Los (las) fans de Omar Sy no somos objetivas, de eso no cabe ninguna duda, pero somos conscientes de ello.
Por otro lado, ¿qué tiene de malo una película tierna, que te hace reír y llorar a partes iguales? Aunque esté orientada al éxito de taquilla a cualquier precio.
¿No abusamos acaso del sexo, la violencia y la mala baba en el cine? Si bien no se trata de una obra maestra, Mañana empieza todo es un filme que nos vuelve a conectar con la infancia y la relación más sana y valiente que puede tener un padre con su hija.
Rematando el rato agradable en el cine, tenemos una banda sonora con lo mejorcito del soul y algún que otro ingrediente actualizado.

Personalmente, si fuera francesa estaría muy enfadada con esta película, con sus clichés manidos y toda esa seducción tan cutre a golpe de talonario y aprovechamiento extremo de la bohemia en general.
Y que alguien me explique por qué Alec Baldwin lleva haciendo el mismo papel desde 2005.
Poco más que añadir, cualquier cinta de VHS de un euro en el Cash Converter o en una gasolinera sería más interesante de ver y escuchar.
Lo único que merece la pena es pensar cómo sería la historia transcurriendo en España, si se tiraran el moco con tópicos tan manidos me imagino que el protagonista sería un torero y a Diane Lane la llevaría a cenar pescaíto frito y brindarían con rebujito, y habría cameos de David Bisbal y Belén Esteban. Y se echarían la siesta. Y como no tendría nada de glamour ella no se enamoraría y volvería con Alec Baldwin escaldada de lo cañí que somos aquí en España.
FIN

El handicap de esta película es, paradójicamente, ser seguidor@ de la factoría BlumHouse y el cine de terror actual en general. Su comienzo es inquietante; sin embargo, a medida que avanza la película, el concepto deja de ser creíble, y los personajes se ahogan en su propio cliché, sin dar la oportunidad al espectador de ahondar en tan terriblez y retorcidas mentes, por lo que el miedo se transforma en dejà vu.

Tras dejarnos sin aliento en el ya filme de culto Drive, NWR construye a pesar del resto del mundo un retrato descarnado y hermosamente grotesco de la industria de la moda y el concepto de belleza en nuestros días.
Gracias a un casting impecable (la modelo Abbey Lee hará tragar saliva a más de uno), el señor Nicolas da una patada amable y preciosa a Karl Lagerfeld, Instagram, Facebook y los tomos publicitarios de Vogue y compañía. Aquellos que consideren Neon Demon una crítica demagógica y congelada olvidan que el status quo de esta obsesión por la perfección es el amor-odio que genera a los ojos del espectador. Como ya escribió hace unos años Umberto Eco, analizando la Historia del Arte y su amplio recorrido descubrimos que la fascinación por la belleza imperante en cada época está asociada al dolor, el sexo y la fealdad morbosa.
Sufrimos un siglo XXI de seres humanos perdidos, sin vocación moral alguna y acorralados por la desigualdad de clases y el capitalismo; no nos sorprendamos por alegorías y fábulas del vacío estético cuyo único fin es presionarnos a aceptar que el horror vacui de la superficialidad vive dentro de nosotros.

De principio a fin, una comedia romántica (con más romance que comedia) que huele a Woody Allen tan sólo en su precioso y melancólico envoltorio. Da la sensación de que el veterano director ha abandonado su visión particularmente irónica de la vida para caer en una sensiblería tópica de cine adolescente para todos los públicos.

Un Midnight in Paris sin magia, sin un casting redondo y sin la valentía de lo esperpéntico del mejor Woody, aquel que nos deja media sonrisa a la salida del cine, el que nos hace amarlo y odiarlo al mismo tiempo por empeñarse durante décadas en escupirnos que nuestra existencia se reduce al amor, el absurdo y la muerte.