títulos que pasarán a la historia como obras maestras del cine de siempre. El momento decisivo de esa entrega y admiración absoluta de la industria y el público se produjo en el año 1992, con la maravillosa Sin perdón, una de las mejores películas de todos los tiempos. Ya antes había dirigido y protagonizado películas extraordinarias como Infierno para cobardes (1973), El fuera de la ley (1976), la poco conocida y estupenda El aventurero de medianoche (1982), El jinete pálido (1985) o la magnífica Cazador blanco, corazón negro (1990). Después de Sin perdón, llegarían los días de vino y rosas para el bueno de Clint, convertido ya en un referente para todos los realizadores y actores de las últimas tres décadas: Un mundo perfecto (1993), Los puentes de Madison (1995), Poder absoluto (1997), Ejecución inminente (1999), Mystic River (2003), Million dollar baby (2004), Cartas desde Iwo Jima (2006), El intercambio (2008) o Gran Torino (2008). Pocos directores clásicos pueden presentar un currículum repleto de obras maestras como este. Pero es que, además de esos títulos, Clint Eastwood ha protagonizado o dirigido otro buen puñado de buenas películas, cuya enumeración sería larguísima.

Más de seis décadas de dedicación y amor al cine han convertido a este californiano de mirada rasgada y sonrisa franca en un mito viviente. Sin embargo, como el mundo del cine en particular, y del arte en general, está repleto de críticos mediocres y desagradecidos, muchos de ellos, los mismos que antes le rendían tributo divino, han acabado afeándole al bueno de Clint Estwood que no haya sido capaz de mantener esa calidad en sus últimas películas. Como si fuera sencillo perpetuarse en la obra maestra constante. En mi opinión, la última década de Clint se ha saldado con buenas películas: Invictus (2009), J. Edgar (2011), El francotirador (2014) o Sully (2016); con un único título que no está al nivel de su filmografía general: la fallida 15:17. Tren a París; y con una penúltima (espero) joya que sí puede equipararse en calidad a los grandes títulos de la década anterior: Mula (2018). Poco valorada por la crítica, se despidió con esta maravillosa historia de Earl Stone, ese anciano vacilón, juerguista, amante de las flores, las mujeres y el derroche, que se enrola en un cárter de traficantes para poder tapar agujerillos, mientras trata de paliar con su familia toda una vida de ausencias.

Apenas unos meses después de ese peliculón, el infatigable Clint, a punto de entrar en la novena década de edad, nos presenta su último trabajo: Richard Jewell. Otra buena película para ese grupo de títulos que formarían algo así como la tetralogía de héroes anónimos americanos, junto a las mencionadas El francotirador, Sully y 15:17. Tren a París. Rodada con el pulso atinado y la sencillez del músico virtuoso que ha tocado un millón de veces su sinfonía favorita y apoyada en unas magníficas interpretaciones (Paul Walter Hauser, Kathy Bates y Sam Rockwell están soberbios), Richard Jewell nos trae al Eastwood más comprometido (también polémico) de los últimos tiempos. La película es algo más que una justa historia de enmienda del bueno de Jewell (señalado por la prensa y la investigación policial en los días posteriores del atentado de los JJOO de Atlanta en 1996, siendo, no solo inocente, sino uno de los héroes de aquella trágica noche). Clint aprovecha esa limpieza del nombre de Richard Jewell para descargas todas sus balas críticas contra la prensa sensacionalista y la propia investigación federal de aquel atentado que, como quedó atestiguado tiempo después, fue un absoluto e indiscreto disparate. Eastwood le pasa factura a esos dos grandes pilares del sistema de información o control norteamericano: la prensa y el propio gobierno aprovechando aquel desastroso juicio mediático a un hombre inocente.

El resultado es una película elegante, con un atinado ritmo narrativo y una estupenda ambientación. Es verdad que adolece de cierto maniqueísmo (Jewell es un buenazo al que incriminan más por ser un auténtico friki que por verdaderos indicios claros y, por otra parte, los investigadores del FBI y la periodista que destapa el asunto tras una filtración parecen sacados de las cloacas más chapuceras de una democracia de tercera). Aún así, la película se disfruta gracias a esas buenas interpretaciones y al acertado suspense con el que está narrada la investigación.
No es una de las grandes de Eastwood, pero sí es de las buenas.
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Lo mejor: Todas las escenas y diálogos que comparten Paul Walter Hauser y Sam Rockwell. Divertidísimas.

Lo peor: La escena de la explosión. Le falta tensión. Y si algo saber crear Clint Eastwood es tensión (solo hay que recordar El intercambio, Poder absoluto o Mistic River, por poner algún ejemplo.

Gustará: a los vigilantes de seguridad que sueñan con ser polis.

No gustará: a Pilar Rahola.

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6
19 de enero de 2020
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
No soy fan del cine de terror. Creo que se pueden contar con los dedos de las manos las películas buenas de ese género (y todas ellas tendrían más de treinta años, seguramente). Sin embargo, guiado por las extraordinarias críticas d 'El faro', me decidí a ir a verla, buscando esa obra maestra que muchos críticos señalan.

No la he encontrado, para nada. Es verdad que este segundo largo de Robert Eggers tras su debut con 'La bruja' (por cierto, tampoco me gustó) tiene dos grandes alicientes. Por un lado, la alucinante (nunca mejor dicho) interpretación de la pareja protagonista: Robert Pattinson y Willem Dafoe. Su trabajo es colosal. La amargura sombría del primero y la desagradable y odiosa insolencia del segundo se van fundiendo, a lo largo del metraje, en un sórdido y escatológico retrato de la locura. Están fantásticos, la verdad. El segundo gran acierto de Eggers es la ambientación de la historia: esa naturaleza salvaje y violenta que atrapa claustrofóbicamente a los dos personajes en un entorno enfermizo que acaba convirtiéndose en el tercer protagonista de la historia.

En esos dos puntos, la película es sobresaliente. Pero, como siempre, queda la historia. Y la historia no es que sea mala, sino que, en este tipo de cine vanguardista, termina convirtiéndose en algo secundario; resulta demasiado empequeñecida por un montaje abrumador en lo que atañe al simbolismo y el tono surrealista. En los primeros minutos asistimos a lo que parece va a ser una extraña rivalidad entre el farero y su recién llegado aprendiz al que maltrata y ningunea por alguna razón que, quizás, podamos ir descubriendo; pero poco a poco la película comienza a deshilacharse en multitud de diálogos absurdos, imágenes oníricas y situaciones inconexas. La hipertrofia metafórica que utiliza Eggers tampoco ayuda: la sirena, la escalera, la luz secreta, las gaviotas, el alcohol, la masturbación... Algunas de esas imágenes resultan inquietantes, otras parecen simples clichés; pero, la mezcla de todas ellas en una narrativa confusa me provoca cierto hastío. El director adereza aún más este maremágnum tan desconcertante con apuntes temáticos que no termina nunca de desarrollar como la culpa, la soledad o los traumas sexuales.

Al final me pasa con El faro como con todas las películas que, por encima de contar una historia, se empeñan en crear un ejercicio de estilo. Entiendo el tono expresionista, y alguna de las múltiples interpretaciones que puede ofrecer la historia me resulta atractiva. Pero creo que el camino que sigue Eggers para llegar a ese metafórico desenlace es algo tramposo y, muchas veces, está excesivamente «maquillado». Creo que el director peca por exceso; le sobra metraje y le falta decantarse por una narrativa más clara y unos símbolos más coherentes con el desenlace o la intención final. El resultado es una película visualmente impactante, con unas interpretaciones arrolladoras, una buena idea conceptual, pero con ciertas trabas en la narración, el montaje y el exagerado y desigual tono surrealista.

Yo le recomendaría a Robert Eggers que, si quiere hacer una gran película con esos mismos ingredientes (misterio, culpa, locura, imágenes oníricas, traumas y alucinaciones) revise sus apuntes de Martin Scorsese, concretamente el capítulo Shutter Island. Ahí está todo.

Sigo sin ver una gran película de terror. Va a ser que, efectivamente, no me gusta el género.

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Lo mejor: los pedos de Willem Dafoe.

Lo peor: la paja de Willem Dafoe (no era necesario, de verdad).

Gustará: a los nostálgicos del formato 4:3.

No gustará: a las gaviotas, claramente.

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9
19 de enero de 2020
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dice Burhan Sönmez, autor de la exitosa novela 'Estambul, Estambul', que «la risa es la mejor defensa contra la maldad del ser humano». Una cita que sin duda firmaría Taika Waititi, el talentoso y original director de 'JoJo Rabbit'. Y es que es eso precisamente lo que hace con esta radiante y espectacular película: utilizar el humor, la ironía y la sátira para criticar y ridiculizar la ideario antisemita del nazismo durante la II Guerra Mundial. La película (basada en una novela de Christine Leunens, 'El cielo enjaulado', a la que Waititi ha cambiado radicalmente el tono) cuenta la historia de Jojo, un niño alemán de diez años que está obsesionado por ingresar en las Juventudes Hitlerianas, muy a pesar de su bondadosa y vitalista madre (deslumbrante Scarlett Johansson). Jojo repite apasionadamente las proclamas antisemitas desde su adoctrinado razonamiento infantil, lo que provoca no pocas risas propiciadas por un guion excelente y mordaz. Pero es que, además, Jojo tiene un amigo imaginario: el mismísimo Adolf Hitler, interpretado por el propio Waititi, quizás con excesivo histrionismo (en la única pega que le veo a esta maravillosa película).

Además de un gran guion que combina el humor negro y la sátira con algunos momentos sensibles y emotivos, la película es fantástica por el trabajo de sus actores. Ya he dicho que Scarlett está espléndida (lo que es bastante habitual, por otra parte); como lo está también Sam Rockwell (vaya dos interpretaciones que se ha sacado de la manga el californiano con este trabajo y el de la última de Eastwood, demostrando que está, posiblemente, en el mejor momento de su carrera). Pero quien enamora verdaderamente con su actuación es el niño protagonista, Roman Griffin Davis, que en su debut como actor ha creado un personaje inolvidable. Su radiante y adorable gestualidad se come la pantalla. Especialmente divertidas son todas y cada una de las escenas que comparte con otro niño debutante, Archie Yates. Juntos crean los mejores y más hilarantes momentos de la película, con unos diálogos tiernos y terribles al mismo tiempo, marcados por un grotesco tono adulto que me recordaba a aquella vieja y encantadora serie norteamericana de los años ’50: 'La pandilla'. Completa el acertadísimo casting la joven Thomasin McKenzie. La química entre ella y Jojo es otro de los platos fuertes del filme.

Para completar el pack, Waititi ambienta su cuento con una colorida fotografía y una sorprendente y vitalista banda sonora, plagada de versiones en alemán de clásicos del pop de los años ’70 y ’80. La alegría y la belleza audiovisual de la película, junto al humor disparatado y surrealista y la grotesca aparición del Hitler imaginario, construyen una fábula paródica irresistiblemente original. Pero no os llevéis a engaño: la película tiene también una carga reflexiva y moral muy importante. Tras esa capa de humor negro y surrealismo bufo, hay una bonita e inspiradora historia de aprendizaje y madurez, al mismo tiempo que una metafórica crítica al adoctrinamiento nazi y a la sucia utilización de los niños en su ideario genocida.

La película ha despertado, como no, el debate. ¿Se puede hacer humor sobre algo tan terrible como el nazismo? Yo lo tengo claro: por supuesto que sí. Ya lo hicieron otros: Lubitsch con 'Ser o no ser'; y, sobre todo, Chaplin, en una de las mayores obras maestras de la historia del cine, 'El gran dictador'. Por cierto, hay más de un guiño a Chaplin en esta película de Waititi (animo al lector a que los busque). El propio Chaplin, tuvo que defenderse durante el estreno de 'El gran dictador' de las críticas diciendo: «Si no podemos reírnos de Hitler, es que estamos mucho más perdidos de lo que pensamos».

Llevamos apenas un par de semanas del año 2020, pero estoy seguro de que 'Jojo Rabbit' va a ser una de las mejores películas del año. Está en la carrera de los Óscars con seis nominaciones y, aunque no creo que tenga demasiadas posibilidades en los premios gordos, merece el reconocimiento.

Gran película. De esas que, tengo la impresión, se irán agrandando con el paso de los años.

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Lo mejor: la mezcla de sátira, amor y fábula metafórica.

Lo peor: a la interpretación de Waititi le sobra un punto de histrionismo.

Gustará: a todo aquel que disfrute con un humor diferente, surrealista, absurdo y muy negro.

No gustará: a John Galiano.

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'Buscando a Howard Hawks':
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