El director de Reservoir dogs y Pulp fiction era, por entonces, subversivo. Con Kill Bill se tornó excesivo. Pero, ahora, su estilo se ha caricaturizado. De hecho cuesta discernir en el clímax de Érase una vez en Hollywood dónde termina la "esencia Tarantino" y empieza un gag de Scary Movie. Y es que del genio galardonado con una palma de oro en 1994 solo pervive su gusto por la estética, tan reconocible.

Más preocupado por auto-homenajearse que en escribir una historia mínimamente sólida, Q.T. se dedica a adornar las lagunas de un guión endeble y sin rumbo por medio de planos en los que exhibe sus filias y obsesión por el detalle (como si no quedara claro que le gustan los pies). Consecuencia de esa desidia –o de una sobrada excentricidad- todo el maravilloso elenco de actores del que dispone queda malbaratado. El caso más agraviante, quizá, es el de Margot Robbie. Sus dotes interpretativas serían invaluables de juzgarla únicamente a partir de esta película pues la caracterización burda y superficial de la Sharon Tate que le ha encasquetado Tarantino representa lo más parecido a un insulto: solo baila, es tonta y hace monerías. Del mismo modo, el resto de personajes tanto secundarios como principales quedan reducidos a meras caretas huecas y exentas de profundidad o dimensión. Ni siquiera Rick Dalton (Leonardo Di Caprio) el único que contiene cierta carga dramática, logra ser un vehículo mediante el cual conducir la historia hacia algo concreto. Tiene objetivo, tiene conflicto, pero no escapa de la parodia.
Con la misma frivolidad el director retrata una década de los 60 en Hollywood que nunca ahonda más allá de la particular fachada que ha pintado de ella. A pesar, eso sí, de la excelente ambientación que la recrea.
Por cierto, qué lejos quedan el ingenio y la chispa de los primeros diálogos de Tarantino. No se recuerda una sola frase desde Inglorius Basterds, siendo generosos.
El declive, sin embargo, no se detiene ahí. Empieza a recurrir a giros narrativos reciclados. Su humor se ha vulgarizado. Por no hablar de las licencias que se toma. Incluso empieza a permitirse el lujo de romper con la verosimilitud de sus propias historias mediante la irrupción espontánea de elementos que desentonan en ellas totalmente, como si subvertir las normas fuese, de por sí, propio de un genio y no de un mediocre. Véase ejemplo en ese narrador en off que aparece por primera vez en mitad de esta novena cinta porque sí, cual pegote. Porque le sale de ahí.

Erase una vez en Hollywood es un artificio excéntrico que avanza a trompicones y descoyuntado. Una obra extraña. Un síntoma de megalomanía preocupante.
Prueba de esto es la secuencia que transcurre en el campamento "Manson" donde, ante la insistencia de Cliff Booth (Brad Pitt) por entrar en la casa a ver a su viejo colega, se incide en la incomodidad de los residentes, en esa actitud conspiranoica y en sus miradas cómplices, en ese silencio, creando con alevosía la sensación de que estos tienen algo realmente turbio que ocultar. Pero nada más lejos de la realidad. Resulta de todo punto caprichosa la expectativa que Q.T. genera adrede en esta escena con el único propósito, parece, de incumplirla.

Es cierto que el apartado plástico y visual del filme es elogiable. Hay salpicados momentos divertidos y el dúo protagonista está magnifico -sobretodo Brad Pitt, quien viste de sobriedad y aplomo a Cliff con una clase que ni Charles Bronson.
Sin embargo, el global de la obra resulta más que decepcionante.
Tan solo espero que de cara a la décima y, dicen, última película de Tarantino, alguien baje de la nube al director antes de que se ponga en materia. Que le convenzan de que la novena no cuenta. La octava tampoco. Que se le echa de menos y que espabile, que con Django estuvo flojo.